La voz de los muertos (47 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
10.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

Fue un discurso apasionado. Ninguno de los otros humanos ofreció a Ender ninguna sugerencia sobre lo que tenía que responder. Humano casi les había convencido.

—Vuestro sueño es bueno —dijo Ender —. Es el sueño de todas las criaturas vivientes. El deseo que está en la raíz de la vida misma: crecer hasta que todo el espacio que podáis ver sea vuestro y esté bajo vuestro control. El deseo de grandeza. Sin embargo, hay dos formas de cumplirlo. Una es matando a todo lo que sea extraño a nosotros mismos, devorándolo o destruyéndolo, hasta que no quede nada que se os oponga. Pero ese camino es malo. Le decís a todo el universo: «Sólo yo seré grande y, para que yo me abra espacio, el resto de vosotros tenéis que renunciar incluso a lo que ya tenéis, y convertiros en nada.» Comprende, Humano, que si nosotros sintiéramos de esta forma y actuáramos de esta forma, podríamos matar a todos los cerdis de Lusitania y hacer de este sitio nuestro hogar. ¿Qué quedaría de vuestro sueño si fuéramos malos?

Humano se esforzaba por comprender.

—Veo que nos habéis dado grandes regalos, cuando podríais haber tomado de nosotros incluso lo poco que tenemos. Pero ¿por qué nos disteis los regalos si no podemos usarlos para hacernos grandes?

—Queremos que crezcáis y viajéis entre las estrellas. Queremos que seáis fuertes y poderosos, con cientos y miles de hermanos y esposas. Queremos enseñaros a cultivar muchas especies de plantas y a criar muchos animales diferentes. Ela y Novinha, estas dos mujeres, trabajarán todos los días de su vida para desarrollar más plantas que puedan vivir aquí, en Lusitania, y todas las cosas buenas que consigan os las darán. Para que podáis crecer. Pero ¿por qué tiene que morir un solo cerdi de los demás bosques para que podáis tener esos regalos? ¿Y por qué os lastimaría si también le diéramos a ellos los mismos regalos?

—Si se vuelven tan fuertes como nosotros, ¿qué habremos ganado entonces?

«¿Qué esperabas que hiciera este hermano? pensó Ender —. Su gente siempre se había medido contra las otras tribus. Su bosque no tiene cien o quinientas hectáreas: es más grande o más pequeño que el bosque de la tribu del este o del sur. Lo que tengo que hacer ahora es el trabajo de una generación. Tengo que enseñarle un nuevo modo de concebir la grandeza de su propio pueblo.»

—¿Es grande Raíz? —preguntó Ender.

—Claro que sí. Es mi padre. Su árbol no es el más antiguo ni el más grueso, pero ningún padre ha tenido nunca tantos hijos tan rápidamente después de ser plantado.

—Así que en cierto sentido, todos los hijos que ha tenido son aún parte de él. Cuantos más hijos tiene, mas grande es —Humano asintió lentamente —.

Y cuanto más consigas tú en tu vida, más grande harás a tu padre, ¿no es cierto?

—Si sus hijos hacen bien, entonces sí; es un gran honor para el padre árbol.

—¿Tienes que matar a todos los otros grandes árboles para que tu padre sea grande?

—Eso es distinto. Todos los otros grandes árboles son padres de la tribu, y los más pequeños son aún hermanos.

Sin embargo, Ender pudo ver que Humano estaba ahora inseguro. Se resistía a las ideas de Ender porque eran extrañas, no porque fueran erróneas o incomprensibles. Estaba empezando a comprender.

—Mira a las esposas. No tienen hijos. Nunca podrán ser grandes como es grande tu padre.

—Portavoz, sabes que son las más grandes de todas. La tribu entera les obedece. Cuando nos gobiernan bien, la tribu prospera; cuando la tribu se multiplica, entonces las esposas son también fuertes…

—Aunque ninguno de vosotros sea hijo suyo.

—¿Cómo podríamos serlo?

—Y sin embargo aumentáis su grandeza. A pesar de que no son vuestra madre ni vuestro padre, crecen cuando vosotros crecéis.

—Todos somos la misma tribu…

—Pero, ¿por qué sois la misma tribu? Tenéis diferentes padres, diferentes madres…

—¡Porque somos la tribu! Vivimos aquí en el bosque, y…

—Si viniera otro cerdi de otra tribu y os pidiera que le dejarais quedarse y ser un hermano…

—¡Nunca le permitiríamos ser un árbol padre!

—Pero intentasteis que Pipo y Libo lo fueran.

Humano respiraba ansiosamente.

—Eran parte de la tribu. Del cielo, pero les hicimos hermanos e intentamos hacerles padres. La tribu es lo que nosotros creemos que es. Si decimos que la tribu son todos los Pequeños del bosque, y todos los árboles, eso es lo que es la tribu. Incluso algunos de los árboles más antiguos provienen de guerreros de otras tribus, caídos en batalla. Nos convertimos en una tribu porque decimos que lo somos.

Ender se maravilló por la mente de este pequeños ramen. Cuán pocos humanos eras capaces de comprender esta idea, o dejar que se extendiera más allá de los estrechos confines de su tribu, su familia, su nación.

Humano dio la vuelta a su alrededor y se apoyó contra él. El peso del joven cerdi presionó contra su espalda. Ender sintió su respiración en la mejilla, y entonces Humano hizo que las mejillas de ambos se juntaran y miraran en la misma dirección. Comprendió de inmediato.

—Ves lo que yo veo.

—Los humanos crecéis al hacer que seamos parte de vosotros, humanos y cerdis e insectores, ramen juntos. Entonces somos una tribu, y nuestra grandeza es vuestra grandeza, y lo vuestro es nuestro.

Ender pudo sentir el cuerpo de Humano temblando con la fuerza de la idea.

—Nos dices que tenemos que ver a las otras tribus de la misma manera. Como una sola tribu, nuestra tribu, para que creciendo nosotros les hagamos crecer a ellos.

—Podéis enviar maestros a las otras tribus —dijo Ender —. Hermanos que pasen a su tercera vida en los otros bosques y tengan hijos allí.

—Es difícil pedir a las esposas una cosa tan extraña y difícil. Tal vez imposible. Sus mentes no funcionan igual que la de los hermanos. Un hermano puede pensar en muchas cosas diferentes. Pero una esposa Sólo piensa en una cosa: en lo que es bueno para la tribu, en lo que es bueno para los niños y las pequeñas madres.

—¿Puedes hacerles comprender esto?

—Mejor que tú, sí. Pero probablemente fallaré.

—No lo creo.

—Has venido esta noche para hacer una alianza entre nosotros, los cerdis de esta tribu, y vosotros, los humanos que vivís en este mundo. Los humanos de fuera de Lusitania no se preocuparán por nuestra alianza, y los cerdis de fuera de este bosque tampoco.

—Queremos hacer la misma alianza con todos.

—Y en esta alianza, los humanos prometéis enseñárnoslo todo.

—Tan rápido como podáis comprenderlo.

—Todas las preguntas que hagamos.

—Si sabemos las respuestas.

—¡Cuándo! ¡Sí! ¡Ésas no son palabras para una alianza! Dame respuestas directas, Portavoz de los Muertos —Humano se levantó, se separó de Ender, dio la vuelta a su alrededor y se inclinó un poco para mirarle desde arriba —. ¡Prometed que nos enseñaréis todo lo que sabéis!

—Lo prometemos.

—Y que devolverás a la vida a la reina colmena para que nos ayude.

—La devolveré. Tendréis que hacer con ella vuestra propia alianza. No obedece la ley humana.

—Promete restaurar a la reina colmena, nos ayude o no.

—Sí.

—Promete que obedeceréis nuestra ley cuando vengáis a nuestro bosque. Y que accedéis a que la tierra de la pradera que necesitemos también estará bajo nuestra ley.

—Sí.

—¿E iréis a la guerra contra todos los otros humanos de todas las estrellas del cielo para protegernos y dejar que viajemos también a las estrellas?

—Ya lo hemos hecho.

Humano se relajó, dio un paso atrás, se sentó en su antigua posición. Dibujó con el dedo en el suelo.

—Ahora, lo que queréis de nosotros. Obedeceremos la ley humana en vuestra ciudad, y también en la tierra de la pradera que necesitéis.

—Sí.

—Y no queréis que vayamos a la guerra.

—Eso es.

—¿Y eso es todo?

—Una cosa más.

—Lo que pides es ya imposible. Bien puedes pedir más.

—¿Cuando empieza la tercera vida? Cuando matáis a un cerdi y se convierte en un árbol, ¿verdad?

—La primera vida es dentro del árbol madre, donde nunca vemos la luz, y donde comemos a ciegas la carne del cuerpo de nuestra madre y la savia del árbol. La segunda vida es cuando vivimos a la sombra del bosque, en la media luz, corriendo, saltando y escalando; viendo, cantando y hablando, haciendo cosas con nuestras manos. La tercera vida es cuando nos estiramos y bebemos del sol, por fin bajo la luz total, no moviéndonos nunca excepto con el viento; sólo pensando y, cuando los hermanos tocan el tambor sobre tu tronco, hablándoles. Sí, ésa es la tercera vida.

—Los humanos no tienen tercera vida.

Humano le miró, sorprendido.

—Cuando morimos, aunque nos plantéis, no crece nada. No hay árbol. Nunca bebemos del Sol. Cuando morimos, estamos muertos.

Humano miró a Ouanda.

—Pero el otro libro que nos disteis… hablaba todo el rato de vivir después de la muerte y volver a nacer.

—No como árbol. No como nada que podáis tocar o sentir. O hablar. O escuchar.

—No te creo. Si eso es cierto, ¿por qué Pipo y Libo nos hicieron plantarles?

Novinha se arrodilló junto a Ender, rozándole casi aunque sin apoyarse en él, para poder oír con más claridad.

—¿Cómo hicieron eso? —preguntó Ender.

—Nos dieron el gran regalo, ganaron el gran honor. El humano y el cerdi juntos. Pipo y Mandachuva. Libo y Come-hojas. Mandachuva y Come-hojas pensaron que ganarían la tercera vida, pero ni Pipo ni Libo quisieron concedérsela. Se quedaron el regalo para si. ¿Por qué hicieron eso, si los humanos no tienen tercera vida?

—¿Qué tenían que hacer para darle la tercera vida a Mandachuva o Come-hojas? —irrumpió la voz de Novinha, brusca y emotiva.

—Plantarles, por supuesto. Lo mismo que hoy.

—¿Lo mismo que hoy? —preguntó Ender.

—Tú y yo. Humano y el Portavoz de los Muertos. Si hacemos esta alianza para que las esposas y los humanos estén de acuerdo, entonces éste es un día grande y noble. Así que o tú me das la tercera vida o yo te la doy a ti.

—¿Con mi propia mano?

—Naturalmente. Si no me das el honor, entonces yo debo dártelo.

Ender recordó la foto que había visto hacía sólo dos semanas. Pipo desmembrado y destripado, con las partes de su cuerpo separadas. Plantado.

—Humano, el peor crimen que un ser humano puede cometer es el asesinato. Y una de las peores maneras de hacerlo es coger a una persona viva y cortarla y herirla hasta que muera.

Una vez más Humano reflexionó un momento, intentando captar el sentido de esto.

—Portavoz —dijo por fin —, mi mente sigue viendo esto de dos formas. Si los humanos no tienen tercera vida, entonces plantarles es un crimen, siempre. A nuestros ojos, Pipo y Libo se estaban quedando el honor para sí, dejando a Mandachuva y Come-hojas como les veis, para que mueran sin honor por sus logros. Los humanos vinisteis del otro lado de la verja y os los llevasteis del terreno antes de que sus raíces pudieran crecer. A nuestros ojos, fuisteis vosotros quienes cometisteis un asesinato. Pero ahora lo veo de otra forma. Pipo y Libo no quisieron llevar a Mandachuva y Come-hojas a la tercera vida porque para ellos seria asesinato. Así que accedieron a morir para no tener que matar a ningún cerdi.

—Sí —dijo Novinha.

—Si es así, ¿entonces por qué cuando los humanos les encontrasteis no vinisteis al bosque y nos matasteis a todos? ¿Por qué no hicisteis un gran fuego que consumiera a todos nuestros padres y a la propia madre árbol?

En el borde del bosque, Come-hojas emitió un chillido terrible, lleno de pena insoportable.

—Si hubierais cortado uno de los árboles —dijo Humano —, si hubierais asesinado a uno solo de ellos, os habríamos visitado por la noche y os habríamos matado a todos. Y aunque alguno de vosotros sobreviviera, nuestros mensajeros habrían contado la historia a todas las otras tribus, y ninguno de vosotros dejaría esta tierra vivo. ¿Por qué no nos matasteis por haber asesinado a Pipo y Libo?

Mandachuva apareció de repente tras Humano, jadeando pesadamente. Se arrojó al suelo y tendió las manos hacia Ender.

—¡Le corté con estas manos! —gimió —. ¡Intenté honrarle, y maté su árbol para siempre!

—No —dijo Ender. Tomó las manos de Mandachuva y las sostuvo —. Los dos pensabais que estabais salvando la vida del otro. Él te hirió y tú… le heriste, sí, le mataste, pero los dos creíais que estabais haciendo bien. Eso es suficiente por ahora. Ahora sabes la verdad, igual que nosotros. Sabemos que vuestra intención no era el asesinato. Y ahora vosotros sabéis que cuando introducís un cuchillo en un ser humano, morimos para siempre. Ése es el último punto de la alianza, Humano. No llevar a ningún ser humano a la tercera vida, porque no sabemos ir.

—Cuando le cuente esta historia a las esposas, oiréis una pena tan terrible que parecerá que los árboles se rompen bajo una tormenta.

Se dio la vuelta y se plantó ante Gritona, y le habló unos instantes. Entonces regresó junto a Ender.

—Vete ahora —dijo.

—Aún no tenemos la alianza.

—Tengo que hablar a todas las esposas. Nunca lo harán mientras estéis aquí, a la sombra del árbol madre, sin nadie que proteja a los Pequeños. Flecha os guiará. Esperadme en la colina donde Raíz monta guardia. Dormid si podéis. Le presentaré la alianza a las esposas e intentaré que comprendan que debemos tratar a las otras tribus con tanta amabilidad como nos habéis tratado vosotros.

Impulsivamente, Humano extendió una mano y tocó con firmeza a Ender en el vientre.

—Hago mi propia alianza —le dijo —. Te honraré siempre, pero nunca te mataré.

Ender apoyó la palma de su mano contra el cálido abdomen de Humano. Notó las protuberancias calientes bajo su contacto.

—Yo también te honraré siempre.

—Y si hacemos esta alianza entre tu tribu y las nuestras —dijo Humano —, ¿me darás el honor de la tercera vida? ¿Me dejarás estirarme y beber la luz?

—¿Podemos hacerlo con rapidez? No de la forma lenta y terrible en que…

—¿Y convertirme en uno de los árboles silenciosos? ¿Sin ser nunca padre? ¿Sin más honor que alimentar con mi savia a los apestosos macios y dar mi madera a los hermanos cuando me canten?

—¿Hay alguien más que pueda hacerlo? ¿Uno de los hermanos que conozca vuestro camino de vida y muerte?

—No comprendes. Así es cómo toda la tribu sabrá que se ha dicho la verdad. O tú me llevas a la tercera vida o yo debo llevarte a ti. De otro modo, no habrá alianza. Yo no te mataré, Portavoz, y los dos queremos el tratado.

Other books

Someone to Love by Hampton, Lena
Wolves by D. J. Molles
Twist Me by Zaires, Anna
Frayed Rope by Harlow Stone
A Fatal Waltz by Tasha Alexander
No Questions Asked by Menon, David
The VMR Theory (v1.1) by Robert Frezza
Baby Love Lite by Andrea Smith