La puerta oscura. Requiem (21 page)

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Authors: David Lozano Garbala

BOOK: La puerta oscura. Requiem
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—¿Y si se lo está inventando todo? —cuestionó Suzanne, escéptica ante tan sugerentes novedades—. No sé si fiarme…

Justin se mostró reacio a dejar escapar aquella oportunidad de aproximarse al núcleo de sus desvelos.

—¿Qué puede saber un granjero de vampiros? —argumentó—. Y, sin embargo, lo que dice coincide a la perfección con el perfil de un no-muerto. Además, ahí tienes la foto de los perros.

Bernard se acercó aún más al monitor del ordenador.

—No se distinguen bien las heridas —se quejó—. Pero, desde luego, los animales están fiambres. Y cargarse a tres dóberman…

—¿Qué hipótesis baraja la policía? —preguntó Suzanne.

—Lo pone más abajo —señaló Justin, alejándose de la pantalla—. Hablan de vandalismo y de represalias entre gente del campo por conflictos de lindes.

—¿Y eso qué es? —Bernard jamás había salido de París; ignoraba todo lo relativo al ámbito rural.

—Los agricultores a veces discuten sobre los límites de sus propiedades —contestó Suzanne—. En ocasiones son desacuerdos que vienen de generaciones y que pueden provocar auténticos odios entre vecinos. Ha llegado a haber crímenes por esa causa.

—Joder —Bernard descubría una faceta del campo que poco tenía que ver con paisajes apacibles.

—Normal que hayan pensado que quien ha matado a los perros es otro campesino: rencores del pasado —terminó Justin—. Y como le darán poca importancia, ni siquiera se molestarán en averiguar cómo se desangró a los animales, que para nosotros es lo importante, lo revelador.

—Pero habrán visto lo acojonado que está el granjero… —Suzanne no dejaba de buscar cabos sueltos—. Eso quizá les llame la atención.

—Lo achacarán a supersticiones —Justin construía sin dificultad justificaciones ante el gesto perdido de Bernard, que no podía competir con la agilidad mental de sus dos compañeros—. La gente de la ciudad desprecia todo lo que se aparta de la zona urbana. Lo único que harán será tranquilizar a ese hombre, y llamar a un veterinario para que certifique la muerte de los animales. A lo sumo, interrogarán in situ a los propietarios de las parcelas colindantes.

—Es probable —Suzanne aceptó aquel planteamiento—. Aun así, a lo mejor todo es obra de algún pirado con imaginación…

Justin emitió un prolongado suspiro.

—Siempre queda esa posibilidad —asumió—. Pero tendrás que reconocer que, aparte de la muerte del profesor Delaveau, estas son las circunstancias más prometedoras que hemos conocido en mucho tiempo.

Suzanne no tuvo más remedio que volver a asentir, Justin se creció ante aquella ocasión tan propicia que el destino ponía en su camino.

—Tenemos que ir allí —declaró, con el tono solemne de un iluminado—. Ha llegado el momento de intervenir. Tal vez tengamos en nuestras manos la posibilidad de salvar a esta ciudad, a toda Francia, de un sanguinario monstruo.

»Por fin, la sociedad tendrá que reconocer y agradecernos nuestra atenta vigilancia durante tanto tiempo. Hasta ahora solo se ha reído de nosotros, pero pronto tendrá que pedirnos perdón.

Los ojos de Justin, bajo su desordenada pelambrera rubia, exhibían un brillo algo demencial.

Bernard se había levantado, arrastrado por el magnetismo de aquella arenga, y agitaba su enorme cuerpo dando saltos.

—¡La hora de los cazavampiros! —aullaba, alterado.

La chica, mucho más fría, no exteriorizó su entusiasmo de aquel modo tan primario, pero asintió visiblemente motivada.

—Menos mal que la noticia especifica la zona donde se produjo la muerte de los perros —comentó con satisfacción—. Con lo que corren de boca en boca este tipo de cosas y lo hospitalaria que es la gente del campo, será fácil encontrar la granja concreta.

Justin esbozaba una sonrisa calculadora, el ademán fanático de quien ve recompensada una vieja pasión que le ha ido consumiendo a lo largo del tiempo. Levantándose, alcanzó un viejo armario y abrió sus puertas para, a continuación, asomarse a su interior.

Cuando volvió a emerger frente a sus camaradas, portaba en las manos el afilado perfil de una estaca de madera.

* * *

Daphne se había apartado de su coche, y ahora, con los brazos extendidos frente a la planicie de parcelas agrícolas y los ojos cerrados, dejaba que las corrientes energéticas fluyeran a través de ella. A su espalda quedaban las siluetas de los últimos edificios de la ciudad, las casas que marcaban el límite de la periferia parisina.

La bruja aguzaba sus sentidos, convertida en un radar humano.

Se encontraba muy cerca del lugar donde, la noche anterior, se habían topado de bruces con Jules Marceaux. No le había parecido un mal sitio para reanudar la búsqueda.

La vidente notaba en su castigado cuerpo un profundo agotamiento que no respondía únicamente a los últimos acontecimientos. En realidad, desde la apertura de la Puerta Oscura, consecuencias de todo tipo se habían ido precipitando en el mundo de los vivos, involucrándola sin remisión. Tan solo hacía unos meses que el Viajero había cruzado el umbral sagrado, pero, salvo aquella cuarentena que habían mantenido tras el rescate de Michelle, el destino no parecía decidido a otorgarles una tregua. Y semejante ritmo iba consumiendo sus energías.

A su avanzada edad, no existían fuerzas de repuesto.

Daphne tenía que encontrar al chico contaminado, a pesar de todo. Ahora que disponía de un recurso que podía minimizar el deterioro que acarreaba el proceso vampírico, para frenar su inexorable maleficio, debía contactar con el muchacho. Sin su presencia física, nada podía hacer, la tragedia continuaba gestándose al borde de lo inevitable.

Un viento ligero, que merodeaba esquivo agitando en ráfagas sus cabellos canos, le trajo un leve rastro, un indicio que ella atrapó sin despertar de su ensoñación. Continuó inmóvil en su posición, consolidando aquel vestigio que la alcanzaba con tal sutileza que corría el riesgo de perderlo al menor descuido.

Poco a poco, su capacidad extrasensorial fue transformando el rastro en una trayectoria, en un camino.

Una presencia sobrenatural existía, permanecía agazapada a cierta distancia. Y ella, la vieja Daphne, acababa de percibirla. Por fin.

No se había equivocado al iniciar la batida por aquel enclave.

La vidente fue abriendo los ojos sin prisa. Jules no se movería de donde estaba, el sol brillaba en el cielo todavía invernal. Recogió los brazos y, a continuación, se dirigió a su coche.

El germen de la ansiedad acababa de alojarse en sus entrañas. Incluso a aquella luminosa hora, la perspectiva de ir a encontrarse con quien ya era en buena medida un vampiro le producía una poderosa inquietud. Lo único más peligroso que enfrentarse a un ente maligno de esa naturaleza en plena noche era tener la osadía de profanar su descanso diurno allanando su refugio.

Pero no quedaba otra alternativa.

Llegaba el momento de un vis a vis con Jules, y la atracción magnética de aquel inminente encuentro le impidió pensar en nada más. Ni siquiera en la posibilidad de recurrir a Marcel y Michelle, cuya presencia tampoco hubiera aportado nada al nivel sobrenatural en el que se iba a materializar la auténtica cita.

La bruja estaba ya sentada frente al volante de su destartalado coche. Arrancó, dispuesta a seguir su intuición.

Una ruta que debía llevarla hasta la madriguera del no-muerto.

* * *

Las cenizas del presunto cadáver de Alfred Varney —puesto que Marcel había incinerado el cuerpo como culminación del ritual antivampiros— fueron depositadas, cuando se archivó el caso, en una modesta tumba familiar dentro de Pere Lachaise.

El mismo cementerio donde tal vez permanecía vacía la sepultura de Luc Gautier, que no habían llegado a localizar. Por ironías de la vida, al final el auténtico vampiro quizá no descansaba demasiado lejos de su verdadera tumba.

El Guardián confió en que no se diera aquel hecho. Gautier no se merecía esa consideración del destino.

Marcel llamó la atención de Michelle hacia una zona de enterramientos antiguos donde se distinguían varias construcciones muy deterioradas.

—Tal vez Daphne no la inspeccionó ayer —observó.

—Vamos a echar una ojeada —la chica consultó su reloj, calculando el amplio margen del que todavía disponían. Menos mal, había tanto que registrar…

Comenzaron a caminar hacia su nuevo objetivo, sin acelerar el paso para pasar desapercibidos entre los esporádicos visitantes con los que se cruzaban.

—Nada mejor que un panteón abandonado para guarecerse de la luz —señaló el forense con ojos intrépidos que analizaban cada detalle de las construcciones a las que se iban acercando—. Eso permitiría a Jules, además, disponer de tranquilidad para su sueño diurno: escaso tránsito de gente por los alrededores, poco ruido…

—Y proximidad con la muerte —añadió Michelle—. Esos panteones llevarán generaciones sin descendientes que acudan a ellos, pero además están cerca de la tumba de Alfred Varney.

Marcel asintió.

—Justo lo que se supone que Jules buscará en sus primeros devaneos vampíricos.

Ambos continuaron avanzando en dirección a aquellos monumentos que se erigían, con sus tabiques de piedra erosionados por el transcurso del tiempo, en medio de una amplia zona arbolada.

Una vez superada la distancia que los separaba de ellos, Marcel hizo un gesto a Michelle para que se detuviese. Necesitaba confirmar que ella estaba al tanto del riesgo implícito en esa batida.

—Michelle, ¿qué sabes del sueño de los vampiros?

La chica frunció los labios.

—En principio, mientras duermen, durante el día, son mucho más vulnerables. Pero eso no quiere decir que no puedan defenderse si son atacados.

—Eso es —convino el Guardián—. El instinto de supervivencia es muy fuerte, incluso entre los no-muertos. Si presienten que algo amenaza su descanso, despiertan y, aunque con menos poder que el que les otorga la oscuridad, se revuelven contra todo aquel que perturba su descanso.

—¿Entonces?

—Entonces tenemos que conducirnos con mucho cuidado, incluso a plena luz del día y tratándose de tu amigo Jules.

Esa advertencia resultaba oportuna, pues se encontraban ya frente al primero de los panteones sospechosos.

—Pero él me reconoció… —objetó la chica, renuente aún a aludir a Jules como una bestia peligrosa.

—A estas alturas no antepondrá tu vida a la suya, Michelle.

—Nosotros no vamos a matarlo.

—Eso no lo sabe él. Si nuestra intromisión lo arranca del letargo, su primera reacción será muy agresiva, indiscriminada; cualquier presencia se le antojará hostil. Sea quien sea la persona con la que se encuentre al despertar, lo atacará.

Tras aquellas palabras, Marcel hizo una seña a Michelle para que lo siguiese y así recorrieron los últimos metros que los separaban del primero de los panteones abandonados. Prudente, el forense se dispuso a asomarse con la mano apoyada en la empuñadura de la katana de plata, que su postura inclinada acababa de dejar a la vista bajo la chaqueta de su traje.

Segundos después, más tranquilos, los dos registraban el interior vacío de aquel monumento. Y es que, al margen de que en ese momento no estuviese ocupado por Jules, debían dedicarse también a rastrear sus pasos.

A continuación escogieron la siguiente de las construcciones susceptibles de albergar al amigo gótico en su reposo letárgico, y se dirigieron a ella con idénticas cautelas, camuflándose para no delatar sus movimientos levemente furtivos. Por muy infructuosa que resultase su tarea, por muy luminosa que fuera la escena que los rodeaba, no debían subestimar el riesgo implícito en cada uno de sus pasos.

—Si no encontramos nada en el sector del cementerio que nos queda por comprobar —susurró Michelle—, podríamos echar una ojeada a los locales de las casas que rodean el recinto.

Marcel estuvo de acuerdo.

—Me parece bien. Los locales vacíos también serán tentadores para Jules como guarida.

Capítulo 13

Así que Jules continuaba en paradero desconocido, reflexionaba Pascal, preocupado, tras recuperarse del extenuante contacto con el mundo de los vivos. Por lo tanto, Daphne aún no había podido aplicar en él su método para ralentizar el proceso vampírico…

Qué mal aspecto presentaba todo.

—Llegarás a tiempo —procuró animar Dominique, a quien Pascal había puesto al tanto de su comunicación con Edouard—. Si han logrado ver a Jules sin correr peligro, es que el proceso de infección va muy lento todavía. La mordedura que sufrió era muy superficial, ¿no?

Pascal asintió.

—Espero que tengas razón, Dominique. Porque si no…

—Pues claro que sí —le cortó el otro, negándose a aceptar pensamientos negativos—. Lo único de lo que te tienes que preocupar mientras estés en este mundo es de regresar cuanto antes con la sangre de Lena Lambert. Lo demás solo estorba. Necesitas estar concentrado al máximo.

—Tienes razón. Movámonos ya.

Mientras caminaban, el Viajero recreó en su memoria la imagen de Michelle. Había estado a punto de preguntarle a Edouard en concreto por ella, pero al final no había tenido valor y su curiosidad se había limitado a interesarse por «el grupo». Ahora se arrepentía.

Pascal y Dominique avanzaron hasta situarse delante del abrumador macizo que conformaba la Colmena de Kronos, frente al primer acceso hexagonal que quedaba a la altura del terreno. Pascal recordó que aquella cavidad, no muy amplia aunque llegaba a los dos metros de altura, conducía a la celda principal. Había que atravesarla.

—¿De qué material está hecha? —Dominique acariciaba los contornos de ese primer hueco por el que el Viajero indicaba que debían introducirse, mientras reunía la determinación necesaria para asumir la siguiente etapa de su viaje—. Es una sustancia muy fría, incluso para este entorno.

El Viajero se encogió de hombros.

—No lo sé, pero seguro que surgió de esta realidad inerte hace milenios. ¿Estás dispuesto?

Dominique alzó su hacha.

—Lo estoy.

Pascal echó una última ojeada al paisaje brumoso que quedaba a su espalda, más allá de la pasarela. Ninguna amenaza —aparte del propio ominoso escenario de aquella región— se intuía en la distancia.

—Pues adelante.

No hablaron más, imbuidos de la misma solemnidad que emanaba de cada poro de ese majestuoso fenómeno natural en cuyo seno confluían poderosas corrientes temporales que se entrelazaban conformando un etéreo laberinto. En sus mentes se dibujaba el temible riesgo inherente a lo que se proponían llevar a cabo: una búsqueda a través de terribles momentos históricos, un recorrido por infiernos humanos cuyo eco cruel había quedado atrapado entre las paredes fosilizadas de aquella colmena, reverberando hasta el infinito.

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