La paja en el ojo de Dios (68 page)

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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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—Desde luego, señor.

—Hágalo.

El funcionario escribió rápidamente. Hubo otras preguntas, todas triviales. Rellenados los formularios, el funcionario se los pasó y le ofreció una pluma.

—Firme aquí, señor.

Sintió la pluma fría en la mano. No quería tocarla.

—Vamos, hay una docena de personas esperando —urgió el senador Fowler—. Esperándote a ti y esperando a Sally. ¡Vamos, muchacho, firma!

—De acuerdo, señor. —No tenía sentido demorarlo. Es algo que no puedo discutir. Si el propio Emperador me nombró para esa maldita Comisión... garrapateó rápidamente y luego posó un pulgar entintado en los documentos.

Un taxi les conducía por las estrechas calles de Nueva Escocia. El tráfico era lento y el taxi no tenía distintivos oficiales que le diesen preferencia de paso. Para Rod era una experiencia insólita viajar así; normalmente tenía vehículos aéreos de la Marina que le llevaban de terraza en terraza, y la última vez en Nueva Escocia había tenido un vehículo aéreo propio con la tripulación esperando. Pero ya no, nunca más.

—Tendré que comprar un vehículo aéreo y buscarme un conductor —dijo Rod—. ¿Se concederá una licencia de transporte aéreo a los miembros de la Comisión?

—Sin duda. Puedes pedir lo que quieras —dijo el senador Fowler—. En realidad el nombramiento trae consigo una baronía titular; no es que

lo necesites, pero es otro de los motivos de que nos hayamos hecho tan populares últimamente.

—¿Cuántos comisionados habrá?

—En eso también he de tener discreción. No pueden ser demasiados.

—El taxi frenó bruscamente para no atropellar a un peatón; Fowler sacó su computadora de bolsillo—. Otra vez tarde. Nombramientos en palacio. Tendrás que estar allí, por supuesto. Las habitaciones de los criados deben de estar atestadas, pero podemos meter al tuyo en... búscate uno, ¿o quieres que lo haga mi secretaria?

—Kelley está en la
Lenin.
Supongo que querrá quedarse conmigo.

—Otro buen elemento que perdía la Marina.

—¡Kelley! ¿Cómo está ese viejo zorro?


Muy bien.

—Me alegro. Por cierto que tu padre me dijo que te preguntara por él. ¿Sabes que es de mi edad? Me acuerdo de verle con uniforme cuando tu padre era un teniente, y hace mucho tiempo de eso.

—¿Dónde está Sally?

Cuando él había salido de la 675, ella se había ido. Él lo había preferido así, pues con los papeles del retiro abultando bajo el capote no se sentía con ánimo de hablar.

—Se ha ido de compras. Tú no tendrás que hacer eso. Uno de mis empleados tomó tu talla de los archivos de la Marina y te encargó un par de trajes. Están en Palacio.

—Ben... te mueves demasiado aprisa, Ben —dijo Rod.

—Qué remedio. Cuando la
Lenin
entre en órbita necesitaremos algunas respuestas. Entretanto tendrás que estudiar la situación política de aquí. Todo está muy confuso. La Asociación Imperial de Comerciantes quiere comerciar, cuanto antes. La Liga de la Humanidad quiere intercambios culturales. Armstrong quiere que su flota trate con los exteriores, pero los pajeños le dan miedo. Esto tiene que resolverse antes de que Merrill pueda seguir con la reconquista de Transacocarbón. La Bolsa, desde aquí hasta Esparta, está en ascuas... ¿Qué significará la tecnología pajeña desde el punto de vista económico? ¿Qué empresas se arruinarán? ¿Quién se hará rico? Y todo esto está en nuestras manos, muchacho. Somos nosotros quienes hemos de marcar la política.

—Uf. —El pleno impacto iba alcanzándole—. ¿Y Sally? ¿Y el resto de los miembros de la Comisión?

—No seas tonto. La Comisión
somos
tú y yo. Sally hará lo que queramos que haga.

—Quieres decir lo que tú quieras que haga. No estoy muy seguro de eso... ella tiene ideas propias.

—¿Crees que
yo
no sé eso? He vivido con ella mucho tiempo. Demonios, también tú eres independiente. No creo que vaya a poder imponerte lo que quiera.

Hasta ahora has estado haciendo un trabajo bastante bueno, pensó Rod.

—Supongo que puedes hacerte cargo del asunto de la Comisión —dijo Ben—. El Parlamento está preocupado por las prerrogativas imperiales. Si hay algo que sea pura prerrogativa es la defensa contra alienígenas. Pero si son pacíficos, el Parlamento quiere intervenir en los tratos comerciales. El Emperador no está dispuesto a pasar la cuestión pajeña al gobierno mientras no estemos seguros de lo que significan los alienígenas. Pero no puede manejar esto desde Esparta. No puede tampoco venir hasta aquí... Muchacho, eso traería problemas en la capital. El Parlamento no podría impedirle que se hiciese cargo del poder el príncipe heredero Lisandro, pero el muchacho es demasiado joven. Callejón sin salida. Su Majestad es una cosa, y los agentes con poderes imperiales otra. Demonios,
yo
no quiero dar autoridad imperial a nadie más que a la familia real. Un hombre, una familia, no pueden ejercer personalmente demasiado poder pese a todo el que acumulen en teoría, pero a través de agentes nombrados la cosa cambia.

—¿Y Merrill? Éste es su sector.

—¿Y qué? Las mismas objeciones se aplican a él que a cualquier otro. Más. El trabajo de Virrey está muy claramente definido. No incluye trato con alienígenas. Merrill no intentaría establecer un pequeño imperio propio aquí, pero la historia indica claramente que hay que vigilar de todos modos. Así que tenía que ser una comisión. El Parlamento no estaría dispuesto además a conceder tanto poder a un solo hombre, ni siquiera a mí. Hacerme presidente era preferible. Incluir a mi sobrina en la
Comisión...
Mi hermano era más popular que yo, necesitábamos una mujer y aquí está Sally recién venida de la Paja. Estupendo. Pero no puedo quedarme aquí mucho tiempo, Rod. Tiene que ser otro. Tendrás que ser tú.

—Lo veía venir. ¿Por qué yo?

—Es lo más natural. Necesitaba el apoyo de tu padre para que se aprobase la Comisión, de todos modos. El marqués es muy popular en este momento. Hizo una gran tarea consolidando su sector. Tiene un buen historial de guerra. Además, tú eres casi de la familia real. Estás emparentado con el trono...

—La relación es muy lejana. El hijo de mi hermana tiene más derecho que yo a alegar ese parentesco.

—Sí, pero eso significa no ampliar excesivamente la prerrogativa. Los padres confían en ti. A los barones les gusta tu padre. También a los comunes, y nadie va a pensar que tú quieras proclamarte rey aquí; perderías Crucis Court. Así que ahora el problema es encontrar un par de tipos de aquí que acepten las baronías y te ayuden cuando yo me vaya. Tendrás que buscarte un sustituto si quieres volver a casa, pero ya conseguirás resolver eso. Yo lo conseguí. —Fowler sonrió beatíficamente.

Frente a ellos se alzaba el palacio. Guardas con faldas escocesas vigilaban fuera en uniformes de gala. Pero el oficial que comprobó sus credenciales en su lista de fichas antes de dejarles pasar era un infante de marina.

—Deprisa —dijo el senador Fowler mientras recorrían el camino circular hacia las escaleras de roca roja y amarilla—. Rod, si esos pajeños son una amenaza, ¿podríamos enviar allí a Kutuzov con una flota de combate?

—¿Cómo?

—Ya me oíste. ¿De qué te ríes?

—De una conversación que tuve con uno de mis oficiales allá en Paja Uno. Sólo que yo me sentaba en tu asiento. Sí, señor. No querría, pero podría. Y puedo decírtelo tan rápido porque decidí el asunto en el viaje de vuelta, de otro modo habría tenido que decirte que buscases a otro para tu comisión. —Se detuvo un momento—. Sally no lo admitiría, sin embargo.

—No esperaba que lo admitiese. Pero tampoco se opondrá. Cualquier prueba o acontecimiento que nos obligase a ti o a mí a ordenar algo así la haría dimitir. Mira, he leído esos informes una y otra vez, y no puedo encontrar muchas cosas malas... Sin embargo, hay algunas. Como lo de vuestros guardiamarinas. Me cuesta trabajo creerlo.

El vehículo llegó hasta las escaleras de palacio y se detuvo allí y el conductor se bajó a abrirles la puerta. Rod buscó dinero para pagar la carrera, y dio una propina demasiado grande porque no estaba acostumbrado a ir en taxi.

—¿Eso es todo, señor? —preguntó el camarero.

Rod miró su computadora de bolsillo.

—Sí, gracias. Llegaremos tarde, Sally. —No hizo ninguna tentativa de levantarse—. Angus... tomaremos café. Con coñac.

—De acuerdo, señor.

—Rod, llegaremos tarde realmente —Sally tampoco se levantaba; se miraron y rieron—. ¿Cuándo fue la última vez que comimos juntos? —preguntó.

—¿Hace una semana? ¿Dos? No recuerdo. Sally, en mi vida he tenido tanto trabajo. En este momento unas maniobras en la Flota serían un descanso. Y esta noche otra fiesta. Lady Riordan. ¿Tenemos que ir?

—Tío Ben dice que el Barón Riordan es muy influyente en Nueva Irlanda, y que podemos necesitar su apoyo allí.

—Entonces imagino que tendremos que ir. —Angus llegó con el café; Rod lo probó y lanzó un supiro satisfecho—. Angus, es el mejor café con coñac que he tomado en mi vida. La calidad ha venido mejorando notablemente en esta última semana.

—Gracias, señor. Está reservado para usted.

—¿Para mí? ¿Sally, es éste tu...?

—No. —Ella estaba tan desconcertada como él.— ¿Dónde lo conseguiste, Angus?

—Un capitán mercante lo trajo personalmente a la casa del gobierno, señora. Dijo que era para Lord Blaine. El chef lo probó y dijo que podía servirlo.

—Desde luego que sí —dijo Rod entusiasmado—. ¿Quién era ese capitán?

—Me enteraré, señor.

—Debe de buscar algún favor —dijo Rod pensativo después de irse el camarero—. Aunque lo lógico entonces hubiese sido hacerme saber... —miró de nuevo su computadora—. No podemos demorarnos más. No podemos hacer esperar al Virrey toda la tarde.

—Podríamos. Tú y el tío Ben no estáis de acuerdo con mi propuesta, y...

—¿Por qué no dejas eso para la conferencia, querida?

El Virrey exigía a la Comisión una decisión inmediata sobre la actitud a adoptar con los pajeños. Él era sólo uno entre muchos. Armstrong, Ministro de Guerra, quería saber qué tamaño debía tener la flota de combate capaz de desarmar a los pajeños... Por si acaso, decía, para que la sección planificadora del almirante Cranston pudiera ponerse a trabajar.

La Asociación de Comerciantes Imperiales insistía en que lo que Bury supiese sobre posibilidades mercantiles se comunicase a todos lo miembros. El Gran Diácono de la Iglesia de Él quería pruebas de que los pajeños eran ángeles. Otra facción eliana estaba segura de que eran diablos y de que el Imperio no facilitaría información auténtica. El cardenal Randolf, de la Iglesia Imperial, quería que se pasasen en televisión películas de los pajeños para acabar de una vez por todas con los elianos.

Y no había nadie en doscientos parsecs a la redonda que no quisiese un puesto en la Comisión.

—Al menos estaremos en la misma reunión —dijo Sally.

—Sí. —Sus cuartos de palacio estaban en el mismo pasillo, pero sólo se veían en las fiestas. En la vorágine de las últimas semanas habían estado pocas veces en las mismas conferencias.

Angus volvió e hizo una inclinación.

—Capitán Anderson,
Ragnarok,
señor.

—Comprendo. Gracias, Angus. Es una nave de Autonética Imperial, Sally.

—¡Entonces fue el señor Bury el que envió el café y el coñac! Qué detalle...

—Sí —dijo Rod, suspirando—. Realmente tendremos que irnos.

Subieron las escaleras desde el comedor a la oficina del Virrey Merrill. El senador Fowler, el Ministro de Guerra Armstrong y Cranston, almirante de la Flota, les esperaban impacientes.

—Es la primera vez que comemos juntos en dos semanas —explicó Rod—. Disculpen.

—Será mejor cuando llegue la
Lenin
—dijo el senador Fowler—. Los científicos de Horvath podrán hacer entonces la mayor parte de las apariciones en público. Ellos se prestarán gustosos a eso.

—Suponiendo que usted les permita hacerlo —dijo el príncipe Merrill—. No ha dejado decir gran cosa a sus protegidos pese a todo lo que han hablado.

—Disculpe, alteza —dijo el almirante Cranston—. Tengo prisa. ¿Qué he de hacer cuando llegue la
Lenin?
La nave entrará en órbita de aquí a sesenta horas, y tengo que enviar órdenes a Kutuzov.

—Estaría ya resuelto si hubieses aceptado mi sugerencia, tío Ben —dijo Sally—. Démosles habitaciones en Palacio, asignémosles criados y guardianes, y dejemos que los propios pajeños decidan a quién quieren ver.

—En cierto modo tiene razón —convino Merrill—. Después de todo; son representantes de una potencia soberana. Sería difícil de justificar si los detuviésemos, ¿no? Sería un paso decisivo y ¿para qué?

—El almirante Kutuzov está convencido de que los pajeños son una amenaza —dijo el Ministro de Guerra—. Dice que son muy persuasivos.

Que si se les da ocasión de hablar con quien quieran, Dios sabe de lo que pueden ser capaces. Podrían plantearnos problemas políticos, Alteza, y eso no sería nada conveniente.

—No creerá que tres pajeños puedan constituir una amenaza militar —insistió Sally.

Benjamin Fowler suspiró pesadamente.

—Ya hemos discutido eso antes. ¡No es la amenaza militar lo que me preocupa! Si dejamos libres a los pajeños podrán establecer acuerdos. El informe de Bury me convence de eso. Los pajeños pueden llegar a formar grupos de interés que les apoyen. Negociar acuerdos comerciales.

—La Comisión pone un veto a cualquier acuerdo, tío Ben.

—Difícil será oponerse a un acuerdo que puede sernos desconocido. Si los pajeños son, como Horvath cree, gentes pacíficas que sólo desean vendernos o regalarnos su tecnología, que no pretenden competir por el territorio habitable (¿cómo demonios podemos saberlo?), que no constituyen ninguna amenaza militar, ni van a aliarse jamás con los exteriores...

El almirante Cranston carraspeó sonoramente.

—Y todo lo demás; aunque fuesen todo eso y más,
aún
constituyen un problema. Por una parte, su tecnología hará tambalearse todo el Imperio. No podemos limitarnos a aceptar las innovaciones sin un plan de reajuste.

—El departamento de trabajo se ocupa actualmente de eso —dijo secamente Merrill—. El presidente del instituto de trabajo estuvo aquí hace menos de una hora exigiendo que mantengamos aislados a los pajeños hasta que su equipo pueda estudiar los problemas de desempleo. No es que se opongan a la nueva tecnología, pero quieren que seamos cautos. Y no puedo reprochárselo.

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