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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (50 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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Estuvieron hablando cerca de una hora. Erica le hizo las preguntas necesarias para tener una idea cabal de todo. Si quería exponer aquella teoría, debía disponer de todos los datos. De lo contrario, podía ser desastroso. Y aún le faltaban algunas piezas del rompecabezas. Había reunido las suficientes como para ver el dibujo, pero aquí y allá se advertían los huecos. Y antes de desvelar su hipótesis, debía rellenarlos.

De nuevo en el coche, apoyó la cabeza en el volante. Lo sintió fresco en la frente sudorosa. La siguiente visita no despertaba en ella el menor entusiasmo, ni las preguntas que debía hacer ni las respuestas que tendría que oír. Era una pieza que no estaba segura de querer poner en su lugar. Pero no tenía elección.

Puso el coche en marcha y emprendió el viaje a Uddevalla. Una ojeada al móvil le confirmó que tenía dos llamadas perdidas de Patrik. Su marido tendría que esperar.

L
lamó tan pronto como abrió el banco. Erik siempre la subestimó, pero se le daba bien engatusar a la gente y averiguar cosas. Además, tenía toda la información necesaria para formular las preguntas adecuadas, el número de cuenta, el número de registro de la empresa. Y tenía la voz firme y exigente que convenció al señor del banco de que no debía cuestionar su derecho a comprobar los datos.

Cuando colgó el teléfono, se quedó sentada a la mesa de la cocina. Se lo había llevado todo. Bueno, todo no, había sido lo bastante generoso para dejar un poco, a fin de que se las arreglaran un tiempo. Pero por lo demás, había limpiado las cuentas, tanto la privada como la de la empresa.

La ira le arrasó las entrañas como un cataclismo. No pensaba permitir que se saliera con la suya. Era tan jodidamente imbécil… y claro, creía que ella era igual de tonta. Erik había reservado un billete a su nombre y Louise no tuvo que hacer muchas llamadas para saber exactamente qué vuelo tomaría y cuál era su destino.

Se levantó y cogió una copa del mueble, la puso debajo de la espita, lo giró y contempló cómo la llenaba aquel líquido rojo maravilloso. Hoy lo necesitaba más que nunca. Se llevó la copa a los labios, pero se detuvo al advertir el olor del vino. No era el momento adecuado. Le sorprendió que se le ocurriese siquiera la idea, porque llevaba años pensando que cualquier momento era el adecuado para una copa de vino. Pero ahora no. Ahora necesitaba estar despejada y fuerte. Ahora tenía que mostrarse firme.

Disponía de la información precisa, podía señalar con la varita y conseguir que todo hiciera «pof», como por arte de magia. Soltó primero una risita, pero después empezó a reír en voz alta. Reía mientras dejaba la copa en la encimera, reía mientras contemplaba la imagen que le devolvía la superficie lisa de la puerta del frigorífico. Había recuperado el poder sobre su existencia. Y muy pronto todo haría «pof».

T
odo estaba arreglado. El mensajero que traía el material de Gotemburgo estaba en camino. Patrik debería dar saltos de alegría, pero la alegría verdadera se resistía a hacerse presente. Seguía sin localizar a Erica y la idea de que anduviese por ahí en su estado haciendo Dios sabía qué lo llenaba de preocupación. Sabía que era muy capaz de cuidar de sí misma. Era una de las muchas razones por las que la quería. Pero no podía evitar la preocupación.

—Llegarán dentro de media hora —gritó desde la recepción Annika, que fue quien pidió el mensajero.

—¡Estupendo! —respondió él desde el despacho. Luego se levantó y se puso la cazadora. Murmuró algo ininteligible cuando pasó por delante de Annika al salir y se encaminó corriendo para protegerse del viento gélido en dirección a Hedemyrs. Estaba furioso consigo mismo. Debería haber hecho aquello mucho antes, pero no encajaba en su mundo cuadriculado. Para ser sincero, ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Hasta que supo cómo llamaba Christian a su hermana. La sirena.

Los libros estaban en la planta baja de los grandes almacenes. Lo encontró enseguida. Siempre destacaban bien los títulos de los autores locales y Patrik sonrió al ver un expositor con los libros de Erica y un cartel con ella de cuerpo entero.

—Qué horror, pensar que iba a terminar de ese modo —dijo la cajera cuando fue a pagar el libro. Él asintió sin más, no estaba de humor para charlas. Se guardó el libro en el interior de la cazadora cuando salió corriendo de nuevo en dirección a la comisaría. Annika lo miró extrañada al verlo entrar otra vez, pero no dijo nada.

Cerró la puerta del despacho, se sentó ante el escritorio e intentó ponerse lo más cómodo posible. Abrió el libro y empezó a leer. En realidad, tenía montones de cosas que hacer, tareas de tipo práctico y trabajo policial, pero algo le decía que aquello era importante. De modo que, por primera vez a lo largo de toda su carrera profesional, Patrik Hedström se sentó a leer un libro en horario laboral.

I
gnoraba cuándo le darían el alta, pero qué importaba. Podía quedarse allí o irse a casa. Ella lo encontraría dondequiera que estuviese.

Quizá sería mejor que lo encontrase en casa, donde aún flotaba en el aire la presencia de Lisbet. Y había varias cosas que quería dejar arregladas. El entierro de Lisbet, por ejemplo. Sería solo para los más allegados. Ropa clara, nada de música lúgubre y, además, llevaría el pañuelo amarillo. Así lo quería ella.

Unos golpecitos discretos en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento. Volvió la cabeza. Erica Falck. ¿Qué querría?, se preguntó sin interés.

—¿Puedo pasar? —preguntó Erica. Como a todos los demás, también a ella se le fue la mirada a las vendas. Kenneth hizo un movimiento que podía interpretarse de cualquier manera. Entra, vete. Ni él mismo sabía qué había querido decir.

Pero ella entró, cogió una silla, se sentó a su lado y acercó la cabeza. Lo miró con amabilidad.

—Tú sabes quién era Christian, ¿verdad? No Christian Thydell, sino Christian Lissander.

Primero pensó mentirle, del mismo modo que, con toda tranquilidad, había mentido a los policías. Pero el tono de aquella mujer era diferente, al igual que su expresión. Ella lo sabía, ya tenía las respuestas o, al menos, parte de ellas.

—Sí, lo sé —respondió Kenneth—. Sé quién era.

—Háblame de él —le rogó como si lo tuviese amarrado a la cama con sus preguntas.

—No hay mucho que contar. Era el saco de los palos en la escuela. Y nosotros… nosotros éramos lo peor. Con Erik a la cabeza.

—¿Lo acosabais?

—Nosotros no lo habríamos llamado así, pero le amargábamos la vida en cuanto se nos presentaba la oportunidad.

—¿Por qué? —preguntó Erica. La pregunta quedó flotando en el aire.

—¿Por qué? Pues, quién sabe. Era diferente. Era de fuera. Estaba gordo. Supongo que el ser humano necesita a alguien a quien machacar, alguien que esté por debajo.

—Puedo comprender el papel de Erik en todo aquello, pero ¿tú y Magnus?

No sonó como un reproche, pero a Kenneth le dolió igual. Él se había hecho la misma pregunta tantas veces… A Erik le faltaba algo. Resultaba difícil decir qué exactamente, quizá compasión. No era una excusa, pero sí una explicación. Él y Magnus, en cambio, eran distintos. ¿Eso hacía sus pecados mayores o menores? No lo sabía.

—Éramos jóvenes y necios —dijo, aunque sabía que no bastaba. Él continuó secundando a Erik, se dejó dirigir por él, sí, incluso lo admiraba. Se trataba de necedad humana de lo más corriente. Miedo y cobardía.

—¿No lo reconocisteis cuando lo visteis de adulto? —preguntó.

—No, ni por asomo. Lo creas o no, pero jamás lo relacioné. Ni los otros dos tampoco. Christian era otra persona. No era solo el físico, era… bueno, no era la misma persona. Ni siquiera ahora que lo sé… —Kenneth meneó la cabeza.

—¿Y Alice? Háblame de Alice.

Kenneth esbozó una mueca. No quería. Hablar de Alice era como meter la mano en el fuego. Con el tiempo la había arrinconado de tal modo en la memoria que era como si nunca hubiera existido. Pero ya no era así. Si tenía que quemarse, lo haría, pero tenía que contarlo.

—Era tan guapa que al mirarla te quedabas sin respiración. Pero en cuanto se movía o empezaba a hablar, veías que algo fallaba. Y siempre andaba detrás de Christian. Nunca supimos si a él le gustaba o no aquella actitud. A veces se mostraba irritado con ella, pero otras casi parecía alegrarse de verla.

—¿Vosotros hablabais con Alice?

—No, salvo los improperios que le soltábamos. —Kenneth se avergonzaba. Lo recordaba perfectamente, todo lo que habían dicho, todo lo que habían hecho. Habría podido ser ayer, era ayer. No, fue hacía mucho tiempo. Empezó a sentirse algo desorientado. Era como si los recuerdos que él había tenido dormidos despertaran ahora abalanzándose con toda su fuerza y arrollando cuanto hallaban a su paso.

—Cuando Alice tenía trece años, la familia se mudó de Fjällbacka y Christian dejó a la familia. Algo sucedió, y yo creo que tú sabes qué. —Erica hablaba con voz serena, sin enjuiciarlo, y Kenneth se animó a hablar. De todos modos, ella no tardaría en llegar. Y él no tardaría en reunirse con Lisbet.

—Fue en julio —comenzó, y cerró los ojos.

C
hristian notaba el desasosiego en el cuerpo. Una desazón que había ido creciendo y que le impedía dormir por las noches. Y que le hacía ver ojos bajo el agua
.

Tenía que irse, sabía que tenía que irse. Si encontraba adónde, debía irse lejos. Lejos de su padre y de su madre, y de Alice. Y, curiosamente, separarse de Alice era lo que más le dolía
.

—¡Eh, tú!

Se volvió sorprendido. Como de costumbre, había ido a Badholmen dando un paseo. Le gustaba sentarse allí a contemplar el mar y la vista de Fjällbacka
.

—¡Aquí!

Christian no sabía qué pensar. Junto a los vestuarios de caballeros estaban Erik, Magnus y Kenneth. Y Erik lo estaba llamando. Christian los miró suspicaz. Fuera lo que fuera, no podían querer nada bueno. Pero era una tentación demasiado grande, de modo que, fingiendo indiferencia, se metió las manos en los bolsillos y se acercó hasta ellos
.

—¿Quieres un cigarrillo? —dijo Erik ofreciéndole uno. Christian negó con la cabeza. Aún a la espera de que ocurriese la catástrofe, de que se abalanzaran sobre él al mismo tiempo. Cualquier cosa, todo menos… aquella amabilidad
.

—Siéntate —le dijo Erik dando una palmadita en el suelo, a su lado
.

Él se sentó, como si estuviera en un sueño. Todo se le antojaba irreal. Había acariciado aquella idea tantas veces, se lo había imaginado tal cual. Y ahora sucedía de verdad. Allí estaba él, sentado como uno más del grupo
.

—¿Qué planes tienes para esta noche? —preguntó Erik intercambiando una mirada con Kenneth y Magnus
.

—Ninguno en particular, ¿por qué?

—Estábamos pensando celebrar aquí una fiesta. Un rollo privado, por así decirlo. —Erik se rio
.

—Ya —dijo Christian. Se movió un poco para encontrar una postura más cómoda
.

—¿Quieres venir?

—¿Yo? —preguntó Christian. No estaba seguro de haber oído bien
.

—Sí, tú. Pero necesitas una entrada —explicó Erik, intercambiando nuevas miradas con Kenneth y Magnus
.

Así que había trampa. ¿Qué humillación habrían pensado proponerle?

—¿Cómo? —preguntó, aunque no habría debido hacerlo
.

Los tres muchachos se dijeron algo entre susurros. Al final, Erik lo retó con la mirada y le dijo
:

—Una botella de whisky
.

Vaya, solo eso. Sintió un alivio inmenso. Podría cogerla de casa sin la menor dificultad
.

—Claro, eso está hecho. ¿A qué hora vengo?

Erik dio un par de caladas. Se lo veía seguro con el cigarrillo en la mano. Adulto
.

—Tenemos que asegurarnos de que no nos molestará nadie, así que después de medianoche. Sobre las doce y media, ¿no?

Christian se dio cuenta de que aceptó demasiado ansioso, pero asintió y dijo
:

—Vale, a las doce y media. Aquí estaré
.

—Bien —respondió Erik fríamente
.

Christian se alejó aprisa. Sentía los pies más ligeros que nunca. Y si cambiaba su suerte y podía estar con ellos por fin…

El resto del día pasó muy lentamente. Por fin llegó la hora de acostarse, pero no se atrevía a cerrar los ojos por miedo a quedarse dormido. De modo que permaneció totalmente despabilado, mirando las manecillas que avanzaban con morosidad insufrible hacia la medianoche. A las doce y cuarto se levantó y se vistió procurando no hacer ruido. Bajó sigilosamente y se acercó al mueble bar. Había allí varias botellas de whisky y cogió la que estaba más llena. La botella chocó con otra al sacarla y se oyó un tintineo. Christian se quedó inmóvil un instante. Pero no parecía que el ruido hubiese despertado a nadie
.

Cuando llegó a Badholmen, los oyó de lejos. Sonaba como si llevasen allí un rato, como si hubiesen empezado la fiesta sin él. Por un momento se planteó dar media vuelta. Desandar el camino hasta la casa, entrar de nuevo sin hacer ruido, dejar la botella en su sitio y meterse en la cama. Pero entonces oyó la risa de Erik y él quería participar de esa risa, ser uno de aquellos con los que Erik intercambiaba miradas. Así que siguió adelante con la botella de whisky bien apretada bajo el brazo
.

—¡Hombre, hola! —farfulló Erik señalando a Christian—. Aquí llega el rey de la fiesta. —Soltó una risita que corearon Kenneth y Magnus. Este último parecía haber bebido más que ninguno, se tambaleaba y le costaba fijar la vista
.

»¿Has traído la entrada? —preguntó Erik animándolo con un gesto para que se acercara
.

Christian le dio la botella, aunque con desconfianza. ¿Habría llegado el momento de la humillación? ¿Lo echarían de allí una vez que hubieran conseguido lo que querían?

Pero no ocurrió nada. Nada, salvo que Erik quitó el tapón de la botella, bebió un buen trago y se la pasó a Christian. Él se quedó mirándola. Quería, pero no se atrevía del todo. Erik lo instó a beber y Christian comprendió que tenía que hacer lo que le decía si quería estar con ellos. Se sentó botella en mano y bebió. Y estuvo a punto de atragantarse con un sorbo demasiado grande que le bajó de golpe por la garganta
.

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