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Authors: Jude Watson

Lazos que atan (3 page)

BOOK: Lazos que atan
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—Qui-Gon su opinión clara ha dejado —dijo—. Y buena es, pero un compañero en este viaje tú no deseas, y cierto que un viaje corto será. Que tu identidad ocultes a tu llegada te sugiero.

Tahl pareció aliviada.

—Así lo haré.

Qui-Gon abrió la boca para intervenir, pero Yoda le clavó la mirada.

—Entonces acordado está —dijo Yoda.

Qui-Gon no pudo hacer otra cosa que seguir a Tahl en su salida de la sala. No podía contarle su perturbadora visión al Consejo, y no se la quería contar a Tahl. Los Jedi no creían que las visiones tuvieran que regir necesariamente el comportamiento. Podían malinterpretarse fácilmente, y algunas veces estaban fundadas en temores personales que uno no llegaba a comprender del todo. No serviría de nada que Qui-Gon expresara sus preocupaciones.

En cuanto salieron de la cámara, Tahl se giró hacia él.

—No sé por qué te empeñas en interferir, Qui-Gon —dijo ella—, pero no me gusta.

—Yo estaba en la primera misión —replicó Qui-Gon—. Pensé que podría ser de ayuda.

Ella se colocó frente a él. Sus peculiares ojos veteados de oro y verde tenían más intensidad que nunca. Enarcó una ceja.

—Dime una cosa. ¿Sabías que Nuevo Ápsolon era el motivo de la reunión?

Qui-Gon no podía mentir a Tahl.

—No, no lo sabía.

La expresión de la Jedi se endureció.

—Entonces es lo que yo pensaba. Nunca me dejarás ejercer como una Jedi independiente. Como estoy ciega, consideras que necesito un cuidador.

—No...

En una inaudita expresión de enfado, ella dio una patada al suelo. Su piel color caramelo se volvió casi rosa.

—¿Entonces qué? ¿Por qué te empeñas en interferir?

—Por amistad.

Ella esbozó media sonrisa.

—Pues en nombre de la amistad, querido Qui-Gon, déjame en paz.

Ella se giró violentamente hacia el turboascensor. Él sintió la caricia de su suave túnica en la mano, y de repente se quedó solo.

Capítulo 3

Los temas que se trataban en el Consejo Jedi eran privados, pero a Obi-Wan no le resultó difícil descubrir lo que había pasado en la Sala del Consejo. Tahl se lo había contado a Bant, y Bant, angustiada, se lo había confiado a Obi-Wan. Según había oído, Qui-Gon irrumpió en la sala sin ser invitado y solicitó acompañar a Tahl en su misión. Obi-Wan sabía que el Consejo y Tahl se habían negado.

A Bant le apenaba el hecho de que Tahl volviera a dejarla atrás. Sí, era cierto, la misión era corta; pero Bant no podía evitar sentir que Tahl no llegaba a confiar en ella.

—Tengo que aprender a aceptarla como es y entender que ella sabe lo que es mejor —dijo Bant a Obi-Wan mientras paseaban junto al lago por la mañana temprano. Los focos de iluminación del techo imitaban un suave atardecer—. Pero me cuesta. Pensé que por fin estábamos empezando a ser compañeras de verdad. Parecía fiarse más de mí. Cada vez iba a menos misiones sola. Creo que Yoda le dijo algo sobre el hecho de que nunca me llevara con ella, pero ahora descubro que se ha ido ella sola, sin apenas despedirse de mí.

Obi-Wan sabía que, si Qui-Gon hubiera hecho eso, él estaría tan triste como Bant. Quizá más que ella. Él llevaba con Qui-Gon más tiempo que Bant con Tahl. Ellos habían tenido oportunidad de suavizar las pequeñas diferencias en su relación. Bant lo había tenido peor. Tahl era encantadora y divertida, pero muy reservada para ciertas cosas.

—Qui-Gon y yo tardamos años en asentar nuestra amistad —dijo Obi-Wan para tranquilizarla—. Sólo puedo aconsejarte que seas paciente. Lo mismo que tú me dijiste a mí en cierta ocasión.

—Pero no tengo oportunidad de acercarme a ella —dijo Bant—. Estoy demasiado ocupada aquí, sola en el Templo y pasando el tiempo sin ella.

Obi-Wan comprendía parte de su dolor. Por primera vez en mucho tiempo, él no sabía qué pensaba su Maestro.

En los días que habían pasado desde que Tahl se había ido, la ansiedad de Qui-Gon se había acentuado. Obi-Wan podía verlo. Su Maestro había decidido continuar los ejercicios de rastreo y supervivencia con el entrenamiento físico en el Templo. Qui-Gon se dedicó a ello sin pensárselo dos veces. Estudió con los Maestros Jedi, perfeccionando sus habilidades de combate, su resistencia y su fuerza. Obi-Wan tenía que recordarle a menudo que cenara. Qui-Gon parecía cansado, exhausto.

—Ahora mismo, Qui-Gon y yo estamos distanciados —le confió Obi-Wan—. No sé por qué, pero sé que con el tiempo lo entenderé. Qui-Gon me ha dicho que ambos seguimos siendo individuos. Tenemos preocupaciones y problemas que nos pertenecen sólo a nosotros. No podemos pensar que siempre vamos a entendernos en todo. Lo único importante es el compromiso.

—Pero ¿será importante ese compromiso para Tahl? —preguntó Bant. Sus ojos plateados se clavaron en los de Obi-Wan.

—Creo que sí —respondió Obi-Wan—. Es una Jedi.

—Se suponía que la misión le llevaría dos o tres días, como mucho —dijo Bant preocupada—; pero se fue hace ya casi dos semanas.

Obi-Wan le puso la mano en el hombro. Sus palabras no podían ayudarla. Sólo esperaba que su presencia sí lo hiciera.

***

Qui-Gon intentó abstraerse con el entrenamiento. Si hacía el suficiente ejercicio conseguía mantener las preocupaciones a un lado durante un rato; pero pasaron las semanas y la acuciante sensación de que Tahl le necesitaba seguía rondándole. Ella no había enviado informes al Consejo. Pero eso no era raro. A veces ocurrían cosas que impedían el contacto durante las misiones. Yoda, con su sobriedad habitual, le había dicho que el Consejo no estaba preocupado.

Él era el único que se preocupaba. ¿Significaría eso que se equivocaba?

***

Sólo podía ver los ojos de Tahl. Normalmente brillaban como gemas verdes veteadas de oro. Ahora estaban negros y opacos, llenos de sufrimiento.

Cuando ella le vio, volvieron a brillar. "Es demasiado tarde para mí, amigo mío", dijo.

Qui-Gon se despertó sobresaltado y se llevó la mano al corazón. Si estaba sufriendo, era por la pesadilla que acababa de tener. No era real. Procuró que el ritmo de los latidos de su corazón se atenuara.

El sufrimiento era temporal. Se estaba desvaneciendo mientras su corazón recuperaba el ritmo. Pero la visión... La visión era real.

Dejó caer las piernas por el borde de la cama.
Ya basta
, se dijo a sí mismo. No iba a seguir convenciéndose de que la visión era sólo fruto de su preocupación. No iba a seguir respetando su petición de que la dejara en paz.

Ya bastaba.

Esperó a que terminara el periodo de meditación, cuando los miembros del Consejo se reunían para un breve encuentro. Entonces se dirigió a la Sala del Consejo.

Se encontró con Obi-Wan, que se dirigía al comedor para desayunar. Su padawan supo inmediatamente que tenía algo en mente. Obi-Wan le miró interrogante.

—Voy a la Sala del Consejo —dijo Qui-Gon.

—¿Tahl?

Él asintió.

—Voy contigo.

Qui-Gon estuvo a punto de decirle que no, pero vio la mirada decidida de Obi-Wan. Continuó andando, y Obi-Wan le alcanzó y avanzó a su lado.

Esta vez, Qui-Gon solicitó permiso para entrar. Necesitaba al Consejo de su lado. Se lo dieron.

Entró en la sala y se dio cuenta de que se alegraba de que Obi-Wan estuviera allí.

—Deseo informar al Consejo de que voy a seguir a Tahl a Nuevo Ápsolon —dijo sin preliminares.

—¿Cuál es la razón de esta iniciativa? —preguntó Mace Windu. Luego entrelazó los dedos y frunció el ceño, observando a Qui-Gon.

—Tahl prometió mantener el contacto con el Consejo. No lo ha hecho. Han pasado casi tres semanas desde que se marchó. Y dijo que volvería en menos de una.

—Los Caballeros Jedi no tienen la obligación de cumplir plazos —dijo Mace Windu—, y cada misión requiere su tiempo. Los miembros del Consejo no están preocupados.

—Yo sí lo estoy —dijo Qui-Gon firmemente.

—Completar esta misión sola Tahl quería —dijo Yoda—. Lo mejor para ella es, nosotros creemos.

—He intentado respetar sus deseos —dijo Qui-Gon—, pero percibo el peligro. Lo he visto.

—¿Una visión? —preguntó Yoda—. Sabes ya que las visiones tanto orientarnos como perdernos pueden.

—Ésta ha de orientarme —dijo Qui-Gon.

—Sabes que la confidencialidad de esta misión es crucial para Tahl —dijo Mace Windu—. Quizás ya haya emprendido el viaje de vuelta. Quizá las gemelas ya estén con ella. Esperaremos a que se ponga en contacto con nosotros.

—Yo no —dijo Qui-Gon.

Yoda intercambió una mirada con Mace Windu. Su sorpresa y su desagrado eran obvios.

—De tu preocupación por Tahl en los años, desde que quedó ciega, conscientes somos —dijo Yoda—. Natural es. Pero bueno para ella no. Encontrar su camino ella debe.

—Voy a ir —insistió Qui-Gon.

—Qui-Gon —le advirtió Mace Windu—, no estás escuchando nuestra opinión. Está claro que ya has tomado una decisión y que es inamovible. No es propio de ti tener una mentalidad tan cerrada, no es propio de un Jedi.

Qui-Gon no dijo nada. No iba a discutir con Mace Windu. Pero tampoco iba a abandonar su plan.

—Has de abrir tu mente a otros puntos de vista. Si formamos el Consejo es porque nuestra visión es más amplia que la de un único Jedi.

Qui-Gon se agitó impacientemente.

—Estoy perdiendo un tiempo precioso —dijo.

Obi-Wan le miró atónito. Qui-Gon sabía que había sido una grosería decir eso, pero estaba desesperado por salir del Templo. Daba igual lo que dictara el Consejo, él iba a marcharse.

Mace Windu parecía furioso.

—¿Reunirte con nosotros es una pérdida de tiempo? —señaló con el dedo a Qui-Gon—. Entérate, Qui-Gon Jinn. Si partes en busca de Tahl será en contra de nuestros deseos e indicaciones.

Era la condena más dura que Mace Windu podía dar, a excepción de prohibírselo. Qui-Gon asintió marcial. Se dio la vuelta y salió de la cámara con Obi-Wan pisándole los talones.

No se detuvo, sino que subió inmediatamente al turboascensor. Obi-Wan tuvo que saltar para no quedarse fuera.

—Nunca te había visto ser tan rudo —dijo Obi-Wan, pasándose las manos por el pelo—. ¡Has desafiado a Mace Windu!

El turboascensor se abrió. Qui-Gon salió dando zancadas.

—Qui-Gon, espera, ¿por qué no me hablas?

El Maestro se detuvo y se giró. El rostro de su padawan estaba lleno de preocupación. Podía ver lo angustiado que parecía. Obi-Wan no comprendía que una visión pudiera llegar tan hondo como si el mundo desapareciera y estuvieras viviendo otra realidad. Qui-Gon tenía que encontrar a Tahl. Tenía que verla, cogerla de las manos, mirarle a la cara. Tenía que cerciorarse de que seguía con vida.

—¿Te marcharás hoy a Nuevo Ápsolon? —preguntó Obi-Wan.

—En cuanto encuentre un transporte.

—Entonces voy a por mi equipo de supervivencia. Nos vemos en la plataforma de lanzamiento.

Qui-Gon respiró hondo.

—No, padawan —dijo con toda la amabilidad que pudo—. No puedes venir conmigo. No puedo pedirte que desafíes al Consejo por mi culpa.

—No me lo estás pidiendo —dijo Obi-Wan.

—Hay motivos para que te quedes. No tardaré mucho.

—Eso es lo que dijo Tahl.

Qui-Gon suspiró.

—Pero, al contrario que Tahl, yo estaré en contacto contigo. Te llamaré si te necesito —miró a Obi-Wan a los ojos—. Sabes que lo haré.

Obi-Wan le aguantó la mirada. Qui-Gon se dio cuenta de que su padawan no lo comprendía. Pero, aun así, no daría su brazo a torcer.

—Mi sitio está a tu lado —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon respiró hondo.

—Entonces, vámonos.

Capítulo 4

Antes de aterrizar en Nuevo Ápsolon, Qui-Gon y Obi-Wan cambiaron sus túnicas Jedi por la ropa que solían llevar los viajeros: túnicas cortas con capuchas de colores oscuros, y pantalones de cuero por dentro de las botas. Qui-Gon se cuidaría de ponerse la capucha en el planeta. No creía que le recordaran, pero no quería arriesgarse.

Hicieron descender la nave en una zona de aterrizaje a las afueras de la capital, que también se llamaba Nuevo Ápsolon. La ciudad era grande y ocupaba una superficie de varios kilómetros. El resto del pequeño planeta estaba dedicado a la segunda industria en tamaño: el cultivo de la piedra gris que se empleaba en casi todos los edificios. Había unas pocas ciudades y pueblos más, pero la mayoría de la población vivía en la bulliciosa capital.

Pagaron al propietario para que se quedara con su nave y cogieron un turboascensor a la superficie del planeta.

Llegaron al Sector Obrero de la ciudad. Los edificios no tenían más de seis pisos de alto, y casi todos estaban construidos con duracero de baja calidad. Los otros, con ventanas pequeñas y techos redondeados, estaban hechos de la piedra gris típica del planeta. Qui-Gon reconoció el típico diseño que resultaba demasiado frío en invierno. Más adelante se vislumbraban los elegantes y elevados edificios del Sector Civilizado. Aunque el Sector Obrero estaba más limpio y mejor cuidado de lo que Qui-Gon recordaba, su pobreza contrastaba profundamente con la luminosa ciudad que veían a lo lejos.

Nuevo Ápsolon no parecía tener muchas secuelas de los enfrentamientos civiles que habían derrocado al Gobierno seis años antes. Qui-Gon había visitado planetas que habían destruido sus ciudades durante los años de conflicto. Había visto ruinas, edificios convertidos en escombros y plazas que antaño fueron espléndidas de las que sólo quedaban charcos de barro. Nuevo Ápsolon no mostraba ninguna de esas señales. El Sector Civilizado seguía reluciente. La ciudad siempre había sido un centro tecnológico, y los edificios eran elevados: estructuras impresionantes. Cualquier indicio de un enfrentamiento callejero había sido eliminado hacía tiempo.

Algo que Qui-Gon no recordaba de su última visita era la presencia de unas columnas de cristal blando de aproximadamente su altura e iluminadas por dentro. Estaban situadas en las esquinas de las calles y en las plazas públicas. Algunas formaban grupos y otras estaban solas. Algunas brillaban con una luz blanca, otras con un azul pálido.

—¿Qué crees que son? —preguntó Obi-Wan—. No parecen servir para nada.

Qui-Gon reconoció el cruce de dos calles.

—Aquí estaba la valla electrificada que llevaba al Sector Civilizado —frente a ellos, en una pequeña plaza, se veía el mayor grupo de columnas luminosas que habían encontrado—. Vamos a ver de cerca esas columnas.

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