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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (21 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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14

Una advertencia.

Los elfos toman las armas.

Tika empuña la sartén

Un rayo de sol matutino penetró a través de los cristales de colores de una ventana de la posada y dio de lleno en los ojos de Tanis. El semielfo se despertó, cegado, y cayó en la cuenta de que se había quedado dormido en el banco de respaldo alto que había en uno de los huecos de las paredes de la posada. Se sentó derecho mientras se frotaba la cara y los ojos, bastante enfadado consigo mismo. Su intención había sido permanecer despierto toda la noche, de vigilancia. Y aquí estaba, roncando como un enano borracho.

Al otro lado de la sala, el rey exiliado, Porthios, estaba sentado a una mesa cubierta de mapas, con una botella de vino elfo y una copa al alcance de la mano. Estaba escribiendo algo; Tanis no sabía qué. Un informe, una carta a un aliado, haciendo apuntes sobre planes, poniendo al día su diario. Tanis recordó que, antes de quedarse dormido, había visto a Porthios en la misma postura. La botella de vino estaba un poco más vacía; ésa era la única diferencia.

Los dos eran cuñados, ya que Tanis estaba casado con Laurana, hermana de Porthios. Todos se habían criado y crecido juntos. Porthios era el mayor, el primogénito nacido para gobernar a su pueblo, y se tomaba su tarea en serio. No había aprobado el matrimonio de su hermana con un semihumano, como él consideraba, invariablemente, a Tanis.

Carecía del encanto de su progenitor, el anterior Orador de los Soles. Porthios era, por naturaleza, austero, serio, excesivamente franco. Detestaba el disimulo diplomático. Era un hombre orgulloso, pero su retraimiento y timidez hacían que el orgullo pareciera arrogancia a quienes no lo conocían. En lugar de esforzarse para dominar este fallo, Porthios lo utilizaba para aislarse de quienes lo rodeaban, incluso de los que lo amaban y admiraban. Y tenía muchas cosas dignas de admiración. Era un experto general y un valeroso guerrero. Había acudido en ayuda de los silvanestis arriesgando la vida para luchar contra el pavoroso sueño de Lorac que había arrasado su tierra y diezmado a sus gentes. Era la traición de los suyos lo que lo tenía amargado. En consecuencia, Tanis suponía que no podía culpar a su cuñado por querer vengarse.

El conflicto le había pasado factura. En tiempos alto y apuesto, con un porte regio, Porthios estaba ahora algo encorvado, como si el peso de la cólera y la tristeza lo hubieran hecho doblarse. Llevaba el cabello largo y descuidado, y tenía mechones de canas, algo que casi nunca ocurría con los elfos, ni siquiera con los de mayor edad. Iba vestido con armadura de cuero que estaba rígido y estropeado; sus finas ropas empezaban a tener aspecto desgastado, con el repulgo raído y descosidas por algunos sitios. Su semblante era una máscara fría, implacable, amarga. Sólo de vez en cuando la máscara desaparecía y dejaba a la vista al hombre que había debajo, el hombre que sufría por su pueblo, incluso mientras planeaba ir a la guerra contra él.

Tanis alzó la vista cuando Caramon, bostezando, entró en la sala y acomodó su corpachón en el banco enfrente de su amigo.

—Me quedé dormido —dijo Tanis al tiempo que se rascaba la barba.

—A mí me lo vas a decir. —El hombretón sonrió—. Tus ronquidos podrían haber derribado un vallenwood.

—Deberías haberme despertado. ¡Se supone que estaba de guardia!

—¿Para qué? —Caramon volvió a bostezar y se alborotó el pelo—. No estamos en una torre rodeados por cuarenta y siete legiones de goblins. Cabalgaste todo el día, y necesitabas descansar.

—No es ésa la cuestión —replicó Tanis—. Da una mala imagen.

Echó una ojeada a su cuñado; aunque el rey elfo no lo miraba, Tanis supo por la tirantez de las mandíbulas y la rigidez de su postura que estaba pensando para sus adentros: «¡Alfeñique! ¡Lastimoso semihumano!».

Caramon siguió la mirada de Tanis y se encogió de hombros.

—Tú y yo sabemos que pensaría lo mismo si hubieses permanecido despierto el resto de tu vida. Anda, vamos a lavarnos un poco.

El hombretón abrió la marcha hacia la escalera y bajaron al nivel del suelo. Ya hacía calor a pesar de ser temprano. Tanis tenía la impresión de que el propio aire fuera a prenderse en cualquier momento. Debajo de la posada había un barril, y se suponía que tenía que estar lleno de agua. Caramon se asomó al interior y suspiró. El barril estaba medio vacío.

—¿Qué ha pasado con el pozo? —preguntó Tanis.

—Se secó. Los pozos de casi todo el mundo se secaron a finales de primavera. La gente ha estado trayendo el agua del lago Crystalmir. Es una larga caminata. Este barril estaba lleno anoche. Hay quien hace guardia para vigilar su agua.

Caramon cogió un cucharón, se inclinó sobre el borde del barril y lo sacó; le ofreció el agua a Tanis.

El semielfo observaba las fangosas huellas de pisadas que había alrededor del barril. El barro aún estaba húmedo.

—Pero tú no haces guardia —dijo. Sonriendo, bebió el líquido salobre—. Te das una caminata diaria, ida y vuelta al lago Crystalmir, transportando agua para la posada, pero nunca utilizas más de la mitad de lo que traes porque tus vecinos te la roban.

—No la roban. —Caramon, que se había puesto colorado, se echó agua a la cara—. Les dijimos que podían coger la que necesitaran, pero a algunos de ellos les da vergüenza. Es casi como mendigar, y nadie ha tenido que mendigar nunca en Solace, Tanis. Ni siquiera en los tiempos más difíciles, después de la guerra. Y tampoco nadie ha tenido que robar nunca para sobrevivir.

El hombretón dio un suspiro, resopló y se secó el rostro con la manga de la camisa. Tanis se lavó la cara, cuidando de no gastar demasiado de la preciosa agua. Algunas de las pisadas alrededor del barril eran pequeñas, de niños.

Tanis colocó de nuevo el cazo en el gancho del vallenwood.

—¿Ha estado despierto Porthios toda la noche?

Caramon y él caminaron hacia el arranque de la escalera, pero no empezaron a subirla de inmediato. Una sala llena de elfos de semblantes severos y hoscos —la mitad de los cuales no hablaba con la otra mitad— no era el lugar más agradable del mundo.

—Ni siquiera ha pestañeado, que yo haya visto —manifestó Caramon mientras alzaba la vista hacia la ventana junto a la cual estaba sentado el rey elfo—. Claro que su esposa está dando a luz. Tampoco yo me dormí mientras Tika estaba... en la misma situación.

—Eso lo entiendo muy bien —replicó Tanis sombríamente—. Cualquier marido lo entendería. Pero Porthios da la impresión de estar preparándose para la batalla más que para la paternidad. Supongo que ni siquiera ha preguntado por Alhana.

—Con tantas palabras, no —dijo Caramon lentamente—. Pero Tika ha estado bajando muy a menudo para tranquilizarlo. En realidad no ha tenido que preguntar. He estado observándolo, y creo que te equivocas respecto a él. Creo que ama a Alhana de verdad, y que ahora mismo ella y el niño que está naciendo son lo más importante de este mundo para él.

—Ojalá estuviera tan seguro como tú sobre eso. Pero mi impresión es que ha comerciado con ambos para recuperar su reino. No es más... Pero ¿qué demonios pasa?

La pasarela colgante que se extendía sobre ellos —uno de los muchos puentes de cuerdas que hacían las veces de calles al conectar entre sí los edificios construidos en los árboles— se balanceaba y crujía. Un soldado elfo venía por ella a todo correr. Por la lúgubre expresión de su semblante resultaba obvio que era portador de malas noticias. Tanis y Caramon intercambiaron una mirada preocupada y echaron a correr escaleras arriba. Para cuando llegaron a la posada, el elfo ya estaba informando a Porthios.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? —preguntó Caramon, que había llegado más tarde que el semielfo, resoplando y con el rostro congestionado por el desacostumbrado esfuerzo—. ¿Qué dicen?

La apremiante conversación se estaba desarrollando en el lenguaje elfo de Qualinesti.

Tanis, atento a lo que se decía, hizo callar al hombretón con un gesto. Era evidente que lo que oía lo había preocupado. Se volvió hacia Caramon y llevó al posadero detrás del mostrador.

—Sus exploradores han informado que han visto un soldado, un humano, con cabello negro y largo, equipado con la indumentaria y los pertrechos de las fuerzas de la oscuridad, caminando por la calzada principal, en dirección a Solace. Y otra cosa, Caramon. —Tanis agarró el brazo del hombretón—. Va acompañado por un mago con ropas blancas. Un mago joven.

—Palin —dedujo al instante el posadero—. ¿Y el otro? ¿Estás pensando lo mismo que yo?

—La descripción encaja con Steel Brightblade.

—Pero ¿por qué iba a venir Steel aquí? ¿Está solo?

—Sí, salvo por Palin, aparentemente.

—Entonces, en nombre de todos los dioses, ¿qué hacen juntos ellos dos? ¿Qué hacen juntos
aquí?

Tanis guardó silencio sobre el resto del informe, sobre el hecho de que el oscuro paladín arrastraba tras de sí una narria que llevaba lo que parecían ser los cadáveres de dos caballeros. Tenía el horrible presentimiento de que sabía la respuesta a las preguntas de su amigo, pero también podría ser que estuviera equivocado. Esperaba y rogaba a Paladine que
estuviera
equivocado.

Porthios impartía instrucciones. Todo el contingente de elfos se habla puesto de pie al tiempo que cogía arcos y flechas y desenvainaba espadas.

Caramon miró, alarmado, el alboroto.

—¿Qué hacen, Tanis? ¡El mago de ahí fuera puede ser Palin!

—Lo sé. Deja que me ocupe yo del asunto. —Tanis cruzó la sala hacia donde estaba Porthios—. Disculpa, hermano, pero la descripción del joven mago me induce a pensar que es el hijo de Caramon Majere, vuestro
anfitrión -
-añadió con énfasis—. El joven es un Túnica Blanca. No estarás pensando atacarlo, ¿verdad?

—No vamos a atacarlos, hermano —replicó Porthios, casi escupiendo las palabras, impaciente por haber sido interrumpido—. Vamos a pedirles que se rindan, y después los interrogaremos. —Clavó en Caramon una mirada funesta y dijo en Común:— Puede que el hijo de tu amigo sea un Túnica Blanca, pero va en compañía de un soldado del Mal.

—¿Qué insinúas? —exclamó Caramon con el rostro congestionado por la ira.

—Porthios —intervino Tanis—, sabes perfectamente bien que el paladín oscuro no se rendirá. Luchará, y tus hombres lucharán, y...

—Haz algún daño a mi hijo y lo lamentarás —dijo Caramon fríamente, con los puños apretados. Adelantó un paso.

Soldados elfos, los que eran qualinestis, se interpusieron de inmediato entre el hombretón y su soberano. Las espadas repicaron en las vainas; el acero centelleó.

—¿Qué demonios creéis que estáis haciendo?

Tika, con el rostro pálido de ira y la voz tensa por el menosprecio, se abrió paso a empellones y se plantó delante de su marido; lanzó una mirada furibunda a él y a todos los demás. De detrás del mostrador sacó una sartén de hierro con la que en otros tiempos había machacado muchas cabezas draconianas.

Se aproximó al elfo que tenía más cerca y lo amenazó con la sartén.

—Estúpidos, ¿es que os habéis vuelto locos? —dijo en su siseante susurro—. Tú, señor. —La sartén señaló en dirección a Porthios—. ¡Tu esposa está dando a luz! ¡Y no le está resultando nada fácil, si quieres saberlo! Dichosas elfas, con sus estrechas caderas. ¡Y mientras tanto, todos vosotros,
hombres -
-movió la sartén en un arco—, os ponéis a meter jaleo con vuestras espadas y os comportáis peor que si fueseis chiquillos! No lo consentiré. ¿Me habéis oído? No pienso consentirlo.

La sartén retumbó contra una de las mesas de manera contundente.

Los elfos, con expresiones mezcla de estupidez e inflexible determinación, no cedieron terreno. Caramon tampoco dio marcha atrás. Tika aferró con más fuerza el mango de la sartén.

Tanis se había desplazado sigilosamente para ponerse al lado de Porthios. Cuando habló, lo hizo en el lenguaje elfo y en voz baja, para que ni Tika ni Caramon pudieran entenderle.

—Tus exploradores mencionaron que el paladín oscuro arrastraba una narria con lo que parecían dos cuerpos. Es posible que esos cadáveres sean los hijos de Caramon y Tika. ¿Serías capaz de perturbar el descanso de los muertos?

Éste era el tipo de argumento que podía persuadir a Porthios para que cambiara de opinión. Debido a su promedio de vida extraordinariamente largo, los elfos veneraban la muerte y honraban a los muertos.

Porthios echó un vistazo a Caramon; parecía indeciso. Tanis siguió insistiendo, aprovechando esa ventaja:

—Puede que me equivoque, pero creo que conozco a este paladín oscuro. Déjame hablar con él y con el joven mago, a solas. Si está pasando lo que creo que pasa, entonces el paladín, aun siendo servidor de la Reina Oscura, está actuando de un modo noble y digno, poniendo su vida en peligro. Deja que descubra lo que pasa, antes de que se derrame sangre y se deshonre a los muertos.

—Mis guardias te acompañarán —decidió Porthios tras considerar el asunto.

—Eso no será necesario, hermano. Mira, lo peor que puede pasar es que me maten —añadió Tanis secamente.

Un lado del severo semblante del elfo se crispó, como con un tic. De hecho, Porthios acabó sonriendo.

—Lo creas o no, semielfo, eso me causaría pesar. Siempre me has caído bien, aunque no me creas. Incluso hubo un tiempo en que te ganaste mi admiración. Simplemente, no te considero la pareja adecuada para mi hermana.

La sonrisa se desvaneció y fue reemplazada por arrugas de tristeza, debilidad y abrumadora fatiga. Porthios alzó la vista hacia la parte del techo sobre el que estaba la habitación donde yacía Alhana, quizá luchando por su vida y por la vida de su hijo.

—Ve, semielfo —dijo Porthios suave, débilmente—. Ve y habla con ese digno vástago del Mal. Harás las cosas a tu manera. Siempre las has hecho. —Volvió a mirar hacia arriba y sus ojos brillaron—. Pero mis guardias te acompañarán.

Era una victoria hasta cierto punto, y Tanis era lo bastante inteligente para no intentar ganar más terrero. Había conseguido lo que había conseguido sólo porque Porthios estaba demasiado cansado y demasiado preocupado para discutir.

»Después de todo», pensó para sus adentros mientras se abrochaba la espada a la cintura, «quizás el severo e inflexible elfo sí que ama a su esposa.» También se preguntó qué pensaría Alhana, reina de los silvanestis, del hombre con quien se había casado por razones políticas. ¿Habría llegado a amarlo?

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