La isla de las tormentas (19 page)

Read La isla de las tormentas Online

Authors: Ken Follett

Tags: #Espionaje, Belica, Intriga

BOOK: La isla de las tormentas
11.54Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo mejor será que hablemos con él —dijo Bloggs volviendo a su bicicleta.

—Otros seis kilómetros no —se quejó Harris.

—Hay que eliminar alguna de esas comidas de los domingos —le respondió Bloggs.

Necesitaron más de una hora para recorrer los seis kilómetros. El camino de sirga había sido hecho para caballos, no para ruedas. Era irregular, y estaba lleno de piedras y raíces de árboles aquí y allá. Cuando llegaron al lugar, Harris sudaba y soltaba palabrotas.

El cuidador estaba sentado fuera de su pequeña casa, fumando una pipa y disfrutando de la apacible tarde. Era un hombre de mediana edad, de hablar pausado y movimientos más pausados aún. Miró a los dos ciclistas con cierto placer.

Bloggs habló porque Harris estaba sin aliento.

—Somos de la Policía —dijo.

—¿Ah, sí? —respondió el hombre—. ¿Qué es lo que tanto les preocupa? —él estaba tan tranquilo como un gato ante el fuego del hogar.

Bloggs sacó de su billetera la fotografía de Die Nadel.

—¿Le ha visto alguna vez?

El cuidador puso la foto sobre sus rodillas mientras encendía un fósforo y lo arrimaba a su pipa. Luego estudió un poco la foto y la devolvió.

—¿Y bien? —dijo Harris.

—Sí. Estuvo aquí, más o menos a esta misma hora, ayer. Entró a tomar una taza de té. Era un tipo simpático. ¿Qué ha hecho? Se ha dejado alguna luz encendida durante el oscurecimiento?

Bloggs se dejó caer en una silla y dijo:

—Todo concuerda.

—Deja ir el barco corriente abajo y se mete en el área militar después del anochecer —dijo Harris pensando en voz alta, pero sin alzar el tono para que el cuidador no le oyera—. Al volver resulta que la Home Guard le ha requisado el barco. Los despacha, navega un poco más hasta el puente del ferrocarril, echa el barco a pique y… ¿se mete de un salto en un tren?

—Esa línea de ferrocarril que cruza el canal unos pocos kilómetros corriente abajo, ¿adónde va? —preguntó Bloggs al cuidador.

—A Londres.

—Mierda —exclamó Bloggs.

Bloggs volvió al War Office en Whitehall a medianoche. Godliman y Billy Parkin le estaban esperando. Bloggs dijo:

—Sí, es él —y les contó la historia.

Parkin estaba ansioso, Godliman parecía tenso. Cuando Bloggs hubo concluido, Godliman dijo:

—De modo que está de nuevo en Londres y nosotros le estamos buscando por todos lados; una vez más es como buscar una aguja en un pajar —mientras hablaba hacía dibujos con los fósforos sobre su escritorio—. Cada vez que miro esa fotografía es como si yo realmente hubiera conocido a ese maldito individuo.

—Bueno, santo Dios —dijo Bloggs—, piense dónde puede haber sido.

Godliman sacudió la cabeza con frustración.

—Debe de haber sido sólo una vez, y en algún lugar extraño. Es como una cara que hubiese visto entre el público de una conferencia, o entre los asistentes a una fiesta de sociedad. Un pantallazo fugaz, un encuentro casual. Probablemente, cuando me acuerde no nos servirá de nada.

—¿Qué hay en esa área? —preguntó Parkin.

—No lo sé, lo cual significa que muy posiblemente sea algo muy importante —respondió Godliman.

Quedaron en silencio. Parkin encendió un cigarrillo con uno de los fósforos de Godliman. Bloggs levantó la vista.

—Podríamos imprimir un millón de copias para dar una a cada policía, miembro del ARP, de la Home Guard, a empleados, mozos de estación, pegarlas en las oficinas públicas y publicarlas en los periódicos…

Godliman sacudió la cabeza.

—Es demasiado arriesgado. ¿Qué sucedería si él ya hubiese hablado a Hamburgo sobre todo lo que ha visto? Si armamos mucho escándalo con él se sabrá que su información era buena y no haremos más que confirmar su mensaje.

—Tenemos que hacer algo.

—Haremos circular su fotografía entre la Policía. Daremos su descripción a los periódicos y diremos simplemente que se le busca por asesinato. Podemos dar los detalles de los crímenes de Highgate y Stockwell, sin decir que están en juego secretos de la seguridad nacional.

—Lo que usted está diciendo significa que tenemos que luchar con un brazo atado a la espalda.

—Por lo menos por el momento.

—No podemos hacer mucho más esta noche —dijo Godliman—, pero no tengo ganas de irme a casa. No dormiré. —Parkin se puso en pie.

—En ese caso, voy a buscar una tetera y a preparar un poco de té —y salió.

Los fósforos sobre el escritorio de Godliman habían formado el dibujo de un coche con un caballo. Le quitó una pata a este último y encendió la pipa con él.

—¿Tienes alguna chica, Fred? —preguntó en tono de conversación informal.

—No.

—¿Desde entonces…?

—No.

—Mira, no se puede vivir en estado de duelo, ¿no? —dijo Godliman echando una bocanada de humo.

Bloggs no respondió.

—Mira —dijo Godliman—. Quizá no debería hablarte como un viejo tío, pero sé cómo te sientes… yo también he pasado por eso, con la diferencia de que no tenía a quién echarle la culpa.

—Y no se ha vuelto a casar —dijo Bloggs sin enfrentar la mirada de Godliman.

—No, y no quiero que usted cometa el mismo error. Cuando llegue a la madurez vivir solo puede ser muy deprimente.

—Alguna vez le dije que la llamaban Bloggs la Temeraria, ¿verdad?

—Sí, me lo dijo.

Finalmente Bloggs miró a Godliman.

—Dígame, ¿dónde en el mundo podré encontrar otra muchacha como ésa?

—¿Es necesario que sea un héroe?

—Después de Christine…

—Inglaterra está llena de héroes, Fred.

En ese momento entró el coronel Terry.

—No se detengan, señores. Lo que tengo que decirles es importante, presten atención. Quienquiera que sea que haya matado a esos cinco guardias territoriales há descubierto un secreto vital. Ustedes saben que se prepara una invasión. No sabemos cuándo ni dónde. Es innecesario decir que nuestro objetivo consiste en mantener a los alemanes en el mismo estado de ignorancia. Sobre todo acerca de dónde se realizará la invasión. Hemos tomado medidas extremas para estar seguros de que el enemigo sea despistado con respecto a esto. Ahora es seguro que no lo será si este hombre se nos escabulle. Está definitivamente comprobado que ha descubierto el engaño. A menos que impidamos que pase la información, la invasión, y, por lo tanto, podemos decir sin temor a exagerar, la guerra, se ven amenazados. Con esto les he dicho más de lo que me proponía decir, pero es fundamental que ustedes comprendan la urgencia y todo lo que está en juego si no se logra impedir que la información salga de nuestras fronteras —no les dijo que Normandía era el punto por donde se invadiría, ni que el Paso de Calais vía East Anglia tenía por objeto distraer la atención del enemigo, aunque dedujo que Godliman llegaría a esa conclusión una vez que encarrilara a Bloggs en el esfuerzo de rastrear al asesino de los guardias territoriales.

—Perdone —dijo Bloggs—, pero, ¿por qué está usted tan seguro de que su hombre realizó ese descubrimiento? —Terry se dirigió a la puerta.

—Pase usted, Rodrigues —dijo.

Un hombre alto, atractivo, con pelo renegrido y nariz larga, entró a la habitación y saludó amablemente a Godliman y a Bloggs. Terry dijo:

—El señor Rodrigues es nuestro hombre en la Embajada de Portugal. Cuénteles usted lo sucedido, Rodrigues.

—Como ustedes saben —dijo éste, de pie junto a la puerta—, hemos estado observando al señor Francisco, miembro de la Embajada, desde hace algún tiempo. Hoy bajó al encuentro de un hombre en un taxi, y recibió un sobre. Se lo quitamos poco después de que el taxi partiera, pero pudimos tomar el número de la matrícula del coche.

—Estoy haciendo localizar el taxi —dijo Terry—. Muy bien, Rodrigues, vuelva a la Embajada y muchas gracias.

El portugués salió de la habitación. Terry entregó a Godliman un gran sobre amarillo —ya había sido abierto—y sacó un segundo sobre con una cantidad de letras sinsentido que seguramente conformaban un código.

Dentro del sobre interior había varias hojas de papel escritas a mano y una serie de fotografías de diez por ocho. Godliman examinó la carta.

—Parece un código muy básico —dijo.

—No es necesario que la lea —dijo Terry impaciente—, examine las fotos.

Godliman lo hizo. Había unas treinta y las miró una por una antes de hablar. Se las pasó a Bloggs.

—Esto es catastrófico.

Bloggs también miró las fotos y las dejó sobre el escritorio. Godliman dijo:

—Esto es sólo parte de su estrategia. Aún tiene los negativos y va con ellos a alguna parte.

Los tres hombres sentados tiesos en la pequeña oficina parecían una ilustración. La única luz del ambiente provenía de la lámpara situada sobre el escritorio de Godliman. Las paredes color crema, la ventana oscurecida, el moblaje escaso y la gastada alfombra característica del Servicio Civil constituían un prosaico telón de fondo para un drama.

—Tendré que informar a Churchill —dijo Terry.

Sonó el teléfono y el coronel atendió la llamada.

—Sí, bien. Tráiganlo directamente aquí, por favor…, pero antes pregúntele dónde dejó al pasajero. ¿Cómo? Gracias; venga en seguida —colgó—. El taxi dejó a nuestro hombre en el «University College Hospital».

—Quizá resultase herido en la lucha con los hombres de la Home Guard —dijo Bloggs.

—¿Dónde queda ese hospital? —preguntó Terry.

—A unos cinco minutos a pie de Euston Station —dijo Godliman—. Los trenes de Euston van a Holyhead, Liverpool, Glasgow… todos ellos lugares desde donde se puede tomar un ferry a Irlanda.

—Liverpool a Belfast —señaló Bloggs—, luego un coche hasta la frontera pasando a Irlanda, y de ahí a un submarino en la costa atlántica. En algún lugar. No se arriesgaría a hacer el trayecto Holyeada-Dublín por el control de pasaportes, y no tendría sentido pasar por Liverpool para ir a Glasgow.

—Fred —dijo Godliman—. Vaya hasta la estación y enseñe a todos la fotografía de Faber. Quizás alguien le haya visto subir al tren. Hablaré con la estación para avisar de que usted va hacia allá y averiguar al mismo tiempo qué trenes han partido más o menos desde las diez y media.

Bloggs tomó su sombrero y su gabardina diciendo: —Ya estoy en marcha.

—Sí, estamos en marcha —dijo Godliman levantando el receptor.

En la estación de Euston aún había mucha gente. Aunque en épocas normales cerraba alrededor de medianoche, durante el tiempo de guerra los retrasos eran tan grandes que el último tren a menudo no había partido antes de que llegara el primer vagón lechero de la mañana. La sala de espera estaba atiborrada de bolsas de viaje y cuerpos dormidos.

Bloggs mostró la fotografía a tres policías del ferrocarril. Ninguno de ellos reconoció el rostro. Lo intentó con diez mujeres que hacían de mozo de equipaje, nada. Fue a todas las ventanillas de venta de billetes. Uno de los empleados dijo:

—Nos fijamos en los billetes, no en las caras.

Interrogó a una docena de pasajeros sin resultado alguno. Finalmente fue a las oficinas centrales y mostró el retrato a cada uno de los empleados.

Uno muy gordo, con una dentadura postiza floja reconoció la cara.

—Yo me distraigo con un juego —dijo a Bloggs—: trato de descubrir en cada pasajero algo que me diga por qué toma el tren. Si por ejemplo lleva una corbata negra para ir a un funeral o las botas embarradas, significa que es un granjero que vuelve, o quizá lleve el distintivo de una Universidad, o si veo una línea blanca en el dedo de una mujer significa que se ha quitado la alianza… ¿se da cuenta de lo que quiero decir? Todos tienen algo. Para entretener un poco este trabajo aburrido… no es que me queje…

—¿Y qué le llamó la atención en este tipo? —le interrumpió Bloggs.

—Nada. Ése era el asunto, ¿se da cuenta? No pude advertir nada que lo distinguiera de los demás. Casi como si se propusiese pasar inadvertido, ¿me explico?

—Sí, sí, ya veo lo que quiere decir —Bloggs hizo una pausa—. Ahora quiero que lo piense muy cuidadosamente. ¿Adónde iba? ¿Puede recordarlo?

—Sí —dijo el empleado gordo—, a Inverness.

—Eso no significa que vaya ahí realmente —dijo Godliman—. Es un profesional. Sabe que podemos investigaren las estaciones de ferrocarril. De entrada, supongo que habrá comprado un billete para un lugar a donde no va —consultó su reloj—. Debe de haber tomado el tren de las doce menos cuarto. Ese tren está llegando ahora a Stafford. Ya he hablado con la central del ferrocarril y ellos con los encargados de los cruces. Detendrán el tren antes de que llegue a Crewe. Tengo dispuesto un avión para que os lleve a vosotros dos a StokeonTrent.

»Tú, Parkin, abordarás el tren, que estará parado en las afueras de Crewe. Irás vestido como revisor y marcarás cada billete —y cada rostro— de ese tren. Cuando hayas descubierto a Faber, simplemente te quedas junto a él.

»Bloggs, tú estarás esperando a la salida en Crewe, por si a Faber se le ocurriera escabullirse por ahí. Pero no lo hará. Subirás al tren y serás el primero en bajarte en Liverpool, y te quedas esperando a Parkin y a Faber en el control de billetes hasta que ellos bajen. La mitad de la Policía del lugar estará ahí para respaldarte.

—Eso está bien si él no me reconoce —dijo Parkin—. ¿Y si me recuerda de Highgate?

Godliman abrió un cajón del escritorio, sacó una pistola y le dijo, entregándosela:

—Si te reconoce, le matas sin más.

Parkin se guardó el arma sin agregar comentario alguno.

—Ya has oído lo que ha dicho el coronel Terry —acotó Godliman—, pero quiero subrayar la importancia de todo esto. Si no atrapamos a este hombre, tendremos que retrasar la invasión a Europa… posiblemente por un año. En ese año la guerra podría tomar un giro adverso para nosotros, y es posible que hayamos perdido nuestra oportunidad.

—¿Sabemos cuánto falta para el día D? —le preguntó Bloggs.

Godliman decidió que ellos tenían tanto derecho a saberlo como él. Después de todo, iban al campo de batalla.

—Todo lo que sé es que se trata de una cuestión de semanas.

«Entonces será en junio», pensó Bloggs.

Sonó la campanilla del teléfono y Godliman fue a atender la llamada. Tras un momento, levantó la mirada y dijo:

—El coche os espera.

Bloggs y Parkin se pusieron de pie. Godliman dijo:

—Esperad un minuto.

Se detuvieron junto a la puerta, mirando al profesor.

Other books

A Question of Honor by Mary Anne Wilson
Ponygirl Tales by Don Winslow
The Farmer's Daughter by Jim Harrison
Echoes of Love by Rosie Rushton
Bedlam by Greg Hollingshead