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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (12 page)

BOOK: Las muertas
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La encontré en el comedor, temblorosa y desencajada. Le pregunté qué le sucedía y ella me dijo que había tenido un día agitado por haberse puesto Blanca muy grave. La vi tan nerviosa que me despedí de ella, cené en el hotel Gómez y pasé la noche en el cuartel. Al día siguiente Serafina me dijo que habían tenido que llevar a Blanca al hospital.

—Espero que sea al Civil —dije yo.

Ella me contestó que, en efecto, la habían llevado al Hospital Civil.

Al capitán Bedoya le pareció siempre una locura que las Baladro gastaran dinero en Blanca. Cuando la internaron en el sanatorio del doctor Meneses, varios testigos oyeron al capitán comentar lo siguiente:

—Es tirar el dinero. Es posible que esa mujer vuelva a caminar pero la cara no se la compone nadie, ¿y de qué sirve una puta que da miedo?

Cuando Blanca fue llevada al Casino del Danzón ya enferma, Serafina prefirió no decirle nada al capitán, hasta que éste salió un día al corral y encontró a la paralítica acostada en la artesa, debajo del limonero.

—¿Qué es esto? —dicen que preguntó a varias mujeres que estaban allí cerca.

Ellas le dijeron que era Blanca. Entonces el capitán dijo:

—Esta mujer ya no sirve. Lo que deberían hacer es llamar a Ticho para que la lleve en la noche cargando a los basureros y la deje allí, para que se la coman los perros.

(Estos comentarios del capitán fueron posiblemente el motivo de que Serafina prefiriera no revelarle la verdadera suerte de Blanca).

Dice el capitán:

Una noche de principios de agosto, cuando estábamos en la cama, ya a oscuras, Serafina me dijo que estaba perdiendo esperanza de poder reabrir el negocio. A mí me dio gusto que empezara a ver la razón, porque yo esa esperanza la había perdido hacía mucho tiempo. Pero no se me ocurrió preguntarle qué era lo que la hacía pensar así.

A la mañana siguiente desperté de buen humor, me puse los calzones y la guayabera y salí al corredor a respirar el aire fresco de la mañana. Era un día sin nubes, como si fuera de tiempo desecas. Por eso miré al cielo y vi los zopilotes. Eran dos y volaban en círculos, alrededor de un punto que parecía estar encima de mi cabeza.

Le juro que soy ateo, pero sentí una sensación tan fea que me persigné.

Fragmento del careo entre Aurora Bautista y Eustiquio Natera, alias Ticho:

Aurora Bautista
: ¿No es cierto que un día estabas entrando en la casa con un costal de carbón en la espalda cuando doña Arcángela te dijo, «corta una rama de cazahuate y ve a espantar esos animales que andan en el corral», no es cierto que eso te dijo?

Ticho
: No recuerdo la ocasión.

Aurora Bautista
: ¿Tampoco te acuerdan de que fuiste a la mata y cortaste una rama grandecita y fuiste con ella a donde estaban los zopilotes y los espantaste y ellos revolotearon y volvieron a pararse en el piso?

Ticho
: En los años que tengo de vida he espantado zopilotes varias veces. No sé cuál de ellas es la que quieres que tenga presente.

Aurora Bautista
: La vez que doña Serafina se desesperó, sacó la pistola, te la entregó y te dijo, “mátalos a balazos”, y entonces la señora Arcángela salió al corredor y les dijo, “¿qué es lo que quieren, asustar al vecindario?” ¿Ya no te acuerdas?

Ticho
: Yo creo que no era yo el que estaba allí.

Aurora Bautista
: ¿No eras tú tampoco el que estaba en la cocina con la Calavera, Luz María y conmigo, cuando entró el capitán Bedoya a pedir un jarro de agua, y después de bebérselo dijo, “no sé de dónde viene esta jediondez”, y la Calavera le contestó, “del perro que se murió en la casa de junto”? ¿No eras tú el que estaba allí sentado, comiéndose una tortilla?

(Ticho contesta con evasivas a ésta y a las siguientes preguntas de Aurora Bautista:)

¿No es cierto que una tarde llegaste con un bote redondito y doña Arcángela te preguntó, «cuánto te costó la gasolina»?

¿No te acuerdas de que esa noche sacaste la pala y el pico y estuviste escarbando en el corral?

¿…y que más noche encendiste una lumbrera que duró mucho rato y que al día siguiente amaneció el aire apestoso?

Ticho
: Yo creo que lo que dices lo viste en sueños. Nunca pasó.

12
EL CATORCE DE SEPTIEMBRE

1

El catorce de septiembre de 1963 las hermanas Baladro se reunieron con el señor Sirenio Pantoja —propietario de casas de prostitución en Jaloste— con el objeto de tratar la venta de las últimas quince mujeres que les quedaban. Esta decisión de parte de ellas indica que habían perdido toda esperanza de volver a abrir un negocio.

La reunión se llevó a cabo en una nevería de Pedrones llamada La Siberia, a las once de la mañana. Las Baladro tenían la obsesión de que don Sirenio no sospechara que estaban viviendo en el Casino del Danzón —el trato anterior, en el que le vendieron al mismo señor once mujeres, se efectuó en una banca de la Alameda en Pedrones— sin tener en cuenta probablemente que las mujeres que le vendían sabían este secreto.

Según parece, en la segunda ocasión don Sirenio quiso obtener condiciones más favorables —eran ellas las que lo habían buscado para proponerle el negocio y no él a ellas, como había ocurrido la primera vez—. Alegó haber tenido fuertes gastos recientemente y ofreció trescientos pesos por cada mujer. Las Baladro rechazaron el ofrecimiento e hicieron gestos como de que se retiraban ofendidas. Don Sirenio ofreció cuatrocientos. Las Baladro se quedaron en la nevería regateando. Cuando don Sirenio ofreció seiscientos y ellas estuvieron de acuerdo en vender, habían perdido la mañana, con los resultados que se verán más adelante.

2

El balcón que hay en el cabaret del Casino del Danzón no aparece en el proyecto original que hizo el arquitecto, rompe la ilusión que el resto del decorado pretende producir en el espectador —la de estar en el fondo del mar— y provocó, dicen, protestas apasionadas del joven decorador que había asesorado a las Baladro en la construcción del burdel. A pesar de tantos defectos, allí está el balcón.

Fue idea de Serafina quien en su viaje a Acapulco vio desde la calle, y nunca olvidó, a un trío de cancioneros, que acompañándose de guitarras cantaban desde un balcón, mientras unos turistas comían en un patio. Se le ocurrió que en una noche de gala —es decir, cuando llegaba algún político o personaje importante con sus amigos y hacía que se cerrara el local al público— hubiera sido bonito contratar a un trío, y que cuando menos esperaran los que estaban abajo, se abriera el balcón, aparecieran los cancioneros y le cantaran «Las Mañanitas» al que pagaba la cuenta.

El balcón se construyó, pero nunca llegaron a él los cancioneros. Sirvió para que en él aparecieran Arcángela y el licenciado Canales el día de la inauguración, cuando éste dio el grito que le costó el trabajo, sirvió para que Arcángela y Serafina vieran cómo se hacía la curación de Blanca y también sirvió para lo que a continuación se verá.

Conviene advertir que el barandal de fierro que había en el balcón nunca quedó bien puesto. El herrero que lo fabricó advirtió al maestro de obras que el barandal estaba mal colocado; el maestro de obras, después de cerciorarse de que, en efecto, el barandal estaba mal colocado, ordenó a un albañil que lo reforzara, el albañil, a su vez, prometió reforzarlo y nunca lo reforzó.

Meses después, ya terminada la obra, Arcángela comentó:

—Es fuerza que arreglen este barandal, porque está suelto. Si alguien se recarga aquí con ganas, lo desprende y se va de cabeza hasta el piso —que está cuatro metros más abajo.

Después de este comentario nadie volvió a acordarse del barandal hasta el 14 de septiembre.

3

Para llegar al balcón se pasa por el corredor que da a los cuartos. En el corredor estaban las mujeres al principio del pleito, dicen quienes las vieron.

La imagen es más o menos así: hay dos mujeres con las caras muy cerca una de la otra, frente a frente, cada una está aferrada con ambas manos de las greñas de la otra. Tienen las facciones descompuestas, los ojos a veces cerrados por el dolor, a veces desorbitados, la boca torcida, les escurre una baba espumosa, los vestidos desarreglados y rotos —por un escote asoman los pedazos de un brassiere—. Se mueven al mismo tiempo, muy juntas, como si estuvieran bailando: tres pasos para allá, dos para acá, de vez en cuando un pisotón, un puntapié en la espinilla, un rodillazo en la barriga. Los ruidos que hacen las mujeres son casi animales: pujidos, quejidos, resoplidos, de vez en cuando, una palabra corta y malsonante —«puta», etc.

Cuando el pleito empezó las dos mujeres estaban solas, pero duró tanto que todas las que vivían en la casa se dieron cuenta de que algo raro pasaba y se fueron acercando al corredor para ver el espectáculo. (A esas horas la Calavera está en el mercado).

Trece mujeres contemplan a dos desgreñarse sin que ninguna intervenga para separarlas. Esto es porque las dos que están peleando son «amigas del alma», es decir, son amantes, y las demás consideran que su pleito es asunto privado en el que no debe intervenir la comunidad. A esto se debe que durante un rato las mujeres hayan visto en silencio y con interés una lucha aguerrida pero pareja —un empujón para acá, un jalón para allá—, creyendo que estaba destinada a terminar con el agotamiento de las peleantes. El final del pleito hubiera sido incruento si las Baladro, que estaban en ese momento afuera de la casa, bajándose del coche del Escalera, se hubieran dado prisa: hubieran estado a tiempo para dar un grito y establecer las paces. O bien, si las que estaban peleando no hubieran tenido la mala suerte de acercarse al balcón, de darle una a otra un jalón muy fuerte, de golpear la otra el barandal con la nalga, de desprenderse el barandal y de precipitarse las dos, agarradas todavía de las greñas, de cabeza hasta el piso. Sus cráneos se estrellaron contra el cemento y se rompieron como huevos. En ese momento terminaron las dos sus vidas. Se llamaban Evelia y Feliza.

4

Las Baladro habían entrado por la puerta de la casa de la señora Benavides, estaban cruzando el boquete que unía las dos casas y entrando en su comedor cuando oyeron pasos, traspiés, pujidos. Arcángela estaba a punto de preguntar «¿qué pasa?», cuando oyó, primero un golpe sonoro —nalga contra barandal—, después un crujido —el barandal se desprende—, golpe reverberante —barandal contra el piso—, golpe seco —cabezas contra cemento. Es posible que alguna de las que vieron ocurrir el accidente haya gritado, que una o varias mujeres hayan bajado por la escalera corriendo, pero la muerte acaba siempre por imponer su silencio en los que la contemplan.

Podemos suponer entonces que cuando las Baladro abrieron la puerta que da de la casa al cabaret, todo estaba en silencio. Entraron en un recinto lleno de polvo calizo y fueron distinguiendo, primero los fierros retorcidos, después las muertas, y por último, al levantar la mirada, en el marco del balcón sin barandal, cinco, seis y más mujeres que miran hacia abajo.

Podemos pasar por alto los equívocos —¿quién las empujó?—, las recriminaciones —ustedes tuvieron la culpa, por no separarlas—, etc. Las Baladro han de haber terminado por entender que toda la responsabilidad era de las víctimas. Descubrieron también, en uno de los cadáveres, el motivo posible del pleito: los dientes de oro de Blanca. Evelia tenía los dientes de oro de Blanca en el brassiere: la única parte de su ropa en donde se podía guardar algo, porque usaba vestidos escotados de una pieza, sin mangas y sin bolsas.

La historia de los dientes de oro de Blanca es la siguiente: Arcángela intentó quitárselos a su dueña cuando ésta estaba enferma, sin lograrlo; cuando Blanca murió, Arcángela tenía tantas preocupaciones, que se olvidó de quitarle los dientes a la muerta; en cambio, cuando hubo necesidad de desenterrar el cadáver para quemarlo, Arcángela se acordó de los dientes y decidió recuperarlos. Fue entonces cuando descubrió que habían desaparecido.

No dijo nada, pero pasó semanas cavilando. Una de las mujeres que vivían en la casa se había robado los dientes de Blanca. Ella —Arcángela—, Serafina, Ticho y la Calavera estaban por encima de toda sospecha —porque así le daba la gana pensarlo a Arcángela—; por consiguiente, la culpable tenía que ser alguna de las cuatro mujeres que habían tomado parte en la curación y después en el entierro. Al llegar a este punto del razonamiento la mente se le ofuscaba, por eso no había podido resolver el misterio: la culpable no sólo se cobijaba bajo el techo que ella y su hermana habían mandado construir con su dinero, sino que estaba comiéndose las tortillas que ella y su hermana compraban. Y se había robado los dientes de oro, que a ellas les correspondían por derecho, como justa compensación de todos los sacrificios —y gastos tremendos— que habían tenido que hacer cuando Blanca estuvo enferma.

Este misterio quedó aclarado aquel 14 de septiembre. Los dientes medio asomaban en el brassiere de Evelia ya muerta. Arcángela, cuando andaba entre los escombros, los vio, los recogió, los guardó en su bolsa y se los vendió a un joyero de Pedrones quince días después en quinientos pesos. La culpable, al ser descubierta, no sólo retribuyó lo robado, sino que ya estaba castigada.

5

El desenlace abrupto deja una parte de la historia en secreto. Sólo pueden hacerse suposiciones. Las relaciones entre Evelia y Feliza duraron diez años, dicen sus compañeras. Fueron amantes constantes y apacibles, puestas como ejemplo y envidiadas por algunas de las otras empleadas. Según las descripciones, cumplían fielmente con sus obligaciones en el burdel, pero vivían como marido y mujer —Feliza le llevaba a Evelia el plato a la mesa y le remendaba la ropa, Evelia guardaba el dinero que ganaba Feliza—. Después de diez años de vivir en perfecta armonía, sin haber dado señales de discrepancia —en el tendedero estaba colgado el refajo de Evelia que había lavado Feliza—, acabaron matándose.

La explicación del desenlace debemos quizá buscarla en los dientes de oro de Blanca.

Años antes, cuando Blanca inventó la variedad en la que tenían que participar tres mujeres, escogió como compañeras de actuación a Evelia y a Feliza. Parece que entre las tres se estableció una relación que duró más que la variedad y más que la salud de Blanca. Evelia y Feliza visitaron a Blanca en el hospital del doctor Meneses, ayudaron al Escalera a subirla en el coche, después de que Serafina firmó los papeles que daban de baja a la enferma en el Hospital Civil de San Pedro de las Corrientes, ellas eran también quienes bajaban cargando a Blanca de su cuarto todas las mañanas, para ponerla en la artesa que estaba debajo del limonero, y quienes la subían cargando en las tardes a su cuarto otra vez, ellas quisieron tomar parte en la curación —Feliza fue quien trató de darle a beber Coca cola a la enferma para revivirla, Evelia fue quien fue a buscar la cobija—.

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