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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (26 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—En ese caso confío en que estarán preparados para sostener un asedio prolongado.

—No va a costarme tanto entrar, Sparhawk. Annias me abrirá las puertas.

—Annias no dispone de tantos votos en la jerarquía para hacer eso.

—Abrigo grandes esperanzas de que mi presencia aquí alterará de algún modo los votos. ,

—¿Querríais dejar sentado el desenlace aquí y ahora? ¿Vos y yo solos? —ofreció Sparhawk.

—¿Por qué debería hacerlo cuando cuento ya con la ventaja, viejo amigo? ' '

—De acuerdo. Tratad pues de entrar en Chyrellos y quizá nos encontremos en uno de esos callejones a los que sois tan aficionado.

—Ansío que llegue el día, querido hermano.—Martel sonrió —Y bien, Vanion, ¿me ha sacado suficientes respuestas vuestro mono amaestrado aquí presente, o debería continuar?

—Regresemos —indicó bruscamente Vanion a Sparhawk.

—Es siempre un placer conversar con vos, lord Vanion—gritó burlonamente Martel mientras se alejaban.

—¿De veras creéis que el Bhelliom podría levantarlo de la tumba? —preguntó Vanion a Sparhawk de vuelta a la ciudad—. No me importaría matarlo una vez o dos.

—Podemos consultar a Sephrenia, supongo.

Volvieron a reunirse en el estudio tapizado de rojo de sir Nashan, el corpulento pandion que regentaba el castillo de Chyrellos. A diferencia de las fortalezas de las demás órdenes, aquélla se encontraba dentro del recinto que delimitaban las murallas de la antigua ciudad interior, la Chyrellos originaria. Cada uno de los preceptores presentó un informe sobre una de las puertas de la ciudad. Abriel, como comendador más viejo, se puso en pie.

—¿Qué os parece, caballeros? —planteó—. ¿Existe alguna posibilidad de que podamos impedir la caída de toda la ciudad?

—Es absolutamente imposible, Abriel —se pronunció sin paliativos Komier—. Esas puertas no impedirían el paso ni a un rebaño de ovejas e, incluso contando a los soldados eclesiásticos, carecemos de suficientes hombres para mantener a raya la clase de fuerza congregada allá afuera.

—Estáis pintando un sombrío panorama, Komier —observó Darellon.

—Lo sé, pero no veo muchas opciones. ¿Y vos?

—Tampoco.

—Disculpad, mis señores —intervino deferencialmente sir Nashan—, pero no acabo de comprender lo que os proponéis.

—Habremos de retirarnos a las murallas de la ciudad interior, Nashan —le respondió Vanion.

—¿Y abandonar el resto? —exclamó Nashan—. Mis señores, ¡estamos hablando de la mayor, de la más rica ciudad del mundo!

—No tenemos otra alternativa, sir Nashan —explicó Abriel—. Los muros de la ciudad interior fueron construidos en la antigüedad y son mucho más elevados y fuertes que los que rodean el resto de Chyrellos, los cuales tienen ante todo un cometido ornamental. Podemos defender la ciudad interior, como mínimo durante un tiempo, pero no hay esperanzas de salvar la totalidad de la población.

—Deberemos decidir algunas cuestiones sumamente desagradables —previó el preceptor Darellon—. Si nos parapetamos en los muros interiores, vamos a tener que cerrar las puertas al común de la población. No disponemos de suficientes provisiones en la vieja ciudad para mantener a tanta gente.

—De todas formas, no podremos hacer nada hasta que nos hallemos al mando de los soldados eclesiásticos—señaló Vanion—. Somos cuatrocientos, y no podríamos resistir el ataque del ejército de Martel.

—Es posible que yo pueda ayudaros en este punto —anunció el patriarca Emban, recostado en un espacioso sillón, con las regordetas manos apoyadas en la barriga—. Ello dependerá, no obstante, del grado de arrogancia que alcance Makova por la mañana. —Emban se había mostrado evasivo cuando Sparhawk le había exigido alguna explicación respecto a qué habían ido a hacer Kurik y Berit en su salida en carruaje.

—Vamos a disfrutar de cierta ventaja táctica —dijo pensativamente Komier—. Las tropas de Martel se componen de mercenarios y, en cuanto entren en la ciudad exterior, van a detenerse para conseguir un sustancioso botín. Eso nos proporcionará más tiempo.

—Eso también va a tener distraída a una parte considerable de la jerarquía —señaló, riendo entre dientes, Emban—. Muchos de mis colegas patriarcas tienen lujosas casas fuera de las murallas interiores y me imagino que contemplarán el saqueo con cierta angustia. Eso podría reducir su entusiasmo por la candidatura del primado de Cimmura. Mi casa, sin embargo, se encuentra en el interior de las viejas murallas. Yo me hallaré en condiciones de pensar con claridad... y también vos, ¿no es cierto, Dolmant?

—Sois un mal hombre, Emban —lo acusó Dolmant.

—Pero Dios aprecia mis esfuerzos, Dolmant, por más sinuosos o clandestinos que sean. Todos nosotros vivimos con el fin de servir... cada uno a su manera. —Hizo una pausa, frunciendo ligeramente el entrecejo—. Ortzel es nuestro candidato. Yo habría preferido elegir a otra persona, pero hoy por hoy hay una oleada de conservadurismo en la Iglesia, y Ortzel es tan conservador que ni siquiera cree en el fuego. Podríamos malearlo un poco, Dolmant. No es lo que se dice un individuo atractivo.

—Ese es un problema nuestro, Emban..., vuestro y mío —apuntó Dolmant—. Creo que por el momento debemos preocuparnos por las cuestiones militares.

—Sospecho que el próximo paso a tomar será trazar vías de retirada —opinó Abriel—. Si el patriarca de Usara aquí presente consigue transferir el mando de los soldados eclesiásticos a nuestras manos, deberemos hacer que se replieguen rápidamente dentro de las murallas interiores antes de que la población se dé cuenta de lo que estamos haciendo. Si no, tendríamos multitudes de refugiados aquí con nosotros.

—Esto es brutal —los riñó Sephrenia—. Estáis abandonando a gente inocente a merced de hordas de salvajes. Los hombres de Martel no se satisfarán meramente con mirar. Es seguro que se producirán atrocidades allá afuera.

—La guerra nunca es civilizada, pequeña madre —se lamentó, con un suspiro, Dolmant—. Y otra cosa: a partir de ahora, nos acompañaréis a la basílica todos los días. Quiero que os halléis en un lugar donde podamos protegeros.

—Como queráis, querido —aceptó la estiria.

—Supongo que no querréis concederme el favor de dejarme deslizarme afuera de las murallas interiores antes de cerrar las puertas, ¿verdad?—preguntó Talen a Sparhawk con expresión pesarosa.

—No —respondió éste—, pero ¿para qué ibas a querer estar afuera?

—Para participar yo también del botín, naturalmente. Esta es una oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida.

—¿No irías a colaborar en el pillaje de casas, Talen? —inquirió, escandalizado, Bevier.

—Por supuesto que no, sir Bevier. Dejaría que lo hicieran los soldados de Martel. Será cuando estén de vuelta en las calles con los brazos cargados de cosas robadas cuando los ladrones de Chyrellos entrarán en acción y se lo birlarán. Preveo que Martel va a perder muchos hombres en los próximos días. Casi puedo garantizar que va a declararse entre sus filas una epidemia de heridas de navaja antes de que todo acabe. Hay mendigos allá afuera que no tendrán que volver a pedir limosna. —El muchacho suspiró de nuevo—. Estáis privando a mi infancia de toda diversión, Sparhawk —acusó.

—No existe el más mínimo peligro, hermanos míos —se mofó Makova a la mañana siguiente cuando la jerarquía se volvió a reunir—. El comandante de mi propia guardia personal, el capitán Gorta...

—Calló un momento para asestar a los preceptores de las órdenes militantes una dura mirada, en la que era manifiesto el rencor que aún les guardaba por la repentina muerte del anterior capitán de sus tropas—. Es decir, el capitán Erden salió con gran riesgo para su persona a interrogar más detenidamente a esos peregrinos, y me asegura que no son más que eso, peregrinos, fieles hijos de la Iglesia, y que realizan esta peregrinación a la Ciudad Sagrada para unir sus voces a las nuestras en acción de gracias cuando el nuevo archiprelado sea elevado al trono.

—Realmente sorprendente, Makova —señaló, arrastrando las palabras, el patriarca Emban—. El caso es que yo envié observadores por mi cuenta a las afueras y elaboraron un informe diametralmente distinto. ¿Cómo creéis que podemos reconciliar esas diferencias?

—El patriarca de Usara es de sobra conocido por su jocosidad —dijo Makova, tras esbozar una breve y casi gélida sonrisa—. Es en efecto un divertido y alegre compañero cuyas graciosas bromas relajan con frecuencia nuestra tensión en difíciles momentos, pero ¿es realmente éste el momento indicado para la hilaridad, mi querido Emban?

—¿Me veis sonreír, Makova? —El tono empleado por Emban era tan mordiente como una daga arrojada a los riñones. Se puso en pie gruñendo—. Lo que mi gente informa es, queridos hermanos, que esa horda de supuestos peregrinos que se halla frente a nuestras puertas lo es todo menos amistosa.

—Tonterías —espetó Makova.

—Tal vez —concedió Emban—, pero me he tomado la libertad de hacer que trajeran aquí a la basílica a uno de esos «peregrinos» para que podamos examinarlo con mayor detención. Es posible que no se avenga a hablar mucho, pero es mucha la información que puede extraerse de la observación de la conducta, el porte, el origen de un hombre... e incluso de sus ropas. —Emban dio una repentina palmada sin dar tiempo a que Makova objetara algo o ejerciera su autoridad.

Se abrió la puerta de la sala y Kurik y Berit entraron sujetando por los talones el cuerpo inerte de un individuo vestido con túnica negra, que, al ser arrastrado, iba dejando una alargada mancha de sangre en el suelo de mármol.

—¿Qué estáis haciendo? —medio chilló Makova.

—Meramente presentar evidencia, Makova. No puede tomarse ninguna decisión racional sin efectuar un minucioso examen de las pruebas, ¿no es así? —Emban señaló un punto no alejado del atril—. Poned al testigo aquí —indicó a Kurik y Berit.

—¡Os lo prohíbo! —vociferó Makova.

—Prohibición no acatada, viejo amigo. —Emban se encogió de hombros—. Es demasiado tarde ahora. Todos los presentes han visto ya a este hombre, y todos sabemos qué es, ¿no es cierto? —Emban se acercó con paso torpe al cadáver que yacía espatarrado en el mármol—. Todos podemos deducir por las facciones de este hombre cuál era su nación de origen, y su ropa negra la confirma. Hermanos míos, lo que tenemos aquí era evidentemente un rendoreño.

—Patriarca Emban de Usara —declaró Makova, desesperado—. Os arresto bajo la acusación de asesinato.

—No seáis estúpido, Makova —replicó Emban—. No podéis detenerme mientras la jerarquía está reunida. Además, nos encontramos en el interior de la basílica, y me acojo a su refugio. —Miró a Kurik—. ¿De veras tuvisteis que matarlo? —preguntó.

—Sí, Su Ilustrísima —respondió el fornido escudero—. La situación lo hizo necesario..., pero ofrecimos una breve plegaria por él después.

—Un detalle muy ejemplar, hijo mío —aprobó Emban—. Por consiguiente os otorgaré a vos y a vuestro joven compañero la plena absolución por la parte que os corresponde en el acto de mandar a este miserable hereje a comparecer ante la infinita misericordia de Dios.

—El gordo patriarca paseó la mirada por la sala—. Ahora —dijo—, volvamos a nuestro interrogatorio de este «peregrino». Tenemos aquí a un rendoreño... armado con una espada, como habréis visto. Dado que los únicos rendoreños que se encuentran actualmente en esta zona del continente eosiano son eshandistas, debemos concluir que este «peregrino» lo era también. Habida cuenta de los puntos de vista que sostienen, ¿sería creíble que los herejes eshandistas vinieran a la Ciudad Sagrada para celebrar la elevación de un nuevo archiprelado? ¿Acaso nuestro hermano Makova ha convertido milagrosamente a los paganos del sur a la adoración del Dios verdadero y los ha incorporado al rebaño de nuestra Santa Madre Iglesia? Hago una pausa para escuchar la respuesta del estimado patriarca de Coombe. —Permaneció inmóvil mirando expectantemente a Makova.

—Me alegra francamente tenerlo de nuestro lado —murmuró Ulath al oído de Tynian.

—Ciertamente.

—Ah —exclamó Emban al ver que Makova se quedaba mirándolo sin saber qué hacer—. Era demasiado esperar, supongo. Debemos pedir perdón a Dios por nuestra incapacidad para aprovechar esta ocasión de sanar la herida abierta en el cuerpo de nuestra Santa Madre. Ahora bien, nuestro pesar y nuestras amargas lágrimas de decepción no deben empañarnos los ojos e impedirnos ver la cruda realidad. Los «peregrinos» apostados junto a nuestras puertas no son lo que aparentan. Nuestro querido hermano Makova ha sido cruelmente engañado, me temo. Lo que se alza frente a las puertas de Chyrellos no es una multitud de fieles, sino un voraz ejército de nuestros más odiados enemigos que acuden con el propósito de destruir y profanar el propio centro de la verdadera fe. Nuestro destino personal, hermanos míos, carece de importancia, pero debo aconsejaros a todos que os pongáis en paz con Dios. Los tormentos que los herejes eshandistas infligen a los miembros del alto estamento eclesiástico son de sobra conocidos como para obviar la necesidad de repetirlos. Yo, por mi parte, estoy totalmente resignado a ser arrojado a las llamas. —Hizo una pausa y luego sonrió. Después juntó las manos sobre su abultada panza—. Alimentaré una alegre hoguera, no obstante.

Un coro de disimuladas risas nerviosas recorrió la estancia.

—Nuestra propia suerte, hermanos míos, es una cuestión insignificante —continuó Emban—. Lo que importa ahora es el destino de nuestra Sagrada Ciudad y el de la Iglesia. Nos enfrentamos a una cruel, aunque simple, decisión. ¿Rendimos nuestra Madre a los herejes, o luchamos?

—¡Lucharemos! —gritó un patriarca, poniéndose apresuradamente en pie—. ¡Lucharemos! Su grito fue repetido por muchos otros hasta que pronto la totalidad de la jerarquía estaba levantada, pronunciando con estruendo la misma palabra: «¡Lucharemos!».

Emban entrelazó las manos en la espalda con un toque de teatralidad e inclinó la cabeza. Cuando alzó el rostro, por sus mejillas resbalaba un reguero de lágrimas. Se volvió lentamente, dando a todos los presentes sobrada oportunidad de percibir su llanto.

—¡Ay, hermanos míos! —se lamentó con voz quebrada—. Nuestros votos nos prohíben dejar a un lado nuestras sotanas y vestiduras y empuñar la espada. Nos encontramos indefensos en esta espantosa crisis. Estamos condenados, hermanos míos, y nuestra Santa Madre Iglesia va camino de la perdición con nosotros. Ay de mí que he vivido tanto tiempo que haya de presenciar este terrible día. ¿Adonde podemos acudir, hermanos? ¿Quién vendrá en nuestra ayuda? ¿Quién tiene poder para defendernos en nuestra más aciaga hora? ¿Qué clase de hombres hay en el mundo capaces de protegernos en este espeluznante y fatal conflicto?

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