La muerte de lord Edgware (24 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: La muerte de lord Edgware
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Poirot acercó dos sillas y les invitó a sentarse. Luego, mirando su reloj, dijo:

—Supongo que el inspector Japp estará aquí dentro de unos instantes.

—¿El inspector Japp? —Bryan se sobresaltó.

—Sí; le he pedido que venga como un amigo más.

—Comprendo —dijo Martin.

Quedó otra vez silencioso. Jenny le echó una rápida ojeada, y luego miró hacia otro lado. Parecía preocupada por algo.

Poco después entró Japp.

Me figuro que debió sorprenderle encontrar allí a Bryan Martin y a Jenny; pero si así fue, no lo demostró. Saludó a Poirot como siempre.

—¿Qué tal? ¿Cómo está usted, Poirot? Supongo que tendrá alguna nueva y maravillosa idea, ¿no es verdad?

—No; no se trata de nada maravilloso —contestó Poirot—; sólo es una sencilla historia, tan sencilla, que me avergüenzo de no haberla comprendido en seguida. Si ustedes me lo permiten, empezaré a contar los hechos desde el principio...

Japp suspiró y miró su reloj.

—Si no emplea más de una hora... —dijo.

—Tranquilícese, no tardaré tanto tiempo. ¿No quiere usted enterarse de quién mató a lord Edgware, a miss Adams y a Donald Ross?

—Me gustaría saber lo último —dijo Japp.

—Pues escúcheme y se enterará de todo. Voy a ser humilde. (¡No es probable!, pensé incrédulamente.) Voy a contarles todos mis pasos. Cómo tuve una venda en los ojos, cómo cometí una gran imbecilidad, cómo necesité la conversación de mi amigo Hastings y la observación de un desconocido, para que al fin lograse comprender la verdad —se detuvo un momento, tosió para aclararse la garganta y empezó a hablar con su voz de lectura, como él decía—. Empezaré por la cena del Savoy. Lady Edgware me llamó y me pidió una entrevista privada. Quería librarse de su marido. Durante la entrevista dijo, algo indiscretamente, que había pensado coger un taxi, ir a casa de su marido y matarlo. Aquellas palabras fueron oídas por Bryan Martin, que entró en aquel momento —miró a su alrededor y preguntó—: ¿No es cierto lo que digo?

—¡Ya lo creo! Todos lo oímos —dijo el actor—. Los Widburn, Marsh, Charlotte; en fin, todos.

—De acuerdo, de acuerdo.
Eh bien
, no pude olvidar aquellas palabras de lady Edgware. A la mañana siguiente vino a verme míster Bryan Martin con el propósito de referírmelas.

—De ninguna manera —dijo Bryan Martin, irritado—. Yo vine... Poirot levantó una mano.

—Usted vino, aparentemente, a contarme la enmarañada historia de cierta persecución. Un cuento tan inverosímil, que un niño lo hubiese comprendido. Seguramente la sacó usted de alguna película antigua. «Una muchacha cuyo consentimiento necesitaba usted para obrar. Un hombre al que reconoció gracias a un diente de oro.»
Mon ami
, ningún joven lleva en nuestros días un diente de oro; eso ya no lo usa nadie, y menos en América. El diente de oro es un objeto pasado de moda. Por tanto, era una cosa absurda. Una vez que soltó su fantástica historia, pasó a lo verdaderamente importante de su visita, a infiltrar en mi cerebro la sospecha sobre lady Edgware. Para decirlo con más claridad, usted preparaba el terreno para el caso de que ella asesinase a su marido.

—No entiendo lo que usted quiere decir —refunfuñó Bryan Martin. Su rostro estaba pálido como el de un muerto. Poirot continuó:

—Usted se rió de que lord Edgware pudiera acceder al divorcio. Usted creyó que yo iría a verle al día siguiente; pero poco después la fecha de entrevista se varió. Fui a visitarle aquella misma mañana, y él accedió a divorciarse. No había, pues, ningún motivo para que lady Edgware cometiese el crimen. Es más, lord Edgware me dijo que ya había escrito a su mujer en ese sentido. Pero lady Edgware declara que no ha recibido semejante carta. O bien ella miente, o mintió su marido o alguien interceptó la carta. ¿Quién? Ahora me pregunto yo: ¿por qué se tomó la molestia míster Bryan Martin de venir a verme para contarme todos aquellos embustes? ¿Qué interés le movía a hacerlo? Creo que usted estuvo muy enamorado de esa señora. Lord Edgware me dijo que su mujer quería casarse con un actor. Supongamos por un momento que eso es verdad, pero que la señora cambia de idea, y que cuando llega la carta de lord Edgware, accediendo al divorcio, Jane Wilkinson se quiere casar con alguien que no es usted. He ahí una razón para que usted sustrajese la carta.

—Yo, nunca... —dijo Bryan Martin.

—Actualmente puede usted decir lo que le parezca, pero haga el favor de atenderme. ¿Qué pasó entonces por su cerebro; usted, el ídolo de la multitud, que jamás había conocido una negativa? Le cegó el odio y el deseo de causar a lady Edgware tanto mal como fuese posible. ¿Y qué mayor daño podía causarle que acusarla de asesinato?

—¡Dios mío! —exclamó Japp.

Poirot se volvió hacia él:

—Sí; esa es la idea que empezó a forjarse en mi mente. Varias cosas contribuyeron a reforzarla. Charlotte Adams tenía dos excelentes amigos, el capitán Marsh y Bryan Martin. Si alguno de ellos podía ofrecer diez mil dólares por la farsa, había de ser, forzosamente, Bryan Martin, porque era el único rico de los dos. Siempre me pareció fantástico que Charlotte Adams pudiese creer que Ronald Marsh poseería alguna vez diez mil dólares para entregárselos a ella, pues conocía perfectamente su situación económica. Bryan Martin era el único probable.

—Yo no hice eso, se lo juro. No lo hice —dijo indignado el actor. Poirot continuó, sin hacerle caso:

—Cuando telegrafiaron el contenido de la carta de Charlotte Adams,
oh, la la!,
quedé asombradísimo. Al parecer, mi hipótesis era totalmente equivocada. Pero más tarde hice un descubrimiento. En la carta original de Charlotte Adams faltaba una hoja. Entonces comprendí que sin duda era porque se refería a alguien que no era el capitán Marsh. Tenía, pues, una nueva pieza de convicción. Cuando el capitán Marsh fue arrestado, declaró que creía haber visto en la casa de lord Edgware a Bryan Martin. Pero proviniendo de un acusado, esta declaración carecía de valor. Además, míster Martin tenía una coartada, como era de esperar. Si míster Martin había sido el asesino, le era completamente necesaria una coartada. Esa coartada la confirmó sólo una persona, miss Driver.

—¿Y eso qué importa? —dijo la muchacha secamente.

—Nada, señorita —dijo Poirot—; excepto que el mismo día en que la vi comiendo con míster Martin, usted se tomó la molestia de venir a nuestra mesa, procurando hacerme creer que su amiga, miss Adams, se interesaba de un modo especial por Ronald Marsh, en lugar de decir, como creo que es la verdad, que por quien se interesaba era por Bryan Martin.

—No es cierto —exclamó con toda firmeza el actor.

—Puede que usted no estuviese enterado —dijo Poirot—; pero creo que era verdad. Eso explica perfectamente la antipatía que ella sentía por lady Edgware. Esa antipatía existe en usted; además, es casi seguro que usted le explicó el desaire que había recibido de Jane. ¿No es verdad?

—Sí..., se lo conté... Tenía que desahogarme con alguien, y ella era...

—Muy simpática Sí; muy simpática. Pude comprobarlo personalmente.
Eh bien
, ¿qué ocurrió después? Ronald Marsh fue arrestado. En seguida el cerebro de usted empieza a trabajar. Si experimentaba ansiedad, ahora ya podía estar tranquilo, aunque su plan había fracasado a causa del súbito cambio de parecer de lady Edgware, decidiéndose a última hora a ir a la fiesta. Pero vino otro a constituirse en víctima, librándole de toda inquietud. Sin embargo, más tarde, en una comida, oyó usted a Donald Ross, aquel simpático pero estúpido joven, decirle algo a Hastings, que le puso de nuevo en guardia.

—¡Eso no es cierto! —gritó Martin. El sudor corría a chorros por su rostro y sus ojos miraban aterrorizados—. Le aseguro que no oí nada, que no hice nada.

Y entonces ocurrió lo más emocionante de aquella mañana:

—Tiene usted razón —dijo lentamente Poirot—. No es usted culpable y creo que ya le he castigado bastante por haberme venido a mí, Hércules Poirot, con un cuento tártaro.

Nos quedamos todos boquiabiertos. Poirot siguió tranquilamente:

—Tampoco podía descartar a Geraldine Marsh. Odiaba a su padre; me lo había dicho ella misma. Además, es una muchacha muy nerviosa. Supongamos, pues, que cuando aquella noche entró en la casa fue directamente a matar a su padre y que luego, fríamente, subió a buscar el collar de perlas. Ahora imagínense su horror al encontrarse con que su primo no ha permanecido fuera, junto al taxi, sino que ha entrado en la casa. Esto puede explicar la agitación demostrada por ella durante los interrogatorios, al ver acusado a su primo, a quien quiere enormemente, del crimen que ella ha cometido. Por otra parte, esa agitación podía también probar su inocencia, ya que podría tener su origen en la creencia de que el asesino de su padre era Ronald. Había otro punto: la cajita de oro encontrada en el bolso de Charlotte Adams llevaba la inicial D y yo había oído que el capitán Marsh se dirigía a su prima llamándola «Dina». Además, Geraldine estaba en un pensionado de París durante el mes de noviembre último y era posible que se hubiese encontrado allí con Charlotte. Tal vez crean ustedes que es un poco fantástico incluir a la duquesa de Merton en la lista. Pero dicha señora vino a verme y pude comprender que era una mujer fanática. El amor de toda su vida estaba concentrado en su hijo, y era muy probable que hubiese tramado un complot para destruir a la mujer que iba a arruinarle la vida. Luego sigue miss Jenny Driver...

Se detuvo un momento y miró a Jenny, que le observaba serenamente.

—¿Y qué ha descubierto usted en contra mía? —preguntó ella.

—Nada; excepto que usted era amiga de Bryan Martin y que su apellido empieza con D.

—No es mucho —contestó la joven.

—Hay algo más, y es que tiene usted talento y valor suficientes para cometer un crimen así... La joven encendió un cigarrillo.

—Siga —dijo tranquilamente.

—Lo que tenía que decidir era si la coartada de míster Martin era o no real. ¿Era él, efectivamente, el hombre al que el capitán Marsh había visto entrar en casa de lord Edgware? De pronto, recordé que el apuesto criado de Regent Gate tenía un parecido extraordinario con míster Martin. ¿Era a este último a quien el capitán Marsh había visto? Entonces me imaginé lo siguiente: el mayordomo descubrió a su dueño asesinado. Ante el cadáver había un sobre con billetes de Banco franceses por valor de cien libras. Impulsado por la codicia, cogió aquellos billetes y salió de la casa para esconderlos. Luego volvió, abriendo la puerta con la llave de lord Edgware, y dejó que la criada descubriese el crimen a la mañana siguiente. No creía correr ningún peligro, porque estaba completamente convencido de que lady Edgware era la criminal y el dinero estaba ya fuera de la casa y cambiado mucho antes que el crimen se descubriese. Ahora bien: cuando lady Edgware demostró que era inocente y Scotland Yard empezó a investigar sus antecedentes, huyó.

Japp aprobó con la cabeza.

—Me quedaba todavía por resolver la cuestión de las gafas. La más sospechosa era miss Carroll. Ella podía haber sustraído la carta que lord Edgware escribió a Jane. Mientras concertaba con Charlotte Adams los detalles de la suplantación, o bien al encontrarse después del crimen, podían habérsele caído las gafas en el monedero de Charlotte. Sin embargo, aquellas gafas no parecían pertenecer a mis Carroll. Venía hacia aquí con Hastings, muy deprimido, tratando de ordenar en mi cerebro los sucesos, cuando de repente ¡ocurrió un milagro! Primero, Hastings me habló de varias cosas, recordándome la casualidad de que Donald Ross había sido uno de los trece asistentes al banquete de sir Montagu Córner y fue el primero en morir. Como en aquellos momentos yo estaba pensando en otras cosas más importantes, no presté atención a lo que me decía. Iba pensando en quién podría informarme respecto a los sentimientos de míster Martin por Jane Wilkinson. Ella no me los diría, estaba seguro. En aquel momento, unas muchachas que paseaban por mi lado iban comentando una película. Una de ellas, refiriéndose a un personaje de la película, dijo algo acerca de cierta Ellis. Inmediatamente, toda la verdad se me reveló —Poirot miró en torno suyo y siguió—: Sí; las gafas, la llamada telefónica, la mujer que fue a París en busca de la cajita de oro, eran cosa de Ellis, la camarera de Jane Wilkinson. Lo comprendí todo: los candelabros, la luz tenue de la mansión de sir Montagu Córner, mistress Van Deusen... Todo. Todo.

Capítulo XXX
-
El relato

Nos miró.

—Ahora, amigos míos —dijo amablemente—, voy a contaros la verdad de cuanto sucedió aquella noche. Charlotte Adams salió de su casa a las siete, en un taxi, y se fue al Piccadilly Palace.

—¿Qué? —exclamé yo.

—Al Piccadilly Palace. Durante el día había tomado una habitación en dicho hotel a nombre de mistress Van Deusen. Se había puesto unas gafas, las cuales, como sabemos, alteran mucho las facciones. Alquiló la habitación diciendo que aquella noche tomaría el tren para Liverpool y que su equipaje estaba en consigna. A las ocho y media llega lady Edgware y pregunta por ella. La acompañan al cuarto de mistress Van Deusen. Allí cambian de vestidos. Con la peluca rubia, el traje de tafetán blanco y el abrigo de armiño, es Charlotte Adams, y no Jane Wilkinson, quien abandona el hotel y parte para Chiswick. Sí, sí; es perfectamente posible. He estado en casa de sir Montagu Córner por la noche y me he fijado. La mesa está solamente alumbrada por candelabros; las demás luces están veladas por pantallas. Hay que tener en cuenta que ninguno de los presentes conoce bien a Jane Wilkinson. Ven la caballera y oyen su armoniosa voz. ¡Oh, qué facilísimo! Y de no haber salido bien, si alguien hubiese advertido el cambio, ya estaban preparadas. Lady Edgware, con una peluca negra, el traje de Charlotte y las gafas, paga la cuenta, toma un taxi, ya con la caja de vestidos, y se dirige a la estación de Euston. En el lavabo se quita la peluca y deja la caja en consigna. Antes de ir a Regent Gate telefonea a Chiswick y pide comunicación con lady Edgware. Esto ya estaba convenido entre ellas. Si todo había ido bien, si Charlotte no había sido reconocida, tenía que contestar «Muy bien». Estoy seguro de que miss Adams no sabía la verdadera causa de la llamada telefónica. Después de oír esta contestación, Jane Wilkinson se dirige a Regent Gate, pregunta por lord Edgware, proclama su identidad y se dirige a la biblioteca,
donde comete el primer asesinato
. Claro que no sabe que miss Carroll la está mirando desde arriba. Ella estaba segura de que el único que la acusaría sería el criado. ¿Y qué vale la palabra de un criado, que nunca la había visto, contra la de doce personas distinguidas? Después de cometido el hecho, sale de la casa, se dirige a Euston, se vuelve a poner la peluca negra y recoge la caja. Entonces tiene que hacer tiempo hasta que Charlotte Adams vuelva de Chiswick. Entre tanto, va a la Córner House, mira a menudo su reloj, pues el tiempo pasa muy lentamente, y entonces se prepara para un segundo asesinato. Mete en el monedero de Charlotte, que lleva consigo, la cajita de oro que ha encargado a París. Mientras realiza esto, encuentra la carta dirigida a Lucy Adams. Quizá la encontró antes. De todas maneras, al ver la dirección, presiente un peligro. La abre y ve que sus sospechas son justificadas. Quizá su primer impulso es destruir la carta en seguida. Pero pronto encuentra una solución mejor. Arrancando una hoja de ella, ésta se convierte en una acusación contra Ronald Marsh, hombre que tiene motivos poderosos para cometer el crimen. Aun en el caso de que Ronald Marsh pueda probar su inocencia, la carta se convierte en una acusación contra un hombre, ya que ha suprimido el «ella» del principio de la página. Una vez hecho esto, vuelve a meter la carta en el sobre, y éste, en el monedero. Ha llegado el momento de marcharse. Sale; se dirige al Savoy y entra, sin que, desgraciadamente, la vea nadie. Una vez arriba, se dirige a su habitación, en la que ya está Charlotte Adams. La camarera, como de costumbre, ya se ha acostado. De nuevo cambia de ropa y entonces, seguramente, lady Edgware le propone un brindis para celebrar el buen éxito de la broma En la copa de Charlotte está el veronal. Felicita a su víctima y la dice que al día siguiente le enviará el cheque... Charlotte Adams se va a su casa... Está muy cansada, tiene mucho sueño. Trata de telefonear a un amigo, tal vez el capitán Marsh o Bryan Martin, ya que ambos tienen números de Victoria, pero lo deja para el día siguiente. ¡Se encuentra tan rendida...! El veronal empieza a obrar. Se acuesta para no despertarse más. El segundo crimen ha sido cometido felizmente. Ahora vamos con el tercer crimen. La escena tiene lugar en un banquete. Sir Montagu Córner hace referencia a una conversación que sostuvo con lady Edgware la noche del crimen. Eso es fácil. Ella no tiene más que murmurar algunas frases de alabanza. Pero, desgraciadamente, se menciona el
Juicio de Paris
y ella toma a «Paris» por el único París que conoce, el París de los trajes y de los sombreros. Pero frente a ella está un joven que asistió a la cena de Chiswick, un joven que aquella noche oyó a lady Edgware discutir de Homero y de la civilización griega. Charlotte Adams era una muchacha muy culta; Ross no comprende aquello. Está asombrado. Y de pronto la verdad se abre paso en su cerebro.
Aquélla no es la misma mujer
. Las dudas le embargan. No está seguro de sí mismo. Quiere que le aconsejen y piensa en mí. Habla con Hastings. Pero lady Edgware le oye y se entera también de que no estaré en casa hasta las cinco. A las cinco menos veinte va a casa de Ross. Éste abre la puerta y se sorprende mucho al verla, pero no se asusta. Un muchacho alto y fuerte no siente miedo de una mujer. La hace entrar en el comedor. Mientras hablan, ella se coloca detrás de él y, en completa seguridad, le apuñala. Quizá él lanza un grito ahogado, nada más.

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