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Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ciencia, Ensayo, Filosofía

La historial del LSD (14 page)

BOOK: La historial del LSD
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Mientras que la
turbina corymbosa
se desarrolla sólo en climas tropicales o subtropicales, la
ipomoea violacea
se encuentra también en zonas templadas como planta de adorno y está difundida en toda la superficie del planeta. Se trata de la enredadera, que con sus campanillas en distintas variedades, con cálices azules o a rayas azules y rojas, engalanan nuestros jardines.

Además del
ololiuqui
original, es decir, además de las semillas de la
turbina corymbosa
, que denominan
badoh
, los zapotecas emplean también el
badoh negro
, las semillas de la
ipomoea violacea
. Esta observación la realizó T. MacDougall, quien nos hizo llegar un segundo envío, más abundante, de estas últimas semillas.

En la investigación química de la droga
ololiuqui
participó mi aplicado ayudante de laboratorio Hans Tscherter, con quien ya había llevado a cabo el aislamiento de las sustancias activas de las setas. Establecimos la hipótesis de trabajo de que los principios activos de las semillas de
ololiuqui
podían pertenecer a la misma clase de sustancia química que el LSD, la psilocybina y la psilocina, es decir, a los compuestos de indol. En vista del gran número de otros grupos de sustancias que podían ser sustancias activas del
ololiuqui
del mismo modo que los indoles, la probabilidad de que esta suposición fuera acertada era muy reducida. Pero se podía comprobar con mucha facilidad. Pues la presencia de compuestos del indol se puede constatar simple y velozmente con reacciones de coloración. Con determinado reactivo, ya la presencia de trazas de sustancias de indol dan una solución de un intenso color azul. Tuvimos suerte con nuestra hipótesis. Los extractos de las semillas de
ololiuqui
produjeron el color azul característico de los indoles. Con la ayuda de este test de coloración, al poco tiempo logramos aislar las sustancias de indol de las semillas y obtenerlas de forma químicamente pura. Su identificación nos llevó a un resultado sorprendente. Lo que encontramos al comienzo nos pareció increíble. Sólo después de una repetición y un examen muy cuidadoso de los pasos realizados cedió la desconfianza a nuestros propios hallazgos: los principios activos de la vieja droga mágica mexicana
ololiuqui
resultaron idénticos a sustancias que ya había en mi laboratorio, a saber, a alcaloides que habíamos obtenido en el curso de las investigaciones precedentes sobre el cornezuelo de centeno. Eran los alcaloides que nos habían costado décadas de análisis, en parte aislados como tales drogas del cornezuelo, en parte obtenidos por transformación química de sustancias del mismo.

Comprobamos que las sustancias activas principales del
ololiuqui
son la amida del ácido lisérgico, la hidroxietilamida y otros alcaloides químicamente muy emparentados con éstos (ver fórmulas última página). Entre ellos se encontraba también el alcaloide ergobasina, cuya síntesis había constituido el punto de partida de mis investigaciones sobre alcaloides del cornezuelo de centeno. La sustancia activa del
ololiuqui
llamada la amida del ácido lisérgico está químicamente muy emparentada con la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), como puede indicarlo su designación incluso a los que no sean químicos.

La amida del ácido lisérgico había sido descrita por vez primera por los químicos ingleses S. Smith y G. M. Timmis, como producto de desdoblamiento de los alcaloides del cornezuelo de centeno, y yo ya había sintetizado esta sustancia en el marco de las investigaciones de las que surgió el LSD. Sin embargo, entonces nadie sospechaba que este compuesto sintetizado en la retorta habría de encontrarse veinte años después como sustancia activa natural en una vieja droga mágica mejicana.

Después del descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD había probado también la amida del ácido lisérgico mediante un autoensayo y comprobé que, aunque sólo en una dosis diez a veinte veces mayor que el LSD, también genera un estado onírico. Este estado se caracterizaba por un sentimiento de vacío espiritual y de irrealidad y sinsentido del mundo exterior, una mayor sensibilidad auditiva y un cansancio físico no desagradable que terminaba en sueño. El psiquiatra Dr. H. Solms confirmó este cuadro de acción de LA 111, como se llamaba la amida del ácido lisérgico en su forma de preparado experimental, mediante una investigación sistemática.

Al presentar en otoño de 1960 los hallazgos de nuestras investigaciones del
ololiuqui
en el congreso de sustancias naturales de la Unión Internacional para Química Pura y Aplicada (IUPAC), mis colegas profesionales reaccionaron con escepticismo. En las discusiones que siguieron a mi exposición se expresó la sospecha de que en mi laboratorio, en el que tanto se trabajaba con derivados del ácido lisérgico, se podrían haber contaminado involuntariamente los extractos del
ololiuqui
con trazas de estos compuestos.

Las dudas provenían de la presencia de alcaloides del cornezuelo de centeno, que hasta entonces se conocían sólo como sustancias contenidas en setas inferiores, en plantas superiores de la familia de las convolvuláceas, se contradecía con la experiencia, según la cual determinadas sustancias son típicas de una familia de plantas determinada y están restringidas a ésta. Efectivamente, la presencia de un grupo de sustancias características, en este caso, los alcaloides del cornezuelo de centeno, en dos secciones del reino vegetal muy distantes en cuanto a su desarrollo, es una excepción muy rara.

Sin embargo, nuestros resultados fueron confirmados cuando diversos laboratorios en los Estados Unidos, Alemania y Holanda verificaron nuestras investigaciones de las semillas del
ololiuqui
. El escepticismo llegó tan lejos que se consideró la posibilidad de que las semillas podrían estar infectadas con setas que producían alcaloides, aunque luego esta hipótesis se dejó de lado tras los primeros experimentos.

Pese a que sólo se habían publicado en revistas especializadas, estos trabajos sobre las sustancias activas de las semillas del
ololiuqui
tuvieron consecuencias inesperadas. Dos empresas mayoristas holandesas de semillas nos comunicaron que sus ventas de semillas de
ipomoea violacea
, la enredadera azul tan decorativa, se habían incrementado notablemente en los últimos tiempos. Además, había aparecido una clientela desacostumbrada. Se habían enterado de que la gran demanda estaba relacionada con investigaciones de estas semillas en nuestros laboratorios, y deseaban una información más detallada. Resultó que la nueva clientela provenía de círculos de hippies y otros sectores interesados en drogas alucinógenas. Se creía haber encontrado en las semillas del
ololiuqui
un sustituto del LSD, que era cada vez más difícilmente asequible.

Pero el
boom
de las semillas de campanillas duró relativamente poco tiempo, aparentemente como consecuencia de las experiencias no muy buenas que se hicieron con este estupefaciente nuevo y a la vez antiquísimo en el mundo de las drogas. Las semillas de
ololiuqui
, que se ingieren aplastadas y mezcladas con agua, leche u otra bebida, tienen un sabor muy malo y no se digieren bien. Además, los efectos químicos del
ololiuqui
son, de todos modos, distintos de los del LSD, al estar menos acentuado el componente eufórico y alucinógeno, y dominar en general los sentimientos de un vacío espiritual y a menudo de angustia y depresión. Es igualmente indeseable en un estupefaciente el efecto de laxitud y cansancio. Todos estos motivos deben de haber contribuido a que haya disminuido el interés por las semillas de las enredaderas en la escena de las drogas.

Hasta ahora se han realizado sólo pocas investigaciones para determinar si las sustancias activas del
ololiuqui
pueden encontrar una aplicación útil en la medicina. A mi juicio habría que aclarar sobre todo, si el efecto fuertemente sedante, narcótico, de determinadas sustancias del
ololiuqui
, o de derivados químicos de las mismas, puede usarse con fines terapéuticos.

Con las investigaciones sobre el
ololiuqui
, mis trabajos en el terreno de las drogas alucinógenas quedaban redondeados de manera bonita. Formaban ahora un círculo, podría decirse, un círculo mágico: el punto de partida fueron las investigaciones sobre la fabricación de amidas del ácido lisérgico del tipo del alcaloide natural del cornezuelo de centeno, la ergobasina. De allí llevaron a la síntesis de la dietilamida del ácido lisérgico, el LSD. Los trabajos con la sustancia activa alucinógena LSD condujeron al análisis de las setas milagrosas alucinógenas
teonanacatl
, de las que se aislaron como principios activos la psilocybina y la psilocina. El ocuparme en la droga mágica mejicana
teononacatl
me llevó al examen de una segunda droga mágica de Méjico, el
ololiuqui
. En el
ololiuqui
se reencontraron como sustancias activas alucinógenas unas amidas del ácido lisérgico y entre ellas la ergobasina, con lo cual se cerró el círculo mágico.

10
La búsqueda de la planta mágica Ska María Pastora

Gordon Wasson, con quien mantenía relaciones amistosas desde las investigaciones sobre las setas mágicas mejicanas, nos invitó a mi esposa y a mí en el otoño de 1962 para que participásemos en una expedición a Méjico. El objetivo de la empresa era la búsqueda de otra planta mágica mejicana.

En sus viajes a través de las montañas del sur de Méjico, Wasson se había enterado de que los mazatecas aplicaban en prácticas religioso-medicinales el jugo exprimido de las hojas de una planta, llamadas
hojas de la Pastora
u
hojas de María Pastora
, y, en mazateca,
Ska Pastora
o
Ska María Pastora
. Su empleo era parecido al de las setas del
teonanacatl
y al de las semillas del
ololiuqui
.

Se trataba de averiguar, pues, de qué planta provenían estas «hojas de la Pastora María», y de determinar botánicamente esta planta. Además teníamos la intención de reunir, si era posible, una cantidad suficiente de material de estas plantas para posibilitar una investigación química de las sustancias activas alucinógenas que contenían.

Paseo a lomo de mula a través de la montaña mejicana

Con este fin mi esposa y yo volamos el 26 de septiembre de 1962 a Ciudad de Méjico, donde nos encontramos con Gordon Wasson. Éste ya había hecho todos los preparativos para la expedición, de modo que al día subsiguiente ya pudimos iniciar el viaje hacia el sur. Se había unido a la excursión la señora Irmgard Johnson-Weitlaner, la viuda de Jean B. Johnson, uno de los pioneros del estudio etnográfico de las setas mágicas mejicanas, muerto en el desembarco de los aliados en África del Norte. Su padre, Robert J. Weitlaner, había emigrado de Austria a Méjico y colaborado en el redescubrimiento del culto de las setas. La señora de Johnson trabajaba como experta en textiles indígenas en el Museo Etnológico Nacional de Ciudad de Méjico.

Después de un viaje de dos horas en un Landrover espacioso a través de la meseta, pasando al lado del Popocatepetl nevado, por Puebla, bajando al valle de Orizaba con su hermosa vegetación tropical, luego con una balsa cruzando el Popoloapán (río de las mariposas), siguiendo por la antigua guarnición azteca de Tuxtepec, llegamos al punto de partida de nuestra expedición, el pueblo mazateca Jalapa de Díaz, situado en una colina.

A nuestra llegada a la plaza del mercado en el centro de la población dispersada a lo lejos en el desierto, hubo un agolpamiento. Hombres viejos y jóvenes, que habían estado sentados o de pie en tabernas semiabiertas y en tiendas de ventas, se acercaron desconfiados, pero curiosos, a nuestro Landrover, la mayoría de ellos descalzo, pero todos con sombrero. No se veían mujeres ni muchachas. Uno de los hombres nos dio a entender que lo siguiéramos. Nos condujo hasta la casa del presidente del lugar, un mestizo obeso que tenía su despacho en una casa de una planta con techo de chapa ondulada. Gordon le mostró nuestros pases del gobierno civil y militar de Oaxaca, en los que se explicaba que nuestra estancia respondía a fines científicos. El presidente, que probablemente no sabía leer, estaba visiblemente impresionado por los documentos de gran tamaño, provistos de sellos oficiales. Nos hizo asignar un alojamiento en un espacioso granero.

Di una vuelta por el pueblo. Casi fantasmales se alzaban las ruinas de una iglesia grande, antaño seguramente muy hermosa, de la época colonial, en la parte del pueblo que se elevaba sobre una ladera. Ahora vi también mujeres que, con sus vestidos largos, blancos, con bordados rojos, y con sus trenzas de pelo negro azulado, asomaban temerosas de sus chozas para observar a los extraños.

Nos dieron de comer en casa de una vieja mazateca, que comandaba a una joven cocinera y a dos ayudantes. Vivía en una de las típicas chozas mazatecas. Se trata de construcciones rectangulares simples con tejados a dos aguas de paja y muros de pilares de madera enfilados, sin ventanas; los huecos entre los pilares ofrecen suficientes posibilidades de mirar hacia afuera. En el centro de la choza, en el suelo de barro apisonado, se encuentra un hogar abierto, construido con barro disecado o con piedras y elevado. El humo sale por grandes aberturas en las paredes debajo de ambas cumbreras. Como lechos usan unas esteras de librillo que se encuentran en un rincón o a lo largo de las paredes. La choza se comparte con los animales caseros, con cerdos negros, pavos y pollos. Nos dieron de comer pollo frito, habas negras y, en vez de pan, una tortilla de harina de maíz. Bebimos cerveza y tequila, un aguardiente de agaves.

A la madrugada siguiente se formó nuestro grupo para la cabalgata a través de la Sierra Mazateca. De la caballeriza del pueblo se habían alquilado mulas junto con un grupo de acompañantes. Guadalupe, el mazateca que conocía los caminos, asumió la conducción en el animal de guía. Gordon, Irmgard, mi esposa y yo fuimos en el medio, montados en nuestras mulas. El final de la columna la formaban Teodosio y Pedro, llamado Chico, dos muchachos que iban a pie al lado de las dos mulas que llevaban nuestro equipaje.

Pasó un rato hasta que pudimos acostumbrarnos a las duras sillas de madera. Pero luego esta forma de transporte resultó la mejor manera de viajar que he conocido. Las mulas seguían al animal guía una tras otra con paso regular. No necesitaban ninguna indicación por parte del jinete. Con una habilidad sorprendente elegían los mejores pasos del sendero mal transitable, en parte rocoso, en parte pantanoso, y que a veces cruzaba arroyos y seguía por laderas escarpadas. Liberados de toda preocupación por el camino podíamos dedicar toda nuestra atención a la belleza del paisaje y de la vegetación tropical: selva virgen con árboles gigantescos rodeados de lianas, luego claros con arboledas de plátanos o plantaciones de café entre grupos de árboles aislados, flores a la vera del camino, sobre las que bailoteaban unas mariposas bellísimas. Hacía mucho calor y el aire estaba húmedo. Ya subiendo, ya bajando, nuestro camino siguió a lo largo del ancho lecho del río Santo Domingo valle arriba. De pronto, un fuerte chaparrón tropical, del cual nos protegieron muy bien los largos y amplios ponchos de hule de que nos había provisto Gordon. Nuestra compañía india se protegió del chaparrón con hojas enormes con forma de corazón, que cortaron velozmente en la orilla del camino. Teodosio y Chico parecían grandes langostas verdes cuando corrían cubiertos con hojas al lado de sus mulas.

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