La Yihad Butleriana (31 page)

Read La Yihad Butleriana Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
3.58Mb size Format: txt, pdf, ePub

Después de dejar a los ingenieros en la isla, ¿se había estrellado? ¿La habían capturado? La hoja de servicios de Wibsen demostraba que era un excelente piloto, y el forzador de bloqueos reconvertido tendría que haber funcionado a la perfección. Pero Serena y sus restantes comandos no habían respondido a las transmisiones de la Armada. Podían haber sucedido muchas cosas.

Cosas malas.

La Armada tenía órdenes concernientes a la fase final de la operación llevada a cabo en Giedi Prime. Los convoyes estaban alejando por aire a los supervivientes del dañado complejo gubernamental de Giedi City. Confiaba en que Serena no estuviera dentro.

A diez kilómetros de altura, el escuadrón se situó sobre la ciudadela que había sido el hogar del magno Sumi, y Xavier comprendió que había llegado el momento. Tan solo unos meses antes, el magno le había agasajado a él y a su equipo de inspección con un banquete.

Había que extirpar a Omnius como si fuera un cáncer, arrancarlo de Giedi Prime.

Xavier vaciló, mientras volaba en círculos sobre la ciudad mártir. Sintió un nudo en el estómago, y por fin dio la orden. Los kindjals soltaron sus cargas mortíferas.

Xavier cerró los ojos, y después se obligó a presenciar la terrible solución. Era la única forma de asegurarse. Aunque fragmentos de la supermente hubieran sido distribuidos en subestaciones de Giedi Prime, la fuerza de ocupación destruiría todos los restos. De momento, los humanos debían aniquilar el núcleo electrónico atrincherado como una reina abeja en el complejo de la ciudadela, aislado de toda su infraestructura, desprovisto de protección.

A través del humo y las nubes, Xavier vio que docenas de bombas térmicas caían sobre el centro de Giedi City y desintegraban los edificios gubernamentales. Hasta la piedra se fundió en manzanas a la redonda. El acero se convirtió en ceniza. El cristal se vaporizó. Nada podía sobrevivir.

Una victoria agridulce…, pero victoria a fin de cuentas.

Dos días después, durante una gira de inspección, el tercero Harkonnen y sus oficiales documentaron la destrucción de Giedi City. Ya sabían lo que iban a encontrar, pero la evidencia les abrumó.

Xavier respiró hondo y trató de aliviar su conciencia recordándose que Omnius había sido derrotado. Los humanos habían reconquistado el planeta.

Pero no había ni rastro de Serena.

44

Siempre hay una vía de escape, si sabes localizarla.

V
ORIAN
A
TREIDES
, informes

Cuando el
Viajero onírico
entró por fin en el sistema solar de Ophiuchi B, una escala más en su larga gira de actualizaciones, Seurat intentó ponerse en contacto con la red de Omnius recién instalada en Giedi Prime. Si el general Agamenón había conquistado el planeta hrethgir, tal como había prometido, Vor sabía que localizarían la ciudadela en el centro comercial del planeta. Otro gran capítulo para que su padre lo incluyera en sus memorias. Vorian estaba de pie detrás del capitán robot, estudiando la consola de instrumentos mientras se acercaban.

—Apuesto a que todavía hay mucho que organizar y reestructurar ahí abajo.

Le entusiasmaba la perspectiva de visitar un planeta sumido en el cambio de caer bajo el dominio eficaz de las máquinas, después de un período regido por el caos humano. Omnius necesitaría rodearse de los mejores humanos de confianza, los más leales a las máquinas pensantes. Los neocimeks se encargarían de subyugar a la población, y los humanos de confianza llegarían después, en cuanto el pueblo estuviera domado y aceptara su nueva situación. Pero Vor también se sentía un poco raro. Los hrethgir conquistados de Giedi Prime se parecerían a él, aunque no tenía nada en común con ellos. Seurat, y sus semejantes, son como hermanos para mí.

El robot, de pie ante la consola de control, intentaba recibir señales desde la ciudadela.

—Aún no hemos establecido contacto. Tal vez no han instalado todavía todos los sistemas de superficie, o bien Agamenón provocó demasiados daños durante su conquista.

Vor vigilaba los sistemas de control.

—Siempre es posible reparar los daños, en cuanto la conquista se haya consolidado. —Un sol amarillo pálido iluminaba la cara diurna de Giedi Prime. Frunció el ceño, preocupado—. Parece que algo no va bien, Seurat.

—Define tus reservas, Vorian Atreides. No puedo tomar medidas basándome en vagas sensaciones de inquietud. —Da igual. Pero… ve con cuidado.

El
Viajero onírico
sobrevoló la capa atmosférica, se internó entre las nubes y partículas dispersas que el sistema de recogida de la nave analizó como humo abundante. ¿Cabía la posibilidad de que los hrethgir, henchidos de maldad y desesperación, hubieran quemado sus propias ciudades? ¡Qué seres tan odiosos!

Sintió un nudo en el estómago cuando los sistemas de alarma de la nave se dispararon. Seurat alteró el curso de inmediato y volvió a ganar altura.

—Parece que los escudos descodificadores continúan intactos en Giedi Prime.

—¡Casi nos hemos topado con ellos! —gritó Vor—. ¿Significa eso…?

—Tal vez el general Agamenón no coronó con éxito la conquista. Giedi Prime no se halla tan a buen recaudo como cabía esperar.

Vor, confiando ciegamente en la perfección de su padre, examinó los controles.

—Los instrumentos captan material militar de la liga en la superficie, pruebas de enormes explosiones recientes en Giedi City. —Las palabras enmudecieron en su garganta—. ¡El núcleo central y el Omnius local han sido destruidos! Da la impresión de que también han sido aniquilados todos los robots y cimeks.

—Estoy controlando sus emisiones de banda ancha… Analizando un informe.

El robot, con una calma enloquecedora, informó acerca de los descodificadores portátiles, la poderosa hechicera de Rossak que había utilizado sus poderes mentales para destruir a los cimeks, y la fuerza aplastante de la Armada de la Liga.

—Vorian —dijo a continuación Seurat, imperturbable—, una flota de naves hrethgir se nos viene encima desde la cara oculta del planeta. Tal parece que nos hayan tendido una emboscada.

Rayos anaranjados y azules pasaron rozando la nave, y los sistemas automáticos del
Viajero onírico
adoptaron maniobras de evasión. Los kindjals de la liga se precipitaron sobre ellos como lobos.

—Son unos bárbaros —dijo Vor—. Ansiosos por destruir todo aquello que les desagrada.

—Nos atacan —repuso Seurat—. Y el
Viajero onírico
no es una nave programada para combatir. —Seguía hablando en un tono jovial falso, humorístico en esta ocasión—. Algún día se me ocurrirá un chiste sobre la cantidad de humanos necesarios para provocar un cortocircuito a Omnius.

El tercero Xavier Harkonnen, avisado de que se acercaba una sola nave de las máquinas pensantes, había trasladado su grupo de batalla orbital hasta la cara más alejada del planeta. Aún llovían restos dispersos de las naves de guerra robot destruidas. Las fuerzas de Omnius habían sido aniquiladas por completo.

Xavier pilotaba un kindjal individual, acompañado por un escuadrón armado hasta los dientes. Vio que la nave de actualización se dirigía hacia la capital arrasada, y que luego ascendía con desesperación en cuanto el capitán robot detectó los escudos descodificadores.

—¡Seguidme! No podemos permitir que escape.

Sediento de venganza, su escuadrón le obedeció. Al mismo tiempo, comunicó a las fuerzas destacadas en la superficie que habían avistado una nave enemiga. El
Viajero onírico
hacía lo posible por esquivar el fuego de la Armada y huir al espacio.

De pronto, Xavier se quedó estupefacto al oír una voz humana (o que parecía humana) por el comunicador.

—¡Detened vuestro ataque! Esta es una nave de la liga. Me llamo Vorian Atreides. Hemos abordado y tomado el control de un aparato robot. ¡Dejad de dispararnos!

Xavier intentó deducir por el tono si se trataba de una voz humana o de una copia mecánica. Las máquinas pensantes no eran astutas…, a menos que hubiera a bordo un cerebro conservado. Algunos kindjals se rezagaron, vacilantes.

—No bajéis la guardia —ordenó Xavier a su escuadrón—, pero dejad de disparar hasta que averigüemos…

Antes de que pudiera acabar de hablar, la nave sospechosa empezó a disparar sus armas, proyectiles defensivos que pillaron por sorpresa a los hombres de la liga. Un kindjal se alejó a toda prisa, con los motores alcanzados.

La pantalla de la consola de Xavier mostró un rostro humano de pelo oscuro y ojos fanáticos. Un robot de cara reflectante estaba a su lado, y su cuerpo flexible ondulaba mientras manipulaba los controles.

¿Un robot y un humano, trabajando codo con codo?
Xavier no daba crédito a sus ojos.

—¡Abrid fuego! —gritó—. Destruid esa nave.

—No es prudente provocarlos en exceso, Vorian —dijo Seurat, con una calma irritante—. Preferiría marcharme a toda prisa.

—He ganado unos segundos preciosos, ¿no es cierto? Tú no habrías pensando en echarte un farol.

Vor no pudo reprimir una sonrisa. Había leído palabras parecidas en las memorias de Agamenón, y estaba contento de repetirlas.

Cuando el comandante de la Armada adoptó maniobras de evasión y congregó a sus pilotos, lanzó insultos a Vor por el comunicador.

—¡Eres una vergüenza para la humanidad, traidor!

Vor rió, orgulloso de su posición. Citó lo que le habían enseñado durante toda su vida.

—Soy la cima de la humanidad, un hombre de confianza de Omnius, el hijo del general Agamenón.

—Lamento interrumpir tu ardoroso discurso, Vorian, pero detecto más naves hrethgir —dijo el robot—. Más de las que podemos esquivar. Por consiguiente, voy a interrumpir la comunicación. Nuestra principal responsabilidad es proteger la actualización., Hemos de presentar nuestro informe.

—Si ya han destruido el Omnius de Giedi Prime —dijo en tono sombrío Vor—, jamás conseguiremos una actualización de lo almacenado durante los meses de conquista.

—Una lamentable pérdida —repuso Seurat.

El robot guió el
Viajero onírico
hacia la órbita, lejos de los escudos descodificadores. La aceleración aplastó a Vorian contra su asiento acolchado, hasta que estuvo a punto de perder la conciencia. Un escuadrón dé naves humanas les perseguía, y la nave se estremeció cuando un chorro de energía alcanzó la sección de popa.

Seurat efectuó una maniobra evasiva, y otra andanada de proyectiles dañó el blindaje de la nave, que no estaba preparada para recibir semejante castigo. Vor oyó que los sistemas siseaban, cuando instalaciones automáticas efectuaron reparaciones provisionales de las partes dañadas. Otro impacto, peor que los anteriores.

—Solo funcionan los motores de reserva —anunció Seurat.

Vor examinó los sistemas de diagnóstico para analizar los daños. Un humo acre había invadido la cabina.

El Viajero onírico
dio un bandazo. Estaban rodeados de más kindjals, que no cesaban de disparar sobre ellos. Una explosión sacudió a Vor hasta los huesos.

—No podremos aguantar mucho más —dijo Seurat—. Nuestros motores funcionan a una tercera parte de la potencia normal, y vuelo con la mayor rapidez posible.

—Dirígete hacia esa nube —dijo Vor, cuando se le ocurrió una idea de repente—. El vapor de agua es lo bastante espeso para actuar de superficie de proyección.

Seurat obedeció a su entusiasta copiloto. Los motores dañados se esforzaron al máximo. Los kindjals siguieron disparando.

Vor utilizó los sofisticados sistemas de la nave para proyectar copias virtuales, imágenes electrónicas del
Viajero onírico
. Había esperado utilizar la estratagema en un juego táctico con Seurat…, pero este era un juego muy diferente. Si no salía bien, la nave no sobreviviría.

Momentos después, cien
Viajeros oníricos
ilusorios parecieron surgir de entre las nubes, imágenes sólidas reflejadas en el vapor de agua. El escuadrón, confuso, persiguió a los señuelos.

Pero la presa auténtica se alejó, entró en órbita, los pilotos confiados en pasar desapercibidos hasta quedar fuera del alcance del fuego enemigo.

45

Incluso lo esperado puede provocar una terrible sorpresa cuando nos aferramos a tenues esperanzas.

X
AVIER
H
ARKONNEN

Mientras los supervivientes de Giedi Prime contaban sus muertos, documentaban los daños y hacían planes para el futuro, Xavier sentía que sus esperanzas se desvanecían. Daba la impresión de que nadie había visto a Serena Butler desde que había marchado de la isla del mar del norte.

Hizo turnos dobles en los kindjals de reconocimiento, siguió pautas regulares sobre los continentes poblados, donde las máquinas pensantes habían causado la mayor destrucción. Xavier sabía que la joven nunca se escondería, sino que dedicaría todo su empeño a los trabajos de reconstrucción.

Mientras volaba en dirección este, vio que el sol amarillo se ponía a sus espaldas, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados. Violentas rachas de aire sacudieron su aparato, y luchó por controlarlo. Xavier se alzó por encima de las turbulencias, y su escuadrón le siguió.

Algún día, después de que Serena y él se casaran, contaría esta historia a sus hijos. Sintió una opresión en el pecho cuando pensó en esto, pero continuó su búsqueda, sin atreverse a pensar en lo que haría si algo le había sucedido.

Desde esta altura, Xavier distinguía el contorno de los continentes y mares. Gracias a un potente visor, distinguió el centro de una ciudad y divisó grupos de luces que indicaban un campamento humano. Durante su breve y brutal dominio, los conquistadores habían aniquilado a incontables personas, y millones habían huido al campo.

Los supervivientes empezaban a regresar a sus hogares. Cuadrillas de reconstrucción se habían trasladado a los complejos industriales, donde eliminaban las modificaciones llevadas a cabo por las máquinas y volvían a poner en funcionamiento las instalaciones necesarias para reconstruir viviendas y distribuir alimentos y suministros. En Giedi City, los expertos de la Armada analizaban los restos de la ciudadela donde se había atrincherado Omnius. Solo quedaban fragmentos retorcidos de soporte físico y mecanismos electrónicos.

Pero el proceso de reconstrucción exigiría mucho tiempo.

Xavier odiaba a las máquinas más que a nada, pero también creía en el honor entre hombres. No podía comprender al traidor Vorian Atreides, que viajaba de buen grado junto a un capitán robot en una nave espía de las máquinas pensantes. Le habían lavado el cerebro, de eso no cabía duda, pero el comportamiento arrogante del joven sugería fuertes convicciones…, una pasión fanática, sincera. Atreides había afirmado ser
hijo
de Agamenón, el peor de los titanes.

Other books

Mama Dearest by E. Lynn Harris
Awakenings by Edward Lazellari
Pasta Modern by Francine Segan
Miss You by Kate Eberlen
A Bloom in Winter by T. J. Brown
Sullivans Island-Lowcountry 1 by Dorothea Benton Frank
Thunder Dog by Michael Hingson
The Ninth: Invasion by Benjamin Schramm