La guerra de Hart (59 page)

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Authors: John Katzenbach

Tags: #Policiaco

BOOK: La guerra de Hart
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—Así pues,
Hauptmann
, llegó el momento en que lo llamaron para que acudiera al
Abort
, donde había sido hallado el cadáver del capitán Bedford…

Visser cambió de postura y asintió con la cabeza.

—Veo que hemos terminado con las preguntas filosóficas para regresar al mundo real.

—De momento, así es,
Hauptmann
. Haga el favor de explicar a los presentes qué conclusiones sacó tras examinar la escena del crimen.

Visser se repantigó en su silla.

—Para empezar, teniente, el escenario del crimen no fue el
Abort
. El capitán Bedford fue asesinado en otro lugar y luego transportado hasta el
Abort
, donde su asesino abandonó el cadáver.

—¿Cómo lo sabe?

—En el suelo del
Abort
había la huella ensangrentada de un zapato. Apuntaba hacia el cubículo donde se hallaba el cadáver. De haberse cometido el asesinato en ese lugar, la sangre habría caído en el zapato, al salir del
Abort
. Además, las manchas de sangre en el cadáver y en la zona del retrete indicaban que la mayor parte cayó en otro lugar.

Walker Townsend se levantó, abrió la boca para decir algo, cambió de opinión y volvió a sentarse.

—¿Sabe dónde fue asesinado Trader Vic?

—No. No he descubierto el lugar del crimen. Sospecho que se han tomado medidas para ocultarlo.

—¿Qué más dedujo al examinar el cadáver?

Visser sonrió una vez más y siguió hablando con tono satisfecho y seguro de sí.

—Como ha sugerido usted antes, teniente, al parecer el golpe que mató al capitán fue asestado por detrás por alguien que esgrimía un cuchillo estrecho de doble filo, sospecho que un puñal. El agresor empuñaba el arma en la mano izquierda, tal como ha deducido usted. Es la única explicación para el tipo de herida que presentaba el cuello de la víctima.

—¿Y el arma que la acusación afirma que fue utilizada para cometer el asesinato?

—Habría producido una herida alargada, desgarrando los bordes de la misma, muy sangrienta. No la puñalada precisa que sufrió el capitán Bedford.

—Usted no ha visto esa otra arma, ¿no es así?

—La he buscado, pero sin éxito —repuso Visser con frialdad—. Un arma como ésa está
verboten
.

Los prisioneros no pueden tenerla en su poder.

—De modo,
Hauptmann
, que el asesinato no se cometió en el lugar que cree la acusación; no ocurrió como asegura la acusación que ocurrió, no fue perpetrado con el arma con que la acusación afirma que fue perpetrado y ha dejado unas pruebas claras que indican unos hechos totalmente distintos. ¿Es ése el resumen de su testimonio?

—Sí. Una exposición exacta, señor Hart.

Tommy se abstuvo de decir lo obvio. Pero dejó que sus palabras flotaran a través de la sala el tiempo suficiente para que todos los
kriegies
presentes (que informaban de cada elemento del testimonio a los que estaban encaramados en las ventanas y a los que se hallaban en el exterior) pudieran llegar a idéntica conclusión.

—Gracias,
Hauptmann
. Ha sido muy interesante. Puede interrogar al testigo, capitán.

Tommy fue a sentarse al tiempo que Walker Townsend se levantaba del asiento. El capitán de Virginia parecía armado de paciencia, y mostraba también una pequeña sonrisa.

—Veamos si lo he comprendido,
Hauptmann
. Usted odia a los americanos, aunque vivió entre ellos casi una década…

—Odio al enemigo, sí, capitán, y ustedes son enemigos de mi país.

—Pero usted tenía dos países…

—Cierto, capitán. Pero mi corazón pertenecía a uno solo.

El capitán Townsend meneó la cabeza.

—Esto es evidente,
Hauptmann
. Bien, ¿cree realmente que el teniente Scott es un animal?

Visser asintió con la cabeza.

—Es rápido, es fuerte y ha recibido la instrucción necesaria para citar a grandes escritores, pero ocupa una posición inferior a la humana. Un guepardo es rápido, capitán, y el director de un zoo puede amaestrar a una foca para que ejecute unos trucos admirables. Le recuerdo,
Herr
capitán, que hace menos de un siglo, los propietarios de esclavos del estado del que usted proviene decían lo mismo sobre los esclavos que trabajaban en sus plantaciones de tabaco de sol a sol.

Townsend pareció sentirse momentáneamente atrapado por esta frase. El nazi era odioso, arrogante e impávido, absolutamente convencido de sus creencias. Tommy intuyó la furia que sentía el fiscal, enojado por el tono obstinado y prepotente que utilizaba Visser, pero sin saber hasta qué punto era éste capaz de perjudicar su caso. Tommy confiaba en que Townsend cayera en el lodazal creado por la arrogancia del nazi.

Pero no fue así.

En lugar de ello, el fiscal preguntó:

—¿Por qué deberíamos creer nada de lo que usted dice?

Visser movió un poco los hombros.

—Me importa muy poco lo que crean o dejen de creer, capitán. Me tiene absolutamente sin cuidado que ejecutemos o no al teniente Scott, aunque preferiría que lo hiciéramos, porque no me parece de fiar. Lo cual, por supuesto, no es culpa suya, sino algo propio de su raza.

Townsend apretó los dientes.

—Le tiene sin cuidado,
Hauptmann
, pero ha subido al estrado, ha jurado decir la verdad y luego dice que Scott no cometió este asesinato…

Visser alzó su única mano para interrumpirle.

—Esto no fue lo que dije, capitán —replicó con tono divertido—. Ni siquiera lo he insinuado.

Townsend se detuvo. Arqueó una ceja y miró de hito en hito al testigo.

—Pero usted dijo…

—Lo que dije, capitán, fue que un experto vería con claridad que el asesinato no ocurrió como usted alega que ocurrió. No dije nada sobre Scott. De hecho, lo considero uno de los sospechosos principales y un hombre muy capaz de haber cometido el crimen, al margen de cómo se perpetrara.

Townsend se mostró satisfecho.

—Explíquenos cómo ha llegado a esa conclusión,
Hauptmann…

Tommy se levantó apresuradamente.

—¡Protesto, señoría!

MacNamara denegó con la cabeza.

—Usted mismo encendió este polvorín, teniente, y ahora debe atenerse a las consecuencias —le dijo—. Siéntese. Deje que el
Hauptmann
testifique. Ya tendrá usted oportunidad de interrogar de nuevo al testigo cuando el capitán Townsend haya concluido su turno de repreguntas.

—Utilizando su singular experiencia, naturalmente,
Hauptmann
—se apresuró a añadir Townsend.

—La prueba de las manchas de sangre en la ropa del teniente Scott es muy interesante —dijo el alemán tras unos segundos de reflexión—. Sobre todo las manchas en la cazadora, situadas de una forma que indica que alguien transportó el cadáver a hombros. Esto ya se ha comentado aquí. A pesar del entretenido espectáculo ofrecido por el teniente Hart con el cuchillo de fabricación casera perteneciente a Scott, quedó claro que el arma utilizada en el crimen…

—Pero usted dijo… —le interrumpió Townsend.

—Yo dije que el golpe mortal fue asestado con el otro cuchillo. El que no conseguimos hallar.

Pero el capitán Bedford sufrió también unas heridas denominadas «defensivas» en las manos y el pecho. Éstas indican que se resistió, siquiera unos instantes, a su agresor, al hombre armado con este cuchillo de fabricación casera.

Durante unos instantes Townsend parecía confundido.

—¿Pero por qué iba a ir alguien armado…?

—No se trata de una persona armada con los dos cuchillos, capitán. Las pruebas indican claramente que en este asesinato estuvieron implicados dos hombres. Mejor dicho: un hombre acompañado por su lacayo asesino, el negro Scott. Uno que se situó delante, para atraer la atención del capitán Bedford, mientras el segundo hombre, que se acercó sigilosamente, le atacaba por detrás.

Los
kriegies
, que llevaban un buen rato conteniendo sus emociones, no pudieron por menos de volverse hacia sus vecinos y dar rienda suelta a unas exclamaciones de asombro, sorpresa y perplejidad al oír ese testimonio. Las voces de los aviadores aliados prorrumpieron como una excitada y confusa ola que se precipitó a través de la sala hasta alcanzar a los hombres sentados al frente de la misma. Tommy no se volvió hacia ninguno de los dos hombres que permanecían junto a él, sino que tomó nota de varias e interesantes reacciones. Townsend parecía momentáneamente desconcertado, con la boca entreabierta. Visser había recobrado su aire de satisfacción y estaba repantigado en la silla, emanando un aire de superioridad. Reiter, sentado a un lado de la sala, había entrecerrado los párpados y mostraba una expresión de concentración intensa. En el centro del tribunal, el coronel MacNamara lucía un semblante pálido, demudado, la frente surcada por arrugas de preocupación.

En aquel segundo, Tommy pensó que la arrogante opinión del nazi había tenido un significado distinto para cada hombre.

El confuso sonido de las voces de los
kriegies
tratando de hacerse oír despertó por fin de su trance al coronel MacNamara, quien se aprestó a asestar unos enérgicos golpes con su martillo, tratando de imponer orden. El ruido cesó rápidamente.

En el repentino silencio que cayó sobre la sala, Townsend avanzó hacia el testigo esbozando también una sonrisa de víbora.

—Entiendo,
Hauptmann
. Un hombre poseía un arma. Un solo hombre fue visto fuera del barracón la noche del asesinato. Al día siguiente un hombre llevaba las botas y la cazadora manchadas de sangre. Un hombre sentía el suficiente odio para matar. Motivo, oportunidad, medios. Pero usted cree que dos hombres cometieron el crimen. Y basa esta fantástica suposición en la excelente instrucción que ha recibido del ejército alemán… —Townsend deslizó una larga pausa entre sus palabras, tras lo cual prosiguió con una voz cargada con el acento sureño propio de su estado natal—.

¡Vaya, vaya,
Hauptmann
! ¡No me extraña que los alemanes estén perdiendo esta guerra!

Visser se puso rígido al instante y dejó de sonreír.

—No haré más preguntas a este experto —dijo Townsend con tono sarcástico agitando los brazos exageradamente hacia el alemán—. Se lo devuelvo, Tommy. ¡A ver si consigue algo útil de él! —Townsend regresó a su sitio en un par de zancadas y se sentó.

Tommy se levantó, pero no se apartó de la mesa de la defensa.

—Brevemente, señoría —dijo dirigiendo una rápida mirada a MacNamara—. De nuevo,
Hauptmann
, le pregunto: ¿por qué está usted aquí?

—Estoy aquí porque usted me llamó a declarar, teniente —respondió Visser secamente.

—No,
Hauptmann
. ¿Por qué está aquí? En este campo. Vamos, vamos, ¿por qué?

Visser mantuvo la boca cerrada.

—¿Por qué consideran los alemanes el asesinato del capitán Bedford un hecho que merece ser investigado? ¿Y por qué enviaron a este campo a alguien tan importante como usted?

Visser permaneció en silencio, pero no así el coronel MacNamara.

—¡Teniente! —tronó—. Ya trató con anterioridad de formular esas preguntas y fracasó. ¡Sobrepasan con mucho el ámbito de las repreguntas de Townsend! ¡No las permitiré! Puede retirarse,
Hauptmann
Visser. Gracias por su testimonio —agregó.

El alemán se levantó, se cuadró, saludó al tribunal con gesto enérgico y miró enojado a su superior. Luego regresó a su asiento y asumió de nuevo su papel de observador. Extrajo uno de sus cigarrillos marrones y delgados de una pitillera de plata y se inclinó hacia el estenógrafo que estaba sentado a su lado, quien después de rebuscar en sus bolsillos sacó una cerilla.

El coronel MacNamara aguardó irnos momentos, tras lo cual se volvió hacia Tommy.

—¿Qué más nos tiene reservado, teniente?

—Un último testigo, coronel. La defensa llama al teniente Lincoln Scott —dijo Tommy con firmeza.

MacNamara empezó a asentir con la cabeza pero la señal de conformidad se convirtió en seguida en un gesto negativo. Miró al comandante Von Reiter, antes de fijar de nuevo los ojos en Tommy.

—¿El acusado es su último testigo?

—Sí señor.

—En ese caso oiremos su declaración por la mañana. Así habrá tiempo para que usted interrogue al testigo, para el turno de repreguntas por parte del fiscal y para los alegatos finales. Luego el tribunal iniciará sus deliberaciones. —El coronel sonrió con aspereza—. Esto dará a ambas partes un poco más de tiempo para prepararse.

Luego asestó un golpe contundente con el martillo, suspendiendo la sesión.

16
Una orden sorprendente

El recuento matutino se les antojó interminable. Cada error, cada demora, cada vez que un hurón retrocedía sobre sus pasos frente a las filas de aviadores aliados farfullando números, hacía que los hombres blasfemaran, protestaran y permanecieran firmes, como si por el hecho de hacerlo consiguieran agilizar la operación. El errático tiempo había vuelto a cambiar. A medida que el gris vaporoso de las primeras luces se consumía alrededor de los hombres, el sol se alzaba ansioso por el cielo, que había adquirido un tono azul más intenso, derramando calor sobre los impacientes
kriegies
. Cuando por fin les ordenaron que rompieran filas, las formaciones se dispersaron rápidamente y los hombres se dirigieron deprisa hacia el teatro, con el fin de ocupar los mejores asientos en la sala del tribunal. Tommy observó la riada humana, sabiendo que aquel día todo el campo estaría presente en el juicio. Los excitados
kriegies
se introducirían como con calzador en algún palmo de espacio disponible. Se encaramarían a las ventanas y se amontonarían junto a las puertas, tratando de hallar un lugar desde el que poder ver y oír lo que ocurría. Tommy se quedó quieto unos instantes; era probablemente el único hombre del campo que no sentía deseos ni necesidad de apresurarse. Se sentía un tanto preocupado y más que un poco nervioso sobre lo que iba a hacer y decir aquel día, preguntándose si alguna de sus palabras o acciones lograría salvar la vida de Lincoln Scott. El aviador negro se hallaba junto a él, observando también a los
kriegies
que se dispersaban hacia la sala del juicio, pero permanecía impertérrito, mostrando la expresión dura que solía adoptar en público, aunque no cesaba de mover los ojos de un lado a otro, tomando nota de las mismas cosas que veía Tommy.

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