Amanda hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, parecía abatida.
—Y entonces fue cuando empezaron los dolores de cabeza, y comenzó a golpearse contra objetos al gatear. Así que recurrimos a un montón de especialistas, y todos nos decían que no podían hacer nada por ella. —Amanda tragó saliva con dificultad—. Después… la cosa empeoró. Pero ella seguía siendo la misma personita feliz, ¿sabes? Incluso al final, cuando apenas podía permanecer sentada por sí sola, seguía riendo. Cada vez que oía aquella risa, notaba que mi corazón se descomponía un poco más.
Amanda se había quedado muy quieta, con la mirada ausente clavada en la ventana. Dawson esperó.
—Me quedaba horas tumbada con ella en la cama, abrazándola mientras dormía, y cuando se despertaba, permanecíamos tumbadas, mirándonos sin apenas pestañear. No podía darme la vuelta, porque quería memorizar sus rasgos: su nariz, su barbilla, sus ricitos. Y cuando volvía a quedarse dormida, yo la abrazaba de nuevo y lloraba desconsolada por aquella enorme injusticia.
Amanda se calló y pestañeó varias veces seguidas, sin que pareciera darse cuenta de las lágrimas que rodaban por sus mejillas. No hizo ningún gesto para secarlas. Dawson tampoco se movió. En lugar de eso, permaneció completamente rígido, atento a cada palabra.
—Cuando murió, una parte de mí se fue con ella. Y durante mucho tiempo, Frank y yo no podíamos mirarnos a la cara. No porque estuviéramos enfadados, sino porque eso nos destrozaba. Podía ver a Bea en Frank, y él podía verla en mí, y aquello era… insoportable. Apenas aguantábamos estar juntos, a pesar de que Jared y Lynn nos necesitaban más que nunca. Empecé a tomar dos o tres copas de vino por las noches, para adormecerme, pero Frank bebía aún más. Al final, sin embargo, reconocí que no me ayudaba escudarme en la bebida, así que lo dejé. Pero para Frank no era fácil.
Amanda hizo una pausa para pellizcarse la nariz, a medida que los recuerdos despertaban el rastro familiar de un latente dolor de cabeza.
—Él no podía dejarlo. Pensé que quizá lo ayudaría tener otro hijo, pero no fue así. Y he llegado a un punto en que no sé si soy capaz de seguir adelante con esta relación.
Dawson tragó saliva.
—No sé qué decir.
—Yo tampoco. Me gusta creer que si Bea no hubiera muerto, Frank no habría acabado así. Pero entonces me pregunto si su deterioro no será también en parte por mi culpa, porque le he estado haciendo daño durante muchos años, incluso antes de lo de Bea. Porque él sabía que no lo amaba de la misma forma que él me amaba a mí.
—No es culpa tuya —alegó Dawson. Incluso a él, las palabras le parecieron inadecuadas.
Amanda sacudió la cabeza.
—Te agradezco tu intención, y a simple vista sé que tienes razón. Pero si él continúa bebiendo para escapar de la realidad, es porque probablemente intenta huir de mí. Sabe que estoy enfadada y decepcionada, y que no hay forma de borrar diez años de sinsabor, por más que él se esfuerce. ¿Y quién no querría escapar de tal angustia, especialmente cuando proviene de alguien a quien amas, cuando lo único que quieres es que esa persona te ame tanto como tú la amas?
—No lo hagas —la interrumpió Dawson, mientras la miraba fijamente a los ojos—. No puedes acusarte de los problemas de tu marido y cargarlos sobre tu espalda.
—Se nota que nunca has estado casado. —Amanda le dedicó una sonrisa torcida—. Para que lo sepas, cuantos más años llevo casada, más claro tengo que hay muy pocas cosas en la vida que sean blancas o negras. Y no digo que yo tenga la culpa de todos los problemas en nuestro matrimonio. Pero sí que digo que a veces no pensamos en la amplia gama de grises. Nadie es perfecto.
—Hablas como un terapeuta.
—Probablemente tengas razón. Unos meses después de que Bea muriera, empecé a ir a la consulta de una terapeuta, dos veces por semana. No sé cómo habría sobrevivido sin ella. Jared y Lynn también fueron, aunque no tanto tiempo como yo; supongo que los niños son más resistentes.
—Te creo.
Amanda apoyó la barbilla sobre las rodillas, con expresión de desazón.
—Nunca le he hablado a Frank de nosotros.
—¿No?
—Sabe que tuve un novio en el instituto, pero nunca le he contado lo que en realidad significaste para mí. Ni siquiera creo que sepa tu nombre. Y, obviamente, mi madre y mi padre hicieron todo lo posible por simular que lo nuestro nunca había pasado. Trataban el tema como un oscuro y desagradable secreto de familia. Naturalmente, mi madre suspiró aliviada cuando le dije que estaba prometida, aunque no creas que se entusiasmó; no hay nada que entusiasme a mi madre, probablemente lo considera una actitud plebeya. Pero por si te sientes mejor, también tuve que recordarle el nombre de Frank, dos veces. En cambio, tu nombre…
Dawson rio antes de volver a adoptar un aire serio. Tomó un sorbo y saboreó la calidez del vino que descendía por su garganta, sin ser apenas consciente de la agradable música de fondo.
—Han pasado tantas cosas desde la última vez que nos vimos… —Amanda suspiró, con un temblor en la voz.
—Sí, ha pasado la vida.
—Más que la vida.
—¿A qué te refieres? —preguntó él.
—Todo esto, estar aquí, volver a verte, me empuja a recordar una época en la que todavía creía que podía hacer realidad mis sueños. Ha llovido mucho desde entonces. —Amanda se volvió hacia él. Sus caras estaban separadas por apenas unos centímetros—. ¿Crees que lo habríamos conseguido…, si nos hubiéramos marchado del pueblo y hubiéramos iniciado una vida juntos?
—¡Quién sabe qué habría pasado!
—Pero ¿tú qué crees?
—Creo que sí, que lo habríamos conseguido.
Ella asintió. Sintió que algo se desmoronaba en su interior.
—Yo también lo creo.
Fuera, la borrasca empezó a estampar ráfagas de lluvia contra las ventanas como si alguien lanzara puñados de piedras. En la radio seguía sonando una música de otro tiempo, sin estridencias, mezclándose con el ritmo inalterable de la lluvia. Amanda se sentía arropada por la calidez de la estancia. Casi podía creer que no existía nada más.
—Antes eras tímido —murmuró—. La primera vez que nos tocó formar pareja en clase, apenas hablaste conmigo. Yo procuraba darte pie, a la espera de que me invitaras a salir contigo, y preguntándome si al final lo harías.
—Eras muy guapa. —Dawson se encogió de hombros—. Y yo era un don nadie. Me sentía nervioso.
—¿Todavía te sientes nervioso conmigo?
—No —contestó. Sin embargo, pareció reconsiderar la respuesta y su cara se suavizó con una leve sonrisa—: Bueno, quizás un poco.
Amanda enarcó una ceja.
—¿Hay algo que pueda hacer para remediarlo?
Dawson tomó su mano y la giró primero hacia un lado y luego hacia el otro con suavidad, fijándose con qué perfección parecía acoplarse a la suya, y de nuevo pensó en aquello a lo que había renunciado tantos años atrás.
Una semana antes, no estaba insatisfecho; quizá no era del todo feliz, quizá se sentía un poco solo, pero no insatisfecho. Había comprendido quién era y su lugar en el mundo. Estaba solo, pero eso había sido una elección consciente, algo de lo que no se arrepentía. Sobre todo en esos momentos. Porque nadie habría sido capaz de ocupar el sitio de Amanda, jamás nadie lo conseguiría.
—¿Quieres bailar?
Ella le miró con una tenue sonrisa.
—De acuerdo.
Dawson se puso de pie y la invitó a levantarse del sofá. Amanda notó que le temblaban un poco las piernas cuando se dirigieron al centro de la pequeña estancia. La música parecía llenar la habitación y, por un momento, ninguno de los dos supo qué hacer. Amanda esperó; observó cómo Dawson se volvía hacia ella, con una expresión ininteligible. Al final, emplazó una mano en su cintura y la acercó más a su cuerpo. Ella se inclinó hacia su pecho, sintiendo la solidez de sus músculos mientras él la rodeaba por la cintura con un brazo. Lentamente, empezaron a dar vueltas al son de la música.
Amanda se sentía tan bien con él… Aspiró su aroma, limpio y real, tal y como lo recordaba. Podía notar los músculos duros de su vientre y sus piernas pegadas a las suyas. Entornó los ojos y apoyó la cabeza en su hombro, embriagada de deseo, pensando en la primera vez que hicieron el amor. Aquella noche, ella había temblado, como en esos momentos.
La canción acabó, pero no se separaron ni un milímetro, a la espera de la siguiente. Amanda podía notar el aliento cálido de Dawson en su cuello, y lo oyó suspirar, como una especie de liberación. Él acercó más la cara a su piel. Ella echó la cabeza hacia atrás en un estado de abandono, con el deseo de que la música nunca acabara, con el anhelo de poder permanecer de ese modo, abrazados, para siempre.
Dawson le rozó el cuello con los labios; luego, con una gran delicadeza, la mejilla. Amanda escuchó el eco lejano de un trueno y se tensó ante aquel tacto sedoso.
Entonces se besaron, primero con recelo, luego apasionadamente, como si intentaran recuperar todos los años que la vida los había mantenido separados. Amanda podía notar las manos de Dawson en su cuerpo, moviéndose con libertad. Cuando se separaron, ella solo era consciente de lo mucho que había pasado desde que había deseado esas caricias sublimes, desde que había deseado a Dawson. Lo miró con los ojos entornados, deseándolo como nunca antes. Amanda también podía notar el deseo primitivo de Dawson y, con un movimiento que parecía casi preordenado, lo besó una vez más antes de guiarlo hacia la habitación.
E
l día era una verdadera mierda. Había empezado como una mierda, y la tarde también había sido una mierda, incluso el tiempo era una mierda. Abee se sentía como si se estuviera muriendo. Llevaba horas lloviendo, tenía la camisa completamente empapada y, por más que lo intentaba, no podía controlar los temblores que se alternaban con los ataques de sudor.
Por lo que podía ver, Ted tampoco tenía mejor aspecto que él. Al salir del hospital, apenas había sido capaz de ir hasta el coche por su propio pie. Pero eso no le había impedido dirigirse directamente hacia el cuarto trasero de su madriguera, donde guardaba todas las armas. Habían cargado la furgoneta antes de dirigirse a la casa de Tuck.
El único problema era que allí no había nadie. Había dos coches aparcados en la explanada, frente a la casa, pero ni la más leve señal de vida. Abee sabía que Dawson y la chica regresarían. Tenían que hacerlo, porque habían dejado los coches allí aparcados, así que él y Ted decidieron separarse para poder vigilar mejor, y se prepararon para esperar.
Y esperaron. Y esperaron más.
Por lo menos llevaban dos horas vigilando cuando empezó a llover. Otra hora bajo la lluvia, y entonces comenzaron de nuevo los espasmos. Cada vez que temblaba, se le quedaban los ojos en blanco por el dolor en el vientre. ¡Por Dios! Se sentía como si se estuviera muriendo. Intentó pensar en Candy para distraerse, pero lo único que consiguió fue preguntarse si ese tipo se pasaría de nuevo por el bar aquella noche. La idea lo sulfuró tanto que se puso a temblar aún más, y entonces empezó a sudar. Se preguntó dónde diantre estaba Dawson y qué diablos hacía él en ese maldito sitio. No sabía si creer lo que Ted le había contado sobre Dawson —de hecho, estaba bastante seguro de que se lo había inventado—, pero, al ver la expresión en la cara de su hermano, decidió mantener el pico cerrado. Era evidente que Ted no pensaba tirar la toalla. Por primera vez en su vida, Abee tuvo miedo de cómo podría reaccionar si le decía que se largaba a casa.
Entre tanto, Candy y ese payaso estarían probablemente en el bar, flirteando y riendo como un par de idiotas. Solo con imaginarlos juntos, se le aceleró el pulso. La lluvia arreció, y por un segundo estuvo seguro de que se iba a morir. Pensaba aniquilar a ese tipo, y después asegurarse de que Candy comprendía las reglas. Pero primero tenía que acabar con ese mal rollo familiar, para que Ted pudiera ir con él y ayudarlo, porque Abee no estaba en condiciones de encargarse solo de ese tipo.
Pasó otra hora y el sol empezó su lento descenso por el cielo. Ted estaba a punto de vomitar. Cada vez que se movía, notaba como si la cabeza le fuera a explotar, y le escocía tanto el brazo debajo de la maldita escayola que sentía ganas de arrancársela de cuajo. Apenas podía respirar, con la nariz tan hinchada, y lo único que deseaba era que Dawson apareciera de una puñetera vez para acabar con él de una vez por todas.
Le daba igual si doña Jefa de las Animadoras estaba o no con él. El día anterior le preocupaba que pudiera haber testigos, pero ahora ya no. Se la cargaría también y luego la enterraría. Quizás en el pueblo la gente creyera que se habían fugado los dos juntos.
Pero ¿dónde demonios estaba Dawson? ¿Dónde se había metido durante todo el maldito día? ¿Y con esa lluvia? Tarde o temprano, regresaría. Al otro lado de la explanada, Abee tenía aspecto de estar muriéndose, con la cara totalmente verde, pero Ted no podía hacerlo solo. No con una sola mano, mientras su cerebro parecía una centrifugadora dentro de su cráneo. ¡Por Dios! Le dolía incluso respirar y, cuando se movía, se sentía tan mareado que tenía que aferrarse a algo para no darse un porrazo contra el suelo.
A medida que la oscuridad se extendía y la niebla iba ganando terreno, continuó diciéndose a sí mismo que ese par volverían en cualquier momento, aunque cada vez le costaba más convencerse de ello. No había probado bocado desde el día anterior. La sensación de mareo se iba agravando.
Eran las diez de la noche y todavía no había ni rastro de ellos. Luego, las once, y después, medianoche, con las estrellas entre las nubes, como un manto de luces titilantes sobre sus cabezas.
Ted estaba entumecido y tenía frío, y de nuevo empezó a sentir arcadas. Entonces empezó a temblar incontrolablemente, incapaz de entrar en calor.
La una de la madrugada y todavía ni rastro de esos pájaros. A las dos, Abee se acercó trastabillando; apenas se tenía en pie. Por entonces, incluso Ted sabía que no iban a volver aquella noche, así que los dos hermanos se dirigieron bamboleándose hacia la furgoneta.
A duras penas recordaba nada del trayecto de vuelta hasta la propiedad familiar, ni cómo él y Abee se habían aferrado el uno al otro mientras ascendían por la cuesta hasta sus casas. Lo único que recordaba era el sentimiento de rabia cuando se derrumbó sobre la cama. Después todo se volvió negro.
C
uando se despertó el domingo por la mañana, Amanda necesitó unos segundos para ubicarse antes de recordar lo que había pasado la noche anterior. Los pájaros trinaban en el exterior, mientras los rayos del sol se filtraban por un pequeño orificio entre las cortinas. Con cuidado, se dio la vuelta y descubrió que la cama estaba vacía. Sintió una puñalada de decepción que se trocó casi inmediatamente en un sentimiento de confusión.