La Saga de los Malditos (53 page)

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Authors: Chufo Llorens

BOOK: La Saga de los Malditos
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—Y ¿cuál es ella?

—Enviaré dos tasadores de mi confianza a donde me indiquéis y allí peritarán y consignarán toda aquella mercancía que tengáis a bien mostrarles, ése será el precio de compra. Mi banca se ocupará de trasportarla a Sevilla por los medios más seguros y, custodiada por mis hombres, una vez llegada a su destino final, vos me la recompraréis por un precio superior que acordaremos antes de vuestra partida. De esta manera, si algo acontece durante el camino, mía será la responsabilidad y por tanto la pérdida. Y si nuestro negocio llega a buen fin, la diferencia del precio entre la compra y la venta, ése será el beneficio de la banca. ¿Habéis captado el quid de la cuestión?

—Perfectamente, dom, pero si os robaran...

—Ya me ocuparé yo que tal no ocurra, por la cuenta que me trae. Mi beneficio radica en que vuestros bienes lleguen a Sevilla sanos y salvos, de esta manera el riesgo es de mi banca y justo es que el beneficio, si lo hay, también sea de ella.

A Rubén aquella fórmula para asegurar sus bienes le pareció óptima, ya que le libraba de los peligros del camino y reducía en mucho el número de carros y por tanto de gastos que eran necesarios para tan complejo transporte
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, máxime teniendo en cuenta que en Córdoba iba a licenciar a sus criados.

—Bien, dom Sólomon, no os robaré más tiempo, estoy en la posada del Mirlo Blanco y mañana mismo podéis enviar a vuestros hombres a tasar las mercancías, a partir de la diez les estaré esperando.

Ambos hombres se pusieron en pie.

—Mi tiempo es de mis amigos y vuestro padre y yo lo hemos compartido en los años felices de nuestra juventud, ¿qué menos puedo hacer en su honor que atender a su hijo igual que hubiera hecho él con el mío caso de que esta situación fuera a la inversa? Cuando ya mis hombres hayan cumplido con la tarea os espero aquí para entregaros los pagarés. Y creedme, obráis con mesura y prudencia, no es bueno en los tiempos que corremos ponerse en camino sin las debidas precauciones.

—Entonces, dom Sólomon, hasta mañana.

—Que Adonai guíe vuestros pasos y lamento que no os quedéis más días en Córdoba, hubiera sido un honor para mí y para mi familia compartir, con la vuestra, mesa y mantel.

—En otra ocasión sin duda; tras tantos días, tengo ya ganas de llegar a mi destino.

Ambos hombres salieron hacia la puerta de la banca y al llegar a ella dom Sólomon tomó al joven entre sus brazos y tras los ósculos de rigor vio cómo éste, seguido por sus criados, se perdía entre la multitud.

Confidencias

Hanna y Helga se habían reunido, a instancias de la segunda, en el bar de la facultad de ésta, situado en el sótano del edificio, al que se descendía por una escalera de dos tramos, desde el pasillo que conducía a los despachos del decano y a la sala de juntas del claustro de profesores. La noche anterior, cuando Helga la telefoneó, por el tono de voz, Hanna supo que algo importante preocupaba a la muchacha.

—Tengo que verte sin falta.

—¿Pasa algo?

—Muchas cosas y no todas buenas.

—Adelántame algo.

—No es para teléfono.

—¿Te parece entre la clase de las once y la de semántica?

—Solamente hay media hora y yo necesito más tiempo.

—Entonces al acabar las clases y comemos algo juntas, hasta las cuatro que me recogerá Eric. Tenemos una hora y media.

—¿En dónde?

—¿Te parece en el bar de tu facultad?

—Allá estaré sin falta; por favor no me falles.

—No me asustes, te veo angustiada.

—Te espero a la una y media.

—Hasta luego, Helga, y ya verás como todo tiene arreglo.

—Adiós.

Ambas colgaron el teléfono.

Helga llegó a la una y, a la espera de que su amiga acudiera, compró un periódico y se dispuso a leer haciendo tiempo. Las noticias eran las de todos los días, editorial alabando la política de Hitler al respecto de la Cruz de Honor de la Madre Alemana, artículos de fondo sobre la producción de la fábrica del Volkswagen que en lo sucesivo y por orden del Führer se llamaría «Auto de la fuerza por la alegría», su precio quedaba establecido en novecientos noventa marcos que se podría pagar ahorrando semanalmente cinco marcos. En la sección de Ciencia, el logro de Otto Hahn y de Fritz Strassmann, que habían conseguido por primera vez la escisión del núcleo del átomo del uranio; también se reseñaba la entrega de premios del arte y de la ciencia, durante el congreso del partido en Nuremberg, en el que fueron galardonados Fritz Todt, inspector general de carreteras del Reich, el constructor Ferdinand Porsche, padre del coche del pueblo, y los fabricantes de aviones Willi Messerschmitdt y Hernst Heinkel. En los estrenos cinematográficos se reseñaba la crítica de la película de la UFA,
Pour le mérite,
sobre los aviadores de guerra y su mundo, calificada como valiosa para la juventud y especialmente meritoria en lo político y en lo artístico. Y finalmente, en la sección de deportes, el récord mundial de vuelo establecido por un avión Focke-Wulf en el trayecto Berlín-Hanoi-Tokio, que recorrió la distancia de catorce mil kilómetros en cuarenta y seis horas y media, y las victorias del equipo alemán de fútbol en Chemintz sobre el combinado polaco y en Bucarest sobre los rumanos, ambas por cuatro a uno con dos goles de preciosa factura de Helmut Shón, que marcó un tanto en cada encuentro
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. Una noticia captó su atención en la sección de última hora del rotativo. Destacada al final de la última página y en negrita, decía así:

Última hora: ayer por la noche una explosión de gas causó víctimas mortales y grandes desperfectos en el Berlín Zimmer de Fasanstrasse.

Ayer a las 22.30 de la noche una fuerte explosión, se cree que debida a un escape de gas, causó grandes daños en el Berlín Zimmer, en cuyos salones se celebraba una fiesta organizada por el industrial del acero Joseph Meinz en honor del Standartenfübrer de las SS Ernst Kappel. La deflagración causó seis víctimas mortales y un considerable número de heridos. La rápida actuación de los bomberos impidió que las consecuencias de tan trágico suceso fueran aún más graves. La calle fue acordonada rápidamente por las fuerzas del orden y se ha prohibido el paso de viandantes y de vehículos ante el peligro de un derrumbamiento. En las páginas de sucesos de mañana ampliaremos la información.

Ésta fue la nota que se pasó a prensa. La Kripo, la sección de lo criminal de la Gestapo, había tomado rápidamente cartas en el asunto, prohibiendo la entrada de periodistas y dando la reseña que todos los periódicos habían de publicar después. Por otra parte, ante lo obsceno de la reunión, habían obviado los detalles escabrosos de aquel escándalo de homosexuales que, de conocerse, tanto daño hubiera causado a la imagen del Régimen, debido a la relevancia social de los invitados. A las once de la noche, la actividad en los alrededores del palacete era frenética, además de coches de bomberos y de policía, el número de ambulancias era notable, los muertos eran cargados en furgones fúnebres y los heridos eran atendidos
in situ
contemplando la gravedad de su estado. Teniendo en cuenta el factor humano, la policía empezó a tomar filiaciones de todos los asistentes que pudieran dar razón de su nombre, trabajo, y dirección. Todo el personal de la casa fue interrogado a fondo y, en cuanto el fuego fue dominado, los detectives de la Kripo y sus peritos especializados entraron en el salón donde se había iniciado el fuego y comenzaron a recoger muestras de todo para llevarlas a sus laboratorios donde, sin ningún tipo de dudas, se aclararía el origen de aquel estrago. Un hecho destacó, hasta el punto que fue el comentario general de todos aquellos que lo presenciaron: entre cuatro hombres casi no pudieron arrancar de los brazos del coronel un cadáver irreconocible al que le faltaba un brazo.

Hanna compareció en el marco de la puerta e inmediatamente miró a uno y a otro lado buscando a su amiga. Helga, enfrascada como estaba en la lectura, no la vio y tapada como estaba por el periódico abierto, tampoco fue vista. Hanna se dirigió a la barra pensando que había llegado la primera. Ya había pedido un aperitivo cuando el rostro de Helga quedó un instante al descubierto al girar la página; entonces Hanna, tras pagar el Martini y tomar en sus manos la consumición, fue a sentarse al lado de su amiga.

Helga cerró el diario y se hizo a un lado para dejar sitio en el banco junto a ella.

—No te molestes, Helga, me siento aquí y ya está —dijo Hanna señalando el asiento de enfrente.

—No, mejor ponte a mi lado y así podré hablar más bajo.

—Como quieras.

Hanna se sentó junto a su amiga en el gastado banco tapizado de hule granate.

—Bueno, ya me tienes aquí, cuéntame eso tan grave que no es para teléfono.

—Hanna, estoy embarazada.

A Hanna se le cayeron los libros al suelo. A lo primero creyó haber oído mal.

—¿Qué has dicho?

—Pues eso, que estoy esperando una criatura.

—¡Madre mía! ¿Lo sabe Manfred?

—No, no lo sabe y no se lo voy a decir. ¿Qué quieres, que con todos los problemas que está enfrentando, ahora tenga yo que venirle con esto? No pienso hacerlo.

—Y ¿qué vas a hacer?

—Por el momento tengo un par de meses para pensar, luego ya veré.

—¿De cuánto estás?

—De ocho semanas, he tenido la segunda falta.

—Creo que deberías decírselo, al fin y al cabo es el padre y tiene derecho a opinar.

—¿Qué quieres que opine? Voy a tener ese niño aun en el supuesto que él no quiera hacerse responsable, siempre quise un hijo de tu hermano y él sabe que esto es así.

—¡Díselo, Helga! Sé que va a ser feliz.

—No, Hanna, la vida de todos es muy complicada y la de Manfred más aún, no soy una menor y siempre he sabido a lo que me exponía; ya te conté cómo ocurrió, él no me obligó ni me pidió nada, fui yo la que se metió en su cama. Además, no nos engañemos, estoy loca por él, lo de si él está enamorado de mí es harina de otro costal, y lo pongo en cuarentena, pero de cualquier manera es secundario. Siempre supe que mi finalidad en este mundo era amarlo. Si además él me amaba a mí, entonces sería el desiderátum.

—Manfred es demasiado legal, Helga. Si no sintiera nada por ti puedes estar segura que no se acostaría contigo y por lo que me has contado dormís juntos.

—Yo lo quiero con toda mi alma, Hanna, creo que lo he amado desde que era una cría, cuando iba a recoger a mi padre a la joyería. Soy una chica afortunada, de no ser por las circunstancias del destino él jamás hubiera reparado en mí como mujer, pero dado a lo que está ocurriendo en Alemania, mi sueño se ha cumplido y se ha dado cuenta de que existo, te voy a confesar algo: ¡ojalá esto dure! Porque cuando las circunstancias se normalicen sé que lo perderé.

—Insisto, debes decírselo, si no lo haces tú lo haré yo.

—¡No me traiciones, Hanna! Te he contado esto porque eres la única persona en la que puedo confiar. Voy a reflexionar dos meses, ése es el tiempo que tengo sin que mi embarazo sea evidente, según se desarrollen los acontecimientos obraré en consecuencia, precisamente ahora no es el momento más conveniente.

—¿Por qué dices esto?

—Estos últimos días no ha parado en casa, cuando se ha metido en la cama no ha pegado ojo, está como una pila y si me preguntas, no sé decirte por qué, pero algo me dice que tiene o ha tenido entre manos algo muy gordo. Casi cada noche el teléfono ha sonado en clave y ha tenido que bajar a la cabina de la calle, algunas noches hasta tres y cuatro veces. Ahora no es el momento de crearle una angustia sobrevenida, me horrorizaría que se creyera obligado conmigo, tiempo habrá.

—Ahora que dices, también Sigfrid ha estado muy misterioso.

Y no hubo forma de apartarla de su decisión, cuando a Helga se le metía algo en la cabeza era muy tozuda. El tiempo pasó sin sentir, y Hanna, mirando al reloj del establecimiento, se dio cuenta que no llegaba a la clase de semántica.

—Me tengo que marchar, Helga, hoy en la clase me darán instrucciones del grupo de Múnich.

—Ándate con cuidado, cada día hay mas chivatos y el noventa por ciento de los estudiantes están afiliados al partido
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. ¿Conoces a la persona?

—No, pero él a mí sí, me he de sentar en el último banco al lado de la ventana, él acudirá como oyente. Llámame esta noche y te diré cómo me ha ido. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Me voy a casa, debe de ser psicológico pero últimamente tongo mucho sueño.

Ambas mujeres se pusieron en pie.

—Cuando todo esto pase y tu hijo esté en el mundo me gustaría mucho ser la madrina.

—Y a mí que lo seas.

—Dale un beso a Manfred.

—De tu parte.

—¡Te quiero, Helga!

—¡Yo también, y mucho!

Las dos muchachas se besaron en ambas mejillas y Hanna, tomando sus cosas, se alejó. Helga se sintió mucho más ligera, como si se hubiera descargado un equipaje de sentimientos encontrados sobre los hombros de su amiga.

La guerra

Aquel primero de septiembre de 1939, todas las emisoras del país comenzaron a vomitar himnos patrióticos anunciando que el Führer hablaría a la nación a las 12 horas. Las fábricas pararon la producción y en las plazas, cafés y establecimientos las gentes quedaron expectantes. A la hora anunciada, el ministro de prensa y propaganda, Joseph Goebels, comunicó a la nación que Adolf Hitler iba a dirigirse al pueblo alemán desde el edificio de la ópera Kroll frente al que se habían agolpado muchas personas para escuchar su discurso, en el que notificaría el nuevo estado de guerra.

Y el pueblo alemán quedó sobrecogido y en silencio, sin mostrar el menor signo de entusiasmo ante la noticia de que las tropas alemanas habían invadido Polonia sin encontrar apenas resistencia. El tono del discurso fue vibrante, lleno de razonamientos y reivindicaciones históricas. Hitler aludió a la humillación a la que había sido sometida la patria desde la paz de Versalles que en 1918 se firmó en aquel denigrante vagón de tren en Compiegne. Se refirió después a la paciencia que había mostrado hacia los aliados de la nación invadida, Francia e Inglaterra, intentando convencer a sus dirigentes de que aquélla era una cuestión únicamente alemana y que nadie debía inmiscuirse, por muchos tratados que se hubieran firmado. Finalmente prometió que ni un solo pelo de un ciudadano alemán sería rozado y concluyó diciendo que la guerra sería corta y desde luego victoriosa.

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