La prueba del Jedi (11 page)

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Authors: David Sherman & Dan Cragg

BOOK: La prueba del Jedi
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La Babosa Dorada, un tugurio infecto con una sucia barra en el vestíbulo, era el único punto de actividad de un callejón lateral sin salida, cerca de una arteria principal subterránea. Montones de basura sembraban las cunetas y, al no haber cerca otras luces que funcionasen, un rótulo parpadeante suministraba una iluminación escasa e intermitente. El extremo más alejado del callejón, más allá de La Babosa Dorada, estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

—¿Qué hacemos aquí? —susurró Anakin, abriéndose paso cuidadosamente a través de la basura. Una repentina cacofonía de gritos guturales y ruido de algo al ser aplastado le llegó del interior de La Babosa Dorada, y una criatura alta, reptilesca, surgió del interior del hotel y se alejó corriendo. Preguntándose qué podía asustar a un barabel, Anakin buscó el sable láser.

—Calma, Anakin —susurró Alción, colocando una mano sobre el brazo del padawan.

El letrero sobre La Babosa Dorada chisporroteó, anunciando: "LA BA OSA DO ADA". Dos de las letras estaban rotas a raíz de una pelea de borrachos.

—No creo que tengamos ningún problema —aseguró Alción—, no necesitamos empuñar un arma. Pero mantente alerta..., por si acaso.

Anakin miró hacia el final de la calle, donde algo parecía acecharlos. Entonces llamó a la Fuerza para rastrear el vestíbulo del hotel.

—Bueno, dentro no hay seres sensibles a la Fuerza —susurró—, así que adelante.

El vestíbulo era una ruina. La mayoría del mobiliario seguía intacto, aunque sin ocupantes, exceptuando algo que roncaba pesadamente en uno de los sofás. Un ventilador en el techo removía perezosamente el aire estancado. Un encargado aburrido, con un enorme conjunto de orejas y una larga probóscide, se quedó contemplando a los dos Jedi, soltó una exclamación asustada y desapareció bajo el mostrador. Había varios clientes sentados ante la barra, a un lado del vestíbulo. El suelo estaba sembrado de escombros, restos de una mesa destrozada, de varias sillas... y de algo que se parecía sospechosamente a un brazo o una pierna recientemente amputada del tronco de su propietario.

Una figura poco atractiva se acomodaba en un extremo de la barra. En el lado opuesto se hallaban tres clientes más, tan lejos de la figura como podían estarlo, ignorando deliberadamente su presencia.

—¡Grudo! —gritó Alción.

El vestíbulo quedó sumido en un silencio total. Hasta el ventilador del techo pareció detener sus perezosos giros. El camarero soltó el vaso que pretendía limpiar y se escondió tras la barra.

La encorvada figura se giró lentamente, bajó del taburete y avanzó hacia ellos. Anakin parpadeó. Su piel era verde y rugosa, sus ojos multifacetados y de su cabeza surgían un par de antenas. Llevaba numerosos cuchillos en dos bandoleras que le cruzaban el pecho, y varios más en el cinturón, todos guardados en sus fundas. Un par de pistolas láser asomaban de sus cartucheras. Anakin estaba seguro que llevaba otros instrumentos típicos de cazarrecompensas aquí y allí, ocultos en diversas partes de su cuerpo. La escasa luz levantó un reflejo húmedo en los cuchillos, allí donde el metal era visible, como si hubieran sido usados recientemente. Aquel ser era el rodiano de aspecto más pendenciero que Anakin hubiera visto nunca... e iba directo hacia ellos. Anakin buscó de nuevo el sable láser, pero Alción volvió a detenerlo. Las manos del rodiano estaban vacías.

Tan pronto como llegó a su altura, el cazarrecompensas se abalanzó hacia delante, apresó a Alción por la cintura y se puso a bailar con él, trazando un macabro círculo.

—¡Alción! —ululó—. ¡Me alegra volver a verte, viejo amigo!

Dejó de bailotear y los dos se abrazaron amistosamente.

—Te presento a Grudo —dijo Alción a Anakin en cuanto fue capaz de hablar—. Grudo, este joven Jedi es Anakin. Saluda, Anakin.

—Hola —obedeció Anakin con una sonrisa forzada.

El rodiano soltó a Alción y se cuadró ante él.

—Jedi Anakin Skywalker, el sargento Grudo a sus órdenes —exclamó en un impecable Básico que contrastaba mucho con su apariencia—. Encantado de conocerlo, señor.

—¿Sargento? —repitió Anakin, divertido por el tono militar del rodiano—. No sabía que los cazadores de recompensas tuvieran rango.

Los clientes, que habían estado ignorando calculadamente al trío, giraron sus cabezas para echar un rápido vistazo, y después volvieron a dedicar toda su atención a las bebidas. Incluso el camarero asomó un poco de su escondite cuando Grudo estalló en una estruendosa carcajada.

—Venid —ordenó Grudo, conduciéndoles hasta la barra. Los clientes metieron sus narices en las bebidas—. ¡Camarero! Sal de donde estés escondido... ¡Quiero invitar a mis amigos a una copa!

El camarero, un humano nervioso de rostro cetrino, surgió frente a ellos. Pareciendo a punto de volver a esconderse a la menor oportunidad, vertió en vasos no demasiado limpios un fluido amarillento de una botella que contenía alguna especie de raíz. Grudo alzó su vaso para brindar. Alción y Anakin lo imitaron.

—¡Aaarrgghh! ¡Uauh! —resolló Alción tras beber. Grudo lo palmeó con fuerza entre los hombros—. ¡Es fuerte! —reconoció el Maestro Jedi, golpeándose el pecho con el puño.

Anakin dio un cauto sorbo a su bebida. El líquido le quemó los labios, la lengua, la garganta y el estómago, donde explotó en una bola de fuego abrasador. Boqueó buscando aire.

—¡Bueno! ¡Muy bueno! —mintió descaradamente—. Gracias, Grudo.

Grudo rió ante el débil intento de Anakin por ocultar su incomodidad.

—No hay nada bueno en el sabor de esta bebida —dijo—. Se supone que incapacita a gamorreanos, trandoshanos, wookiees y otras especies para que los cazarrecompensas rodianos podamos detenerlos sin resultar malheridos.

El rodiano era más pequeño que un ser humano normal, pero Anakin recordó al barabel que habían visto salir huyendo y miró sospechosamente los muebles destrozados del vestíbulo.

—No me siento incapacitado en absoluto, Grudo. ¿Seguro que necesitas tranquilizar a una persona más grande que tú antes de capturarlo?

Grudo rió y le palmeó la espalda.

—Es posible..., si fuera un cazarrecompensas.

—Si no lo eres, ¿qué haces en Coruscant? Creía que los únicos de tu especie a los que se les permitía abandonar tu mundo era a los cazarrecompensas.

Grudo alzó un dedo rematado en una ventosa frente a su hocico peduncular, tal como un humano alzaría un dedo frente a sus labios. Anakin no pudo evitar la sonrisa.

—Si yo no te lo digo, tú no podrás decirlo —susurro el rodiano en tono conspirador. Después se giró hacia Alción— Me alegra volver a verte Alción. Y también estoy encantado de conocer al Jedi Skywalker.

—Y yo me alegré mucho al enterarme de que seguías aquí, Grudo. Aunque me sorprende que no hayas encontrado otro trabajo.

—Eso es desafortunadamente cierto —admitió Grudo—. Cuesta imaginarlo en tiempos de guerra, pero... ya conoces la reputación de los cazarrecompensas. A un rodiano honrado le resulta difícil encontrar trabajo como soldado. ¿Tienes trabajo para mí, Nejaa?

—Posiblemente.

—Dicen que hay problemas en Praesitlyn.

Los dos Jedi se miraron con sorpresa.

—¿Cómo lo sabes? —exigió Anakin.

—Circulan rumores —gruñó Grudo sin querer comprometerse.

—Bueno, si aquí saben el motivo de nuestra misión, los separatistas también lo sabrán... o no tardarán en saberlo —dijo Alción suspirando. Dirigió una mirada sospechosa a su bebida y dejó a un lado el vaso. Grudo no es un cazarrecompensas, es un viejo soldado. Ha estado en más batallas y en más campañas que la mayoría de los soldados regulares y se ha pasado la vida guiando a los soldados al combate. Quiero que venga con nosotros. Será un buen elemento para nuestro equipo, sobre todo a la hora de dirigir operaciones con unidades pequeñas —se giró hacia Grudo—. ¿Quieres venir con nosotros?

—Así que vosotros dos sois los generales de la misión... —aventuró Grudo.

—Se supone que nadie debería saber eso —susurro Alción.

—Vais a necesitar un buen sargento mayor —sonrió Grudo—. Especialmente el cachorro.

Pasó un brazo sorprendentemente fuerte por encima de los hombros de Anakin, casi obligando al joven Jedi a meter la nariz dentro del vaso.

—Tomemos una última copa... ¡por los viejos tiempos y por el futuro! —se inclinó sobre la barra para hablar con el cobarde camarero— ¡Y esta vez ponnos una ronda de buen licor!

Capítulo 10

El teniente Erk H'Arman y la soldado de reconocimiento Odie Subu habían recibido entrenamiento de supervivencia y eran muy conscientes del peligro que representaba la deshidratación. Pero ninguno estaba preparado para hacer una larga caminata por una región desértica, y les resultaba mucho más ardua de lo que jamás hubieran supuesto. Una cosa era sobrevolar el desierto a diez mil metros de altura, o patrullarlo en motojet, contando con un buen sistema de comunicaciones y camaradas a derecha e izquierda, y otra muy distinta cruzarlo a pie sin ninguna clase de preparación previa. Aunque intentaron conservar su pequeña provisión de agua, el calor, la falta de humedad y el agotamiento físico al que se enfrentaban a cada paso, les provocaban más pérdida de fluidos de los que podían reemplazar bebiendo. Además, el calcinante sol era tan intenso que casi deseaban que les cayera encima otra tormenta de arena que amortiguara sus rayos. Empezaban a llenarse de ampollas, incluso bajo la ropa. Y la primera noche, cuando el calor del día era irradiado al espacio, casi murieron congelados.

A mediodía del segundo día estaban metidos en un buen lío. Encontraron un afloramiento de rocas y se refugiaron en su sombra.

—Descansemos un rato —gruñó Erk.

Odie no se molestó en contestar. Sólo se dejó caer, levantando una nube de polvo. Descansaron del intenso calor, jadeando. La cantimplora de Odie hacía mucho que se había vaciado, pero ninguno de los dos podía recordar cuándo había sucedido o quién había lamido las últimas gotas. Les costaba concentrarse en algo.

Débilmente, Erk fue consciente de que Odie le estaba hablando.

—¿Qué? —croó. Pero ella no respondió de inmediato. Dijo algo más, varias palabras que él no pudo entender. Rodó con esfuerzo por el suelo y quedó de cara a ella—. ¿Qué decías?

—Volvamos a casa, Tami —respondió la chica—. Es hora de comer.

¿Tami?
Oh, sí, ¿no era uno de los compañeros de Odie? Erk tenía dificultades para recordarlo con exactitud... De todas formas, creyó que ella lo había mencionado en algún momento.

—Odie... —jadeó, pero también estaba demasiado exhausto como para preocuparse de si ella sufría alucinaciones o no. Se dejó caer de espaldas. Odie siguió hablando con su camarada imaginario.

Pese a la sombra que les proporcionaba la roca que tenían sobre ellos, el calor los rodeaba como una manta abrasadora. Y, a medida que pasaban los minutos y el sol avanzaba lentamente, hasta esa mínima protección empezó a desaparecer. Cuando desapareciera del todo, se asarían, pero no podían hacer nada para evitarlo. Pronto, el sol caería sobre ellos como un horno furioso. El aire era tan caliente que hasta dolía respirar.

De forma gradual, todo parecía estar sucediendo a cámara lenta. Erk fue consciente de que algo bloqueaba la luz del sol. Bizqueó, intentando ver de qué se trataba. Era enorme y desplegaba sus grandes alas, emitiendo unos terribles graznidos. Un pico gigante, lleno de dientes afilados como navajas, se clavó en una de las piernas de Erk y la mordió. Erk era consciente de que en Praesitlyn no existía una criatura como la que estaba creyendo ver, pero ya no le importaba. Mientras aquello echaba hacia atrás la cabeza para tragarse la pierna, Erk extendió su brazo con el último resto de sus fuerzas y disparó.


Ver cómo un ejército prepara su embarque para una campaña es una de las experiencias más excitantes que hay en la vida, sólo superada por el hecho de que te disparen y fallen. A Grudo, el rodiano, le habían disparado muchas veces, pero era capaz de captar la emoción del momento mientras contemplaba la flota de Centax aprestarse para la guerra.

Las tropas de que disponía la República se cifraban en sólo veinte mil clones, que ahora embarcaban en las naves; por fortuna, las fuerzas navales eran una potencia considerable y consistían en muchos acorazados...
Los suficientes
, pensó Alción,
para romper el cerco de la flota separatista que bloqueaba Praesitlyn
. La situación en la superficie del planeta era algo muy diferente, pero llegar hasta ella debería ser relativamente fácil, o eso esperaba.

Alción había elegido como nave insignia a la
Ranger
, una fragata pesada de clase Centax. Construida en los astilleros especializados de Sluiss Van y equipada en los muelles de Centax 1, la
Ranger
era una nave rápida y poderosa, equipada con lo último en armamento y sistemas auxiliares. Alción celebró su primer consejo de guerra en aquella nave, mientras la flota se preparaba para la partida.

—Las tropas de infantería que desplegaremos consisten en veinte mil clones. Formaremos dos divisiones. Yo mandaré una, y Anakin la otra. Tal como lo veo, cada división debería estar compuesta de cuatro brigadas de cuatro batallones, cada uno formado por cuatro compañías de infantería. Eso nos dará mayor maniobrabilidad en el ataque y...

—Creo que sabes más de lo que estás demostrando, Alción —interrumpió Grudo—. No me extraña que te derrotasen tan fácilmente... —notó que Anakin lo miraba con una intensidad feroz y cambió su enfoque—. Divide siempre tus fuerzas por tres: tres brigadas de tres batallones, con tres compañías cada uno.

—¿Qué? —preguntó Alción.

—Creo que entiendo lo que quiere decir —apuntó Anakin—. Dos terceras partes delante y una atrás. No sólo es la formación militar estándar, sino también una estructura potente. Cuantos más hombres compongan tus formaciones, de más fuerza de combate dispondrás. Atacas con dos brigadas, batallones o compañías, y mantienes una en reserva. Al menos es lo que dicen todos los textos que he estudiado.

La risotada de Grudo contrastó con el trompeteo de su hocico mientras sacudía la cabeza de lado a lado.

—Te vuelves viejo, Alción... ¡Has olvidado cosas que hasta el más joven sabe!

—Entonces, me corrijo —asintió Alción, arrepentido—. Organizaremos nuestras tropas en una formación triangular. Y ahora, vamos con la logística —continuó diciendo con rapidez.

Anakin atendió con interés.

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