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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (29 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Lo haré, Philip. Llama a tu abogado. Lo firmaré.

Con decisión este cogió el teléfono y tras hablar con su abogado, le indicó que pasaría por su despacho para cumplimentar lo pactado. Una vez hecho esto, Philip le dio el cheque y ella lo guardó.

—Siento mucho lo que ha pasado entre nosotros. Espero poder devolverte el dinero algún día —le dijo con mirada pesarosa.

—No es necesario, Juliana. Considéralo un regalo para ti y para tu hijo.

—Me avergüenzo de cómo me he portado contigo. Ahora me doy cuenta de que solo tú has sabido tratarme con cariño y respeto. Además de lo excelente amigo que eres a pesar de mi pésimo comportamiento.

Conmovido por aquellas palabras, Philip se acercó a ella y sin poder evitarlo la abrazó. Durante años la había querido, pero ahora solo sentía por ella amistad y pena por el duro momento por el que estaba pasando.

—Olvida lo ocurrido y mira por tu hijo —ella asintió—. Ese bebé cuando llegue al mundo necesitará que su madre vele por él. Juliana, eres una mujer fuerte y con carácter. No desesperes porque tengo claro que tú volverás a ser la dueña de tu vida.

Mirándole con los ojos húmedos por las lágrimas se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla, después se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir se volvió y dijo:

—Phil, eres el mejor. Nunca viviré lo suficiente como para perdonarme haberte perdido.

Dicho esto salió y dejó a Philip con un gesto serio mirando la puerta. Aquel capítulo de su vida había acabado. Pulsó el interfono y dijo a su secretaria:

—Llame a mantenimiento. Quiero que se lleven el sofá que está en mi despacho y lo cambien por otro.

Capítulo 28

A media mañana Karen y Diana pasaron a buscar a Marta y Vanesa. Karen quería enseñarle el vestido que había encargado para la boda y la llevó a su tienda de trajes de fiesta preferida. Ya quedaba menos para el gran día y Karen quería estar guapa.

—Madre mía, Karen —silbó Marta al verla salir del probador—. Con este vestido estás como se diría en España, en dos palabras:
¡Im-prezionante!

Ambas se carcajearon por aquello y Karen mirándose al espejo preguntó:

—¿Mejor éste que el granate?

—Muchísimo mejor. Con este vas estilo Gilda. Recuerda, cuando te quites el guante hazlo con la sensualidad de la Hayworth y caerán todos rendidos a tus pies.

—¿Tú crees?

Marta, consciente de lo bella que estaba Karen, añadió:

—Te tendrás que quitar los moscones ¡a pares! Todos querrán bailar contigo. Ya lo verás.

Karen se miró en el espejo y sonrió. Solo quería impresionar a un moscón y estaba dispuesta a conseguirlo. En ese momento se escucharon las risas de Vanesa y Diana desde un probador cercano.

—Las chicas parecen pasarlo bien —dijo Karen.

Marta sonrió.

Se abrió la tela del probador y ante ellas aparecieron dos increíbles muchachitas vestidas en tonos pastel.

—Oh... my God. You look beautiful!

Marta, al escuchar a Karen, frunció el ceño.

—¿Se puede saber qué has dicho en cristiano?

Divertida por ello, Karen sonrió.

—Ay, perdona. A veces olvido que no sabes inglés. He dicho exactamente: Oh... Dios mío. Estáis preciosas —aclaró.

—Sí —asintió Marta mirando a su hija—. Vestidas de señoritas son dos preciosidades.

Las muchachas, divertidas, se miraban en los espejos de la tienda. Diana vestida de morado y Vanesa de azulón con escote palabra de honor eran como dos princesas. Durante un rato rieron y bromearon con sus madres, hasta que de pronto Marta se fijó en algo oscuro que sobresalía por encima del escote de su hija. Se acercó a ella y al ver lo que era gritó.

—¡Pero bueno Vanesa! ¡¿Cuándo te has hecho ese tatuaje encima del pecho?!

La muchacha al escucharla se paralizó. ¡Lo había descubierto!

—Madre mía... ¡yo te mato! —gritó Marta tirando del vestido hacia abajo para ver el tatuaje.

Aquello era una J que rápidamente dedujo que era de Javier, entrelazada con una V.

—La madre que te parió, Vanesa ¿Cómo has podido hacer esto? — le espetó incrédula al ver aquello.

—Mamá... me apeteció y...

—¿Te apeteció? Ay, Dios —se llevó las manos a la cabeza—. Pero, ¿no te das cuenta que has hecho algo que vas a tener que llevar el resto de tu vida te guste o no? Eso sin contar con que me has mentido y lo has hecho sin mi aprobación.

—Mamá, no te enfades, es que yo...

A partir de ese momento las dos comenzaron a discutir. Karen y su hija las observaban e intentaban mediar, pero Marta estaba muy enfadada. Si algo odiaba era la mentira y más viniendo de su hija. Ella no le había enseñado a ser así. Finalmente, y tras pasar un mal rato, las cuatro salieron de la tienda y se dirigieron a casa de Lola.

Por la tarde, tras lo ocurrido en la tienda, Vanesa y Diana se quedaron en el jardín hablando. Marta estaba muy enfadada y su hija sabía que era mejor no decirle nada. Con un poco de suerte en un par de días se le pasaría. Su madre era así.

Karen observaba con curiosidad cómo Marta, Adrian y Patricia daban los últimos retoques al vestido de novia en la habitación de Marta. La boda se celebraría en dos días y todo estaba ya ultimado. La novia, feliz, se miraba en el espejo y contagiaba su buen rollo a todos.

—Jefa, ¡estás radiante! —sonrió Patricia.

—Ay, Lola, estás para gritarte ¡guapa... guapa... y guapa! — asintió Adrian.


Ozú
... qué zalameros que sois —sonrió la mujer poniéndose roja al ver como la miraban. Pero algo le ocurría a Marta. Estaba demasiado callada. Incluso se fijó en que Vanesa no había aparecido en toda la tarde. Por ello, mirando a los otros que también se había dado cuenta dijo—: Qué sed ¿no tenéis sed?

Dos segundos después todos se marcharon y dejaron a Marta y Lola a solas en la habitación.

—¿Qué os pasa a la niña y a ti? —preguntó Lola acercándose a ella.

—Mejor no preguntes. Pero la niña no para de darme problemas últimamente.

Lola, conmovida por las ojeras de Marta, le cogió del mentón y le indicó:

—Nuestra niña está en una fase complicada y yo sé que tú tienes paciencia para sobrellevarlo. ¿Quién mejor que tú para intentar entenderla? Entre vosotras existe una unión y una confianza maravillosa. ¿Qué puede haber pasado para que estéis así?

—Lola... creo que me he equivocado con Vanesa. Creo que le he dado demasiada libertad y ahora ella cree que en vez de su madre soy una coleguita suya. El problema es que ella se niega a comportarse como ha de hacerlo —dijo acercándose a la ventana—. Se hace tatuajes sin mi permiso, falta al instituto, me contesta terriblemente y se cree más mayor de lo que es desobedeciéndome continuamente. Por todo eso, está castigada. No se moverá de mi lado en todo el fin de semana. Ese es su castigo. Aguantarme.

—Y el tuyo cariño... y el tuyo —suspiró Lola, y asiéndola del brazo dijo separándola de la ventana al ver al hijo de Antonio llegar—. El otro día cuando Philip vino a casa con Genoveva creo que...

—Mira, Lola. No lo tomes a mal, pero de lo último que quiero escuchar hablar ahora es de tu futuro hijastro. Bastantes problemas tengo ya.

Pero Lola no se dio por vencida y sin escucharla dijo:

—Mira... te voy a decir esto te guste o no porque te quiero. Creo que le gustas a Philip y eso,
miarma
, es raro, muy raro — Marta suspiró—. Sois como el cielo y la tierra o como el Betis y el Sevilla. Pero le gustas. Le conozco y se lo noto. Igual que te noto que él te gusta a ti. Pero mi consejo es que si quieres algo con él, dejes esa vida libertina que te has empeñado en llevar últimamente. Tú no eres así,
miarma
. Tú siempre has sido una niña con sentimientos, con honor y con los pies en la tierra.

Escuchar aquello le hizo sonreír, pero sin cambiar el gesto respondió:

—Siento decepcionarte. Pero yo no quiero nada con él. No tengo ni tiempo, ni ganas de que me guste tu hijastro.

—Pues no es eso lo que he visto, ni oído —respondió la mujer.

Mirándola con gesto molesto, Marta indicó.

—Mira, no sé lo que has oído o visto pero créete la mitad. ¿Tú crees que un estirado como Philip y yo podríamos llegar a algo juntos? Oh... por Dios, Lola, parece mentira.

Aquella conversación hizo sonreír a la mujer. El que Marta le hubiera planteado aquella pregunta le indicaba que lo había pensado.

—Dicen, mi cielo, que lo opuesto se atrae.

—Sí, y también dicen que para gustos los colores —se defendió ella—. Y precisamente mi gusto, no es el de ese
guiri
. Y te voy a decir una cosa más. No intentes emparejarme con él durante este fin de semana porque te juro que cojo a Vanesa y me voy para Madrid. Solo me falta otro frente abierto para terminar de volverme loca.

—Necesitas relajarte,
presiosa
mía. Necesitas pasártelo bien.

—Lo que necesito es un buen masaje, unas estupendas vacaciones y olvidarme de los últimos meses. Primero el Musaraña y ahora Vanesa, ¿pretenden volverme loca?

—Necesitas que alguien estabilice tu vida, mi niña. Tú no eres como Patricia y Adrian. Tú eres diferente y un hombre como Phil...

—No. No sigas —interrumpió Marta cada vez más enfadada—. Lo que necesito es que mi vida se relaje y que nadie me la complique más. Por lo tanto, guárdate tus consejos en referencia a tu futuro hijastro y deja que continúe mi vida como yo quiera, ¿vale?

—De acuerdo... de acuerdo —sonrió Lola, quien no pensaba permanecer impasible—. ¿Has terminado con el vestido,
miarma
?

—Sí. Mañana solo hay que plancharlo y ya estará. —De acuerdo. Te espero abajo.

Sin ni siquiera mirarla, Marta comenzó a recoger los bártulos de costura, ¿por qué todo el mundo se empeñaba en meterse en su vida?

Con paso decidido se metió en el baño donde sacó su cepillo de dientes y el de Vanesa. Después se miró en el espejo y decidió cogerse una coleta alta. Estaba sudando. Con los dedos recogió su cabello y quitándose la goma que siempre llevaba en su muñeca se lo sujetó.

«Me van a volver loca. Mi hija con sus cosas. Patri y Adri echándome a los brazos de cualquiera y Lola, buscándome novio. ¿Pero qué les pasa?» pensó malhumorada.

Rumiando sus penas estaba cuando salió del baño y se encontró a Philip sentado en su cama, esperándola. Al verle, Marta ya no pudo razonar. Se quedó paralizada. ¿Su rana inglesa estaba allí?

«Ay Dios ¿pero este hombre embellece por segundos? Y yo con estas pintas», pensó al sentir que le temblaban las rodillas.

Philip, sin moverse de su sitio, la miró y con voz segura dijo haciéndola temblar:

—Necesito hablar contigo.

—¿Ahora?...

—Sí. Ahora.

—Mira... si es para que te de consejos sobre tu vida amatoria con la pelirroja o cualquiera de tus divinas y
estupendosas
citas creo que...

Él sonrió. No estaba dispuesto a irse sin decir lo que tenía que decir. Siempre había ido de frente y con Marta no iba a ser menos. Por ello se acercó a ella y le indicó:

—No es sobre eso. Serán cinco minutos. Te lo prometo.

Una vez consiguió que sus pies reaccionaran, Marta fue hasta su bolso, sacó un cigarrillo y lo encendió. Tras tomar aire se volvió.

—Tú dirás.

—No me gusta que fumes.

Boquiabierta por aquello Marta le apuntó con el dedo y dijo malhumorada:

—Eso me importa un pepino. No pretendo gustarte absolutamente nada.

—Vaya... presiento que te he pillado de buen humor —se mofó—. Por cierto, ¿fuiste finalmente al hotel Garden?

Volviéndose como un morlaco hacia él, blasfemó.

—Mira, guapo ¡no me calientes más que no está el horno para bollos!

Philip no respondió. Pero con una tranquilidad que sacó a Marta de sus casillas primero la miró, y tras sentarse en la cama dijo:

—Me gustas. Hay algo de ti como, por ejemplo, que fumes que no me agrada. Aunque tengo que reconocer que existe gran parte de ti que me encanta y quiero seguir viéndote y conociéndote. —Marta no abrió la boca—. Sé que hemos hecho un trato. Pero no sé por qué extraña circunstancia ese trato ha dejado de gustarme. Odio pensar que otros te besan. Odio pensar que otros te llaman. Y antes de que respondas, te diré que me odio a mí mismo por estar aquí diciéndote esto.

«Ay, madre, ¿por qué?, ¿por qué me tiene que decir esto precisamente hoy?» pensó al punto del infarto.

Philip, al ver que ella no decía nada, sin moverse de su sitio preguntó:

—¿No vas a decir nada?

Tirando la ceniza en su mano, pues no había cenicero, Marta suspiró.

—¿Dónde te has dejado a la pelirroja? —preguntó.

—En el hotel Garden con tu amigo —se mofó él.

Al escucharle, sin poder evitarlo, sonrió. Philip fue a levantarse, pero con un rápido gesto Marta le detuvo.

—Ni un paso más, amigo. ¿Acaso te crees que puedes venir aquí, soltar por tu boquita todo lo que has dicho para que yo caiga rendida a tus brazos?

—Sí.

Furiosa consigo misma por ser incapaz de ser sincera, le dijo:

—Pues lo llevas claro, guapo. Yo no siento lo que tú sientes.

—Mientes —sonrió él acercándose.

—No... no miento.

—Sí. No me engañas. Me lo dicen tus bonitos ojos, tu boca cuando te beso y tu preciosa cara.

—Pero, ¿tú estás tonto? —gimió ella al verle ya demasiado cerca.

—Tus palabras me dicen que mientes. ¿Por qué intentas negarlo,
honey
?

«No... noooooooooooo. No me llames
honey
por Dios que caigo como una imbécil» pensó tras tragar el nudo de emociones que en su garganta pugnaba por ahogarla.

Enfadada por como su cuerpo reaccionaba ante su cercanía, quiso protestar. Pero Philip alargó la mano rápidamente, tiró de ella, y la besó. Devoró sus labios con lujuria mientras Marta sin hacer ni un solo ademán de alejarse, le correspondió.

—Lo ves, sientes lo mismo que yo. No me engañas —susurró roncamente sobre su boca, consiguiendo que en el bajo vientre de Marta comenzaran a revolotear cientos de mariposas.

—¡Mamá!

Aquel aullido hizo que Marta se separara de Philip de un salto. Su hija Vanesa parada en la puerta la miraba con gesto de enfado.

—Puedo pasar a nuestra habitación, o debo esperar fuera a que termines de darte el lote con este tipo —protestó en tono despectivo.

Aquellos malos modales sorprendieron a Philip, quien miró a Marta y vio en ella la decepción y el enfado.

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