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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (72 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Pero todo eso cambió cuando no se encontraron
garthianos
, cuando fue evidente lo mucho que había sido engañada la Idoneidad. Si fracasaba en encontrar evidencias de fallos en el comportamiento humano en Garth o con sus pupilos, significaría que el Suzerano todavía no podía poner los pies en el suelo del planeta. Lo que, a su vez, retrasaba el desarrollo de la función hormonal. Todos aquellos factores eran serios inconvenientes que convertían la Muda en algo más que dudoso.

Entonces, la insurrección de los neochimpancés había colocado al poder militar a la cabeza. El Suzerano de Rayo y Garra había crecido en importancia y se había vuelto imparable.

La proximidad de la Muda llenó de presentimientos al Suzerano de la Idoneidad. Se suponía que tales acontecimientos eran triunfantes, trascendentes, incluso para los perdedores. Las mudas eran momentos de renovación y de realización sexual para la raza. También se les atribuía un sentido de cristalización política: el consenso de la acción correcta.

En aquella ocasión no había consenso, o sólo en grado mínimo. Había algo en verdad muy desacertado en aquella Muda.

En lo único en que estaban de acuerdo los tres Suzeranos era en que la derivación hiperespacial tenía que usarse para algún tipo de ceremonia de Elevación. Llegado aquel punto, hacer lo contrario sería suicida. Pero salvo en eso, todos tenían sus propias ideas. Las incesantes discusiones habían empezado a afectar a toda la expedición.

Los soldados de Garra más religiosos habían comenzado a pelearse con sus camaradas. Los burócratas que habían sido militares se ponían de parte de sus antiguos camaradas al discutir sobre gastos en logística, o se volvían taciturnos cuando su jefe no autorizaba dichos gastos. Incluso entre la clase sacerdotal, donde debería haber habido unanimidad, tenían lugar frecuentes disputas.

El sumo sacerdote acababa de descubrir lo que podía hacer el sectarismo. Las discusiones habían llevado incluso a la traición. ¿Por qué, si no, le habían robado uno de sus dos representantes de la raza neochimpancé?

En aquellos momentos el Suzerano insistía en la necesidad de escoger un nuevo macho. Sin duda el burócrata era el responsable de la «fuga» del chimp Fiben Bolger. ¡Y era una criatura tan prometedora! Lo más seguro es que a aquellas alturas ya se hubiese convertido en vapor y cenizas.

Pero, por supuesto, no había modo de inculpar seriamente por aquello a ninguno de los otros dos Suzeranos.

Un sirviente
kwackoo
se aproximó y se arrodilló ante él, con un cubo de datos en el pico. Una vez que obtuvo su permiso, metió la grabación en un aparato reproductor.

La luz de la habitación disminuyó y el Suzerano de la Idoneidad contempló unas escenas tomadas por una cámara entre la lluvia y la oscuridad. Temblaba involuntariamente de repugnancia ante la desagradable y húmeda suciedad de la ciudad lobezna.

La escena se detenía en un rincón lodoso de un oscuro callejón… una cabaña hecha de alambres y madera en la que habitaban un grupo de pájaros terrestres considerados animales domésticos… un montón de ropa sucia junto a una fábrica cerrada… unas huellas que se dirigían a un revuelto barrizal junto a una valla doblada y rota… más huellas que se perdían en los oscuros campos…

El Suzerano comprendió perfectamente lo sucedido sin necesidad de esperar el informe de los investigadores.

El neochimpancé macho se había dado cuenta de la trampa que le tendían y, al parecer, había conseguido escapar con éxito.

El Suzerano danzó en lo alto de su percha una serie de remilgados pasos de factura muy antigua.


El daño, el perjuicio, el revés que ha sufrido nuestro programa es grave. ¡Pero no es, no debe ser irreparable!

A un gesto suyo los seguidores
kwackoo
se acercaron a él a toda prisa. La primera orden del Suzerano fue directa.


Debemos incrementar, mejorar, intensificar nuestro cometido, nuestros incentivos. Informen a la hembra que aceptamos, accedemos, consentimos a su petición.

»
Puede ir a la Biblioteca.

El sirviente le hizo una reverencia y los otros
kwackoo
cantaron.


¡Zoooon!

Capítulo
69
EL GOBIERNO EN EL EXILIO

La pantalla del holo-depósito quedó en blanco cuando el mensaje interestelar llegó a su fin. Al encenderse las luces, los miembros del Concejo se miraron unos a otros asombrados.

—¿Qué… qué significa? —preguntó el coronel Maiven.

—No estoy seguro —respondió el comandante Kylie—. Pero parece que los
gubru
persiguen algo.

El administrador del refugio, Muchen, tamborileó los dedos sobre la mesa.

—Parecen ser oficiales del Instituto de Elevación. Creo que los invasores están preparando algún tipo de ceremonia y han invitado a diversos testigos.

Todo eso es obvio
, pensó Megan.

—¿Creen que está relacionado con la misteriosa construcción al sur de Puerto Helenia? —preguntó. Aquel enclave había sido últimamente tema de muchas discusiones.

—Hasta ahora no he querido admitir tal posibilidad —asintió el coronel Maiven—, pero ahora tengo que hacerlo.

—¿Y por qué tendrían que celebrar una ceremonia de Elevación para los
kwackoo
aquí en Garth? —intervino el miembro chimp—. ¿Favorecerá eso su pretensión sobre la tenencia del planeta?

—Lo dudo —apuntó Megan—. Tal vez no sea para los
kwackoo
.

—¿Y entonces para quién?

Megan se encogió de hombros y Kylie comentó:

—Parece ser que los representantes del Instituto de Elevación tampoco lo saben.

Se produjo un largo silencio, y luego Kylie habló de nuevo.

—¿Qué significado creen que tiene el hecho de que el portavoz sea un humano?

—Es evidente que es una ventaja para los
gubru
—sonrió Megan—. Ese hombre seguramente no es más que un joven aprendiz de la sucursal local del Instituto de Elevación. Ponerlo frente a los
pila
, los
z'Tang y
los
serentinos
significa que la Tierra no está aún acabada. Y hay ciertos poderes que quieren ponerlo de manifiesto ante los
gubru
.

—Hum, los
pila
. Son duros de pelar, y miembros del clan de los
soro
. Un humano como portavoz puede ser un insulto a los
gubru
, pero eso no garantiza que la Tierra esté muy bien.

Megan entendió lo que Kylie quería decir. Si los
soro
dominaban el espacio de la Tierra, se preparaban tiempos difíciles.

Se produjo un nuevo silencio, interrumpido esta vez por el coronel Maiven.

—Se ha hablado de una derivación hiperespacial. Son muy caras. Los
gubru
deben valorar muchísimo este asunto de la ceremonia.

Claro
, pensó Megan, sabiendo que se había presentado una moción ante el Concejo. Y esta vez sabía que sería difícil justificar su postura de seguir los consejos de Uthacalthing.

—¿Está sugiriendo un objetivo, coronel?

—Naturalmente, señora Coordinadora —Maiven se sentó y la miró a los ojos—. Creo que ésta es la oportunidad que estábamos esperando.

Un rumor de asentimiento recorrió la mesa.

Van a votar motivados por el aburrimiento, la frustración y la claustrofobia
, se dijo Megan.
Y sin embargo, ¿no es ésta una oportunidad de oro a la que debemos agarrarnos, o perder para siempre?

—No podemos atacar cuando hayan llegado los emisarios del Instituto de Elevación —apuntó ella y vio que todos habían comprendido la importancia de aquello—. Admito sin embargo, que puede haber un intervalo durante el cual podamos asestar el golpe.

El consenso era obvio. En un rincón de su mente, Megan sabía que en realidad se necesitaban más discusiones. Pero sabía asimismo que también ella ardía casi de impaciencia.

—Debemos pues enviar nuevas órdenes al mayor Prathachulthorn. Tendrá carta blanca, con la sola condición de que cualquier ataque ha de ser perpetrado antes del primero de noviembre. ¿Están de acuerdo?

Se alzaron las manos. El comandante Kylie dudaba, pero finalmente se unió a la votación y ésta fue unánime.

Estamos obligados
, pensó Megan. Y se preguntó si el Infierno reservaba algún lugar especial para las madres que enviaban a sus propios hijos a la batalla.

Capítulo
70
ROBERT

No tendría que haberse ido ¿verdad? Ella dijo que todo estaba bien.

Robert se frotó su áspera barbilla. Pensó en tomar una ducha y afeitarse ya que el mayor Prathachulthorn convocaría una reunión a primera hora de la mañana y le gustaba ver a sus oficiales bien aseados.

Lo que en realidad tendría que hacer es dormir
, pensó Robert. Acababan de terminar una serie de ejercicios nocturnos. Lo más inteligente era irse a descansar.

Pero, después de un par de horas de sueño irregular, advirtió que estaba demasiado nervioso, demasiado lleno de inquietud para seguir en la cama. Se levantó, fue a su escritorio y colocó el ordenador de forma que su luz no molestase a los otros ocupantes de la estancia. Durante algún tiempo, leyó la detallada orden de batalla del mayor Prathachulthorn.

Era ingeniosa, muy profesional. Las diversas opciones parecían ofrecer un buen número de sistemas efectivos para utilizar fuerzas limitadas y golpear al enemigo. Y golpearlo fuerte. Lo único que faltaba era elegir el objetivo adecuado. Había diversas posibilidades, todas ellas factibles.

No obstante, en el conjunto del plan había algo que a Robert le parecía equivocado. El documento no consiguió aumentar su confianza, como habría esperado que ocurriera. Robert imaginó que algo tomaba forma sobre su cabeza, algo ligeramente parecido a las nubes oscuras que habían envuelto en tormentas las montañas hacía poco tiempo: una manifestación simbólica de su desasosiego.

En el otro extremo de la habitación, una forma se movió bajo las mantas y éstas dejaron entrever un delgado brazo y un muslo de piel suave.

Robert se concentró y se apresuró a borrar la no-cosa que había formado con el sencillo poder de su aura.

Había empezado a afectar los sueños de Lydia y no sería justo que ella sufriese su propia inquietud. A pesar de su reciente intimidad física, eran todavía, en muchos aspectos, dos desconocidos.

Pensó en los hechos positivos de los últimos días. El plan de batalla permitía conjeturar que por fin Prathachulthorn había empezado a tomarse en serio sus ideas. Y la compañía de Lydia le había reportado algo más que placer físico. Robert no se había dado cuenta de lo mucho que añoraba el simple contacto físico con los de su propia especie. Los humanos tenían más capacidad para soportar el aislamiento que los chimps, los cuales podían caer en una profunda depresión si se veían privados de compañeros de caricias durante cierto tiempo. Pero tanto los mascs como las fems humanos tenían necesidades parecidas a las de los simios.

No obstante, los pensamientos de Robert iban a la deriva. Incluso en sus momentos más apasionados con Lydia, seguía pensando en otra persona.

¿Tenía que irse? Desde un punto de vista lógico, no había ninguna razón para visitar el monte Fossey. Los gorilas están muy bien cuidados.

Los gorilas habían sido sólo una excusa, claro. Una excusa para huir del aura de censura del mayor Prathachulthorn. Una excusa para evitar las centelleantes descargas de la pasión humana.

Athaclena podía tener razón acerca de que no había nada malo en que Robert deseara estar con los de su especie, pero la lógica no lo era todo. Ella también tenía sentimientos. Joven y sola, podía resultar herida incluso por lo que ella consideraba correcto.

—¡Maldita sea! —murmuró Robert. Las palabras y los gráficos de Prathachulthorn no eran más que una mancha borrosa—. ¡Maldita sea!, la echo de menos.

Fuera, tras la cortina de tela que separaba aquella habitación del resto de las cuevas, se produjo una conmoción. Robert consultó su reloj. Sólo eran las cuatro de la madrugada. Se puso de pie y cogió sus ropas. A aquella hora, cualquier excitación fuera de programa podía ser equivalente a malas noticias. Y si el enemigo había estado tranquilo durante un mes, eso no significaba que fuera a continuar así para siempre. Tal vez los
gubru
se habían enterado de sus planes y atacaban como medida de prevención.

Se oyeron golpes de pies descalzos sobre la piedra.

—¿Capitán Oneagle? —dijo una voz tras la cortina.

Robert se acercó a ella y la descorrió. Una mensajera chimp respiraba jadeante.

—¿Qué pasa? —preguntó Robert.

—Hum, ser. Es mejor que venga en seguida.

—Muy bien. Voy a coger las armas.

—No es una batalla, ser —la chimp sacudió la cabeza—. Es… es que han llegado unos chimps, procedentes de Puerto Helenia.

Robert frunció el ceño. Desde el principio no habían dejado de llegar pequeños grupos de la ciudad. ¿Por qué ahora tanto revuelo? Oyó cómo Lydia se movía, perturbado su sueño con las voces.

—Bien —le dijo a la chima—. Los entrevistaremos un poco más tarde.

—Señor —lo interrumpió ella—. ¡Es Fiben! ¡Fiben Bolger, señor! Ha regresado.

—¿Qué? —preguntó Robert asombrado.

—¿Rob? —dijo una voz femenina a sus espaldas—. ¿Qué…?

Robert chilló y su grito repercutió en los espacios cerrados. Abrazó y besó a la sorprendida chima y luego levantó en vilo a Lydia.

—¿Qué? —empezó a preguntar, pero se interrumpió al ver que se estaba dirigiendo al punto vacío donde un momento antes había estado él.

En realidad, no era necesario apresurarse. Fiben y sus escoltas se encontraban aún a cierta distancia.

Cuando pudieron verse sus caballos, jadeando montaña arriba por el camino norte, Lydia ya se había vestido y reunido con Robert en lo alto del precipicio. La luz grisácea del amanecer empezaba a borrar las últimas y tenues estrellas.

—Todo el mundo está levantado —comentó Lydia—. Hasta el mayor lo ha hecho. Los chimps corren de un lado a otro parloteando excitados. Ese chimp al que esperan debe de ser algo extraordinario.

—¿Fiben? —rió Robert—. Sí, puede decirse que el viejo Fiben es completamente fuera de lo común.

—De eso ya me he dado cuenta —ella se protegió los ojos de la luminosidad que aumentaba en el este para observar el grupo a caballo que enfilaba la pendiente en zigzag del estrecho sendero—. ¿Es el que va cubierto de vendajes?

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