La saga de Cugel (14 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La saga de Cugel
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Cugel retiró los cebos de los dos gusanos de babor, cruzó la cubierta, saltó a la plataforma de estribor y descebó el gusano de aquel lado. El Galante apenas se movía en el agua, al impulso de los perezosos impulsos de las aletas de los animales.

—¡Drofo, inmoviliza a tus gusanos! —llamó de nuevo el capitán Baunt.

—¡Inmovilizar los gusanos! —llegó la respuesta de Drofo; y luego—: ¡Cugel, inmoviliza los gusanos! ¡Rápido!

Cugel inmovilizó el gusano de estribor, pero cayó al agua y se retrasó con los de babor, suscitando una queja del capitán Baunt:

—¡Drofo, aprisa con las inmovilizaciones! ¿Estás conduciendo un rito funerario? ¡Contramaestre, lista el ancla!

—¿Cómo va la inmovilización? —canturreó Drofo—. ¡Apresúrate, Cugel!

—Ancla preparada, señor.

Los gusanos fueron al fin inmovilizados, y el Galante se detuvo casi completamente en el agua.

—¡Suelta el ancla! —indicó el capitán Baunt.

—¡Ancla en el agua, señor! Profundidad seis brazas.

El Galante quedó plácidamente anclado. Cugel aflojó los arneses de los gusanos, aplicó ungüento y dio a cada uno una ración de alimento.

Tras la cena, el capitán Baunt reunió a la tripulación del barco en la cubierta central. De pie en medio de la escalerilla que conducía a las cabinas, dirigió unas palabras relativas a Lausicaa y a la ciudad de Pompodouros.

—Aquellos de vosotros que hayáis visitado antes este lugar, dudo que seáis muchos, comprenderéis por qué hago estas advertencias. En su aislamiento, descubriréis que algunas de las costumbres que guían a la gente de esta isla son una variante de las nuestras. Puede que os impresionen como extrañas, grotescas, risibles, torpes, pintorescas o recomendables, según vuestro punto de vista. Sea cual sea el caso, debemos tomar nota de estas costumbres y actuar según ellas, puesto que los de Lausicaa no van a alterarlas en absoluto en favor de las nuestras.

El capitán Baunt hizo una sonriente inclinación de cabeza ante la presencia de la señora Soldinck y sus tres hijas.

—Mis observaciones se aplican de forma casi exclusiva a los caballeros de a bordo, y si menciono detalles que pueden parecer carentes de gusto apelo únicamente a la necesidad; así que solicito vuestra indulgencia.

—¡Ya basta de malgastar el aliento, Baunt! ¡Decid lo que tengáis que decir! ¡Todos a bordo somos gente razonable, incluida la señora Soldinck!

El capitán Baunt aguardó a que cesaran las risas.

—Muy bien, pues. Mirad al muelle de allá; observaréis a tres personas bajo una farola. Todas son hombres. Sus rostros están ocultos por capuchas y velos. Existe un motivo para esta precaución: el entusiasmo de las mujeres del lugar. Son tan viciosas por naturaleza que los hombres no se atreven a exhibir sus rostros por miedo a provocar impulsos ingobernables. Las mujeres voyeurs van tan lejos como hasta espiar a través de las ventanas de los clubs donde se reúnen los hombres a beber cerveza, a veces con sus rostros parcialmente expuestos.

La señora Soldinck y sus hijas rieron nerviosamente ante aquella información.

—¡Extraordinario! —dijo la señora Soldinck—. ¿Y actúan así las mujeres de todas las clases sociales?

—¡Absolutamente!

Meadhre preguntó, desconfiada:

—Los hombres, ¿hacen sus proposiciones de matrimonio con el rostro oculto?

El capitán Baunt reflexionó.

—Por lo que sé, la idea nunca ha entrado en la cabeza de nadie.

—No parece una atmósfera saludable donde criar a los niños —dijo la señora Soldinck.

—Al parecer, los niños no resultan seriamente afectados —dijo el capitán Baunt—. Hasta los diez años se ven algunos niños con el rostro descubierto, pero incluso durante esos tiernos años se hallan protegidos de las osadas jóvenes. A la edad de diez años se «velan», por usar la expresión local.

—¡Qué irritante para las chicas! —suspiró Salasser.

—¡Y también indigno! —dijo Tabazinth con énfasis—. Supongamos que observo lo que parece ser un apuesto joven, y corro tras él, y finalmente lo consigo, y entonces cuando aparto su capucha, descubro unos deformes dientes amarillos, una nariz grande y una frente estrecha y aplastada. ¿Qué entonces? Me sentiré una estúpida sonriendo tontamente, levantándome y marchándome.

—Podrías decirle al caballero que simplemente deseabas que te orientara del camino de vuelta al barco —sugirió Meadhre.

—Sea cual sea el caso —prosiguió el capitán Baunt— las mujeres de Lausicaa han desarrollado técnicas para restablecer el equilibrio. De este modo:

»Los hombres sienten auténtica debilidad hacia los spralings, que son pequeños y deliciosos crustáceos bidechtils. Suelen nadar por la superficie del mar a primera hora de la mañana. En consecuencia, las mujeres se levantan antes del amanecer, se meten en el mar, y capturan tantos spralings como pueden, luego regresan a sus chozas.

»Las mujeres que han conseguido una buena captura encienden sus fuegos y cuelgan carteles que dicen más o menos: HOY, ESPLÉNDIDOS SPRALINGS, o SABROSOS SPRALINGS A PETICIÓN.

»Los hombres se levantan a su hora y recorren la ciudad. Cuando finalmente se les despierta el apetito, se detienen junto a una de las chozas cuyo cartel les ofrece un bocado a su gusto. A menudo, si el spraling es fresco y la compañía agradable, se quedan incluso a comer.

La señora Soldinck bufó y murmuró algo a sus hijas, que se limitaron a encogerse de hombros y agitar las cabezas.

Soldinck dio un par de pasos por la escalerilla de las cabinas.

—¡Las observaciones del capitán Baunt no deben ser tomadas a la ligera! Cuando vayáis a tierra, llevad ropas o una túnica sueltas y cubrid vuestro rostro de alguna manera, para evitar cualquier incidente desagradable. ¿Me explico?

El capitán Baunt dijo:

—Por la mañana atracaremos en el muelle y atenderemos a nuestros diversos asuntos. Drofo, sugiero que tú aproveches este intervalo. Unta bien tus animales y cura todas sus incrustaciones, garrapatas y demás. Ejercítalos diariamente en el puerto, puesto que la ociosidad crea las obstrucciones. Ocúpate de posibles infestaciones, tanto en aletas como en branquias. Esas horas en el puerto son preciosas; deben aprovecharse al máximo, sin consideración de día ni de noche.

—Eso es un eco de mis propios pensamientos —dijo Drofo—. Daré inmediatamente las órdenes necesarias a Cugel.

—¡Una última palabra! —exclamó Soldinck—. La partida de Lankwiler con el gusano delantero de estribor hubiera podido traernos enormes problemas de no ser por la sagaz táctica de nuestro Jefe Gusaneador. ¡Propongo un hurra por el estimable Drofo!

Drofo aceptó la aclamación con una breve sacudida de cabeza, luego se volvió para dar instrucciones a Cugel, tras lo cual fue a proa para inclinarse sobre la barandilla y meditar sobre las aguas del puerto.

Cugel trabajó hasta medianoche con sus herramientas, puliendo hierros y escariadores, luego trató rozaduras, llagas y timpe. Drofo había abandonado hacía rato su lugar a proa y el capitán Baunt se había retirado temprano. Cugel abandonó su trabajo y se dirigió a su camastro.

Casi inmediatamente, o así le pareció, fue despertado por Codnicks, el grumete. Parpadeando y bostezando, Cugel subió a cubierta, para descubrir el sol saliendo por el horizonte y al capitán Baunt paseando impaciente de uno a otro lado.

Al ver a Cugel, el capitán Baunt se detuvo en seco.

—¡Estupendo! ¡Por fin has decidido honrarnos con tu presencia! Naturalmente, nuestros asuntos importantes en tierra pueden esperar hasta que tú hayas dormido roncado a satisfacción. ¿Estás ya en condiciones de afrontar un nuevo día?

—Sí, señor.

—Gracias, Cugel. ¡Drofo, por fin tienes aquí a tu gusaneador!

—Muy bien, capitán. Cugel, tienes que aprender a estar a mano siempre que seas necesario. Ahora vuelve tus gusanos a sus arneses. Estamos preparados para dirigirnos al muelle. Mantén los inmovilizadores a mano. No utilices cebo.

Con el capitán a popa, Drofo alerta en la proa y Cugel atendiendo a los gusanos de babor y estribor, el
Galante
cruzó el puerto hasta el muelle. Los estibadores, vestidos con largas túnicas negras, altos sombreros y velos cubriendo sus rostros, tomaron las amarras y sujetaron el barco a los norays. Cugel inmovilizó los gusanos, aflojó los arneses y les dio de comer.

El capitán Baunt asignó a Cugel y al grumete la guardia de la pasarela; todos los demás, convenientemente vestidos y velados, bajaron a tierra. Cugel se apresuró a ocultar sus rasgos tras un velo improvisado, se envolvió en una capa y bajó también a tierra, seguido a pocos pasos por Codnicks, el grumete.

Muchos años antes, Cugel había cruzado la antigua ciudad de Kaiin en Ascolais, al norte de Almery. En la degradada grandeza de Pompodouros descubrió atormentadores recuerdos de Kaiin, centrados principalmente en los caídos y ruinosos palacios a lo largo de la colina, ahora cubiertos de hierbas zorrunas y sarmientos espinosos y unos cuantos cipreses lápiz.

Pompodouros ocupaba una árida depresión rodeada por bajas colinas. Sus actuales habitantes habían utilizado las desmoronantes piedras de las ruinas para sus propias finalidades: chozas, el club de los hombres, el domo del mercado, un hospital para hombres y otro para mujeres, un matadero, dos escuelas, cuatro tabernas, seis templos, un cierto número de pequeños talleres y la fábrica de cerveza. En la plaza, una docena de estatuas de dolomita blanca, ahora más o menos desgastadas, arrojaban nítidas sombras negras por entre la rojiza luz del sol.

No parecía haber calles en Pompodouros, solamente zonas abiertas y espacios despejados por entre los cascotes que servían como avenidas. A lo largo de ellas iban a sus asuntos los hombres y mujeres de la ciudad. Los hombres, en virtud de sus largas túnicas y negros velos que colgaban por debajo de sus sombreros, parecían altos y magros. Las mujeres llevaban faldas de áspera tela teñida de azul oscuro, rojo oscuro, gris o gris violeta, chales adornados con borlas y sombreros con abalorios, a los que las más coquetas añadían plumas de aves marinas.

Un cierto número de pequeños carruajes, tirados por esas achaparradas criaturas de recias patas conocidas como «droggers», recorrían los lugares de Pompodouros; algunos individuos, aguardando empleo, hacían cola ante el club de hombres.

Bunderwal había sido delegado para escoltar a la señora Soldinck y a sus hijas en un recorrido por los lugares de interés; alquilaron un carruaje y partieron a su visita. El capitán Baunt y Soldinck fueron recibidos por varios dignatarios locales y conducidos al club de hombres.

Con el rostro culto tras el velo, Cugel entró también en el club de hombres. Pidió en la barra una jarra de peltre de cerveza, y la llevó a un reservado cercano al que ocupaban el capitán Baunt, Soldinck y los demás, bebiendo cerveza y discutiendo los asuntos del viaje.

Presionando el oído contra la parte trasera del reservado y escuchando cuidadosamente, Cugel consiguió captar la esencia de la conversación.

—… el sabor más extraordinario a esta cerveza —estaba diciendo Soldinck—. Sabe a brea.

—Creo que es elaborada a base de algas y otros constituyentes parecidos —respondió el capitán Baunt—. Se dice que es nutritiva, pero se desliza por el gaznate como si tuviera garras… ¡Ajá! Aquí está Drofo.

Soldinck alzó su velo para mirar.

—¿Cómo puedes decirlo con seguridad, con su rostro oculto?

—Es fácil: lleva las botas amarillas de gusaneador.

—Eso es evidente. ¿Quién es la otra persona?

—Sospecho que el caballero debe ser su amigo Pulk. ¡Hey, Drofo! ¡Por aquí!

Los recién llegados se reunieron con el capitán Baunt y Soldinck. Drofo dijo:

—Permitidme presentaros al gusaneador Pulk, del que ya me habréis oído hablar. Le he hablado de nuestras necesidades, y Pulk ha sido tan amable de dedicarle toda su atención al asunto.

—¡Bien! —dijo el capitán Baunt—. Espero que le mencionaras también que necesitamos un gusano, preferiblemente un «Motilator» o un «aleta-Magna».

—Bien, Pulk —preguntó Drofo—, ¿qué hay de eso?

Pulk habló con voz mesurada.

—Creo que podré conseguir un gusano de la calidad requerida de mi sobrino Fuscule, especialmente si él es contratado a bordo del
Galante
como gusaneador.

Soldinck miró de uno a otro.

—Entonces tendremos tres gusaneadores a bordo, además de Drofo. Eso es poco práctico.

—En absoluto —dijo Drofo—. Alineados en orden de indispensabilidad, los gusaneadores serían primero yo, luego Pulk, luego Fuscule, y finalmente… —Drofo hizo una pausa.

—¿Cugel?

—Exacto.

—¿Estás sugiriendo que dejemos a Cugel sobre esta melancólica y miserable isla?

—Es una de nuestras opciones.

—¿Pero cómo regresará Cugel al continente?

—Sin duda hallará algún medio.

—Lausicaa, después de todo, no es el peor lugar del mundo —dijo Pulk—. El spraling es excelente.

—¡Oh, sí, el spraling! —Había calor en la voz de Soldinck—. ¿Cómo hace uno para probar tal delicadeza?

—Nada es más simple —dijo Pulk—. Basta con caminar por las calles del barrio de las mujeres hasta ver un cartel que encaje con lo que desea. Entonces descuelga el cartel y entra en la casa.

—¿No llama? —inquirió cautelosamente Soldinck.

—A veces. Llamar antes es considerado como un signo de gentileza.

—Otro asunto. ¿Cómo descubre uno los atributos de su anfitriona antes de, digamos, comprometerse?

—Existen varias tácticas. El visitante casual, como vos mismo, conviene que se informe antes por la gente del lugar, puesto que una vez el visitante ha abierto la puerta y entrado en la casa hallará difícil, si no imposible, hacer una salida airosa. Si lo deseáis, pediré a Fuscule que os aconseje.

—Discretamente, por supuesto. La señora Soldinck no tiene por qué saber mi interés hacia la cocina local.

—Encontraréis a Fuscule ideal en todos los aspectos.

—Otro asunto: la señora Soldinck desea visitar los baños pafnisianos, de los que ha oído muy notables informes.

Pulk hizo un gesto cortés.

—Yo mismo me sentiría muy honrado de escoltar a la señora Soldinck; desgraciadamente, estos días voy a estar muy ocupado. Sugiero que asignemos también a Fuscule esa tarea.

—La señora Soldinck se sentirá feliz con este plan. Bien, Drofo, ¿nos atrevemos a otro vaso de este brebaje fenólico? Al menos, no le falta fuerza.

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