La Trascendencia Dorada (47 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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La mayor sacudió la cabeza tristemente.

—Ya me dijo todos sus adioses, cuando lloró sobre mi ataúd en el mausoleo de Estrella Vespertina. Yo le dije el mío antes, mucho antes.

—¿Cuándo?

—Lo vi. Él había hecho virar su nave y regresado, abandonando todo. Abandonando la labor de una vida. La primera vez, antes de Lakshmi. Miré por la ventana y le vi subir la escalera. Si hubiera llegado quince minutos antes, el ataúd no habría estado preparado, y yo no habría podido ahogarme. Pero me había ido cuando él llegó arriba. Trató de sacarme del ataúd. Era como un joven dios, con su armadura dorada, y apartó a los alguaciles como peleles. Tuvieron que llamar a Atkins para detenerlo. Atkins había estado esperando, observando, desde que el guerrero colonial se encamó, seguro de que un día lucharían. Atkins estaba desnudo y magnífico, y su ojo destellaba cuando se trabaron cuerpo a cuerpo.

—¿Cómo sabes todo esto, si estabas en el ataúd?

—Estaba soñando sueños verdaderos. Veía todo lo que sucedía: pedí que enviaran todas las imágenes y sonidos del mundo externo a mi cerebro dormido. Lo sabía. Claro que lo sabía. ¿Me lo hubiera perdido? No soy tan cobarde ni blandengue como crees. En definitiva, fui tu modelo.

—¡Entonces ven!

La Dafne mayor se apartó.

—No puedo enfrentarme a él. Tú debes ser mi embajadora esta última vez, y decirle que ansiaba corresponder a su amor, pero no pude. El vacío negro e infinito que tanto lo atrae me llena de terror. ¿Cómo podría dejar esta verde y dulce Tierra por... por eso? Dile que si fuera más valiente...

—Si fueras más valiente, ¿lo amarías?

—Si fuera más valiente, sería tú.

No dijeron nada más. Las dos mujeres permanecieron un tiempo lado a lado, tomándose la mano frente al ventanal, observando la estrella ascendente de la
Fénix Exultante,
y maravillándose ante el resplandor.

Dafne Tercia Estrella Vespertina subió la montaña sola. Se había puesto su cuerpo más alto y más fuerte; una ajustada capa negra de nanomateria envolvía sus curvas, y hebras aerodinámicas de admantio dorado le ceñían los senos, enfatizaban la esbeltez de la cintura, la redondez de las caderas.

El sol había despuntado en el este, y las botas doradas de Dafne centelleaban. Llevaba el yelmo en el antebrazo. Era dorado, del mismo diseño egipcio que el de Faetón.

La cima de la montaña era chata y pedregosa, con algunas matas de hierba espinosa. A poca distancia había un anciano arrugado sentado en una roca. Se apoyaba en un largo cayado blanco, y su pelo y su barba eran del color de la nieve.

El viejo miraba una planta que había echado raíces. Tenía menos de veinte centímetros de altura y un tallo delgado, pero debía de estar hecha para florecer fuera de estación, pues un capullo había asomado y formaba una hoja plateada. La hoja relucía como un espejo diminuto, y el viejo sonreía.

Alzó la vista.

—La Edad de Oro ha terminado. ¡Pronto tendremos una edad de hierro, una edad de guerra y pesadumbre! ¡Qué apropiada es tu coraza, querida esposa de Faetón! ¡Pareces una deleitable y joven amazona! ¿Cómo pudiste costearte semejante armadura?

—Durante la Trascendencia cobré los honorarios de todos los que venían a consultar a mi hija.

—¿Hija? —El anciano pestañeó—. ¿Hija?

—Aún no es legalmente mayor, así que yo recibí el dinero. Y la Trascendencia predijo, o decidió, que Gannis trataría de deshacer parte del daño que había hecho a su imagen pública, así que durante los largos meses de la Trascendencia (aunque para nosotros sólo pareció un instante) preparó esta armadura, átomo a átomo. Cuando digo «para nosotros», me refiero a los que estuvimos en la Trascendencia. A ti no te reconozco.

—¿No me reconoces? ¡Mi dulce, joven y curvilínea diosa de la guerra me ha olvidado! ¡Pensar que significábamos tanto el uno para el otro!

Ella retrocedió un paso.

—La
Fénix Exultante
se acerca. —Señaló el cielo. Un triángulo de oro pendía en el cielo entre las nubes entreabiertas, como a veces se ve la luna de día. Aun estando en órbita, la gran nave era visible—. La lanzadera aterrizará aquí, así que apártate si no quieres ser lastimado.

—Sé todo eso. La lanzadera salió de la dársena diecinueve de babor, hace dos horas. Había grandes signos dragontinos pintados en su quilla, «Recién casados», y latas de estaño con sogas flotaban a popa. La lanzadera descendió hasta llegar bajo la plataforma de levitación. Tu esposo la dejó allá y saltó de la cámara estanca. Se zambulló en la atmósfera. Sólo para alardear de cuánto calor de reingreso puede generar su armadura, supongo. Lo espero en cualquier momento.

—¿Cómo sabes todo esto?

—Lo observaba todo desde mi bosquecillo. Ordené a las hojas de cierto valle de mi propiedad que formaran un espejo convexo, para poder tomar medidas de la
Fénix Exultante
mientras se acercaba. ¡Es asombroso lo que puedes hacer con herramientas primitivas y un poco de matemática simple! También construí un puente sobre aquel arroyo frente a la casa de tu madre, con madera cepillada y anticuado epóxido molecular. ¡Muy refrescante, trabajar con las manos!

Dafne hizo el gesto de reconocimiento, pero nada ocurrió.

—¿Quién demonios eres? ¡La Mascarada ha terminado! ¿Por qué no está tu nombre en los archivos?

—¡Venga! —exclamó el viejo con enfado irónico—. Tú eres la autora de relatos de misterio. ¡Es obvio quién soy!

—Tú eres el que inició todo esto. El que despertó a Faetón y le hizo apagar el filtro sensorial para que viera que Jenofonte lo acechaba. Faetón descubrió que le habían modificado la memoria...

—Sí. Obviamente, y...

—¡Trabajas para la Mente Terráquea! ¡Ella dispuso todo esto de principio a fin, para que todo saliera bien!

—Niña, si no estuvieras en un cuerpo adaptado para el espacio, cien veces más fuerte de lo que yo soy ahora, te pondría sobre mi rodilla y te daría nalgadas hasta enrojecer tus atractivas posaderas.

—Vale. No hablas como un avalar de la Mente Terráquea. ¿Eres Aureliano...? ¿Hiciste todo esto para que tu fiesta fuera más dramática...?

—Sólo intentas adivinar.

—Eres un agente de los silentes. Despertaste a Faetón por encargo de Jenofonte, para que la
Fénix Exultante
no estuviera empeñada y que tu gente pudiera adueñarse de ella.

—¡Exacto! ¡Y he venido aquí a rendirme, pero sólo si me haces el amor apasionadamente, ya mismo! —Extendió los brazos como para abrazarla, saltando de un pie al otro, agitando el pelo frenéticamente.

Ella lo apartó con la mano.

—Vale. No. ¿Puedo intentarlo de nuevo?

El viejo se enderezó y la miró con aire de serena diversión. Ahora hablaba una octava más bajo, y su voz ya no era aflautada y cascada.

—Podrías usar la lógica y la razón, querida. Te aseguro que la respuesta es más que evidente.

—Lo tengo. Eres Jasón Sven Diez Shopworthy, que ha vuelto de la tumba para vengarse de Atkins por haberle disparado en la cabeza.

—Lógica. Cualquiera que tuviera una grabación en un circuito numénico estaría conectado a un sofotec, en alguna parte. La Mascarada ha terminado. Si yo tuviera conexiones sofotec, incluso una cuenta con dinero, incluso un registro farmacéutico en mi clínica de rejuvenecimiento local, me reconocerías al instante. Lógicamente, debo ser alguien que nunca compró ni vendió nada, nunca se conectó con su biblioteca, nunca envió ni recibió mensajes, nunca compró ningún ajuste en una tienda mental. ¿Quién soy?

Se apartó el pelo de la frente y se pasó la mano por el mentón, como para ocultar la barba.

—Ignora las arrugas. Mírame, querida.

Dafne se llevó la mano a la boca, abrió los ojos.

—Santo cielo. Eres Faetón.

—El verdadero Faetón.

—Pero... ¿cómo...?

—Un buen ingeniero siempre usa triple redundancia. Hace setenta años, comprendí que el Colegio de Exhortadores nunca permitiría que mi gran nave volara. Cuando la
Fénix
aún no estaba concluida, ya tenía suficientes cajas mentales, almacenaje y material ecológico a bordo para crear un cuerpo, y para guardar una copia de mi mente en él. Yo, este cuerpo, Faetón Segundo, regresé a la Tierra en secreto, tras borrar todo recuerdo de mi existencia de la nave y de la memoria de mi otro yo. Y observé a Faetón Primo, mi otro yo, sabiendo que algo intentaría detenerlo.

»No esperaba el drama del suicidio de Dafne Prima. Pero sabía que si no era eso, sería otra cosa. Gannis, o Vafnir. Sabía que Faetón debería comparecer ante los Exhortadores en algún momento. Y había acertado al considerar que la solución más política sería que todos sufrieran una modificación global de la memoria. Todos se olvidarían del asunto. La gente de la Ecumene Dorada suele lidiar así con todos sus problemas.

»Mi papel era asegurarme de que él no olvidara. Yo era su memoria de repuesto, y mantuve el sueño vivo cuando todos los demás en la Ecumene Dorada, excepto sus enemigos, lo habían olvidado.

«Cuando empezó la Mascarada, pude desplazarme con mayor facilidad, e incluso presentar diseños genéticos a Aureliano anónimamente. Creé un bosquecillo de árboles diseñados para demostrar mi respaldo a la ignición de Saturno, para transformarlo en el tercer sol. Si Faetón se hubiera molestado en leer sus invitaciones o su programa festivo, habría sentido curiosidad y me habría buscado. En cambio, por pura suerte, se internó en el bosquecillo.

»En cuanto a Jenofonte, yo estaba tan engañado como todos los demás; pensé que él hacía lo que yo hacía, que venía a recordarle a Faetón Primo el sueño perdido; o que Diomedes lo había enviado. Cuando vi que Jenofonte subía por la cuesta, decidí no revelarme a Faetón Primo. A fin de cuentas.

Jenofonte era neptuniano, y estaba conectado a los sistemas mentales de la Duma. Todo lo que él supiera podía llegar al registro público. Durante setenta años había tenido la cautela de no comprar a crédito ni enviar mensajes, ni siquiera leer un periódico, ni nada que dejara un registro de mí. Ni siquiera podía comprar comida. No fue fácil. Así que no estaba dispuesto a revelarle mi secreto a otro, aun si lo enviaba mi buen amigo Diomedes, como pensé entonces. Además, tuve el acierto de pensar que, si lograba que Faetón apagara su filtro sensorial, y viera a Jenofonte, Jenofonte le contaría (dentro de los límites permitidos por la interdicción de los Exhortadores) que algo misterioso interfería en su vida. Y conociendo a Faetón como le conocía, sabía que él no descansaría hasta resolver el misterio. Por lo que recuerdo, le llevó exactamente un día. ¡No como yo esperaba! Pero si lo hubieran matado, yo habría seguido adelante. Para eso estaba aquí. Faetón Repuesto.

—¿Cómo viviste setenta años sin comer?

—Comí.

—¿Sin comprar comida?

—La canjeaba a gente que la cultivaba en sus jardines. Ya sabes. Enseñaba a las cercas a arrear ovejas, y descontaminaba hierba, arrancaba malezas, partía leños, fabricaba mentes simples para lámparas y cascos de lectura, limpiaba la bazofia acumulada en cerebros de hogar. Construía cosas y reparaba aparatos. Ya me conoces.

—¿Dónde? ¿Qué gente?

—Creí que lo había dejado claro. Soy Faetón Repuesto Cabal de la Escuela Cabal. Me quedé con tus padres. Dormí en la cama donde dormiste cuando eras niña. Soñaba contigo todas las noches, una vez que programé la gorra de dormir. Porque tu fragancia todavía está en esa cama. ¡Imagínate, dormir en una cama, no en una piscina! Me dormía abrazado a tu almohada.

—Mis padres... ¿por qué? Creí que te odiaban.

—Les hablé de la
Fénix Exultante.

—¿Qué?

—Les conté todo. Tus padres quieren vivir como se vivía en los días de antaño. ¿Qué tenían en aquellos tiempos antiguos y crueles? Aventura, exploración, peligro, muerte, victoria. Tenían a Hanón, a sir Francis Drake, a Magallanes y a ese torpe de Colón; tenían a Bucky-Boyd Cyrano d'Atano y Precoz Singular Exarmónico. Les dije que la Edad de Oro, la edad del reposo y del confort, estaba terminando, y que vendría una edad de hierro y fuego. «Hemos descansado largo tiempo», les dije, «porque la historia había sufrido mucho, y la humanidad merecía un largo período de paz y juego y contemplación.» Pero ahora se acercaba una época de acción, héroes y tragedia. Al oír eso, me dieron la bienvenida, y se sumaron a mi empresa.

—Y mi padre no mencionó esto cuando me habló la última vez, cuando me interné en el desierto para salvar a Faetón. ¡Qué mentiroso es! ¡Prefiero a un hombre sincero! ¡Prefiero a Faetón!

—Pues gracias.

Hubo un movimiento encima de ellos, como la estela de una estrella fugaz. Una figura dorada descendía, brillante como un ángel de fuego. Era Faetón. Atravesó una nube y un rayo de sol, y las llamas parecían bailar como agua sobre su armadura.

—¿Y ahora qué? —le dijo Dafne al anciano—. ¿Pelearás con él para decidir quién es el capitán?

—En realidad, espero que él acepte que volvamos a unir nuestros recuerdos para formar un individuo. De lo contrario, seré el dueño legal de la nave, porque tengo una continuidad más antigua, y él te llevará a la luna de miel con la que he soñado durante setenta años, y ambos seremos infelices. No. Mucho mejor para todos nosotros que él y yo volvamos a ser uno, y al fin, absolutamente, todos mis recuerdos y toda mi vida se reúnan en mi alma una vez más. Este largo trajín por un laberinto de mentiras finalizará. Estaré entero, y al fin podré reclamar mi destino, mi esposa, mi nave y todas las estrellas.

Dafne sonrió.

—Por no mencionar a tu hija.

—¿Hija?

El dorado Faetón aterrizó, leve como una hoja. En sus brazos llevaba una niña que parecía tener siete u ocho años estándar: una niña seria de pelo oscuro y ojos grandes, con un vestido de gasa negra y un enorme lazo rojo en el cabello.

El yelmo dorado se retiró, revelando un rostro tan radiante de felicidad, ojos que relucían tanto de orgullo y victoria, que Dafne prácticamente se desmayó en sus brazos, y el viejo se irguió, como cuadrándose, conmovido por ese espectáculo vigorizante y maravilloso: un rostro humano en estado de alegría.

Mientras sus padres se abrazaban, la hija, ignorada, se escurrió. Hizo una mueca, jadeó y se liberó. El viejo extendió la mano y la ayudó a escapar.

La niña lo miró.

—Tú debes de ser la niña que enriqueció tanto a su mamá durante la Trascendencia —dijo él—. Pero no logro deducir quién eres.

—Yo sé quién eres tú. La copia de repuesto de papá.

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