Mientras se abría paso por los caminos, esquivó unas cuantas peleas. Los Garou se abatían y luchaban los unos contra los otros, derramando sangre de vez en cuando, hasta que uno se rendía y aceptaba el dominio del otro. Tantos Garou no se podían reunir en un sitio sin que estallaran las peleas. Lo mejor era dejarlos que se entretuvieran como quisieran.
Al esquivar a los guerreros contendientes, se coló dentro de algunas tiendas y tuvo que saltar por encima de literas, sacos de dormir y algunos fetiches cuidadosamente envueltos y guardados. No perdió tiempo en examinarlos, porque sabía que si le veían hacerlo sólo lo podrían acusar de ser un ladrón. Así que siguió andando, intentando no llamar la atención. Por suerte, la mayoría de los Garou que estaban allí estaban ocupados vigilando que las manadas determinasen la jerarquía social, a la espera de ver cuál de ellas demostraba ser la líder cuando finalmente el grupo de guerra tuviese que partir.
Por supuesto, los asuntos del rango individual entre los miembros de la manada serían los que decidiesen en última instancia. Sin embargo, aquellos que tenían el mismo rango, tenían que decidir dónde se quedaban en relación a sus iguales. Como Mephi pudo oír claramente, no era solo el combate lo que decidía el dominio. También se declaraban muchos desafíos sobre el arte de la caza. Quería quedarse y escuchar unos cuantos, pero lo llevaba allí un asunto más apremiante. Siguió andando, dirigiéndose hacia el centro.
Muchas manadas eran de una sola tribu, pero un número sorprendente de ellas estaban compuestas de varias tribus. Eso significaba que los estandartes, que señalaban las tiendas de campaña de los líderes tribales, no eran la única representación de aquellas tribus. Un ejército muy diverso, pensó. Será una jugada tener que dirigirlo. Pero si alguien puede con ese desafío, supongo que ese es el margrave.
Finalmente atravesó los círculos y llegó a la tienda principal, marcada con las señales de las garras en forma de cruz sombreada de los Señores de las Sombras. Era una tienda de campaña militar enorme, del tipo de las que se usan para albergar una gran operación logística. Todos los laterales estaban atados y ocultaban el interior. Uno de los cuervos que lo había estado espiando en el paso estaba sentado en lo alto de un mástil, vigilándole mientras Mephi cruzaba el camino hacia la entrada.
Había un Señor de las Sombras al lado de la lona de la puerta, vestido a la vieja usanza, con el traje típico real del este europeo. Miró a Mephi con los ojos medio entornados.
—Saludos —dijo Mephi, haciéndole media reverencia—. Soy Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte. Traigo noticias para el margrave.
—Te está esperando —dijo el hombre, mientras apartaba la lona a un lado.
Mephi asintió y entró.
Cinco Garou estaban reunidos alrededor de una mesa central, señalando cosas en un mapa. La sala estaba llena de mesas, sillas y armas. La mayoría de los puestos estaban vacíos; solo los cinco Garou estaban presentes. Tres de ellos, dos hombres y una mujer, se volvieron para mirar a Mephi, mientras otra mujer hablaba con un hombre grande de pelo blanco, vestido con pieles negras. Los ojos del hombre se movieron y se clavaron en los de Mephi. Su cara no mostraba ninguna señal de reconocimiento, pero Mephi tenía la marcada sensación de que le había visto y reconocido.
—Margrave —dijo Mephi, clavando una rodilla en el suelo y haciendo una profunda reverencia.
—Más-Rápido-que-la-Muerte —dijo Konietzko—. Me alegro de volver a verte.
Los otros Garou empezaron a cuchichear entre ellos, mirando a Mephi.
—No habléis todos a la vez —dijo Mephi, al tiempo que se volvía a levantar, con una sonrisa que esperaba que interpretaran como de desaprobación—. No hace falta que habléis todos en mi nombre.
Los Garou se quedaron callados, vigilándole con miradas astutas.
—Ejem —dijo Mephi—. Traigo malas noticias, margrave. Es sobre el rey Albrecht y… asuntos más importantes.
La cabeza del margrave se ladeó ligeramente, una señal que Mephi se imaginó que en cualquier otra persona habría sido una reacción tardía de sorpresa. El margrave se giró hacia la mujer con la que había estado hablando.
—Llama a la reina Tvarivich —le dijo.
Sin vacilar, la mujer asintió, pasó al lado de Mephi y salió de la tienda. El margrave se giró hacia los otros.
—Continuaremos con nuestra estrategia después. Primero necesito exploradores que encuentren ese camino de luna. Si no se puede encontrar, necesito Theurge que lo fragüen.
Mephi arqueó las cejas. Que los chamanes tuvieran que ordenar a los Lunas que construyeran caminos de luna significaba que había algo lo suficientemente importante para arriesgarse a irritar a los espíritus de la luna de mercurio.
Los Garou asintieron y salieron de la tienda, susurrando entre ellos de nuevo.
El margrave señaló una silla de madera.
—Por favor, siéntate, Mephi. Has venido desde lejos, puedo asegurarlo.
Mephi aceptó el ofrecimiento y se acomodó en la silla. Estaba bien poder relajar por fin los músculos de sus piernas.
—Gracias, margrave. Te lo agradezco mucho. —Al lado de la silla había una pequeña mesa con un jarro de agua y tres copas de madera—. ¿Puedo?
—Por supuesto. Sírvete tú mismo lo que necesites. Cuando hayas transmitido tu mensaje, ordenaré que te preparen la cena. —Konietzko se sentó en una gran silla de madera de respaldo alto, cuajada de rubíes y ópalos negros.
La lona de la puerta se abrió y la reina Tamara Tvarivich entró. Llevaba una capa blanca con los bordes de piel y una chaqueta negra de piel, pantalones y botas. Hizo un breve gesto con la cabeza hacia Konietzko y luego se detuvo delante de Mephi, que empezó a levantarse. Con la mano le indicó que siguiera sentado, luego cogió una silla que tenía cerca, la acercó y se sentó.
—Es muy interesante que hayas venido en este momento —dijo, mirando a Mephi con curiosidad.
Mephi esperó a que continuase, pero ella no dijo nada más.
—¿En serio? ¿Cómo es eso?
—Primero háblame de Albrecht. ¿Está bien?
—Bueno, era justamente eso. Nadie lo sabe. No ha vuelto todavía al protectorado de Tierra del Norte. Dicen que su puente de luna se derrumbó antes de que llegara.
Tvarivich silbó.
—Lo sospechaba. Desde nuestro extremo sabíamos que había pasado algo, pero no sabíamos si él había conseguido llegar antes de que sucediera. ¿Y nadie lo ha visto en la Umbra?
—No. Está desaparecido. Tierra del Norte me ha pedido que me entere si vosotros habéis oído algo, pero la Jarlsdottir estaba segura de que no. Vengo de su clan.
Tvarivich, con el ceño fruncido, miró a Konietzko, cuyo rostro no reflejaba ninguna emoción.
—Me temo lo peor. Si Albrecht no viene con refuerzos, tendremos que llevar a cabo tus planes iniciales. Son más… temibles.
—No necesitamos al rey Albrecht para conseguir la victoria —dijo Konietzko—. Sus fuerzas nos permitirían sufrir menos bajas, pero ganaremos de todas maneras.
—Malditos sean estos días —dijo Tvarivich. Volvió a mirar a Mephi—. ¿Qué sabes de los misterios de la muerte Garou, Caminante Silencioso?
—¿Yo? No mucho. Todo el mundo está convencido de que mi tribu está obsesionada con la muerte, pero eso es porque nuestros ancestros no están… —Mephi hizo una pausa, con una expresión agria en el rostro. Parecía estar recordando algo, una experiencia amarga—. No están disponibles. Vosotros podéis contactar con los vuestros; los nuestros se han ido.
Tvarivich asintió.
—Sí, lo sé. Yo soy cabeza del Sacerdocio de Marfil. Buscamos los secretos de la muerte, el misterio de superarla, como lo aprendió el Primer Lobo, el Colmillo Plateado que rescató a Gaia de la muerte.
—Sí, he oído esa leyenda. Me hace gracia que todas las tribus se apropien del primer lobo. —Mephi levantó las manos en un gesto de tregua al ver el ceño fruncido de Tvarivich—. Lo admito, tu tribu es probablemente la que tiene más derecho a reclamarlo. Aquí no hay ninguna competición. ¿Pero por qué me preguntas todo esto? Es un tema bastante delicado en este momento.
—Eres el único Caminante Silencioso que hay en el campamento. Tenía curiosidad por saber si habías sentido la puerta abierta.
—¿La puerta?
—Una puerta que hay en el camino que recorren los ancestros entre la muerte y la recuperación en los reinos ancestrales. Un camino secreto, que ningún Garou vivo ha recorrido nunca. Mi orden ha jurado recorrer ese camino y regresar para hablar de él.
Mephi miró a Tvarivich, como si le estuviera tomando la medida.
—¿Y estás segura de que eso es inteligente? Si ningún Garou va allí a menos que esté muerto, quizás sea eso lo que quiere Gaia.
—Como todo lo demás desde el Primer Amanecer, los propósitos de Gaia con la muerte se han pervertido. Nuestra orden busca restaurarlos.
—¿Ahora? Tienes a casi todo tu clan fuera, viviendo en tiendas de campaña, mientras esperan la gran batalla. Este no parece que sea el momento oportuno para aventurarse por caminos que se supone que ningún Garou conoce.
Tvarivich suspiró y bajó la mirada.
—Sí y eso me fastidia. ¿Por qué se ha abierto esa puerta ahora? Lo he notado y he adivinado que está abierta, pero está lejos de aquí. Temo que nunca llegaré a conocer la respuesta al único misterio que siempre he perseguido. Pero así es el destino. El mío es la batalla. Que así sea.
Mephi miró a Konietzko mientras ella decía esto último y vio que asentía ligeramente, como si le alegrase saber dónde descansaban las lealtades de la reina.
—Mira —dijo Mephi volviéndose hacia Tvarivich—. Tú tienes algo que mi tribu no tiene: contacto con vuestros ancestros. Algunos de nosotros daríamos cualquier cosa por ello. Créeme. Pero Gaia está primero. ¿Qué necesidad tienes de ir a buscar algo que ya tienes?
Tvarivich frunció el ceño, pero no parecía sentirse insultada.
—No todos nuestros muertos regresan como ancestros. Hay muchos misterios que descubrir. ¿Y si sus espíritus están atrapados, como tal vez les pase a vuestros ancestros? ¿Cómo íbamos a saberlo a menos que investigásemos esos misterios?
—Yo tuve la oportunidad de romper la maldición de nuestra tribu —dijo Mephi—. Wepauwer, un espíritu poderoso, afirmó haber descubierto el modo. Yo lo rechacé. ¿Por qué? Por esto. —Mephi hizo un gesto hacia la tienda que tenían alrededor—. Está en marcha. Ahora no es el momento de llevar a cabo misiones personales. Tenemos que dejar todo eso a un lado. Por amor a Gaia.
Mephi se levantó y se dirigió hacia Konietzko.
—No he venido solo a traer noticias de Albrecht. He venido a hablaros de mi visión, la razón por la que les di la espalda a nuestros ancestros.
Konietzko se inclinó hacia delante, fascinado. Su silencio era sin duda una señal para que Mephi continuase.
—Fénix me levantó con sus garras. Vi lo que va a llegar, los horrores que están comenzando. El Ojo Rojo. El Apocalipsis.
Konietzko entornó los ojos.
—¿Y qué te mostró Fénix acerca de nuestro destino?
—Todavía no se ha escrito. He visto que el mundo moría porque ningún Garou luchaba por él. Si luchamos, podemos cambiar eso.
Konietzko asintió.
—Así que tengo razón. Nuestro ejército decidirá el resultado de nuestra larga guerra.
Tvarivich se levantó y se dirigió a Konietzko.
—¿Entonces nos vamos a la Cicatriz? ¿Sin Albrecht?
—No veo otra opción estratégica —dijo Konietzko—. Su ejército se reúne allí y se hace más fuerte cada día. El último grupo de exploradores que regresó afirma que ya son unos quinientos, mientras que nosotros somos trescientos. No podemos esperar a que destruyan los túmulos con un ataque. No se esperan que vayamos a su propia tierra. La sorpresa será nuestra.
Mephi sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral. La Cicatriz. Un reino terrible de corrupción total en la Umbra. No solo estaba lejos de allí; era uno de los lugares más infernales que uno se podía imaginar. Allí el enemigo sería más fuerte. Incluso con el factor sorpresa no ganarían mucha ventaja. Ahora entendía por qué quería el margrave caminos de luna: para trasladar al ejército hasta la Cicatriz sin alertar a sus fuerzas.
—Entonces no debemos esperar más tiempo —dijo Tvarivich—. Voy a preparar a mis fuerzas. ¿Ordenarás una asamblea general?
—Sí. Todas las tropas se reunirán en el campo con la primera luna. Allí nos dirigiremos a todos, tú y yo juntos.
Tvarivich se dio media vuelta y abandonó la tienda, haciendo solo un ligero gesto con la cabeza hacia Mephi.
Konietzko se dirigió hacia la mesa del mapa. Habló sin mirar a Mephi.
—Mi ayudante te llevará a tus aposentos. Necesitas descansar. Otro viaje largo comenzará mañana por la tarde.
Mephi hizo una reverencia, aunque no estaba seguro si el margrave la había visto. Cogió su bastón y salió de la tienda.
Mephi estaba sentado en un afloramiento de piedra que sobresalía por encima del campo, en las montañas que lo bordeaban. Bajó la vista hacia el numerosísimo grupo de Garou congregados allí, organizados en unidades por manada, clan y tribu. El margrave y la reina Tvarivich estaban en otro afloramiento a su derecha, lo suficientemente lejos para que todos los ojos que estaban abajo se dirigieran lejos de Mephi, algo que agradecía. No quería trescientos pares de ojos clavados en él.
Masticaba una pierna de cordero y bebía una jarra de cerveza. Se moría de hambre desde que había llegado, pero no se había permitido admitirlo hasta haber terminado su trabajo. Ahora se recuperaba comiendo toda la carne que el campamento le proporcionó. Tras la asamblea, se caería redondo en una litera que le dieron los Señores de las Sombras, en una tienda con algunos de los Hijos de Gaia de los Caminantes del Amanecer.
El propio Caminante del Amanecer estaba allí, dirigiendo a aquellos de su clan que querían luchar, que eran más de los que Mephi se había imaginado. La mayoría de los Hijos de Gaia eran pacifistas, que querían luchar en batallas defensivas, pero que casi nunca participaban en guerras supremas. No porque fueran unos cobardes, sino porque creían que el Wyrm se alimentaba de tales matanzas.
El ayudante del margrave dio un paso adelante y aulló, un sonido profundo y resonante que hizo callar a todos los que estaban en el campo de abajo. Mephi estaba impresionado: el chico tenía unos pulmones realmente poderosos. No le extrañaba que fuera el cantor de cuentos favorito de Konietzko.