Las mujeres de César (97 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Las mujeres de César
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—«¡La esposa de César, como toda la familia de César, debe estar por encima de toda sospecha!»

El día después de celebrarse el sorteo, los treinta lictores de las Curias se reunieron en su arcaica asamblea y aprobaron las
leges Curiae
que investían de
imperium
a cada uno de los nuevos gobernadores.

Y ese mismo día, durante la hora de la tarde que correspondía a la cena, un pequeño grupo de hombres con aspecto importante se presentaron ante el tribunal del
praetor urbanus
, Lucio Calpurnio Pisón, justo a tiempo de impedirle que se marchase a cenar, cosa en la que ya iba retrasado. Con ellos había un número mayor aún de individuos mucho más desaseados que se diseminaron alrededor del tribunal y con amabilidad, pero con firmeza, acompañaron a los curiosos hasta un lugar desde donde no pudieran oír lo que se decía en el tribunal. Asegurada de ese modo la intimidad, el portavoz del grupo exigió que los cinco millones de sestercios concedidos a Cayo Julio César fueran incautados en favor de ellos como parte del pago de las deudas.

Este Calpurnio Pisón no estaba cortado del mismo paño que su primo Cayo Pisón; nieto e hijo de dos hombres que habían hecho fortunas colosales a base de procurar armamento a las legiones de Roma, Lucio Pisón era también pariente cercano de César. Su madre y su esposa eran ambas Rutilias, y la abuela de César había sido una Rutilia de la misma familia. Hasta aquel momento el camino de Lucio Pisón no se había cruzado muy a menudo con el de César, pero solían votar en el mismo lado en la Cámara, y se tenían gran simpatía el uno al otro.

Así que Lucio Pisón, que ahora era pretor urbano, puso muy mala cara ante el pequeño grupo de acreedores y pospuso tomar una decisión hasta que hubiera examinado detalladamente cada uno de los papeles que había en el enorme fajo que le presentaban. Una mala cara de Lucio Pisón como la que puso entonces no era algo fácil de afrontar, porque era uno de los hombres más altos y más morenos de los círculos romanos nobles, con enormes y cerdosas cejas negras; y cuando fruncía el entrecejo a la vez que enseñaba los dientes en una mueca parecida a una sonrisa —dientes unos negros, otros de un color amarillo sucio—, la reacción instintiva de cualquiera que lo presenciase era echarse hacia atrás presa del terror, pues el pretor urbano adquiría para todo el mundo el aspecto de algo feroz capaz de devorar hombres.

Naturalmente, los usureros acreedores esperaban que se tomase una decisión allí y en aquel momento, pero aquellos miembros del grupo que habían abierto la boca para protestar, incluso para insistir en que el pretor urbano se diera prisa porque se las estaba viendo con hombres muy influyentes, ahora decidieron no decir nada y volver al cabo de dos días, como el pretor había dispuesto.

Lucio Pisón además de feo era inteligente, así que no cerró su tribunal en el momento en que los afligidos demandantes se marcharon; la cena tendría que esperar. Siguió resolviendo asuntos hasta que el sol se puso y su pequeño grupo de funcionarios empezó a bostezar. A aquella hora ya no quedaba apenas nadie en el Foso inferior, pero había unos cuantos personajes más bien sospechosos que acechaban en el Foso de los Comicios con las narices asomadas por encima de la grada más alta. ¿Serían alguaciles de los prestamistas? Sin lugar a dudas.

Después de una breve conversación con sus seis lictores, Lucio Pisón se marchó vía Sacra arriba en dirección a la Velia, con sus acompañantes avanzando con inusitada rapidez; cuando pasó junto a la
domus publica
no le echó ni una mirada. Se detuvo enfrente de la entrada del pórtico Margaritaria, se agachó para hacerse algo en el zapato y los seis lictores se arracimaron a su alrededor, al parecer para ayudarle. Luego él se puso en pie y continuó su camino, todavía muy por delante de aquellos personajes sospechosos, que se habían parado cuando vieron que él se detenía.

Lo que ellos no podían ver desde una posición tan rezagada era que ahora la alta figura con la toga bordada de color púrpura iba precedida sólo por cinco lictores; Lucio Pisón había cambiado su toga por la del lictor más alto y se había escabullido dentro del Porticus Margaritaria. Una vez dentro, buscó una salida en la parte que daba a la
domus publica
y fue a parar al descampado que los tenderos utilizaban como vertedero de basuras. Hizo un rollo con la sencilla toga blanca del lictor y la metió en una caja vacía; escalar el muro del jardín peristilo de César no era tarea apropiada para una toga.

—Espero que tengas un vino decente en ese jarro tan elegante —dijo al entrar pausadamente en el despacho de César ataviado sólo con una túnica.

Pocas personas vieron alguna vez a César asombrado, pero Lucio Pisón si lo vio.

—¿Cómo has entrado? —le preguntó César mientras le servía el vino.

—Del mismo modo que salió de aquí Publio Clodio, según el rumor que corre. —¿Es que vas esquivando maridos airados a tu edad, Pisón? ¡Qué vergüenza!

—No, esquivando a alguaciles de los prestamistas —dijo Pisón bebiendo con avidez.

—¡Ah! —César se sentó—. Sírvete cuanto quieras, Pisón, te has ganado todo el contenido de mi bodega. ¿Qué ha sucedido?

—Hace cuatro horas se presentaron en mi tribunal algunos de tus acreedores, los menos sanos, diría yo, para exigir que yo embargase tu estipendio de gobernador, y puedo decirte que lo hicieron además con mucho secreto. Sus secuaces ahuyentaron de allí a todo el mundo, y procedieron a exponer su caso en completa intimidad. De lo cual deduzco que no deseaban que lo que estaban haciendo llegase a tus oídos… cosa rara, por decir poco. —Pisón se levantó y se sirvió otra copa de vino—. Me tuvieron vigilado durante el resto del día, e incluso me han seguido cuando he salido para marcharme a casa. Así que cambié mi lugar con el más alto de mis lictores y me metí por las tiendas de aquí al lado. Tienen vigilada la
domus publica
, lo he visto al pasar por delante subiendo la cuesta.

—Entonces me voy por donde tú has venido. Cruzaré el
pomerium
esta noche y asumiré mi
imperium
. Una vez que yo tenga
imperium
nadie puede tocarme.

—Dame autorización para que yo retire tu estipendio mañana a primera hora y te lo llevaré al Campo de Marte. Sería mejor que lo invirtieras aquí, pero, ¿quién sabe qué será lo siguiente que se les ocurra a los
boni
? Desde luego, están a la que salta con tal de cogerte, César.

—Me doy buena cuenta de ello.

—No creo que puedas pagarles a esos desgraciados algo a cuenta, ¿verdad? —dijo Pisón volviendo a fruncir el entrecejo.

—Iré a ver a Marco Craso cuando salga de aquí esta noche.

—¿Quieres decir que puedes acudir a Marco Craso? —preguntó Lucio Pisón con incredulidad—. Si puedes hacerlo, ¿por qué no lo has hecho hace meses… hace años?

—Es amigo mío, no podía pedírselo.

—Sí, lo comprendo, pero yo no sería tan estirado si se tratase de mí. Pero claro, yo no soy un Julio. Se hace muy duro para un Julio estar en deuda con alguien, ¿no?

—Así es. Sin embargo, él me lo ofreció, y eso me lo pone más fácil.

—Pon esa autorización por escrito, César. No puedes llamar para que me traigan comida aquí, y estoy hambriento. Así que me voy a casa. Además, Rutilia estará preocupada.

—Si tienes hambre, Pisón, puedo darte algo de comer —le dijo César, que ya se había puesto a escribir—. Mis criados son de toda confianza.

—No, tienes mucho que hacer. César terminó de escribir la carta, la enrolló, la cerró con cera derretida caliente y la selló con el anillo.

—No tienes necesidad de saltar por encima del muro, si quieres puedes hacer una salida más digna. Las vestales están en sus aposentos, puedes salir por la puerta lateral.

—No, no puedo —rehusó Pisón—. He dejado la toga de mi lictor ahí al lado. Puedes ayudarme a subir al muro.

—Estoy en deuda contigo, Lucio —le dijo César cuando entraron en el jardín—. Puedes estar seguro de que no olvidaré esto.

Julia se había acostado, así que César tenía que hacer una dolorosa despedida menos. Sólo con su madre ya lo tenía bastante difícil.

—Debemos estarle agradecidos a Lucio Pisón —dijo ella—. Mi tío Publio Rutilio estaría muy contento, si viviera.

—Así sería. Pobre viejo.

—Tendrás que trabajar mucho en Hispania para poder salir de deudas, César.

—Sé cómo hacerlo,
mater
, así que no te preocupes. Y mientras tanto, estarás a salvo por si a tipos abominables como Bíbulo les da por intentar aprobar una ley u otra que permita a los acreedores cobrar de los familiares de un hombre. Voy a ver a Marco Craso esta noche.

Aurelia se quedó mirándolo.

—Creí que no lo harías.

—El me lo ha ofrecido.

«¡Oh, Bona Dea, Bona Dea, gracias! Tus serpientes tendrán huevos y leche todo el año», pensó Servilia. Pero en voz alta lo único que dijo fue:

—Entonces es un verdadero amigo.

—Mamerco hará las funciones de pontífice máximo. Vigila a Fabia y asegúrate de que el pequeño mirlo no se convierta en Catón. Burgundo sabe lo que tiene que poner en mi equipaje. Estaré en la villa alquilada de Pompeyo, no le importará tener un poco de compañía ahora que no tiene nada que hacer.

—¿Así que no fuiste tú el que tuvo un lío con Mucia Tercia?

—¡Mater! ¿Cuántas veces he estado yo en Picenum? Busca a un picentino y estarás cerca del objetivo.

—¿Tito Labieno? ¡Oh, dioses!

—¡Qué lista eres! —César le cogió la cara entre las manos y la besó en la boca—. Cuídate, por favor.

Trepó por el muro con más ligereza que Lucio Pisón y que Publio Clodio; Aurelia permaneció de pie durante bastante rato contemplándolo, luego dio media vuelta y entró. Hacía frío.

Frío hacía, pero Marco Licinio Craso estaba exactamente en el lugar donde César pensaba que estaría: en sus oficinas detrás del Macellum Cuppedenis, trabajando diligentemente a la luz de tan pocas lámparas como le permitían sus ojos de cincuenta y cuatro años; llevaba una bufanda alrededor del cuello y un chal echado por los hombros.

—Te mereces cada sestercio que ganas —dijo César al entrar en la amplia habitación con tanto sigilo que Craso dio un salto al oírlo hablar.

—¿Cómo has entrado?

—Exactamente la misma pregunta le he hecho yo a Lucio Pisón hace un rato. El había trepado por el muro de mi peristilo. Yo he forzado la cerradura.

—¿Que Lucio Pisón ha trepado por el muro de tu peristilo?

—Sí, para poder darles esquinazo a los alguaciles que rodean mi casa por todas partes. Todos aquellos acreedores que no me fueron recomendados ni por ti ni por mi amigo gaditano Balbo se han presentado hoy en el tribunal de Pisón y han solicitado que se embargase mi estipendio.

Craso se recostó en la silla y se frotó los ojos.

—Tienes una suerte verdaderamente fenomenal, Cayo. Te corresponde en el sorteo la provincia que querías, y tus acreedores más sospechosos van a presentarle esa demanda precisamente a tu primo. ¿Cuánto quieres?

—Sinceramente, no lo sé.

—¡Tienes que saberlo!

—Esa fue la única pregunta que olvidé hacerle a Pisón.

—¡Vaya, qué típico de ti! Si fueras cualquier otro, te echaría al Tíber pensando que eras la peor apuesta del mundo. Pero en cierto modo noto en mis huesos que tú vas a ser más rico que Pompeyo. No importa desde qué altura caigas, siempre aterrizas de pie.

—Deben de ser más de cinco millones, porque han pedido la cantidad entera del estipendio.

—Veinte millones —dijo Craso al instante.

—Explícate.

—Un cuarto de veinte millones les proporcionaría unas ganancias que merecerían la pena, puesto que tú estás sometido a interés compuesto desde hace por lo menos tres años. Probablemente pediste prestado tres millones en total.

—¡Tú y yo, Marco, nos hemos equivocado de profesión! —le dijo César echándose a reír—. Nosotros tenemos que recorrer medio mundo, hacer ondear nuestras águilas y espadas ante bárbaros salvajes, exprimir a los plutócratas autóctonos con más fuerza que un niño estruja a un cachorrito, hacernos completamente odiosos a las personas que deberían estar prosperando debajo de nosotros, y luego responder ante el pueblo, el Senado y el Tesoro en el momento en que llegamos a casa. Y todo ese tiempo podríamos estar ganando más dinero aquí, en Roma. —Yo gano muchísimo en Roma —dijo Craso.

—Pero tú no prestas dinero con intereses.

—¡Yo soy un Licinio Craso!

—Precisamente.

—Veo que estás vestido para un viaje. ¿Significa eso que te marchas?

—Hasta el Campo de Marte. Una vez que asuma mi
imperium
mis acreedores no podrán hacer nada. Pisón cobrará mi estipendio mañana por la mañana y me lo llevará.

—¿Cuándo verá a tus acreedores de nuevo?

—Pasado mañana a mediodía.

—Muy bien. Yo estaré en el tribunal cuando lleguen los prestamistas. Y no sufras demasiado, César. Muy poco dinero mío se llevarán esos tipos consigo, si es que se llevan algo. Seré fiador de cualquier cantidad que Pisón estipule. Con Craso respaldándote, no les quedará más remedio que esperar.

—Entonces te dejo en paz. Te estoy muy agradecido.

—No le des importancia. Puede que algún día yo te necesite a ti con la misma desesperación. —Craso se levantó, cogió una lámpara y acompañó a César toda la escalera abajo hasta la puerta—. ¿Cómo has podido ver para subir? —le preguntó.

—Siempre hay algo de luz, incluso en la escalera más oscura.

—Pues eso me lo pone más difícil.

—¿Qué?

—Pues, verás —dijo el imperturbable—, yo había pensado erigirte una estatua en un lugar muy público el día que seas elegido cónsul por segunda vez. Iba a encargarle al escultor que hiciera una bestia con parte de león, parte de lobo, parte de anguila, parte de comadreja y parte de ave fénix. Pero entre que aterrizas de pie, que puedes ver en la oscuridad y que vagas como un gato en celo por Roma, tendré que hacer que pinten toda la estatua a rayas, como un tigre.

Como nadie tenía un establo dentro de las murallas Servias, César salió de Roma a pie, aunque no siguió ninguna ruta que a ningún avispado usurero se le ocurriera vigilar. Ascendió por el Vicus Patricii hasta el Vicus Malum Punicum, giró por el Vicus Longus y salió de la ciudad por la puerta Colline. Desde allí atajó por la cima Pincia, donde una colección de animales salvajes divertían a los niños cuando hacía buen tiempo, de modo que llegó a la morada temporal de Pompeyo desde arriba. Esta, desde luego, tenía establos debajo; en lugar de despertar al soldado, se hizo una cama con paja limpia y se tumbó allí, aunque permaneció completamente despierto hasta que salió el sol.

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