—Sí —dijo rápidamente—, sé todo lo que ha hecho por usted. ¿No puede usted decirle al señor Wilkes que el dinero es el legado de algún pariente?
—¡Oh! Capitán Butler, no tengo un pariente que posea un centavo.
—Bien. Y si yo le mando el dinero por correo al señor Wilkes sin que él sepa quién se lo envía, ¿se ocuparía usted de que el dinero se emplee en la compra de las serrerías y no... en darlo a los ex confederados hambrientos? Al principio, ella pareció ofendida por sus últimas palabras, como si éstas implicasen una crítica de Ashley; pero Rhett sonrió tan comprensivamente que Melanie le devolvió la sonrisa.
—Desde luego, así lo haré.
—De modo que está decidido. ¿Será nuestro secreto?
—Pero yo nunca he tenido un secreto para mi marido...
—Estoy seguro de ello, Melanie.
Al mirarlo, Melanie pensó cuan acertada había estado ella siempre en sus juicios sobre él y qué equivocados estaban todos los demás. La gente decía que era brutal e irónico y que tenía malas maneras, y hasta que no era honrado. Aunque mucha gente de lo más distinguido de Atlanta admitía ahora que se había equivocado. Bueno, ella, desde el principio, había comprendido que Rhett era una buenísima persona. Ella nunca había recibido de él más que atenciones, favores, respeto profundo y comprensión. ¡Y qué enamorado estaba de Scarlett! ¡Qué bueno era dando tanto rodeo por evitarle trabajo!
En un impulso expansivo, exclamó:
—Tiene suerte Scarlett con un marido tan atento con ella.
—¿Lo cree usted así? Mucho me temo que ella no estaría de acuerdo con usted si la oyese... Además, también trato de ser atento con usted, Melanie. Le estoy dando a usted más de lo que le estoy dando a Scarlett.
—¿A mí? —preguntó Melanie intrigada—. ¡Ah, quiere usted decir para Beau!
Rhett cogió su sombrero y se levantó. Permaneció de pie un momento, contemplando el rostro sin encanto, de forma de corazón, y los graves ojos oscuros. Un rostro extraño.
—No, a Beau no. Estoy tratando de darle a usted algo más precioso que Beau, si usted puede imaginarse algo que lo sea...
—No, no puedo —dijo ella, asombrada otra vez—. No hay nada en el mundo más precioso para mí que Beau, excepto Ash..., excepto mi marido.
Rhett no dijo nada y la miró sin expresión alguna en el moreno rostro.
—Es usted, extraordinariamente bueno al querer hacer algo por mí, capitán Butler; pero realmente tengo mucha suerte. Tengo todo lo que una mujer puede desear en este mundo.
—Eso está muy bien —dijo Rhett, súbitamente grave—. Y yo tengo la intención de hacer todo lo posible para que lo conserve.
Cuando Scarlett volvió de Tara, el color enfermizo había desaparecido de su rostro, y sus mejillas se habían redondeado y estaban débilmente sonrosadas. Los ojos verdes volvían a ser vivos y brillantes y se reía ruidosamente por primera vez desde hacía mucho tiempo. Cuando Rhett y Bonnie los recibieron en la estación, reía divertidísima viendo que Rhett tenía dos plumas de pavo real en la cinta del sombrero, y Bonnie, vestida con un traje roto y manchado que había sido su traje de los domingos, llevaba dos rayas diagonales de color azul añil dibujadas en las mejillas y una pluma de pavo real casi tan larga como ella en los rizos. Se veía que estaban jugando a los indios, cuando llegó la hora de ir a la estación, y era evidente, por la mirada de impotencia de Rhett y por la indignación de Mamita, que Bonnie se había negado a arreglarse para ir a esperar a su madre.
Scarlett dijo:
—¡Qué chiquilla tan loca!
Besó a la niña y presentó la mejilla a los labios de Rhett. Había mucha gente en la estación, sin lo cual nunca se hubiera prestado a esta caricia. No pudo menos de enterarse, a pesar de su turbación por el aspecto de Bonnie, de que todo el mundo sonreía al ver al padre y a la hija, no con sonrisa de burla, sino divertida y amable. Todo el mundo sabía que la pequeña de Scarlett traía a su padre como un zarandillo, y Atlanta entera se divertía y aprobaba. El gran amor de Rhett por su hija le había devuelto el respeto y la consideración de toda la ciudad.
Camino de casa, Scarlett no dejó de hablar contando las noticias del campo: el tiempo cálido y seco hacía crecer el algodón tan de prisa que se hubiera podido verlo medrar; pero Will decía que los precios del algodón iban a bajar. Suellen estaba esperando otro hijo. Scarlett dijo esto en voz baja para que los niños no la oyeran. La pequeña Ella había mostrado sus malos instintos mordiendo a la niña mayor de Suellen, aunque no más de lo que la niña merecía, según observó Scarlett, pues era exactamente igual que su madre. Pero Suellen se había puesto furiosa y habían tenido una buena pelea como las de otros tiempos. Wade había matado él solo un pato acuático. Randa y Camila Tarleton estaban de maestras de escuela. ¿No le hacía gracia? Ninguno de los Tarleton había sido capaz de deletrear la palabra
gato.
Betsy se había casado con un muchacho obeso, a quien faltaba un brazo, y ellos, Hetty y Jaime Tarleton, estaban cultivando una plantación de algodón en Fairhill. La señora de Tarleton tenía una hermosa yegua y un revólver Colt, y con aquello era tan feliz como cuando poseía un millón de dólares. La vieja casa de Calvert estaba ocupada por negros, y un enjambre de ellos se habían hecho sus propietarios, comprándola en pública subasta. Estaba destrozada y daba pena verla. Nadie sabía lo que había sido de Cathleen y su compañero. Y Alex se iba a casar con Sally, la viuda de su hermano. ¡Después de tantos años viviendo bajo el mismo techo! Todo el mundo decía que era un matrimonio forzado por las conveniencias, porque la gente empezaba a criticar que viviesen solos desde que la vieja abuela y la
Señoritita
habían muerto. Y este matrimonio destrozaba el corazón de Dimity Munroe. Pero le estaba bien empleado. Si hubiese tenido algo de atractivo, hubiera pescado a otro hombre hacía mucho tiempo, en lugar de esperar a que Alex ganase bastante dinero para casarse con ella.
Scarlett parloteaba alegremente; pero había muchas cosas del Condado que suprimía, cosas en que le dolía pensar. Había cabalgado por todo el Condado con Will, procurando no recordar cuando estos millares de acres habían estado cubiertos por verdes plantaciones de algodón. Y ahora, plantación tras plantación, estaban siendo de nuevo invadidas por el bosque, por lúgubres campos de retama, esparto y abetos, que habían crecido pródigamente entre las silenciosas ruinas y sobre los campos de algodón. Donde antaño se sembraba un centenar de acres, ahora sólo se trabajaba uno. Era como moverse a través de una sierra muerta.
«Esta región no se repondrá lo menos en cincuenta años, si se repone alguna vez —había dicho Will—. Tara es la mejor granja del Condado, gracias a ti y a mí, Scarlett; pero es una granja, una granja de dos muías, no una plantación. La de los Fontaine viene después de Tara, y luego la de los Tarleton. Éstos no están haciendo mucho dinero, pero sacan para vivir y se hallan muy satisfechos. Pero la mayor parte de las demás granjas...»
No, Scarlett no quería recordar el aspecto del abandonado Condado, que parecía aún más triste comparado con el bullicio y la prosperidad de Atlanta.
—Y aquí, ¿ha ocurrido algo? —preguntó cuando estuvieron sentados en el porche principal.
Había hablado rápidamente durante todo el camino, temiendo que sobreviniera el silencio. Desde el día en que se cayó por las escaleras no había cruzado una palabra con Rhett, y ahora no tenía el menor deseo de estar a solas con él. Scarlett no conocía los sentimientos de Rhett respecto a ella. Él había sido la bondad personificada durante la triste convalecencia de ella, pero era su bondad la de un extraño. Se había anticipado a sus deseos, había evitado que los niños la molestasen y había vigilado el almacén y las serrerías. Pero no había dicho nunca: «Lo siento». Bueno, tal vez no lo sintiese. Tal vez creyese todavía que el niño que no había llegado a nacer no era su hijo. ¿Cómo podía ella saber lo que se fraguaba en su mente, detrás de aquel moreno rostro inexpresivo? Mas, por primera vez en su vida de casados, había mostrado una tendencia a ser cortés y algo como el deseo de dejar que la vida continuase como si nunca hubiese ocurrido nada desagradable entre ellos, como si nunca —pensaba Scarlett— hubiera habido nada en absoluto entre ellos. Bueno, si esto era lo que él quería, ella pondría lo posible de su parte.
—¿Sigue todo bien? —repitió—. ¿Has encontrado el guijo para el piso del almacén? ¿Has cambiado las mulas? ¡Por amor de Dios, Rhett, quítate esas plumas del sombrero! ¡Pareces un loco! ¡Y has sido capaz de ir a la estación sin acordarte de quitártelas!
—No —dijo Bonnie, cogiendo el sombrero de su padre en actitud defensiva.
—Todo ha marchado muy bien aquí —replicó Rhett—. Bonnie y yo nos hemos divertido mucho; y me parece que desde que tú te has ido no le han pasado un peine por la cabeza. No chupes las plumas, monada, que pueden estar sucias. Sí; el guijo ya está puesto, y he hecho un buen negocio con las mulas. No, no ha ocurrido nada nuevo; la vida sigue tan monótona como siempre.
Luego, como si se acordase en aquel momento, añadió:
—El honorable Ashley estuvo aquí la otra noche. Quería saber si yo creía que tú le venderías tu serrería y la parte que tienes en la suya.
Scarlett, que había estado meciéndose y dándose aire con un abanicos de plumas, se detuvo bruscamente.
—¿Vender? Pero ¿de dónde ha sacado Ashley el dinero? Ya sabes que nunca ha tenido un céntimo, pues Melanie lo gasta tan de prisa como Ashley lo gana.
Rhett se encogió de hombros.
—Siempre la había creído una personita muy económica. Pero, desde luego, no estoy tan bien enterado de los detalles pecuniarios de la familia de los Wilkes como tú pareces estarlo.
Esta pulla parecía del antiguo estilo de Rhett, y Scarlett se sintió violenta.
—Márchate, guapina —le dijo a Bonnie—. Mamá quiere hablar con papá.
—No —dijo Bonnie enérgicamente, trepando a las rodillas de Rhett.
Scarlett, incomodada, miró a la niña, y ésta también puso ceño a su madre, con un gesto tan parecido al de Gerald O'Hara, que Scarlett casi se rió.
—Déjala que se quede —dijo Rhett tranquilamente—. En cuanto a de dónde ha sacado Ashley el dinero, creo que se lo ha mandado alguien a quien asistió durante unas viruelas en Rock Island. Me devuelve la fe en la naturaleza humana el ver que aún existe la gratitud.
—¿Quién fue? ¿Algún conocido?
—La carta estaba sin firma y venía de Washington. Ashley se ha vuelto loco pensando quién podía habérsela enviado. Pero, realmente, una persona tan poco egoísta como Ashley va por el mundo sembrando tantas bondades que es imposible que las recuerde todas.
Si Scarlett no hubiera estado tan sorprendida por la suerte de Ashley, hubiera recogido aquel guante, aunque durante su permanencia en Tara había decidido no dejarse envolver de nuevo en ninguna discusión con Rhett referente a Ashley. El terreno que pisaba en esta ocasión era demasiado inseguro y, mientras no conociera exactamente su situación respecto a los dos hombres, no le interesaba salir a él.
—¿Quiere comprármelas?
—Sí; pero, desde luego, ya le dije que tú no venderías.
—Quisiera que me dejases a mí arreglar mis propios asuntos.
—¡Como no quieres separarte de las serrerías! Le dije que él sabía tan bien como yo que tú no podías soportar el verte privada de meterte en los asuntos de los demás y que si se lo vendías no podrías después decirle lo que pensabas de cómo llevaba sus negocios.
—¿Te has atrevido a decirle eso de mí?
—¿Por qué no? ¿Es o no es verdad? Creo que él estaba completamente de acuerdo conmigo, pero es demasiado caballero para convenir en ello y declararlo.
—¡Es mentira! ¡Se lo venderé! —gritó Scarlett.
Hasta aquel momento no se le había pasado por la imaginación desprenderse de las serrerías. Tenía varias razones para desear conservarlas, y su valor monetario era la más insignificante. Podía haberlas vendido muy ventajosamente en cualquier momento de los últimos años pero había rehusado todas las ofertas. Las serrerías eran la tangible evidencia de lo que ella había hecho sin ayuda y contra viento y marea, y se sentía orgullosa de ellas y de sí misma. Pero, sobre todo, no deseaba venderlas porque eran el único camino que permanecía abierto entre Ashley y ella. Si perdía el control de las serrerías, esto significaba que rara vez vería a Ashley y que, probablemente, nunca volvería a verlo a solas. Y ella necesitaba verlo a solas. No podía continuar más tiempo en la duda de cuáles serían sus sentimientos respecto a ella, en la duda de si todo su amor habría muerto de vergüenza en aquella espantosa noche de la fiesta de Melanie. En el curso de los negocios encontraría muchas veces la ocasión de hablar con él sin que nadie pudiese pensar que ella la buscaba. Y, con el tiempo, sabía que podría recobrar el terreno que hubiese perdido en su corazón. Pero si vendía las serrerías..., entonces...
No, no quería vender. Pero, acuciada por la idea de que Rhett la había mostrado ante Ashley a una luz tan verídica y tan poco halagadora, se decidió instantáneamente. Ashley tendría las serrerías, y a un precio tan bajo que no podría menos de darse cuenta de lo generosa que era Scarlett.
—¡Venderé! —gritó furiosa—, ¿qué te parece?
Había un débil resplandor de triunfo en los ojos de Rhett cuando se inclinó para atar el zapato de Bonnie.
—Me parece que lo sentirás —dijo.
Desde luego, Scarlett ya estaba lamentando sus apresuradas palabras. Si se las hubiera dicho a alguien que no fuera Rhett, se habría retractado de ellas desvergonzadamente. ¿Cómo habría estallado de aquel modo? Miró a Rhett malhumorada y vio que él la contemplaba con su antigua mirada de gato que contempla el agujero de un ratón. Cuando Rhett vio su ceño, se echó a reír de repente, mostrando sus dientes brillantes. Scarlett tuvo la sospecha de que se burlaba de ella y de que la había forzado a aquella solución.
—¿Tienes tú algo que ver con todo esto? —barbotó Scarlett.
—¿Yo? —y Rhett levantó las cejas con un gesto de sorpresa burlona—. Debías conocerme mejor. Yo no voy por el mundo haciendo buenas obras, si puedo evitarlo.
Aquella noche, Scarlett vendió a Ashley las serrerías y toda su participación en ellas. No perdió en la venta, porque Ashley se negó a aprovechar sus generosas disposiciones y le hizo la oferta más alta que nunca había recibido. Cuando hubieron firmado las escrituras, y las serrerías se fueron irremisiblemente, y mientras Melanie ofrecía vasitos de vino a Rhett y a Ashley para celebrar la transacción, Scarlett se sentía tan abatida como si acabase de vender a uno de sus hijos.