La sangre de los elfos (18 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La sangre de los elfos
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—Sí —gimió Triss débilmente desde lo profundo de su capullo—. Es cierto... Geralt, es verdad que podría ayudar...

—¿Ves? —Yarpen le asestó un codazo a Ciri, mientras se mesaba orgullosamente la barba y señalaba a Triss con una goteante bolita y adoptaba un gesto de mártir—. Sabia hechicera. Sabe lo que es bueno.

—¿Qué dices, Triss? —El brujo se agachó—. Ajá, entiendo. Yarpen, ¿tienes por casualidad angélica? ¿O azafrán?

—Buscaré, preguntaré. Os traje agua y un poco de comida...

—Gracias. Pero ellas necesitan sobre todo descanso. Ciri, acuéstate.

—Le haré todavía una compresa a Triss...

—Yo la haré. Yarpen, quisiera hablar contigo.

—Vamos a la lumbre. Abrimos un barrilete...

—Quiero hablar contigo. No necesito de más público. Antes al contrario.

—Por supuesto. Dime.

—¿Qué es este convoy?

El enano le dirigió sus pequeños y penetrantes ojos.

—Servicio del rey —dijo lenta y claramente.

—Hasta ahí llego. —El brujo le aguantó la mirada—. Yarpen, no pregunto por curiosidad malsana.

—Lo sé. También sé lo que quieres. Pero este es un transporte... humm... especial.

—¿Y qué es lo que transportáis?

—Pescado en salazón —dijo sin vacilación Yarpen, después de lo cual siguió mintiendo sin que le temblaran siquiera los párpados—. Piensos, herramientas, atelajes, variadas gilipolleces de éstas para el ejército. Wenck es intendente del ejército real.

—Éste es intendente como yo druida —sonrió Geralt—. Pero eso es asunto vuestro, no tengo por costumbre meter la nariz en secretos ajenos. Has visto sin embargo en qué estado está Triss. Permítenos que nos unamos a vosotros, Yarpen, permítenos que la tendamos en uno de los carros. Unos cuantos días. No os pregunto a dónde vais porque al fin y al cabo este camino conduce recto como una flecha hacia el sur, se divide sólo al otro lado del Lixela, y hasta el Lixela hay diez días de camino. Durante este tiempo la fiebre bajará y Triss será capaz de montar a caballo, e incluso si no es así, me detendré en alguna villa al otro lado del río. Entiende, diez días en el carro, bien tapada, comida caliente... Por favor.

—No soy yo el que manda aquí, sino Wenck.

—No creo que no tengas ninguna influencia. No en un convoy formado principalmente por enanos. Por supuesto que tiene que contar contigo.

—¿Qué significa Triss para ti?

—¿Y qué más da esto? ¿En esta situación?

—En esta situación, nada. Preguntaba movido por una curiosidad malsana, para poder después soltar habladurías por las tabernas. Pero hay que ver qué gran apego tienes por las hechiceras, Geralt.

El brujo sonrió triste.

—¿Y la niña? —Yarpen señaló con la cabeza a Ciri, que se removía bajo la zamarra—. ¿Tuya?

—Mía —contestó sin pensar—. Mía, Zigrin.

 

El amanecer era gris, húmedo, con olor a lluvia nocturna y niebla de la mañana. Ciri tenía la impresión de que había dormido sólo un ratito, que cuando la despertaron apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza sobre las bolsas amontonadas en el carro.

Geralt había colocado precisamente junto a ella a Triss, volvían de una nueva visita obligada al bosque. Las mantas en las que la hechicera estaba envuelta estaban cubiertas de rocío. Geralt tenía ojeras. Ciri sabía que no había pegado ojo: Triss había tenido fiebre durante toda la noche, había sufrido mucho.

—¿Te desperté? Perdona. Duerme, Ciri. Aún es pronto.

—¿Qué tal está Triss? ¿Cómo se siente?

—Mejor —jadeó la hechicera—. Mejor, pero... Geralt, escucha... Quería...

—¿Sí? —El brujo se agachó pero Triss ya dormía. Se irguió, se desperezó.

—Geralt —susurró Ciri—. ¿Nos dejan... ir en el carro?

—Ya veremos. —Se mordió los labios—. Duerme mientras puedas. Descansa.

Saltó del carro. Ciri escuchó sonidos que atestiguaban que se estaba levantando el campamento: pataleos de caballos, tintineo de cacharros, chirrido de timones, crujidos de balancines, conversaciones y maldiciones. Y luego, cerca, la ronca voz de Yarpen Zigrin y del hombre sereno y alto llamado Wenck. Y la fría voz de Geralt. Se incorporó, echó un vistazo precavido desde detrás de la lona.

—En este asunto no tengo órdenes estrictas —afirmó Wenck.

—Estupendo. —El enano se alegró—. Entonces, ¿asunto concluido?

El comisario alzó la mano levemente, señalando que aún no había terminado. Guardó silencio durante algún tiempo. Geralt y Yarpen esperaron con paciencia.

—De todas formas —dijo por fin Wenck—, respondo con mi cabeza por que este transporte alcance su lugar de destino.

Calló de nuevo. Esta vez nadie se había entrometido. No cabía duda de que al hablar con el comisario había que acostumbrarse a largas pausas entre frases.

—Para que llegue seguro —terminó al cabo—. Y dentro del plazo señalado. Pero el cuidado de una enferma puede aminorar la velocidad de marcha.

—Vamos por delante del calendario previsto —le aseguró Yarpen, después de esperar un tanto—. Nos hemos adelantado en lo que respecta al tiempo, señor Wenck, no llegaremos tarde. Y si se trata de seguridad... Me parece que un brujo en la compañía no nos perjudica. La vía atraviesa bosques, hasta el mismo Lixela a izquierda y derecha sólo hay selva virgen. Y por las selvas, según se dice, rondan variadas criaturas malignas.

—Verdaderamente —alegó el comisario. Miró al brujo directamente a los ojos, parecía medir cada palabra—. Ciertas malignas criaturas, azuzadas por otras criaturas malignas, se encuentran últimamente en los bosques de Kaedwen. Ellas podrían amenazar nuestra seguridad. El rey Henselt, sabiendo de esto, me dotó del derecho a alistar voluntarios a la escolta armada. ¿Don Geralt? Esto resolvería nuestro problema.

El brujo guardó silencio largo tiempo, más de lo que durara toda la conversación de Wenck, llena de pausas interfrasales.

—No —dijo por fin—. No, señor Wenck. Pongamos el asunto a las claras. Estoy listo a agradecer la ayuda ofrecida a doña Merigold, pero no de esta forma. Puedo cuidar de los caballos, traer agua y leña, incluso cocinar. Pero no ingresaré en el servicio real en calidad de soldado a sueldo. Por favor, no contéis con mi espada. No tengo intenciones de matar a las tales, como habéis expresado, malignas criaturas a órdenes de otras criaturas a las que no considero mejores en absoluto.

Ciri escuchó cómo Yarpen Zigrin gruñó con fuerza y tosió en el puño cerrado. Wenck miró tranquilo al brujo.

—Entiendo —anunció con sequedad—. Me gustan las situaciones claras. Sea pues. Señor Zigrin, por favor, cuidad de que no baje la velocidad de marcha. En lo que a vos se refiere, don Geralt... Sé que resultaréis de provecho y ayuda en la forma que creáis oportuna. Sería injuriaros a vos y a mí el tratar vuestra ayuda como pago por los cuidados ofrecidos a la dama enferma. ¿Se siente hoy mejor?

El brujo confirmó con un deje de cabeza, que, le parecía a Ciri, era un tanto más profundo y más cortés que los ademanes normales en él. Wenck no cambió la expresión de su rostro.

—Me alegra esto —dijo después de su habitual pausa—. Al transportar a la señora Merigold en el carro de mi convoy acepto la responsabilidad por su salud, comodidad y seguridad. Señor Zigrin, por favor, dé la orden de marcha.

—Señor Wenck.

—Diga, don Geralt.

—Gracias.

El comisario saludó con una inclinación de la cabeza. A Ciri le pareció que un tanto más profunda y cortés de lo que requería la cortesía convencional.

Yarpen Zigrin corrió a lo largo de las columnas, impartiendo roncas órdenes y recomendaciones, después de lo cual se encaramó al pescante, aulló y azuzó a los caballos con las riendas. El carro se arrastró y chirrió por el camino forestal. La sacudida despertó a Triss, pero Ciri la tranquilizó y le cambió la compresa de la frente. Los chirridos la adormecieron. La hechicera se durmió enseguida, Ciri también cayó en un duermevela.

Cuando se despertó, el sol estaba ya muy alto. Miró a través de los barriles y paquetones. El carro en el que viajaba iba a la cabeza del convoy. El siguiente lo conducía un enano con un pañuelo rojo envuelto alrededor del cuello. De las conversaciones que los enanos mantenían entre ellos, Ciri averiguó que se llamaba Paulie Dahlberg. Junto a él estaba sentado su hermano Regan. Veía también a Wenck cabalgando en compañía de dos alguaciles.

Sardinilla, la yegua de Geralt, que iba atada al carro, la saludó con un relincho. No veía por ningún lado su alazán ni el bayo de Triss. Seguramente estaban atrás del todo, junto con los caballos de refresco del convoy.

Geralt estaba sentado en el pescante junto a Yarpen. Hablaban en voz baja, bebiendo de vez en cuando cerveza de un barrilete que estaba entre ellos. Ciri puso la oreja pero en seguida se aburrió: la conversación concernía la política, y especialmente los planes e intenciones del rey Henselt y de algún servicio especial y algunas tareas especiales, que consistían en ayuda secreta para el vecino rey Demawend de Aedirn, que estaba amenazado por una guerra. Geralt mostró su curiosidad ante la forma en que cinco carros de pescado en salazón podrían acrecentar la capacidad defensiva de Aedirn. Yarpen, sin prestar atención a la mofa que destilaban las palabras del brujo, aclaró que algunos tipos de peces son tan valiosos que unos cuantos carros bastan para pagar la soldada anual de todo un pendón de coraceros, y cada pendón de coraceros nuevo ya es una ayuda significativa. Geralt se asombró de que esta ayuda tuviera que ser tan secreta, a lo que el enano replicó que justo en ello radicaba el secreto.

Triss se removió en sueños, perdió la compresa y farfulló confusamente. Exigía de un tal Kevyn que el tal dejara las manos quietas, y poco después explicó que no era posible escapar al destino. Afirmando al fin que todos, absolutamente todos son en alguna medida mutantes, se durmió tranquila.

Ciri también sentía la somnolencia pero la perdió al escuchar las gigantescas carcajadas de Yarpen, que le estaba recordando a Geralt pasadas aventuras. Se trataba de la caza de un dragón dorado, que en vez de dejarse cazar, les partió las costillas a los cazadores y a un zapatero llamado Comecabras simplemente se lo zampó. Ciri comenzó a escuchar con mayor interés.

Geralt le preguntó por la suerte de los Sableros, pero Yarpen esa suerte no la conocía. Yarpen por su parte se interesó por una mujer llamada Yennefer, y Geralt extrañamente dejó de tener ganas de hablar. El enano echó un trago de cerveza y principió a lamentarse de que la tal Yennefer todavía le guardaba rencor aunque desde entonces habían pasado ya unos cuantos años.

—Me la tropecé en la feria de Gors Velen —comentó—. Apenas me vio, resopló como una gata e insultó de un modo horrible a mi difunta madre. Así que puse pies en polvorosa y ella gritó tras de mí que alguna vez me atraparía y se ocuparía de que me creciera yerba en el culo.

Ciri se rió al imaginarse a Yarpen con la hierba. Geralt murmuró algo sobre las mujeres y su carácter impulsivo, el enano en cambio tuvo esto por una definición excesivamente suave de su maldad, ensañamiento y talante vengativo. El brujo no siguió el tema y Ciri de nuevo se adormiló.

Esta vez la despertaron altas voces. En concreto la voz de Yarpen, que casi gritaba.

—¡Ah sí! ¡Si lo hubiera sabido! ¡Así lo decidí!

—Más bajo —dijo el brujo con voz serena—. En el carro está tendida una mujer enferma. Entiéndeme, yo no critico tus decisiones ni tus resoluciones...

—No, por supuesto —le interrumpió con sarcasmo el enano—. Tú tan sólo te sonríes significativamente.

—Yarpen, yo te advierto como amigo. A aquéllos que se sientan a horcajadas sobre la empalizada los odian las dos partes, en el mejor de los casos los tratan con desconfianza.

—Yo no me siento a horcajadas. Yo me declaro claramente por una de las partes.

—Para esta parte serás siempre un enano. Alguien distinto. Un extraño. Y para la parte contraria...

Se detuvo.

—¡Venga! —aulló Yarpen, volviéndose—. ¡Venga, comienza, ¿a qué esperas? Di que soy un traidor y un perro al que los humanos llevan de la correa, dispuesto a dejarse azuzar por un puñado de plata y una escudilla de bazofia contra los hermanos que se alzaron y luchan por la libertad. Venga, escúpelo. No me gusta cuando no se termina de decir todo.

—No, Yarpen —dijo en voz baja Geralt—. No. No voy a escupir nada.

—Ah, ¿no vas? —El enano espoleó los caballos—. ¿No te da la gana? ¿Prefieres mirar y sonreír? A mí no me dices ni una palabra, ¿verdad? ¡Pero a Wenck le dijiste todo! "Por favor, no cuenten con mi espada." ¡Ah, qué altivo, qué noble y orgulloso!

¡Un culo de perro para tu altivez! ¡Y para tu puto orgullo!

—Quería ser simplemente honrado. No quiero mezclarme en este conflicto. Quiero mantener la neutralidad.

—¡No se puede! —aulló Yarpen—. No se puede mantener, ¿entiendes? No, tú no entiendes nada. Ah, largo de mi carro, súbete a tu caballo. Quítate de mi vista, presuntuoso neutral. Me pones nervioso.

Geralt se dio la vuelta. Ciri contuvo el aliento esperando. Pero el brujo no dijo ni palabra. Se levantó y se bajó del carro, rápido, ligero, ágil. Yarpen esperó hasta que desató la yegua de la estaca, y luego espoleó de nuevo a los caballos, murmurando por lo bajini unas palabras incomprensibles pero que sonaban terribles.

Ciri se levantó, para saltar también y buscar su alazán. El enano se dio la vuelta, la midió con una mirada de disgusto.

—Contigo también sólo estorbos tenemos, señorita —resopló con furia—. Falta nos hacían aquí damas y mozallas, joder, ¡si ni siquiera puedo mear desde el pescante, tengo que detener el tiro y meterme entre las matas!

Ciri apoyó los puños en las caderas, agitó la cenicienta melenilla y respingó la nariz.

—¿Sí? —chilló irritada—. ¡Pues bebed menos cerveza, señor Zigrin, y así tendréis ganas menos veces!

—¡Y una mierda te importa a ti mi cerveza, mocosa!

—¡No gritéis, Triss acaba de dormirse!

—¡Es mi carro! ¡Gritaré si me apetece!

—¡Tronco!

—Te voy a enseñar yo a ti un tronco... ¡Oh, su puta madre! ¡Sooooo!

El enano se inclinó mucho, tiró de las riendas en el último minuto, cuando los dos caballos ya se disponían a chocar con un tronco atravesado en el camino. Yarpen estaba en el pescante, blasfemando en humano y en enano, silbando y relinchando, consiguió detener el tiro. Los enanos y los humanos bajaron de los carros y se acercaron corriendo, ayudaron a llevar los caballos al trecho de camino libre, tirando de los arneses y las bridas.

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