Z
APATERA.
(Guasona.)
Yo no
estoy acostumbrada a esos lujos. Siéntese usted en el estrado, métase usted en la cama, mírese usted en los espejos y póngase con la boca abierta debajo de las palmeras esperando que le caigan los dátiles, que yo de zapatera no me muevo.
A
LCALDE. Ni yo de alcalde. Pero que te vayas enterando que no por mucho despreciar amanece más temprano.
(Con retintín.)
Z
APATERA. Y que no me gusta usted ni me gusta nadie del pueblo. ¡Que está usted muy viejo!
A
LCALDE.
(Indignado.)
Acabaré metiéndote en la cárcel.
Z
APATERA. ¡Atrévase usted!
(Fuera se oye un toque de trompeta floreado y comiquísimo.)
A
LCALDE. ¿Qué será eso?
Z
APATERA.
(Alegre y ojiabierta.)
¡Títeres!
(Se golpea las rodillas. Por la ventana cruzan dos Mujeres.)
V
ECINA
R
OJA. ¡Títeres!
V
ECINA
M
ORADA. ¡Títeres!
N
IÑO.
(En la ventana.)
¿Traerán monos? ¡Vamos!
Z
APATERA.
(Al Alcalde.)
¡Yo voy a
cerrar la puerta!
N
IÑO. ¡Vienen a tu casa!
Z
APATERA. ¿Sí?
(Se acerca a la puerta.)
N
IÑO. ¡Míralos!
E
SCENA
IV
Por la puerta aparece el Zapatero disfrazado. Trae una trompeta y un cartelón enrollado a la espalda, lo rodea la gente. La Zapatera queda en actitud expectante y el Niño salta por la ventana y se coge a sus faldones.
Z
APATERO. Buenas tardes.
Z
APATERA. Buenas tardes tenga usted, señor titiritero.
Z
APATERO. ¿Aquí se puede descansar?
Z
APATERA. Y beber, si usted gusta.
A
LCALDE. Pase usted, buen hombre y tome lo que quiera, que yo pago.
(A los Vecinos.)
Y vosotros,
¿qué hacéis ahí?
V
ECINA
R
OJA. Como estamos en lo ancho de la calle no creo que le estorbemos.
(El Zapatero mirándolo todo con disimulo deja el rollo sobre la mesa.)
Z
APATERO. Déjelos, señor Alcalde… supongo que es usted, que con ellos me gano la vida.
N
IÑO. ¿Dónde he oído yo hablar a este hombre?
(En toda la escena el Niño mirará con gran extrañeza al Zapatero.)
¡Haz ya los títeres!
(Los Vecinos ríen.)
Z
APATERO. En cuanto tome un vaso de vino.
Z
APATERA.
(Alegre.)
¿Pero los va usted a hacer en mi casa?
Z
APATERO. Si tú me lo permites.
V
ECINA
R
OJA. Entonces, ¿podemos pasar?
Z
APATERA.
(Seria.)
Podéis pasar.
(Da un vaso al Zapatero.)
V
ECINA
R
OJA.
(Sentándose.)
Disfrutaremos un poquito.
(El Alcalde
se sienta.)
A
LCALDE. ¿Viene usted de muy lejos?
Z
APATERO. De muy lejísimos.
A
LCALDE. ¿De Sevilla?
Z
APATERO. Échele usted leguas.
A
LCALDE. ¿De Francia?
Z
APATERO. Échele usted leguas.
A
LCALDE. ¿De Inglaterra?
Z
APATERO. De las Islas Filipinas.
(Las Vecinas hacen rumores de admiración. La Zapatera está extasiada.)
A
LCALDE. ¿Habrá usted visto a los insurrectos?
Z
APATERO. Lo mismo que les estoy viendo a ustedes ahora.
N
IÑO. ¿Y cómo son?
Z
APATERO. Intratables. Figúrense ustedes que casi todos ellos son zapateros.
(Los Vecinos miran a la Zapatera.)
Z
APATERA.
(Quemada.)
¿Y no
los hay de otros oficios?
Z
APATERO. Absolutamente. En las Islas Filipinas, zapateros.
Z
APATERA. Pues puede que en las Filipinas esos zapateros sean tontos, que aquí en estas tierras los hay listos y muy listos.
V
ECINA
R
OJA.
(Adulona.)
Muy bien hablado.
Z
APATERA.
(Brusca.)
Nadie le ha preguntado su parecer.
V
ECINA
R
OJA. ¡Hija mía!
Z
APATERO.
(Enérgico, interrumpiendo.)
¡Qué rico Vino!
(Más
fuerte.)
¡Qué requeterrico vino!
(Silencio.)
Vino de uvas negras como el alma de algunas mujeres que yo conozco.
Z
APATERA. ¡De las que la tengan!
A
LCALDE. ¡Chis! ¿Y en qué consiste el trabajo de usted?
Z
APATERO.
(Apura el vaso, chasca la lengua y mira a la Zapatera.)
¡Ah! Es un trabajo de poca apariencia y de mucha ciencia. Enseño la vida por dentro. Aleluyas son los hechos del zapatero mansurrón y la Fierabrás de Alejandría, vida de don Diego Corrientes, aventuras del guapo Francisco Esteban y, sobre todo, arte de colocar el bocado a las mujeres parlanchinas y respondonas.
Z
APATERA. ¡Todas esas cosas las sabía mi pobrecito esposo!
Z
APATERO. ¡Dios lo haya perdonado!
Z
APATERA. Oiga usted…
(Las Vecinas se ríen.)
N
IÑO. ¡Cállate!
A
LCALDE.
(Autoritario.)
¡A callar! Enseñanzas son esas que convienen a todas las criaturas. Cuando usted guste.
(El Zapatero desenrolla el cartelón en el que hay pintada una historia de ciego, dividida en pequeños cuadros, pintados con almazarrón y colores violentos. Los Vecinos inician un movimiento de aproximación y la Zapatera se sienta al Niño sobre sus rodillas.)
Z
APATERO. Atención.
N
IÑO. ¡Ay, qué precioso!
(Abraza a la Zapatera, murmullos.)
Z
APATERA. Que te fijes bien por si acaso no me entero del todo.
N
IÑO. Más difícil que la historia sagrada no será.
Z
APATERO. Respetable público: Oigan ustedes el romance verdadero y sustancioso de la mujer rubicunda y el hombrecito de la paciencia, para que sirva de escarmiento y ejemplaridad a todas las gentes de este mundo.
(En tono lúgubre.)
Aguzad vuestros oídos y entendimiento.
(Los Vecinos alargan la cabeza y algunas Mujeres se agarran de las manos.)
N
IÑO. ¿No te parece el titiritero, hablando, a tu marido?
Z
APATERA. Él tenía la voz más dulce.
Z
APATERO. ¿Estamos?
Z
APATERA. Me sube así un repeluzno.
N
IÑO. ¡Y a mí también!
Z
APATERO.
(Señalando con la varilla.)
En un cortijo de Córdoba,
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera.
(Expectación.)
Ella era mujer arisca,
él hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
(Está pintada en el cartel una mujer que mira de manera infantil y cómica.)
Z
APATERA. ¡Qué mala mujer!
(Murmullos.)
Z
APATERO.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempos de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
¡Ay, qué limón, limón
de la limonera!
¡Qué apetitosa
talabartera!
(Los Vecinos ríen.)
Ved cómo la cortejaban
mocitos de gran presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar adrede
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
(Muy dramático y cruxando las manos.)
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
(La Zapatera, que ha estado dando suspiros, rompe a llorar.)
Z
APATERO.
(Volviéndose.)
¿Qué os pasa?
A
LCALDE. ¡Pero, niña!
(Da con la vara.)
V
ECINA
R
OJA. ¡Siempre llora quien tiene por qué callar!
V
ECINA
M
ORADA. ¡Siga usted!
(Los Vecinos murmuran y sisean.)
Z
APATERA. Es que me da mucha lástima y no puedo contenerme, ¿lo ve usted?, no puedo contenerme.
(Llora queriéndose contener, hipando de manera comiquísima.)
A
LCALDE. ¡Chitón!
N
IÑO. ¿Lo Ves?
Z
APATERO. ¡Hagan el favor de no interrumpirme! ¡Cómo se conoce que no tienen que decirlo de memoria!
N
IÑO.
(Suspirando.)
¡Es verdad!
Z
APATERO.
(Malhumorado.)
Un lunes por la mañana
a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra
los juncos y madreselvas,
cuando alegremente bailan
brisa y tomillo en la sierra
y van cayendo las verdes
hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes
la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando
una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido?
Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? Matarlo.
Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver? ¡Mejor!,
¡tengo navaja barbera!
¿Corta mucho? Más que el frío.
(La Zapatera se tapa los ojos y aprieta al Niño. Todos los Vecinos tienen una expectación máxima que se notará en sus expresiones.)
Y no time ni una mella.
¿No has mentido? Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
¿Lo matarás en seguida?
Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
(En este último verso y con toda rapidez se oye fuera del escenario un grito angustiado y fortísimo; los Vecinos se levantan. Otro grito más cerca. Al Zapatero se le cae de las manos el cartelón y la varilla. Tiemblan todos cómicamente.)
V
ECINA
N
EGRA.
(En la ventana.)
¡Ya han sacado las navajas!
Z
APATERA. ¡Ay, Dios mio!
V
ECINA
R
OJA. ¡Virgen Santísima!
Z
APATERO. ¡Qué escándalo!
V
ECINA
N
EGRA. ¡Se están matando! ¡Se están cosiendo a puñaladas por culpa de esa mujer!
(Señala a la Zapatera.)
A
LCALDE.
(Nervioso.)
¡Vamos a ver!
N
IÑO. ¡Que me da mucho miedo!
V
ECINA
V
ERDE. ¡Acudir, acudir!
(Van saliendo.)
V
OZ.
(Fuera.)
¡Por esa mala mujer!
Z
APATERO. Yo no puedo tolerar esto; ¡no lo puedo tolerar!
(Con las manos en la cabeza corre la escena. Van saliendo rapidísimamente todos entre ayes y miradas de odio a la Zapatera. Ésta cierra rápidamente la ventana y la puerta.)
E
SCENA
V
Zapatera y Zapatero.
Z
APATERA. ¿Ha visto usted qué infamia? Yo le juro por la preciosísima sangre de nuestro padre Jesús, que soy inocente. ¡Ay! ¿Qué habrá pasado?… Mire, mire usted como tiemblo.
(Le enseña las manos.)
Parece que las manos se me quieren escapar ellas solas.
Z
APATERO. Calma, muchacha. ¿Es que su marido está en la calle?
Z
APATERA.
(Rompiendo a llorar.)
¿Mi marido? ¡Ay, señor mío!
Z
APATERO. ¿Qué le pasa?
Z
APATERA. Mi marido me dejó por culpa de las gentes y ahora me encuentro sola sin calor de nadie.
Z
APATERO. ¡Pobrecilla!
Z
APATERA. ¡Con lo que yo lo quería! ¡Lo adoraba!
Z
APATERO.
(En un arranque.)
¡Eso no es verdad!
Z
APATERA.
(Dejando rápidamente de llorar.)
¿Qué está usted diciendo?
Z
APATERO. Digo que es una cosa tan… incomprensible que… parece que no es verdad.
(Turbado.)
Z
APATERA. Tiene usted mucha razón, pero yo desde entonces no como, ni duermo, ni vivo; porque él era mi alegría, mi defensa.