La Yihad Butleriana (39 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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Antes, Norma se hubiera desmoronado ante tal andanada, pero el hecho de estar trabajando con Holtzman, y su evidente éxito en los aspectos técnicos, le había proporcionado una nueva perspectiva de sí misma. Miró con frialdad a su madre.

—Solo porque no coincido con la imagen de lo que tú querías que fuera, no significa que mi contribución deje de ser esencial. El sabio Holtzman se da cuenta, y también Aurelius. Tú eres mi madre. ¿Por qué no lo ves?

Zufa resopló al oír el nombre de Venport y empezó a pasear de un lado a otro.

—Aurelius no es más que un hombre presa de alucinaciones provocadas por las drogas que ingiere.

—Había olvidado lo intolerante que llegas a ser, madre —dijo Norma con serenidad—. Gracias por venir a refrescarme la memoria. —La muchacha se volvió en su taburete y siguió con sus planos y ecuaciones—. Estoy tentada de llamar a algún esclavo para que te acompañe hasta la salida, pero no quiero interrumpir su trabajo, que es más importante.

Furiosa consigo misma y con su hija (y por el tiempo desperdiciado), Zufa regresó al espaciopuerto. No se quedaría ni un momento más en Poritrin. Para alejar sus preocupaciones de la mente, se concentró en ejercicios mentales, y pensó en que sus amadas alumnas de la selva estaban dispuestas a sacrificarlo todo, sin pararse en consideraciones personales.

Zufa esperó todo un día el transporte militar que la devolvería a Rossak. Cuando se rodeó de oleadas de sus poderes de clarividencia, descubrió una debilidad corrupta en Poritrin, que no estaba relacionada con Norma. Era tan evidente que no podía soslayarla.

En Starda, en las zonas de carga cercanas al espaciopuerto, en los almacenes y marismas, Zufa detectó el aura individual y colectiva de los explotados trabajadores. Intuyó una herida psicológica colectiva, un profundo descontento al que parecían ajenos los ciudadanos libres de Poritrin.

Esta carga de resentimiento le dio una razón más para desear alejarse de aquel lugar.

57

La intuición es una función mediante la cual los humanos ven lo que acecha al doblar una esquina. Es útil para personas que viven expuestas a condiciones naturales peligrosas.

E
RASMO
,
Diálogos de Erasmo

Educada como hija del virrey de la liga, Serena Butler estaba acostumbrada a trabajar con todas sus fuerzas al servicio de la humanidad, con la esperanza de encaminarse hacia un futuro brillante, pese al telón de fondo de la guerra constante. Nunca había imaginado que trabajaría como esclava en el hogar de un enemigo robot.

Desde que viera por primera vez a Erasmo en la plaza de entrada a la villa, Serena experimentó una profunda aversión hacia él. Por su parte, la máquina pensante estaba intrigada por ella. Serena sospechaba que dicho interés sería peligroso. El robot se decantaba por vestir prendas de calidad, mantos holgados y esponjosos, pieles adornadas que dotaban a su cuerpo robótico de un aspecto absurdo. Debido a su rostro reflectante parecía alienígena, y su comportamiento erizaba el vello de la joven. Su insaciable curiosidad por la humanidad se le antojaba perversa y anormal. Cuando cruzó la plaza en dirección a Serena, su máscara metálica se metamorfoseó en una sonrisa complacida.

—Eres Serena Butler —dijo—. ¿Te han informado de que los humanos salvajes han reconquistado Giedi Prime? Qué decepción. ¿Por qué los humanos están dispuestos a sacrificar tantas cosas con tal de mantener su caos ineficaz?

El corazón de Serena se hinchió de júbilo al saber la noticia de la liberación, en parte gracias a su esfuerzo. A la postre, Xavier había acudido con la Armada, y los ingenieros de Brigit Paterson habían logrado activar los transmisores secundarios. Sin embargo Serena seguía siendo una esclava, y estaba embarazada del hijo de Xavier. Nadie sabía dónde estaba o qué había sido de ella. Xavier y su padre debían estar locos de dolor, convencidos de que las máquinas la habían matado.

—Tal vez no sea sorprendente que no comprendas o valores el concepto humano de libertad —contestó la joven—. Pese a tus complicados circuitos gelificados, eres una simple máquina. No te programaron para comprender.

Sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos cuando pensó en lo mucho que anhelaba ayudar al prójimo. En Salusa, nunca había dependido de la fortuna familiar, porque quería ganarse las bendiciones que se le habían concedido.

—Por tanto, ¿eres inquisitivo o inquisidor? —preguntó.

—Tal vez ambas cosas. —Se inclinó para examinarla, y observó su orgullosa barbilla—. Espero que me ofrezcas muchos datos. —Tocó su mejilla con un dedo frío y flexible—. Una piel adorable.

Serena se obligó a no retroceder.
La resistencia ha de servir para algo más que para demostrar el orgullo de un cautivo
, había dicho su madre en una ocasión. Si Serena se resistía, a Erasmo no le costaría nada sujetarla con su mano poderosa; o reclamar la colaboración de aparatos de tortura mecánicos.

—Mi piel no es más adorable que la tuya —dijo—, salvo que mía no es sintética. Mi piel fue diseñada por la naturaleza, no por la mente de una máquina.

El robot lanzó una risita de timbre metálico. —Espero aprender mucho de ti.

La guió hasta sus exuberantes invernaderos, que la joven observó con reticente placer.

Estaba fascinada por la jardinería desde la edad de diez años, y había entregado plantas, hierbas y frutos exóticos a centros médicos, campos de refugiados y asilos de veteranos, donde también prestaba sus servicios. Serena tenía fama en Zimia de cultivar las flores más hermosas. Gracias a sus tiernos cuidados, florecían exquisitas rosas immianas, al igual que hibiscos de Poritrin y hasta las delicadas violetas matutinas del lejano Kaitain.

—Te asignaré el cuidado de mis valiosos jardines —dijo Erasmo.

—¿Por qué no pueden encargarse máquinas de esas tareas? Estoy segura de que serían mucho más eficientes…, ¿o disfrutas obligando a tus
creadores
a encargarse del trabajo?

—¿No te consideras capacitada para la tarea?

—Haré lo que me ordenes…, por el bien de las plantas. —Tocó la flor roja y anaranjada de forma extraña, sin hacer caso del robot—. Parece un ave del paraíso, una variedad pura procedente de una antigua estirpe. Según la leyenda, estas plantas eran las favoritas los reyes marinos de la Vieja Tierra. —Serena se volvió hacia el robot con mirada desafiante—. Acabo de enseñarte algo, ¿ves?

—Erasmo rió de nuevo, como si reprodujera una grabación.

Excelente. Bien, ahora dime en qué estás pensando realmente.

Serena recordó las palabras de su padre (
El miedo invita a la agresión. No lo reveles ante un depredador
), y se sintió envalentonada.

—Mientras te hablaba de una hermosa flor, estaba pensando que te desprecio a ti y a toda tu especie. Yo era un ser libre e independiente, hasta que me lo arrebatasteis todo. Las máquinas me despojaron de mi hogar, mi vida y del hombre al que amo.

El robot no se sintió ofendido.

—¡Ah, tu amante! ¿Es el padre de la criatura?

Serena miró a Erasmo, y luego tomó una decisión. Tal vez podría aprovechar la curiosidad de este robot para volverla contra él.

—Cuanto más colabore, más aprenderás de mí. Puedo enseñar cosas que nunca aprenderías por ti mismo.

—Excelente.

El robot parecía muy complacido.

La expresión de Serena se endureció.

—Pero espero algo a cambio. Garantízame la seguridad de mi hijo. Permite que críe al niño en tu casa.

Erasmo sabía que era un imperativo de la especie humana preocuparse por su prole, lo cual le proporcionaba cierta ventaja.

—Eres arrogante, o bien ambiciosa. De todos modos, consideraré tu petición, en función de la satisfacción que derive de nuestras discusiones y debates.

Erasmo divisó un grueso escarabajo en la base de un macetero terracota y lo empujó con el pie. El insecto tenía el caparazón con intrincados dibujos rojos. La máscara facial de Erasmo pasó por varias fases, hasta adoptar una expresión divertida. Dejó que el escarabajo escapara, pero antes de que lo consiguiera movió el pie para impedirlo. El animal, insistente, huyó en otra dirección.

—Tú y yo tenemos mucho en común, Serena Butler —dijo. Activó con un mando a distancia un cubo musical de Chusuk conseguido de contrabando, con la esperanza de que la melodía pondría al descubierto los sentimientos internos de la joven—. Cada uno posee una mente independiente. Respeto esa característica en ti porque es una parte integral de mi personalidad.

La comparación ofendió a Serena, pero se mordió la lengua.

Erasmo recogió el escarabajo con una mano, pero su principal interés seguía concentrado en Serena. Estaba intrigado por la persistencia de los humanos en ocultar lo que sentían. Tal vez, si aplicaba diversas presiones, conseguiría llegar al núcleo.

Erasmo continuó, con el fondo sonoro de la música.

—Algunos robots conservan su personalidad, en lugar de descargar una parte de la supermente. Yo empecé siendo una máquina pensante en Corrin, pero decidí no aceptar las actualizaciones regulares de Omnius que me sincronizarían con la supermente.

Serena vio que el escarabajo estaba inmóvil en su palma metálica. Se preguntó si lo había matado.

—Pero un evento singular me cambió para siempre —dijo Erasmo con voz plácida, como si describiera un paseo por el bosque—. Me fui a explorar los territorios deshabitados de Corrin. Como era curioso y no quería aceptar los análisis corrientes compilados por Omnius, me aventuré solo en la región. Era escabrosa, rocosa y salvaje. Yo nunca había visto vegetación, salvo en las zonas donde los terraformadores del Imperio Antiguo habían plantado nuevos ecosistemas. Corrin no era un planeta vivo, excepto donde los humanos lo habían colonizado. Por desgracia, cuidar de campos fértiles y embellecer el paisaje no era una prioridad de mi especie.

Miró a Serena para saber si le gustaba su relato.

—Inesperadamente, lejos de la ciudad y los sistemas de auxilio robóticos, estalló una tormenta solar. El gigante rojo de Corrin es muy inestable, con actividad flamígera frecuente y repentinos huracanes radiactivos. Tales fenómenos son peligrosos para las formas de vida biológicas, pero los colonizadores humanos originales eran resistentes.

»No obstante, mis delicados circuitos neuroeléctricos eran más que sensibles. Tendría que haber enviado analizadores de reconocimiento para vigilar la formación de dichas tormentas, pero estaba demasiado abismado en mis investigaciones. El flujo radiactivo me afectó, y me encontré desorientado y confuso, lejos del complejo central controlado por el Omnius de Corrin. —Dio la impresión de que Erasmo estaba avergonzado—. Me alejé dando tumbos… y caí en una grieta estrecha.

Serena le miró sorprendida.

—Pese a caer hasta el fondo, mi cuerpo apenas sufrió daños. —Alzó un brazo, miró su miembro flexible, la piel de polímero orgánico, la capa de metal líquido—. Estaba atrapado, fuera del campo de transmisión, básicamente inmovilizado. No pude moverme durante un año entero de Corrin…, veinte años estándar terrestres.

»Las sombras profundas de la grieta me protegían de las radiaciones solares, y mis procesos mentales no tardaron en recuperarse. Estaba despierto, pero no podía ir a ningún sitio. No podía moverme…, solo pensar, durante mucho, mucho tiempo. Pasé un verano que se me antojó eterno, atrapado entre las rocas, y luego soporté el correspondiente invierno, entre capas de hielo compacto. Durante todo ese tiempo, dos décadas, no tuve otra cosa que hacer que meditar.

—Solo podías hablar contigo mismo —dijo Serena—. Pobre y solitario robot.

—Tal odisea alteró mi naturaleza fundamental de formas que jamás habría imaginado —dijo Erasmo, sin hacer caso del comentario—. De hecho, Omnius todavía no me comprende.

Cuando por fin otros robots le descubrieron y rescataron, Erasmo ya había desarrollado una personalidad individual. Después de reintegrarse en la sociedad de las máquinas, Omnius había preguntado a Erasmo si deseaba un ascenso que comportara rasgos de carácter normales.

—Un ascenso, dijo —comentó Erasmo con ironía—. Rechacé la oferta. Después de alcanzar ese… esclarecimiento, me negaba a borrar mis impulsos e ideas, mis pensamientos y recuerdos. Se me antojaba una pérdida enorme. El Omnius de Corrin no tardó en descubrir que disfrutaba con nuestras pugnas verbales.

Erasmo echó un vistazo al escarabajo inmóvil.

—Soy una celebridad entre las supermentes —dijo—. Arden en deseos de recibir actualizaciones que contengan mis actos y declaraciones, como una publicación periódica. Se conocen como los
Diálogos de Erasmo
.

Serena movió la cabeza en dirección al insecto.

—¿Incluirás una discusión acerca de ese escarabajo? ¿Cómo puedes comprender algo a lo que has matado?

—No está muerto —la tranquilizó Erasmo—. Detecto un tenue pero inconfundible latido de vida. El animal quiere hacerme creer que está muerto, para que lo tire. Pese a su pequeño tamaño, posee una poderosa voluntad de sobrevivir.

Se arrodilló y dejó el escarabajo sobre una baldosa con sorprendente suavidad, y luego retrocedió. Momentos después, el insecto corrió a refugiarse bajo el macetero.

—¿Lo ves? Deseo entender a todos los seres vivos…, incluida tú.

Serena enrojeció. El robot había logrado sorprenderla.

—Omnius piensa que nunca alcanzaré su nivel intelectual —dijo Erasmo—, pero sigue intrigado por mi agilidad mental, por la forma en que mi mente evoluciona sin cesar hacia nuevas e impulsivas direcciones. Al igual que ese escarabajo, soy capaz de cobrar vida y perseverar.

—¿Esperas convertirte en algo más que una máquina?

—Superarse a sí mismo es un rasgo humano, ¿no? —contestó Erasmo sin ofenderse—. Es lo único que intento hacer.

58

Una dirección es tan buena como otra.

Dicho de la Tierra Abierta

A la décima vez que montó un gusano de arena, Selim era lo bastante experto para saborear la experiencia. Ninguna otra emoción podía compararse al poder de un gigante del desierto. Le gustaba correr entre las dunas a lomos de un gusano, cruzar un océano de arena en un solo día.

Selim había extraído agua, ropa, equipo y comida de la estación botánica abandonada. Su colmillo de cristal era una herramienta valiosa, así como un símbolo de orgullo personal. A veces, dentro de la estación vacía, había contemplado la suave curva lechosa de la hoja bajo la débil luz de los paneles de recarga, e imaginado que el objeto poseía un significado religioso. Era una reliquia de la prueba suprema que había superado en el desierto, y un símbolo de que Budalá velaba por él. Tal vez los gusanos estaban relacionados con su destino.

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