Read La tumba de Hércules Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (41 page)

BOOK: La tumba de Hércules
6.88Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Perfecto —dijo Nina, arrancándosela de las manos.

La carpeta contenía páginas con las traducciones del
Hermócrates
del griego al inglés, pero ella las ignoró. Lo que quería era la carpeta, que tenía una tapa de plástico rojo transparente.

Colocó la primera página del pergamino dentro de la carpeta y la sostuvo bajo una de las ventanas, tratando de conseguir que la iluminara tanta luz directa como fuese posible. Bajo el plástico, el texto rojizo y marrón casi se desvaneció a causa del filtro rojo, dejando nada más que una sombra suave.

Pero algo más acababa de aparecer en el pergamino, con una claridad perfecta.

Entre las páginas fantasmales del texto original destacaban letras individuales, y lo que antes había parecido tinta descolorida se volvió casi negra…

—Eso es lo que significaba la frase sobre ver el mundo a través de un cristal erubescente —dijo Nina, sobrecogida—. Pensé que las manchas oscuras eran solo impurezas de la tinta… pero debieron añadirse después de que se escribiera el texto principal. El cristal rojo era increíblemente raro y valioso en los tiempos de Platón, así que muy poca gente habría podido encontrar el texto escondido. Alguien escribió sobre las letras con una tinta azul rebajada con agua para esconder un mensaje, palabras dentro de palabras. Pudo haber sido tinta de pulpo, supongo, o quizás…

—Por lo que a mí respecta, podrían haberlo hecho con un bolígrafo —dijo Sophia, impacientemente—. ¿Qué dice?

—Libreta, libreta —dijo Nina, chasqueando los dedos.

Chase no pudo evitar sonreír ligeramente ante la expresión ofendida de Sophia mientras le pasaba a Nina una libreta y un bolígrafo.

—Vale, vamos a ver…

Un poco torpemente por culpa de las esposas, Nina escribió cada una de las palabras destacadas. Una frase con los caracteres del griego antiguo fue tomando forma gradualmente.

—Bueno, este es un inicio prometedor —dijo, traduciendo en su cabeza—. Dice que la entrada da al alba.

—Aterrice por la cara este de la montaña —le dijo Corvus al piloto—. ¿Qué más?

—No lo sé, eso es todo lo que tengo, de momento —le contestó Nina, irritada—. Necesito seguir trabajando en ello.

—Tendrás que hacerlo de camino —dijo Sophia—. Ya estamos aquí.

Todos miraron hacia delante. Ante ellos había una pequeña colina rocosa, un montículo oscuro contra las dunas interminables de color gris y marrón pálido.

—Esto no es exactamente una montaña —observó Chase, un poco defraudado—. Parece más una espinilla. Pensaba que Hércules reposaría en un lugar más impresionante.

—Al contrario que algunos hombres, dudo que Hércules sintiese la necesidad de compensar nada —le contestó Sophia, secamente—. Además, estoy segura de que los contenidos de la propia tumba serán bastante más impresionantes.

El helicóptero voló hasta cernerse sobre el fondo de la colina por su cara sur, aterrizando en un vórtice de polvo y arenilla. Los otros aparatos lo siguieron.

—Dispersaos —ordenó Corvus por la radio—. Hay una entrada en algún lugar… encontradla.

Los hombres armados, vestidos con trajes de camuflaje del desierto, saltaron de los helicópteros para iniciar la búsqueda. Corvus se giró hacia Nina.

—Doctora Wilde, siga trabajando. Quiero tanta información como sea posible del interior de la tumba para cuando encontremos la entrada. En cuanto lo hagamos, me temo que tendrá que trabajar sobre la marcha.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó Chase—. Ni que esto fuese una carrera… nadie más sabe dónde está esto.

—Dudo que lo entendieras, Chase —dijo Corvus, con la voz llena de desprecio—. Eres un don nadie, con sueños pequeños e insignificantes. Pero si tuvieses uno como el mío y estuvieses a punto de ver cómo se hace realidad… tampoco tú querrías esperar.

—Eh, yo también tengo sueños que quiero que se hagan realidad y todo eso —le respondió Chase—. De hecho, tuve uno ayer por la noche. Tú salías en él. Y también tú —dijo, señalando a Sophia—, y Joe Tetitas Perforadas. —Chase sonrió con frialdad—. Y yo tenía un bate de béisbol. Con clavos.

—Oh, cállate, Eddie —se enfurruñó Sophia, antes de girarse hacia Nina—. Este es uno de los motivos por los que lo dejé. No se callaba nunca. Estoy segura de que ya te has dado cuenta.

—Si todo el mundo permaneciese en silencio, podría concentrarme —señaló Nina, molesta.

Con el motor apagado, la temperatura de la cabina aumentó rápidamente. Nina era la única que no se daba cuenta, volcada totalmente en ir extrayendo las letras escondidas entre el texto. Estaba en la página número nueve del pergamino cuando entró una llamada de uno de los hombres de Corvus por el altavoz de la cabina.

—Señor, soy Bertillon —dijo, emocionado—. La hemos encontrado, a unos ciento ochenta metros al norte, detrás de la roca alta.

Todo el mundo miró hacia allí y vio un pilar de piedra erosionado por el tiempo que destacaba en la ladera de la colina.

—Excelente —dijo Corvus, abandonado la cabina y colocándose un sombrero de ala ancha. Komosa salió por la puerta trasera y la mantuvo abierta para Sophia. Después arrastró a Chase de su asiento y lo arrojó sobre la arena caliente. Nina los siguió a regañadientes, aferrando el manuscrito del
Hermócrates
.

Miró con los ojos entrecerrados el paisaje que los rodeaba y el brillo del sol contra el suelo la deslumbró. Un copioso sudor formó perlas alrededor de sus ojos. Exceptuando las dunas redondeadas, que se extendían en el horizonte en todas direcciones, la pequeña colina era el único punto de referencia a la vista.

La ciudad más cercana, y Nina lo sabía por las imágenes de satélite utilizadas en el
château
de Corvus para ubicar con exactitud la localización de la tumba, estaba a casi ciento sesenta kilómetros de distancia. Aunque no era el desierto más cálido de la Tierra, el Gran Erg seguía siendo un lugar desolado y letal.

Un buen sitio para esconder un gran tesoro…

Los hombres de Corvus volvieron al helicóptero para recoger más equipo mientras su jefe iba hacia la particular roca y los demás lo seguían. Nina estaba empapada en sudor en apenas un minuto. Le pidió a Sophia que le permitiese a un sofocado Chase quitarse la chaqueta pero, tal y como había supuesto, su petición fue rechazada… con un deje de placer morboso.

Llegaron a la roca y encontraron un pedrusco más pequeño medio enterrado a su lado. El hueco que quedaba entre ellos formaba un pasadizo de algo más de un metro de ancho que se internaba en la ladera. El hombre de Corvus, Bertillon, salió de las sombras del interior cuando llegó el grupo.

—Es bastante profundo, señor. Y debería ver algo. No somos los primeros.

Utilizando linternas, entraron en la boca del túnel.

—No es muy impresionante —bufó Sophia mientras iluminaba con su luz la sala que les rodeaba.

—Hay más aquí atrás, señora —dijo Bertillon, avanzando.

Un arco marcaba la entrada a una segunda sala donde el aire era fresco y estaba en calma. Nina identificó inmediatamente la arquitectura como perteneciente al antiguo diseño ateniense, todavía elegante a pesar del paso de los milenios. Parecía que estaban en el lugar correcto, ¿pero qué más se iban a encontrar?

—Oh, uau —jadeó ante lo que tenía delante.

Sophia se paró a su lado y enfocó con su linterna el enorme objeto.

—De acuerdo, lo admito: esto sí que es impresionante.

Era una estatua, una estilizada representación de un león de cerca de tres metros y medio de alto y casi lo mismo de ancho, que bloqueaba el final de la sala. Tenía la boca abierta en un rugido silencioso y una de sus patas levantada como si fuese a golpear con la garra; la otra yacía plana sobre el suelo de piedra.

Bajo esa pata había un cuerpo.

—Lleva muerto bastante tiempo —dijo Nina, arrodillándose para examinarlo mejor.

El cuerpo aplastado era poco más que un esqueleto polvoriento con tiras de piel disecadas pegadas a él.

—Mil años, por lo menos. Igual incluso más.

—¿Qué le sucedió? —preguntó Corvus, iluminando con su luz la boca del león, que estaba por lo menos a dos metros y medio del suelo.

Aunque la estatua era de piedra, los dientes eran de bronce envejecido… con unas tenues marcas de sangre que todavía eran visibles. Algunas habían chorreado por la mandíbula del león como si le hubiese arrancado el brazo a alguien.

—¿No está claro? —preguntó Chase, señalando con la barbilla la pesada pata de piedra que había aplastado al desafortunado explorador—. Leoncio lo espachurró. Es una trampa.

Todo el mundo retrocedió rápidamente hasta una distancia respetuosa de la estatua y miraron a Nina.

—Creo que es hora de que nos digas qué más has encontrado en tus traducciones —le dijo Sophia, descansando una mano sobre la pistola enfundada.

Nina hojeó su libreta.

—Supongo que este es el león de Nemea… el primero de los diez trabajos de Hércules.

—¿Diez? —Sophia levantó una ceja, indicando duda—. Pensé que eran doce.

—Depende de la versión de la leyenda que leas. En los primeros relatos de la antigua Grecia, Hércules solo pasó diez pruebas y el orden en que sucedieron variaba según quién contase la historia. Las únicas constantes eran que la primera era siempre matar al león de Nemea, cuya piel utilizó Hércules para fabricar su capa impenetrable, y la segunda era matar a la hidra de Lerna, de donde sacó el veneno para sus flechas. El último trabajo era también siempre el mismo: derrotar a Cerbero, el guardián del inframundo.

—Así que para entrar en la tumba de nuestro amigo Hercu, ¿hay que recrear sus trabajos? —preguntó Chase.

Todos lo miraron.

—¿Qué? Tengo razón, ¿no, Nina?

—Sí, la tiene —confirmó Nina, asintiendo—. Eso era lo que estaba escondido en el
Hermócrates
: cuáles son las pruebas y qué camino tomar en el laberinto, que se supone que representa al inframundo, para llegar hasta ellas.

Sophia la miró, desconfiada.

—¿Pero no dice cómo superarlas?

—Eso habría sido innecesario. Los trabajos de Hércules eran tan familiares para todos los griegos antiguos como los cuentos de Cenicienta, o Robin Hood, o… o
La guerra de las galaxias
para nosotros. Cualquier ateniense que se preciase sabría cómo superarlas.

Nina señaló la boca del león.

—Hércules derrotó al león de Nemea metiéndole la mano en la boca y sacando sus entrañas. Apuesto a que hay algún tipo de mecanismo dentro que hay que soltar para abrir el camino a la siguiente sala.

Komosa trepó cautelosamente por una de las patas del león e iluminó la boca. De cerca, estaba claro que la mandíbula inferior estaba separada del cuerpo principal de la estatua y que podía abrirse y cerrarse.

—Tiene razón —dijo, tras un momento—. Hay una palanca aquí que parece de bronce.

Se inclinó hacia atrás y apuntó con la linterna al hueco entre las dos patas.

—Y hay otro pasadizo por aquí.

—Está claro que los que trataron de entrar en la tumba consiguieron pasar la primera prueba, entonces —dijo Nina—. Pero no todos sobrevivieron.

Miró el esqueleto aplastado.

—A este lo pisotearon y, a tenor de esas manchas, alguien perdió un brazo tratando de meterlo en la boca del león.

Corvus la miró, incrédulo.

—¿Está diciendo que la estatua se movió?

—Sí. Si activas la trampa y el león abre el pasadizo, la boca muerde y las patas suben y bajan para tratar de engancharte o machacarte. De hecho… —Retrocedió y exploró con el pie el suelo de la sala hasta dar con una zona que estaba un poco más baja que las que lo rodeaban y que se movió cuando la tocó—. Aquí. ¿Veis? Esto está suelto… Seguramente sea lo que hace saltar la trampa. Si pisas aquí, te quedas encerrado y la única salida es…

—Superar la prueba del mismo modo que hizo Hércules —dijo Sophia, pensativa—. Suponiendo que no se hayan superado todas, ¿es posible que algunas trampas aún funcionen?

—No lo sé. Antes de que Eddie me contase lo de la del Tíbet, que es mucho más antigua que estas, habría dicho que no. Si los mecanismos están elaborados con piedra y metal en lugar de con madera y cuerda, entonces quizás…

Sophia iluminó la cara de Nina.

—Bueno, menos mal que estás tú aquí para guiarnos a través de ellas. ¿Hasta dónde has llegado?

—He llegado hasta el sexto trabajo y extraído las indicaciones para cruzar el laberinto hasta ese punto también —contestó Nina, parpadeando, irritada—. Podría trabajar más rápido si, ya sabes, me quitases estos malditos chismes.

Sostuvo en alto las dos manos, tirando de las cadenas de las esposas hasta ponerlas tensas.

Sophia se lo pensó por un momento.

—Soltadla —ordenó, por fin.

—¿Estás segura? —le preguntó Corvus.

Sophia sonrió y se acercó caminando hasta Chase, recorriendo con una mano las hombreras de su chaqueta de cuero.

—No hará ninguna estupidez mientras lo tengamos a él.

Corvus asintió.

—Muy bien.

Uno de sus hombres abrió las esposas de Nina. Ella se frotó las muñecas, en las que el metal había dejado surcos.

—Y ahora, vamos a ello —dijo Corvus.

Uno por uno, los miembros de la expedición se deslizaron a través del estrecho hueco que había entre las patas del león.

Los pasadizos que encontraron a continuación eran de verdad un laberinto, estrecho y polvoriento. Sin embargo, Nina ya había escrito las indicaciones y su avance consistió simplemente en hacer la elección correcta para ir a la izquierda o a la derecha en cada giro.

Se le había ocurrido preguntarse qué pasaría si tomasen el camino incorrecto, pero decidió no consultarlo en voz alta por si acaso a Sophia o a Corvus se les ocurría hacer que fuese Chase quien lo investigase.

Encontraron otros trabajos por el camino, más estatuas estilizadas paralizadas a medio ataque cuando el mecanismo había sido accionado por otros ladrones de tumbas, o atascadas al final de cada sala tras matar a los que habían tratado, sin éxito, de superarlas. Como no había nadie que pudiese devolver a su estado inicial las trampas, se volvían inofensivas una vez activadas… pero eso no impidió que el grupo atravesase cada una de ellas con la máxima precaución. Por si acaso.

La hidra de Lerna: siete cabezas en forma de serpiente que en su día habían disparado dardos envenenados, llevándose las vidas de tres intrusos, cuyos esqueletos estaban retorcidos en el suelo tras sufrir las contorsiones previas a la muerte. Las cabezas de piedra yacían ahora rotas sobre el suelo y la estatua estaba decapitada. No era una interpretación literal del mito, como sabía Nina, pero dudaba de que los constructores de la tumba pudiesen hacer que el metal y la piedra se regenerasen espontáneamente.

BOOK: La tumba de Hércules
6.88Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Billy and Girl by Deborah Levy
Vampire Beach Hunted by Alex Duval
Hidden Falls by Newport, Olivia;
Enemy Mine by Katie Reus
Midnight Ballerina by Cori Williams
Perfect Timing by Jill Mansell