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Authors: Catherine Shaw

La incógnita Newton (36 page)

BOOK: La incógnita Newton
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»En este punto, querría presentar una segunda prueba ma­terial. Se trata de la agenda personal del señor Akers. La he ob­tenido de la hermana de éste, la cual reside en Bélgica en la ac­tualidad y a quien la policía envió los efectos personales del difunto. En esta agenda, en las fechas de 18 de octubre, 13 de diciembre y 14 de febrero, encontramos la siguiente anotación: "ABC 14 horas". La misma anotación aparece en una fecha posterior a la muerte del señor Akers, el 17 de abril. Obsérve­se que el denominado ABC se citaba con regularidad cada dos meses, un martes por la tarde.

»Es evidente que ABC significa Akers, Beddoes y Craw­ford, y que el propósito de estos encuentros periódicos era colaborar y combinar esfuerzos con vistas a encontrar una solución, al menos parcial, al problema de los
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cuerpos, y ha­cerlo a tiempo de presentar el trabajo al concurso del rey Ós­car. Recuérdese que la señora Wiggins declaró que de vez en cuando se reunía en los aposentos del señor Crawford un re­ducido grupo de visitantes; en concreto, declaró haber limpiado los rastros de una celebración con whisky en la que parti­ciparon tres personas, a mediados de febrero. Sin duda, el desorden de la habitación era consecuencia de la reunión del 14 de febrero. En cuanto a celebrar siempre estos encuentros en martes por la tarde, se comprobará con facilidad que debía de ser el día y momento más adecuado de la semana, en el que los tres tenían un hueco simultáneamente en su horario de clases y tutorías.

»Después de establecer el vínculo entre estos tres matemá­ticos, me gustaría insistir en el hecho de que decidieran man­tener en secreto sus esfuerzos, tal vez para evitar el posible descrédito público si el resultado era decepcionante. No obs­tante, los tres eran humanos y les resultó difícil mantener una discreción absoluta en torno a sus actividades. Cuando un ma­temático elabora una idea especialmente brillante, es natural que desee compartir su descubrimiento y me consta que varios de sus colegas, por lo menos, tenían una vaga idea de que los señores Akers y Crawford andaban trabajando en el problema de los
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cuerpos. El señor Beddoes, en cambio, era reservado en extremo. En mi presencia, al enterarse de que el señor Akers había hablado de la cuestión con el señor Weatherburn y de que el señor Crawford parecía estar trabajando en secreto por su cuenta, reaccionó con sorpresa e irritación, que se apresuró a justificar con la ridicula observación de que tanto este último como Akers eran absolutamente incompetentes para abordar semejante problema. Recuerdo la escena con claridad aunque, en aquel momento, ignoraba que su irritación fuese una reac­ción natural al enterarse de que sus dos colegas, cada uno por su lado, se dedicaban a propalar vagas insinuaciones que con­tradecían la promesa que se habían hecho de guardar secreto. No sé de nadie que fuese informado explícitamente de que tra­bajaban en colaboración ni de las reuniones regulares, pero pa­rece evidente que éstas se produjeron.

»Ahora, permítanme exponer los hechos del 14 de febrero y del asesinato del señor Akers. En esa fecha, a las dos de la tar­de, se produjo una reunión de matemáticos que, según el testi­monio de la señora Wiggins, tuvo lugar en los aposentos del señor Crawford.

»Nunca sabremos qué sucedió durante la reunión, exacta­mente, puesto que los tres únicos testigos han muerto. Sin em­bargo, a juzgar por los sucesos posteriores, debió de transcurrir más o menos como sigue. En algún encuentro anterior, el se­ñor Crawford, que tenia fama de matemático brillante e inven­tivo aunque falto de rigor, debió de sembrar el germen de algu­na idea excelente encaminada a la solución del problema de los
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cuerpos, y los tres matemáticos pasarían los dos meses pos­teriores trabajando sobre dicha idea, o sobre otras propias, con la esperanza de encontrar algún nuevo elemento que presentar a la siguiente reunión. El caso es que, en alguna fecha previa al encuentro del 14 de febrero, al señor Akers se le ocurrió una idea de lo más extraordinaria; una idea de carácter fundamen­talmente computacional, con fórmulas explícitas, que podía complementar la del señor Crawford y hacerla fructificar. En concreto, creyó posible adaptar la idea de éste para obtener una solución completa del problema de los tres cuerpos, que es el primer caso particular irresuelto del problema general de los
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cuerpos. Antes de la reunión con sus colegas, el señor Akers había verificado su idea y la había desarrollado en cierta medi­da, además de esbozarla en un texto, escrito sin esmero, que ocupaba varias hojas. Enseguida, llevado por el entusiasmo an­te tal descubrimiento, empezó a subestimar la importancia de la contribución del señor Crawford y a considerar que había resuelto el problema él solo. Creo que acudió a la reunión con la intención de anunciar a sus colegas que había descubierto la solución al problema de los tres cuerpos y que se proponía con­tinuar su investigación hasta el final y presentar un trabajo al concurso por su cuenta.

»Los señores Beddoes y Crawford debieron de molestarse mucho y discutieron con él. Los matemáticos tienden a ser muy picajosos en cuanto a la titularidad de las ideas y es muy probable que si sus colegas hubieran considerado que la idea del señor Akers era absolutamente independiente y original, habrían estado dispuestos a felicitarlo. Sin embargo, al escu­char su exposición, los dos debieron de considerar que tal idea no era tanto un nuevo enfoque de la cuestión como una mane­ra brillante de hacer funcionar la del señor Crawford. Imagino que entonces tuvieron una gran bronca, durante la cual el se­ñor Crawford, en presencia de sus colegas, dio cuenta de media botella de whisky él solo, como solía hacer en momentos de tensión o excitación extremas.

»El señor Akers abandonó la estancia y se dirigió a la bi­blioteca, concentrado en su descubrimiento más allá de con­sideraciones morales. El señor Crawford no se movió de sus habitaciones y volvió a estudiar a fondo su propia idea, refle­xionando sin duda que si el señor Akers había sido capaz de sacar provecho de ella, él también tenía una oportunidad de llegar al mismo resultado, aunque su talento brillara más en otras direcciones. Por su parte, el señor Beddoes debió de con­siderar sencillamente intolerable, bajo cualquier concepto, la conducta del señor Akers, por lo que tomó la decisión de im­pedir que éste continuara su trabajo en solitario y de obligar­lo a compartirlo. En cualquier caso, se encaminó también a la biblioteca de la universidad y allí descubrió a su colega entre las estanterías, charlando en voz baja con el señor Weatherburn. Escuchó cómo el señor Akers era incapaz de guardarse el secreto de su triunfal descubrimiento y lo oyó invitar al se­ñor Weatherburn a cenar en la taberna irlandesa; sin duda, para regocijarse de su fechoría, pensó. Decidió entonces que, mientras estuvieran cenando, él se colaría en los aposentos del señor Akers en el
college
y los registraría en busca de al­gún papel en el que se expusiera por escrito la idea que, a su parecer, su colega no tenía derecho a reservarse.

»Al señor Beddoes debió de costarle bastante encontrar el manuscrito, de cuya propia existencia quizá no estaba del todo seguro; el señor Akers siempre tenía muy desordenados los papeles y una caligrafía difícil de leer. Emplearía un buen rato en dar con él pues, probablemente, tuvo que descifrar varios borradores antes de llegar a la conclusión de que las matemá­ticas que figuraban en ellos no guardaban relación con el pro­blema de marras.

«Mientras el señor Beddoes registraba las habitaciones del señor Akers, éste cenaba con el señor Weatherburn. Durante la cena, en la mesa, incapaz de contener su orgullo y su satisfac­ción ante el original y brillante descubrimiento que acababa de realizar, empezó a contárselo de nuevo a su compañero de me­sa y llegó incluso al extremo de sacar un papel del bolsillo y anotar en él la fórmula más importante. Sin embargo, al mo­mento, pensó que no debía revelarle tanto a un tercero y vol­vió a guardar el papel en el bolsillo del chaleco. Aquí tengo esa nota, y procedo a presentarla como tercera prueba material. Me la ha confiado la pariente más próxima del señor Akers, esa hermana afincada en Bélgica, que la recibió con el resto de las pertenencias del difunto.

»Permítanme recordarles otro asunto que se ha tratado en el testimonio del señor Weatherburn: el de la medicina del se­ñor Akers. El doctor de éste ha declarado que su paciente sufría de arritmias cardiacas y que se administraba dosis regulares de digitalina para controlarlas, en tomas de diez gotas, tres veces al día. Durante la cena con el señor Weatherburn, el señor Akers pidió una jarra de agua, se sirvió un vaso y sacó de un bolsillo el frasco del medicamento. El señor Weatherburn declaró que lo vio echar un par de gotas y que enseguida dijo «¿qué estoy haciendo», o algo parecido, se detuvo y volvió a guardar el frasco. No se ha ofrecido explicación de conducta tan chocante, aunque no parece que el señor Weatherburn tuviera motivos para haberlo inventado, y al cadáver del señor Akers no se le encontró encima el frasco de digitalina. Me propongo explicar estos hechos enseguida.

»El señor Beddoes tardó bastante hasta que, por fin, encon­tró en algún rincón el manuscrito que buscaba. Quizá con la idea de leer lo suficiente para entender su importancia, o tal vez para llevárselo, lo cogió de donde estaba. Y en aquel preci­so instante, la puerta de los aposentos del señor Akers se abrió e hizo acto de presencia el inquilino, pues la cena en la taberna irlandesa no se había prolongado más de lo debido. Si hubiera encontrado al señor Beddoes esperándolo allí, sin más, quizá no se habría sorprendido mucho, pero al verlo en el quicio de la puerta del despacho con el manuscrito fatal en las manos, se enfureció y muy probablemente lanzó acusaciones, si no ame­nazas, y es posible que hasta intentara agredirlo. El señor Bed­does reaccionó agarrando el atizador y golpeando con él al hombre que estaba dispuesto a atacarlo, en el aspecto profesional y tal vez físicamente, incluso. El señor Akers cayó al suelo y el señor Beddoes dejó el atizador, abandonó la torre y regre­só a casa tranquilamente, agarrando el manuscrito. Puede que comprobara antes de irse que el señor Akers estaba muerto, o tal vez pasó una noche espantosa, preguntándose qué efectos habría tenido su golpe desesperado. En cualquier caso, el día si­guiente le trajo la confirmación oficial de la muerte de su cole­ga, pero no recayó sobre él la menor sospecha y, con el trans­curso de los días, quizá llegó a considerar que el señor Akers merecía lo que le había sucedido y que su acto no le acarrearía consecuencias.

»El señor Beddoes tuvo miedo de conservar el manuscrito, por lo que copió todo el texto con su pulcra escritura, se deshi­zo del original y escondió la copia en un lugar especial que só­lo conocía él. Aunque menos creativo que sus colegas, era otro apasionado de las matemáticas y estudió las fórmulas con gran atención y detenimiento, como demuestran las muchas anota­ciones y signos de interrogación que añadió en los márgenes del documento, que aquí presento como cuarta prueba material y que se encontró por auténtica casualidad después de la muer­te del señor Beddoes, en el escondite donde lo guardaba, es de­cir, debajo de las colchas donde duermen los gatos, en la caseta de estos felinos del fondo del jardín de su casa. Cabe que algu­no de ustedes se pregunte qué me hace creer que este papel no es un manuscrito matemático debido al propio señor Beddoes, pero una observación detenida del mismo muestra que las fór­mulas y resultados van acompañados con frecuencia de signos de interrogación e incluso de preguntas explícitas, ¡y resulta­ría de veras curioso que no entendiera sus propios teoremas!

»Es probable que el señor Beddoes concibiera la posibilidad de comprender plenamente, por sí mismo, la idea del señor Akers. Nunca sabremos si había decidido apropiarse de aquel trabajo y presentarlo al concurso como obra exclusivamente suya, pero es más que probable que tuviera tal tentación; en cualquier caso, es evidente que dudó en mencionar su hallazgo al señor Crawford, pues no deseaba levantar sospechas.

»Unos días después de la muerte del señor Akers, en el transcurso de una cena a la que me invitaron, escuché a varias personas pedirle al señor Weatherburn que describiera su últi­ma cena con el difunto. El señor Beddoes también estaba pre­sente y fue así cómo se enteró de que el señor Akers le había contado algo a su compañero de mesa acerca de su descubri­miento y, peor aún, que había anotado la fórmula principal en un papel que se había guardado en el bolsillo. Este papel, y el conocimiento de su existencia por parte del señor Weather­burn, se convertían en una amenaza para su deseo de atribuirse el mérito y decidió apoderarse de él. Intentó que se lo enseña­ran en la comisaría, pero allí le dijeron que ya habían enviado los efectos personales del fallecido al pariente más cercano, la hermana que reside en Bélgica. El señor Beddoes averiguó en­tonces el nombre y la dirección de la mujer y, por Pascua, fue a verla. Se presentó como un matemático que deseaba rescatar del olvido las brillantes ideas del hermano asesinado para que no se perdieran e intentó conseguir de ella no sólo el funesto papel, sino también la agenda de bolsillo del señor Akers, que contenía las fechas de las reuniones del trío. Sin embargo, la mujer sospechó de él y se negó a entregárselos, ofreciéndole a cambio que copiara el contenido. Él rehusó hacerlo y se mar­chó muy enfadado, frustrado en su intención. Esta señora, madame Walters, está dispuesta a viajar a Inglaterra e identificar a su visitante, por lo menos en fotografía.

»El señor Beddoes no debió de tardar en descubrir que, por sí solo, no era capaz de entender adecuadamente los cálculos de su colega y, por último, decidió conseguir la ayuda del señor Crawford a todo trance. Los tres matemáticos tenían prevista una reunión el 17 de abril y, aunque el señor Akers había muerto, el señor Beddoes acudió a las habitaciones del señor Crawford a las dos en punto. Recuerden la declaración de la se­ñora Wiggins de que, a mediados de abril, el señor Crawford recibió a un visitante a primera hora de la tarde, y que toma­ron vino tinto. Allí, mostrándole la copia del manuscrito escri­ta de su puño y letra, intentó obtener explicaciones de su cole­ga sobre los puntos difíciles, al tiempo que insistía en que las ideas eran suyas. Fue un proceder muy torpe y no es probable que un matemático tan experimentado como el señor Craw­ford se dejara llevar a engaño. Debió de suponer que el señor Beddocs había tenido acceso a la idea del difunto señor Akers, por una vía u otra. Para entonces, el señor Crawford llevaba dos meses completos trabajando sin descanso en su propia idea, luchando hasta la extenuación por explorar cada posibili­dad que se le ocurría, pero todo había sido en vano. Debía de sentirse sumamente frustrado y, de repente, de la manera más inesperada, la clave que resolvía todas las dificultades aparecía en manos de su colega...¡y éste ni siquiera terminaba de en­tenderla él mismo! Por las preguntas que le planteaba el señor Beddoes, debió de hacerse una idea aproximada de lo que con­tenía el manuscrito. Sin embargo, puedo imaginar muy bien que el señor Crawford quisiera revisar al detalle todas las ano­taciones y que la negativa de su colega a permitírselo le des­pertara grandes recelos; probablemente, esto fue lo que desen­cadenó la pelea entre los dos que describió la señora Beddoes en su declaración.

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