La Muerte de Artemio Cruz (36 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Cuento, Relato

BOOK: La Muerte de Artemio Cruz
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—¿Dónde se fueron el niño y el negro, vieja taimada? ¿Dónde se fueron, antes de que les suelte a los perros y a la tropa?

Y Ludivinia sólo supo responder con un puño nervioso, agitado en la noche y su maldición natural:

—¡Chingao! —le dijo al rostro que no alcanzó a ver, alto en la silla-o ¡Chingao! —repitió, con el resoplido del caballo cerca del puño levantado.

El fuete le cruzó la espalda y Ludivinia cayó por tierra, mientras el caballo giró en redondo, la envolvió en polvo y arrancó lejos de la hacienda.

Yo sé que me atraviesan la piel del antebrazo con esa aguja; grito antes de sentir dolor alguno; el anuncio de ese dolor viaja a mi cerebro antes de que la piel lo sienta… ah… a prevenirme del dolor que sentiré… a ponerme en guardia para que me dé cuenta… para que sienta el dolor con más fuerza… porque… darse cuenta… debilita… me convierte en víctima… cuando me doy cuenta… de las fuerzas que no me consultarán… no me tomarán en cuenta… ya: los órganos del dolor… más lentos… vencen a los de mi reflejo… dolor que ya no es… el de la inyección… sino el mismo yo sé… que me tocan el vientre con cuidado el vientre abultado… pastoso azul… lo tocan… no lo aguanto… lo tocan… con esa mano enjabonada… ese rastrillo que me afeita el vientre, el pubis… no lo aguanto… grito… debo gritar… me sujetan… los brazos… los hombros… grito que me dejen… me dejen morir en paz… no me toquen… no tolero que me toquen… ese estómago inflamado sensitivo… como un
ojo
llagado… no tolero no sé… me detienen… me apoyan… no se mueven mis intestinos no se mueven, ahora lo siento, ahora lo sé los gases abultan, no salen, paralizan… no fluyen esos líquidos que debían fluir, ya no fluyen… me hinchan… lo sé… no tengo temperatura… lo sé… no sé para dónde moverme, a quién pedir auxilio, dirección, para levantarme y andar… pujo… pujo… no llega la sangre… sé que no llega a donde debía llegar… debía salirme por la boca… por el ano no sale… no saben… adivinan me palpan palpan mi corazón acelerado tocan mi muñeca sin pulso… me doblo… me doblo en dos… me toman de los sobacos me duermo… me recuestan… me doblo… me duermo… les digo… debo decirles antes de dormirme… les digo… no sé quiénes son… «Cruzamos el río… a caballo»… huelo mi propio aliento… fétido… me recuestan… se abre la puerta… se abren las ventanas… corro… me empujan… veo el cielo… veo las luces borradas que pasan frente a mi vista… toco… huelo veo gusto… oigo… me llevan… paso junto junto por un corredor… decorado… me llevan… paso junto tocando, oliendo, gustando, viendo, oliendo las tallas suntuosas —las taraceas opulentas —las molduras de yeso y oro —las cajoneras de hueso y carey — las chapas y aldabas — los cofres con cuarterones y bocallaves de hierro —los olorosos escaños de ayacahuite — las sillerías de coro — los copetes y faldones barrocos — los respaldos combados —los travesaños torneados — los mascarones policromos — los tachones de bronce — los cueros labrados — las patas cabriolas de garra y bola — los sillones de damasco — las casullas de hilo de plata los sofás de terciopelo — las mesas de refectorio — los cilindros y las ánforas — los tableros biselados — las camas de baldaquín y lienzo —los postes estriados —los escudos y las orlas — los tapetes de merino — las llaves de fierro — los óleos cuarteados — las sedas y las cachemiras — las lanas y las tafetas — los cristales y los candiles —las vajillas pintadas a mano — las vigas calurosas — eso no lo tocarán… eso no será suyo… los párpados… hay que abrir los párpados… que abran las ventanas… ruedo… las manos grandes… los pies enormes… duermo… las luces que pasan frente a mis párpados abiertos las luces del cielo… abran las estrellas… no sé .

Tú estarás allí, en las primeras cimas del monte que a tus espaldas ganará en altura y respiración… A tus pies, descenderá la ladera envuelta aún en ramas frondosas y chirreas nocturnos, hasta diluirse en el llano tropical, tapete azul de la noche que se levantará redonda y envolvente… Te detendrás en la primera plataforma de la roca, perdido en la incomprensión agitada de lo que ha sucedido, del fin de una vida que en secreto creíste eterna… La vida de la choza enredada en flores de campana, del baño y la pesca en el río, del trabajo con la cera de arrayán, de la compañía del mulato Lunero… Pero frente a tu convulsión interna… un alfiler en la memoria, otro en la intuición del porvenir… se abrirá este nuevo mundo de la noche y la montaña y su luz oscura empezará a abrirse paso en los ojos, nuevos también y teñidos de lo que ha dejado de ser vida para convertirse en recuerdo, de un niño que ahora pertenecerá a lo indomable, a lo ajeno a las fuerzas propias, a la anchura de la tierra… Liberado de la fatalidad de un sitio y un nacimiento… esclavizado a otro destino, el nuevo, el desconocido, el que se cierne detrás de la sierra iluminada por las estrellas. Sentado, recuperando el aliento, te abrirás al vasto panorama inmediato: la luz del cielo apretado de estrellas te llegará pareja y permanentemente… Girará la tierra en su carrera uniforme sobre un eje propio y un sol maestro… girarán la tierra y la luna alrededor de sí mismas y del cuerpo opuesto y ambas alrededor del campo común de su peso… Se moverá toda la corte del sol dentro de su cinturón blanco y el reguero de pólvora líquida se moverá frente a los conglomerados externos, en torno de esta bóveda clara de la noche tropical, en la danza perpetua de dedos entrelazados, en el diálogo sin dirección y fronteras del universo… y la luz parpadeante te seguirá bañando, a ti, al llano, a la montaña con una constancia ajena al movimiento de la estrella y al girar de la tierra, el satélite, el astro, la galaxia, la nebulosa; ajenas a las fricciones, las cohesiones y los movimientos elásticos que unen y prensan la fuerza del mundo, de la roca, de tus propias manos unidas esa noche en una .primera exclamación de asombro… Querrás fijar la vista en una sola estrella y recoger toda su luz, esa luz fría, invisible como el color más ancho de la luz del sol.. pero esa luz no se deja sentir sobre la piel .. Guiñarás los ojos y en la noche como en el día no podrás ver el verdadero color del mundo, prohibido a los ojos del hombre… Te perderás, distraído, en la contemplación de la luz blanca que penetrará en tu pupila con su ritmo tajado y discontinuo… Desde todos sus manantiales, toda la luz del universo iniciará su carrera veloz y curva, doblándose sobre la presencia fugaz de los cuerpos dormidos del propio universo… A través de la concentración móvil de lo tangible, los arcos de luz se ceñirán, se separarán y crearán en su permanencia veloz el contorno total, el armazón… Sentirás llegar las luces y al mismo tiempo… cercanos los sabores nimios de la montaña y el llano: el arrayán y la papaya, el huele-de-noche y el tabachín, la piña de palo y el laurel-tulipán, la vainilla y el tecotehue, la violeta cimarrona, la mimosa, la flor de tigre… las verás claramente retroceder, cada vez más al fondo, en un reflujo mareante de las islas heladas… cada vez más lejos de la primera abertura y del primer estallido… Correrá la luz hacia tus ojos; correrá al mismo tiempo hacia el borde más lejano del espacio… Clavarás las manos en el asiento de roca y cerrarás los ojos… Volverás a escuchar el rumor cercano de las cigarras, el balido de una tropa descarriada… Todo parecerá marcha, en ese instante de ojos cerrados, a un tiempo, hacia adelante, hacia atrás y hacia el suelo que lo sostiene… ese zopilote que vuela atado a la atracción del más hondo recodo del río veracruzano y que después se posará en la inmovilidad de un peñasco, pronto a levantar el vuelo que cortará, en ondas oscuras, la pareja insistencia de las estrellas… y tú nada sentirás… Nada parecería moverse en la noche: ni siquiera el zopilote interrumpirá la quietud… La carrera, el girar; la agitación infinita del universo no se sentirán en tus ojos, en tus pies, en tu cuello quietos… Contemplarás la tierra dormida… Toda la tierra: rocas y vetas minerales, masa de la montaña, densidad del campo arado, corriente del río, hombres y casas, bestias y aves, capas ignoradas del fuego subterráneo, se opondrán al movimiento irreversible e imperturbable pero no lo resistirán… Tú jugarás con un pedrusco, esperando la llegada de Lunero y la mula: lo arrojarás por la pendiente para que alcance un minuto de vida propia, veloz, enérgica: pequeño sol errante, breve calidoscopio de luces dobles… Casi tan rápido como la luz que lo contrasta; en seguida, grano perdido al pie de la montaña, mientras la iluminación de las estrellas sigue corriendo desde su origen, con la rapidez imperceptible y total .. Tu vista se perderá en ese precipicio lateral por donde la piedra ha rodado… Apoyarás la barbilla en el puño y tu perfil se recortará sobre la línea del horizonte nocturno… Serás ese nuevo elemento del paisaje que pronto desaparecerá para buscar, del otro lado de la montaña, el futuro incierto de su vida… Pero ya, aquí, la vida empezará a ser lo próximo y dejará de ser lo pasado… La inocencia morirá, no a manos de la culpa, sino del asombro amoroso… Tan alto, tan alto, nunca habías estado… Las cruces de la anchura nunca habías visto… La cercanía acostumbrada del mundo pegado al río será sólo una proporción de esta inmensidad insospechada… y no te sentirás pequeño al contemplar y contemplar, en ese ocio sereno de la incertidumbre, los lejanos cúmulos de nubes, el plano ondulante de la tierra y el ascenso vertical del cielo… Te sentirás mejor… ordenado y distante… No te sabrás sobre un suelo nuevo, emergido del mar en las últimas horas, apenas, para estrellar cordillera contra cordillera y arrugarse como un pergamino apretado por la mano poderosa de la tercera época… Te sentirás alto sobre la montaña, perpendicular al campo, paralelo a la línea del horizonte… y te sentirás en la noche, en el ángulo perdido del sol: en el tiempo… Allá lejos, ¿están esas constelaciones, como parecen alojo desnudo, una aliado de la otra, o las separa un tiempo incontable?.. Girará otro planeta sobre tu cabeza y el tiempo del planeta será idéntico a sí mismo: la rotación oscura y lejana quizá se consuma en ese instante, único día del único año, medida mercurial, separado para siempre de los días de tus años… Aquél ahora no será el tuyo, como no lo será el presente de las estrellas que volverás a contemplar, adivinando la luz pasada de un tiempo ajeno, acaso muerto… La luz que verán tus ojos será sólo el espectro de la luz que inició su viaje hace varios años, varios siglos tuyos: ¿seguirá viviendo esa estrella?.. Vivirá mientras tus ojos la vean… y sólo sabrás que ya estaba muerta mientras la mirabas, la noche futura en que termine de llegar a tus mismos ojos —si aún existe— la luz que realmente brotó, en el ahora de la estrella, cuando tus ojos contemplaban la luz antigua y creían bautizarla con la mirada… Muerto en su origen lo que estará vivo en tus sentidos… Perdido, calcinado, el manantial de luz que seguirá viajando, ya sin origen, hacia los ojos de un muchacho en una noche de otro tiempo… De otro tiempo… Tiempo que se llenará de vida, de actos, de ideas, pero que jamás será un flujo inexorable entre el primer hito del pasado y el último del porvenir… Tiempo que sólo existirá en la reconstrucción de la memoria aislada, en el vuelo del deseo aislado, perdido una vez que la oportunidad de vivir se agote, encarnado en este ser singular que eres tú, un niño, ya un viejo moribundo, que ligas en una ceremonia misteriosa, esta noche, a los pequeños insectos que se encaraman por las rocas de la vertiente y a los inmensos astros que giran en silencio sobre el fondo infinito del espacio… Nada sucederá en el minuto sin ruido de la tierra, el firmamento y tú… Todo existirá, se moverá, se separará, en un río de cambio que en ese instante lo disolverá, envejecerá y corromperá todo, sin que se levante una voz de alarma… El sol se está quemando vivo, el fierro se está derrumbando en polvo, la energía sin rumbo se está disipando en el espacio, las masas se están gastando en la radiación, la tierra se está enfriando de muerte… Y tú esperarás a un mulato ya una bestia para cruzar la montaña y empezar a vivir, llenar el tiempo, ejecutar los pasos y ademanes de un juego macabro en el que la vida avanzará al mismo tiempo que la vida muera; de una danza de locura en la que el tiempo devorará al tiempo y nadie podrá detener, vivo, el curso irreversible de la desaparición… El niño, la tierra, el universo: en los tres, algún día, no habrá ni luz, ni calor, ni vida… Habrá sólo la unidad total, olvidada, sin nombre y sin hombre que la nombre: fundidos espacio y tiempo, materia y energía… Y todas las cosas tendrán el mismo nombre… Ninguno Pero todavía no… Todavía nacen los hombres…Todavía escucharás el «aoooo" prolongado de Lunero y el sonido de las herraduras sobre la roca… Todavía te latirá el corazón con un ritmo acelerado, consciente, al fin, de que, a partir de hoy, la aventura desconocida empieza, el mundo se abre y te ofrece su tiempo… Tú existes… Tú estás de pie en la montaña… Tú contestas con un silbido la entonación de Lunero… Vas a vivir… Vas a ser el punto de encuentro y la razón, del orden universal .. Tiene una razón tu cuerpo… Tiene una razón tu vida… Eres, serás, fuiste el universo encarnado… Para ti se encenderán las galaxias y se incendiará el sol .. Para que tú ames y vivas y seas… Para que tú encuentres el secreto y mueras sin poder participarlo, porque sólo lo poseerás cuando tus ojos se cierren para siempre… Tú, de pie, Cruz, trece años, al filo de la vida… Tú, ojos verdes, brazos delgados, pelo cobreado por el sol .. Tú, amigo de un mulato olvidado… Tú serás el nombre del mundo… Tú escucharás el "aooo» prolongado de Lunero… Tú comprometes la existencia de todo el fresco infinito, sin fondo, del universo… Tú escucharás las herraduras sobre la roca… En ti se tocan la estrella y la tierra… Tu escucharás el disparo del fusil detrás del grito de Lunero… Sobre tu cabeza caerán, como si regresaran de un viaje sin origen ni fin en el tiempo, las promesas de amor y soledad, de odio y esfuerzo, de violencia y ternura, de amistad y desencanto, de tiempo y olvido, de inocencia y asombro… Tú escucharás el silencio de la noche, sin el grito de Lunero, sin el eco de las herraduras… En tu corazón, abierto a la vida, esta noche; en tu corazón abierto…

1889: 9 de abril

Él recogido sobre sí mismo, en el centro de esas contracciones, él, con la cabeza oscura de sangre, colgando, detenido por los hilos más tenues: abierto a la vida, por fin. Lunero detuvo los brazos de Isabel Cruz o Cruz Isabel, su hermana; cerró los ojos para no ver lo que pasaba entre las piernas abiertas de su hermana. Le preguntó, con el rostro escondido: "-¿Contaste los días?" y ella no pudo contestar porque gritaba, gritaba hacia adentro, con los labios cerrados, los dientes apretados y sentía que la cabeza asomaba ya, ya venía mientras Lunero la detenía de los hombros, sólo Lunero, con la vasija de agua hirviendo sobre el fuego, la navaja y los trapos listos y él salía entre las piernas, salía empujado por las contracciones del vientre, cada vez más seguidas, y Lunero debía soltar los hombros de Cruz Isabel, Isabel Cruz, arrodillarse entre las piernas abiertas, recibir esa cabeza húmeda, negra, el pequeño cuerpo pegajoso, atado a Cruz Isabel, Isabel Cruz, el pequeño cuerpo separado al fin, recibido por las manos de Lunero, ahora que la mujer dejaba de gemir, respiraba, dejaba escapar un aliento grueso, se secaba con las palmas blancas el sudor del rostro, buscaba, lo buscaba, alargaba los brazos: Lunero cortó el cordón, amarró el cabo, lavó el cuerpo, el rostro, lo acarició, lo besó, quiso entregarlo a su hermana, pero Isabel Cruz, Cruz Isabel ya gemía con una nueva contracción y se acercaban las botas a la choza donde yacía la mujer sobre la tierra suelta, bajo el techo de palmas, se acercaban las botas y Lunero detenía boca abajo ese cuerpo, le pegaba con la palma abierta para que llorara' llorara mientras se acercaban las botas: lloró: él lloró y empezó a vivir…

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