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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (28 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—¿Algo más?

—Podrías besarme otra vez, si te apetece.

Polgara desabrochó el vestido de la joven con fría profesionalidad y examinó con cuidado la gran magulladura morada de su hombro. Velvet se ruborizó y cubrió con timidez sus atributos más notorios.

—No creo que haya ningún hueso roto —declaró Polgara mientras tocaba con suavidad el hombro morado—, pero te dolerá mucho.

—Eso lo noté casi de inmediato —dijo Velvet sobresaltándose.

—Muy bien, Sadi, necesito un buen analgésico —pidió Polgara con firmeza—. ¿Qué sugieres?

—Tengo oret, Polgara —dijo el eunuco.

—No —respondió ella tras unos instantes de duda—. El oret la incapacitaría durante los próximos dos días. ¿No tienes miseth?

El la miró con asombro.

—¡Polgara! —protestó—. El miseth es un excelente analgésico, pero ya sabes que tiene efectos secundarios —añadió mirando a la dolorida Velvet.

—Si es necesario, podremos controlarla.

—¿Qué efectos secundarios? —preguntó Seda, que aguardaba junto a la joven, con aire protector.

—Tiende a provocar cierto eh..., llamémosle ardor —respondió Sadi con delicadeza—. En Nyissa se usa sobre todo con ese propósito.

—Oh —dijo Seda ruborizándose.

—Una gota —dijo Polgara—. No, mejor dos.

—¿Dos? —exclamó Sadi.

—Quiero que el efecto dure hasta que desaparezca el dolor.

—Con dos gotas bastará —dijo Sadi—, pero tendrás que esconderla hasta que se le haya pasado el efecto de la droga.

—Si es necesario, la haré dormir.

Sadi abrió con actitud vacilante su maletín rojo y sacó un frasquito de un oscuro líquido púrpura.

—Esto no me parece sensato, Polgara —dijo.

—Confía en mí.

—Esas palabras tienen la virtud de ponerme nervioso —le comentó Belgarath a Beldin.

—Tú te pones nervioso por cualquier cosa. No podemos ir a ningún sitio hasta que la joven se encuentre mejor y Pol sabe lo que hace.

—Tal vez —respondió Belgarath.

Sadi introdujo dos gotas del líquido púrpura en una taza con agua y revolvió la mezcla con un dedo. Luego se secó la mano cuidadosamente con un paño y le entregó la taza a Velvet.

—Bébelo despacio —aconsejó—. Comenzarás a sentirte extraña casi de inmediato.

—¿Extraña? —preguntó ella con desconfianza.

—Ya hablaremos de eso más tarde. Por el momento, todo lo que debes saber es que este líquido te hará desaparecer el dolor.

Velvet bebió un sorbo del contenido de la taza.

—No sabe mal —observó.

—Por supuesto que no —respondió el eunuco—, y verás que a medida que bebes sabe mejor.

Velvet continuó tomando pequeños sorbos del líquido.

—¡Vaya! —dijo—. De repente hace mucho calor.

Seda se sentó en el banco junto a ella.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó.

—¿Mmm?

—¿Cómo está tu hombro?

—Has visto mi morado, Kheldar —dijo mientras se abría el vestido para enseñárselo. Entonces le mostró a él y a todos los presentes en la habitación, varias cosas más—. ¡Oh! —dijo con aire ausente, sin preocuparse por cubrirse.

—Creo que será mejor que tomes las medidas que mencionaste, Polgara —señaló Sadi—. La situación podría escapársenos de las manos en cualquier momento.

Polgara asintió con un gesto y apoyó una mano sobre la frente de Velvet. Garion percibió unas suaves vibraciones.

—Súbitamente me siento muy mareada —dijo Velvet—. ¿Es por la medicina?

—En cierto modo, sí —respondió Polgara.

Velvet apoyó la cabeza sobre el hombro de Seda.

—Tráela, Seda —le indicó Polgara al hombrecillo—. Le buscaremos una cama.

Seda cogió a la joven en brazos y salió de la habitación seguido por Polgara.

—¿Esa droga siempre tiene el mismo efecto? —le preguntó Ce'Nedra a Sadi.

—¿El miseth? Oh, sí. Sería capaz de excitar a un muerto.

—¿Y también funciona en los hombres?

—No hace diferencia de sexos, Majestad.

—¡Qué interesante! —dijo mientras dirigía una pícara mirada de soslayo a Garion—. No pierdas ese frasco, Sadi —añadió.

—Olvídalo —le dijo Garion.

Tardaron un cuarto de hora en ordenar la salita. Cuando Polgara y Seda regresaron, la hechicera sonreía.

—Ahora dormirá —anunció—. He echado un vistazo a las demás habitaciones y por lo visto la señora de la casa era muy pulcra. Ésta es la única estancia desordenada. —Polgara apagó la vela y se alisó el vestido gris con expresión satisfecha—. La casa es muy apropiada, tío —le dijo a Beldin.

—Me alegro de que la apruebas —respondió él.

El hombrecillo jorobado estaba repantigado en un banco de alto respaldo junto a la ventana y ataba con cuidado la cuerda que mantenía en su sitio la manga izquierda de su chaqueta.

—¿A qué distancia estamos del río? —le preguntó Belgarath.

—A una distancia considerable. Como mínimo, a un día de viaje a caballo. Lamento no poder ser más preciso, pero, cuando comenzó a soplar el viento, estuve a punto de perder todas mis plumas.

—¿El campo sigue desierto?

—Es difícil asegurarlo. Yo estaba muy alto y, si aún hay gente allí abajo, se habrán refugiado de la tormenta en algún sitio.

—Echaremos un vistazo por la mañana —dijo Belgarath mientras se recostaba sobre el respaldo de su silla y extendía las piernas hacia la chimenea—. Fue una gran idea encender fuego —agregó—. El aire está muy frío.

—Eso sucede siempre que hay varios centímetros de hielo sobre el suelo —observó Beldin con aire pensativo—. Si estas tormentas son frecuentes por la tarde, deberíamos cruzar el Magan por la mañana —señaló—. Pasar una granizada en un bote descubierto no es mi idea de una juerga.

—¿Quieres acabar de una vez? —dijo Sadi con brusquedad dirigiéndose a la botella de cerámica que albergaba a Zith.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ce'Nedra.

—Estaba haciendo un ruido extraño —respondió Sadi—, y cuando fui a ver si se encontraba bien, me rechazó con un zumbido hostil.

—De vez en cuando lo hace, ¿verdad?

—Esta vez fue diferente. Me estaba advirtiendo con seriedad que me mantuviera lejos de ella.

—¿Es probable que esté enferma?

—No lo creo. Es una serpiente joven y siempre he sido muy prudente en su alimentación.

—Tal vez necesite un tónico —le dijo Ce'Nedra a Polgara con una mirada inquisitiva.

—Lo siento, Ce'Nedra —dijo Polgara con una risita—, pero no tengo experiencia en enfermedades de reptiles.

—¿No podríamos cambiar de tema? —preguntó Seda con voz plañidera—. Supongo que Zith es un animalito agradable, pero no deja de ser una serpiente.

Ce'Nedra se giró con los ojos súbitamente encendidos.

—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó enfadada—. Ha salvado nuestras vidas dos veces, la primera en Rak Urga, cuando atacó al grolim Sorchak y la segunda en Ashaba, cuando mordió a Harakan. Al menos podrías demostrarle un poco de gratitud.

—Bueno... —respondió Seda con voz vacilante—, supongo que tienes razón, pero a pesar de todo, no puedo soportar a las serpientes, Ce'Nedra.

—Yo ya no pienso en ella como en una serpiente.

—Ce'Nedra —dijo él armándose de paciencia—, es larga, delgada, se arrastra, no tiene brazos ni piernas y es venenosa. Es una serpiente por definición.

—Estás lleno de prejuicios —lo acusó ella.

—De acuerdo, es probable que así sea.

—Me has decepcionado mucho, príncipe Kheldar. Ella es una criatura dulce, amable y valiente, y tú la estás insultando.

Seda la miró un instante, luego se puso de pie e hizo una exagerada reverencia a la botella de cerámica.

—Lo siento muchísimo, mi querida Zith —se disculpó—. No sé qué me ocurrió. ¿Podrás encontrar algún motivo para perdonarme en tu pequeño corazón verde?

Zith zumbó y emitió un extraño gruñido.

—Dice que la dejes en paz —tradujo Sadi.

—¿De verdad puedes entender lo que dice?

—En líneas generales, sí. Las serpientes tienen un vocabulario muy limitado, así que no es difícil comprender algunas frases. —El eunuco hizo una mueca de preocupación—. Sin embargo, últimamente dice muchas palabrotas, y eso no es propio de ella. Suele ser una serpiente muy educada.

—No puedo creer que esté participando en esta conversación —dijo Seda mientras sacudía la cabeza y se marchaba en dirección a la parte trasera de la casa.

Durnik regresó con Toth y Eriond, cargados con los sacos que contenían la comida y los utensilios de cocina. Polgara miró la chimenea con aire crítico.

—Hace tiempo que tomamos comidas poco nutritivas —señaló—. Esta cocina está en muy buenas condiciones, así que, ¿por qué no la aprovechamos? —Abrió el saco de las provisiones y rebuscó en su interior—. Ojalá contara con mejores materias primas —dijo casi para sí.

—Ahí fuera hay un gallinero, Pol —sugirió Beldin con tono servicial.

La hechicera sonrió.

—Durnik, cariño —dijo casi con arrobación.

—Me ocuparé de todo de inmediato, Pol. ¿Bastará con tres?

—Sería mejor cuatro —respondió ella—. Así podremos llevar un poco de pollo frío con nosotros cuando nos vayamos. Ce'Nedra, ve con él y coge todos los huevos que encuentres.

Ce'Nedra la miró atónita.

—Nunca he juntado huevos, Polgara —protestó la joven.

—No es nada complicado, cariño. Sólo debes tener cuidado de no romperlos, eso es todo.

—Pero...

—Pensaba hacer una tortilla de queso para desayunar.

A Ce'Nedra se le iluminaron los ojos.

—Cogeré una cesta —se apresuró a decir.

—Buena idea, cariño. Tío, ¿hay algún otro sitio interesante por aquí cerca?

—Hay una pequeña fábrica de cerveza detrás de la casa —dijo él encogiéndose de hombros—, pero no tuve tiempo de echar un vistazo en el interior.

—¿Por qué no lo hacemos ahora? —preguntó Belgarath mientras se ponía de pie.

—Los granjeros no suelen hacer buena cerveza, Belgarath.

—Tal vez ésta sea una excepción, pero no lo sabremos hasta que la probemos, ¿no te parece?

—En eso tienes razón.

Los dos hechiceros salieron hacia el fondo de la casa mientras Eriond alimentaba el fuego.

Poco después, Ce'Nedra regresó con expresión de enfado.

—No quieren darme los huevos, Polgara. Están sentadas encima de ellos.

—Tienes que meter la mano y cogerlos, cariño.

—¿No se enfadarán?

—¿Le tienes miedo a las gallinas?

La menuda reina le dirigió una mirada fulminante y se marchó con gesto resuelto.

Belgarath y Beldin trajeron un barril de cerveza y verduras que encontraron almacenadas en el sótano de la casa. Mientras se asaban los pollos, Polgara registró los botes y cajas de la cocina. Entre otras muchas cosas encontró harina, así que se arremangó con determinación, hizo una masa y comenzó a estirarla cerca del fuego, sobre una tabla de madera limpia.

—Creo que esta noche podremos comer galletas —anunció— y por la mañana haré pan fresco.

Fue la mejor cena que Garion había tomado en meses. Aunque en algunas posadas les habían servido verdaderos banquetes, ningún cocinero del mundo podía competir con la habilidad culinaria de tía Pol. Después de comer más de lo aconsejable, Garion apartó el plato con un suspiro y se recostó contra el respaldo de su silla.

—Me alegro de que hayas decidido dejar algo para los demás —dijo Ce'Nedra con ironía.

—¿Estás enfadada conmigo por alguna razón en particular?

—No, supongo que no. Sólo estoy de mal humor.

—¿Por qué?

—Una gallina me picó —señaló los restos de pollo asado de una fuente grande—. Esa —añadió. Luego extendió la mano, cogió un muslo y lo mordió con fuerza con sus pequeños dientes blancos—. ¡Ahí tienes! —dijo—. ¿Te ha gustado?

Garion conocía a su esposa, por lo tanto reprimió sus deseos de reír.

Después de cenar, todos permanecieron sentados a la mesa, sumidos en una especie de serena satisfacción, mientras la tormenta amainaba en el exterior.

De pronto se oyó un golpe suave y vacilante en la puerta. Garion se incorporó de un salto y se llevó la mano a la espada.

—No era mi intención molestar —dijo una voz quejumbrosa desde el otro lado de la puerta—. Sólo quería asegurarme de que tenéis todo lo que necesitáis.

Belgarath se levantó, se dirigió a la puerta y la abrió.

—Venerable Belgarath —dijo el hombre que aguardaba fuera con una respetuosa reverencia.

Era un individuo muy viejo, con el pelo blanco como la nieve y una cara delgada y llena de arrugas.

También era un grolim y Belgarath lo miró con cautela.

—¿Me conoces? —le preguntó.

—Por supuesto que te conozco. Os conozco a todos y hace tiempo que os esperaba. ¿Puedo entrar?

Belgarath se hizo a un lado en silencio y el grolim entró en la habitación, apoyándose en un torcido bastón de caña.

—Lady Polgara —murmuró y luego se volvió hacia Garion—. Majestad, ¿podrás perdonarme?

—¿Por qué? —preguntó Garion—. Nunca me has hecho nada.

—Sí, Majestad. Cuando oí lo ocurrido en la Ciudad de la Noche Eterna te odié. ¿Podrás perdonarme por ello?

—No hay nada que perdonar. Era natural que sintieras odio, aunque por lo visto tus sentimientos han cambiado, ¿verdad?

—Alguien los cambió por mí, rey Belgarion. El nuevo dios de Angarak será más piadoso y bondadoso que Torak. Sólo vivo para servir a ese dios y aguardar el día de su llegada.

—Siéntate, amigo —le dijo Belgarath—. Según veo, tienes algún tipo de experiencia religiosa, ¿no es cierto?

El viejo grolim se hundió en su silla con una sonrisa beatífica en su arrugada cara.

—Mi alma ha sido poseída, venerable Belgarath —se limitó a responder—. Yo había entregado mi vida a Torak en el templo de este pueblo. No podéis imaginar cuánto sufrí cuando conocí la noticia de su muerte, pues yo lo había servido sin cuestionamientos. Ahora he retirado su imagen del templo y decoro el altar con flores en lugar de la sangre de los sacrificios. Me arrepiento profundamente de haber empuñado el cuchillo durante aquellos ritos salvajes.

—¿Y qué fue lo que te hizo cambiar? —le preguntó Polgara.

—Una voz que me habló en el silencio de mi alma y me llenó de una dicha tan enorme que de repente vi el mundo inundado de luz.

—¿Y qué te dijo aquella voz?

El anciano sacerdote sacó un pergamino arrugado del interior de su túnica negra.

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