Verás cómo miro las cosas. La MR está aliada con BH. La fuerza de BH es su cacareada serenidad y equilibrio. Su fama de honrado en país de ladrones. Deja que la intriga sucia la maneje doña MR, quien tiene la oreja del P porque el P, ya lo sabes, es un hombre agradecido y cuando no eran naiden MR fue su cariñosa y le enseñó los trucos elementales de la polaca. Lo malo y lo bueno del P es que es un hombre agradecido. Pues ve la manera, monada, de que te agradezca más a ti que a nadie, lindo hermoso. La cosa está pelona (ay, no es alusión a ti, mi divino calvo) y más nos vale, a ti y a mí, si queremos lo que queremos, encontrarle la falla a la parejita diabólica. Tenemos una ventaja que también es desventaja. Mi admirable marido es como la roca de Gibraltar. Nada lo mueve, es aburrido pero seguro. Bastaría que él supiera de alguna movida chueca de la parejita para que se la presentara al P, como dicen que se presentó Moisés en la montaña, armado con las de la ley.
Mi esposo es un genio para hacer que la gente se sienta culpable. Sabemos que el P no tolera sentirse culpable. Basta con que mi marido denuncie un paso en falso de BH para que el P dude. Créemelo, mi panucho adorado, el mejor camino para ganarse al P es ponerlo a dudar. Tú sabes que él es un hombre que requiere seguridad, seguridad y más seguridad. No nos hagamos tarugos. Incluso tolera la corrupción siempre y cuando sea segura, es decir, predecible y confiable. Toma el caso del señor secretario de comunicaciones, Felipe Aguirre. Todos sabemos, y lo sabe el P, que se lleva tajadas más sabrosas que una nalga de rumbera en cada contrato que autoriza. Lo sabe el P y no le importa, con su teoría esa de la corrupción lubricante, que es como coger por el chiquito (¡supongo, bosh!). El secretario de Comunicaciones es un pillo. Sabido, aceptado, asimilado, lo que tú gustes.
¡Pero BH! De él se espera (o espera nuestro inefable señor P) rectitud, honradez, moralidad y todo eso que no se come. Por lo tanto, mi potente pelón, bastaría coger a BH o a la haragana MR en una movida chueca para darle shish a las ambiciones de poder del susodicho. El P ya te tiene una confianza bárbara, por otros motivos. Lo dice a voz en cuello. ¡Bomba! Sin Tácito no doy un pásito. O doble bomba: Para lo que necesito, me sobra y basta Tácito. Y hasta acá en Mérida se sabe lo que se dice en Los P:
—T es mi más leal servidor, no podría dar un paso sin T, confío en T como en mí mismo, T es el hijo que nunca tuve...
Y etcétera, etcétera.
Mi panuchito precioso, tenemos que ser más águilas que la que se subió al nopal sin pedir permiso primero. ¡El águila que adorna la silla presidencial!
¿Que qué ventajas tenemos? Nuestra discreción, para empezar. No hay mejor entrenamiento para la política que el adulterio. Secretitos, secretitos. Sorpresotas, sorpresotas. Nadie sospecha de nosotros ni nos relaciona para nada. Yo vivo acá en la tierra del faisán y del venado, pues, y nuestras citas de amor en Cancún ni quién se las sospeche. ¡Qué barbaridad! Con esa peluca de jipiteca que te pones, ni quien te reconozca en el hotel, y me lo perdonas, lindo hermoso, pero la última vez que fuimos a la playa un par de gringos jóvenes me invitó a bailar en una disco, diciéndome:
—Ya deja solo a tu papá, no hace mas que dormir la siesta.
Perdón perdón perdón papacito, pero si te digo esto es para que entiendas que hemos sabido ser discretos, discretísimos, y que por allí no hay cola que nos pisen. Tú, por tu parte, siempre has sido profesor de Civil en la UNAM, probo diputado del partido difunto PRI, fiel
campaígnery
luego
headhunter
del ayer candidato y ahora P. ajeno a toda trácala. Te podrán acusar, con razón, de cachondo, cariño santo, pero eso no es pecado, ni siquiera venial. Pero de ratero no. Y no me digas nada sobre esto. Veo cómo vives. Un apartamentito de una sola recámara en la Colonia Cuauhtémoc. Ese espantoso olor a cocina, basura y meados que sube por el cubo de la escalera. ¡Si ni a elevador llegas! Tus tres trajecitos de Sears, tus seis pares de zapatos tan relicarios que son de El Borceguí, tus dos boinas vascas para protegerte la calva en enero. ¡Dios mío! ¡Si eres un asceta, mi panucho! Lo que no saben es que la calvicie es signo —secundario, dicen, pero signo al fin— de virilidad, y si eres en todo lo demás tan modesto como pareces, tus dotes masculinas, mi macho incontenible, no tienen rival. Es como si Dios Nuestro Señor te lo dio en chiquito todo menos lo que tú sabes, esa tripa de Tarzán, esa picha de Popeye, ese chile de chimpancé que será muy tuyo, mi vergonzoso, pero que también es lo mío, de tu P que te adora y te pide, piensa bien, pon a trabajar el coco, porque ya no nos quedan más que dos añitos para fregar.
Te adoro, mi T, dime cuándo nos volvemos a ver y te repito: Manos limpias y espina doblada, pero sobre todo, vidrios, mi amor, mucho ojo y a veces, ojalá, un poquito de ojete...
Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván
Gracias por dejar que te hable de tú, María del Rosario. Es un regalo, sobre todo porque me compensa de la posición en la que me has colocado. Ya sé que es decisión del señor Presidente. Ya sé que a él, a través de ti, le debo estar hoy con escritorio en las oficinas del Ejecutivo. ¡Pero qué precio me haces pagar, mujer! ¡Tener que ver el día entero a Tácito de la Canal! Cuanto me dijiste de él se queda corto ante la tenebrosa realidad. Si lo soporto es sólo porque te amo y te agradezco tu solicitud para conmigo. Respeto, asimismo, tus razones. Mi primer puesto en la Administración Terán es muy cerca del Presidente, en la oficina que es como el corazón de la Primera Magistratura y a las órdenes del secretario de la Presidencia, Tácito de la Canal.
Debo disciplinarme y aceptar la diaria compañía de tan repugnante sujeto. Obedecerlo. Respetarlo. Si esto no es prueba de amor, María del Rosario, no sé cuál pueda darte mejor y más cierta, más acá de un romántico suicidio a lo joven Werther. Tú dices que por algún lugar se empieza y yo espero que mi paso por esta oficina sea veloz y pedagógico. Me repugna la obsequiosidad del licenciado De la Canal, la manera como se inclina ante el Presidente, su posición perpetua al lado del jefe como la del Cardenal junto al Rey, su veloz movimiento de criado para acomodarle la silla al Presidente cada vez que Terán se para o se sienta. ¿Es indispensable que sea Tácito quien le despliega y tiende la servilleta al jefe a la hora de la comida? Con lo campechano que es Lorenzo Terán, que come en mangas de camisa y arrojándole pedacitos de carne a su mastín El Faraón... No sé si el
Chief-of-Staff
quisiera ser él quien alimentase al perro, o si en realidad preferiría él mismo ser el perro y recibir las sobras de la mesa presidencial en cuatro patas.
Si has querido, María del Rosario, darme una muestra inmediata de las bajezas a las que conduce el servilismo político, no pudiste escoger mejor lugar o actor más consumado. Llevo apenas una semana en esta oficina, pero ya puedo ofrecerte un mínimo análisis. Tácito de la Canal es el maestro del disimulo, audaz en la sombra, humilde en el sol, generoso cuando le conviene, pero mezquino por naturaleza. Basta ver cómo trata a los inferiores. Parecería tener una mezcla de temor y resentimiento porque ya no es inferior pero podría volverlo a ser.
Hay una secretaria cohibida por el extraño disfraz con que se presenta al trabajo. Tiene unos cuarenta años —se le notan— pero anda vestida de niña chiquita. No de jovencita, María del Rosario, sino estricta, realmente, de niña. Bucles de tirabuzón y un moño azul celeste —
baby-blue
— coronándola. Trajes de tafeta azul o rosa, tobilleras blancas con angelitos bordados y zapatos de charol Mary Jane. Su única concesión a la edad adulta es la abundancia de polvo en la cara para disimular las arrugas, el carmín descarado de los labios, las cejas depiladas y las pestañas embadurnadas de rímel.
Apenas la vi, decidí que esta mujer tenía un secreto y que lo discreto, lo humano, era respetarlo.
Imagina mi repugnancia, mi horror, cuando ayer apareció una muñeca Barbie sentada en la silla giratoria de la secretaria-niña que primero se turbó y luego leyó la tarjeta prendida con alfiler al pelo rubio de Barbie.
No sé qué decía la tarjeta, pero la secretaria la leyó, se soltó llorando y arrojó la muñeca al cesto de la basura. Quise averiguar y Penélope, que es una secretaria madura, maciza y directa, me explicó que el licenciado De la Canal se entretiene humillando a Doris —es el nombre de la mujer-niña— enviándole regalos propios de una muchachita de diez años y recriminándole con frases como:
—¿Qué diría tu mamá? Que no eres una niña aplicada. Que el profesor te castigará.
Entonces Doris entra al despacho de Tácito y media hora más tarde sale llorando pero tratando de disfrazar el llanto, desarreglada, con el moño en una mano, ajustándose el corpiño...
Penélope dice que el licenciado De la Canal no puede vivir sin una empleada que sea su "puerquito", y en Doris ha encontrado a su víctima ideal. María del Rosario: yo siempre llamo primero o toco a la puerta antes de entrar a la oficina de Tácito, pero ayer no me aguanté y entré sin más cuando Doris se encontraba a solas con De la Canal. Tenía apresada a la mujer-niña, acariciándole un seno con la mano derecha y la izquierda introducida en la pantaleta de olanes de Doris, mientras le murmuraba al oído:
—No le digas nada a tu mamá o te va a castigar muy feo. Sé buena conmigo y te regalo más muñecas. Tenle miedo a tu mamá y obedécela en todo —menos en esto que hacemos juntos, putita.
Te digo, María del Rosario, que las crueldades de Tácito de la Canal son peores que sus perversiones. Hace cosas tan pequeñamente odiosas como recorrer cada semana los almacenes de la papelería de la oficina, contando el número de lápices, hojas membretadas, hojas bond sin membrete, clips, gomas de borrar, tijeras, fólders, plumones, y tal. Ayer, la astuta Penélope se le adelantó y repuso los artículos de oficina faltantes.
—Yo llevo la cuenta exacta, señor licenciado. Si quiere, revisemos juntos y verá usted que no falta nada.
—¿Las devolvió usted a tiempo, señorita Penélope? —dijo el arrogante De la Canal.
—Nunca las sustraje, señor licenciado.
—¿De manera que usted anda esculcando mi escritorio, señorita Penélope?
—Mi deber es que no le falte nada, don Tácito.
¿Sabes qué hice, María del Rosario? Tomé a Doris del brazo, la llevé a la tienda Fratina y la vestí toda de negro, traje sastre negro, medias negras, zapatos estiletos, bolsita Chanel, ándale, y de la mano la llevé a casa de su madre en la Colonia Satélite, petrificada de miedo la niña Doris, y se la presenté a su madre, una vieja agria con la mirada perdida y una bola de estambre entre las manos, sentada en silla de ruedas, con una jarra de limonada y un arsenal de analgésicos al lado. Ah, y un gato feo en el regazo. Sólo le dije:
—Así va a ir Doris a la oficina de ahora en adelante.
—¿Y usted quién demonios es?
—Su jefe, señora, y si quiere que su hija traiga el sueldo a la casa y se ocupe de usted, más le vale que Doris vaya vestida así a la oficina, porque si no, me la rapto, señora, me llevo a Doris a vivir conmigo...
La vieja gritó y yo tuve una de esas intuiciones repentinas que son como relámpagos del cerebro:
—Y mucho cuidado con decirle nada de esto al sinvergüenza De la Canal. Ese trato se acabó, señora. No se atreva a seguir vendiendo a su hija o la llevo a la cárcel.
Ahora la vieja chilló y el gato saltó maullando amenazante, como si quisiera defender a su ama. Le di una patada en el culo al pinche felino y Doris vio vencida a su madre, sonrió por primera vez y desde ahora va vestida como una mujer de su edad.
Penélope me guiña el ojo y me muestra un pulgar de victoria.
Pero Tácito me mira con verdadero odio. Sabe que lo he leído de cabo a rabo. Zalamero con los poderosos. Soberbio con los débiles. ¿En qué posición intermedia me he puesto yo mismo? Lo miro directo a los ojos. No tiene más remedio que sostenerme la mirada. Pero yo sonrío. Él no. Y cuando pide que Doris entre a su oficina, le digo:
—Perdone, señor licenciado. Doris me está haciendo un trabajo urgente.
Si tuviera pelo, al cabrón se le pondría de punta.
Bernal Herrera a María del Rosario Galván
¿Estás segura de que tu estrategia es la acertada? Si tu protegido Nicolás Valdivia está trabajando con Tácito de la Canal, no es sólo para adquirir experiencia. Ni siquiera para conocer de cerca a nuestro adversario. Está allá para encontrar el punto débil de Tácito, la realidad que lo elimina, el acto que lo condena. Ya sabemos que es un canalla. Saca la cuenta de los canallas impunes que hayas conocido en la vida política y que hoy siguen impunes pero ricos. Hay que pescar a Tácito con las manos en la masa. ¿Qué ha descubierto Valdivia? Poca cosa. Lo que ya sabíamos. Que Tácito es servil. Que es cruel. Que es zalamero con los de arriba y abusivo con los de abajo. Que se deja tratar como servilleta usada por el Presidente. Que acaso el Presidente necesita un criado de lujo. Que quizás el Presidente necesita un cancerbero con carlanca de púas para defenderse de los inoportunos.
Nada nuevo. El más ilustrado de los gobernantes requiere la seguridad que le da un yes-man, el que le dice que sí a todo. Ya ves, nuestro Presidente sigue la costumbre de siglos. Como Federico de Prusia o Catalina la Grande, trae a su corte a la Ilustración francesa, a Voltaire y a Diderot, que ese es nuestro buen amigo Xavier Zaragoza, el bien llamado "Séneca". Pero Federico tenía al mismo tiempo su valet Fredersdorf para lamerle las botas y Catalina a Potemkin para lamerle otra cosa. Así tiene Lorenzo Terán a Tácito de la Canal.
No estoy satisfecho, amiga mía. Los plazos se acortan y en política los plazos son la mitad, por lo menos, de la jugada. Si no anulamos a Tácito de aquí a los seis meses que siguen, usará su puesto como trampolín a la candidatura presidencial. ¿Y sabes una cosa? Ser el contrincante de Tácito de la Canal no sólo me repugna. Me humilla. Si gano las elecciones del 2024 contra una lombriz como Tácito, mi victoria será tan grandiosa como la de un hombre que aplastó con la planta del pie a una cucaracha. Será un triunfo hueco. Y si, a partir de su influencia con el Presidente, es él quien me gana, ello significará el fin de mi carrera política.
María del Rosario: sabes que no soy un cobarde y que asumo mis propias responsabilidades. Pero la vida nos ha hecho algo más que amigos: aliados. Nuestros destinos están ligados. Me haces falta porque eres mujer. Es decir, porque tienes algo más que el celebrado instinto femenino. Al instinto unes un talento político excepcional. Sabes leer la realidad invisible. Sabes mirar lo que está al lado. Ves lo que a mí se me escapa. No te digo nada que no sepas (o que yo no te haya dicho antes). Sin ti, no avanzo. Tú me permites soportar las terribles agresiones del ambiente. Tú me comunicas una virtud indispensable en política: la capacidad para manejar grupos de hombres inseguros. Tú lo sabes y yo lo he visto. Al más inepto miembro del Gabinete (y mira que abundan) le haces sentirse un Aristóteles hermanado con Bonaparte. Y a todos, al darles confianza, les haces saber que me representas, que sigues mis instrucciones. Que eres una espléndida mujer de talento, pero no un agente libre. Estás unida para siempre a Bernal Herrera.