Read La granja de cuerpos Online
Authors: Patricia Cornwell
—Dorothy, cállate.
—No quiero, y no me puedes obligar —masculló, furiosa.
Habíamos retornado a nuestra habitación de la infancia, a la camita que compartíamos y donde aprendimos a odiarnos en silencio mientras nuestro padre agonizaba. Volvíamos a estar en la mesa de la cocina, comiendo macarrones en silencio mientras él dominaba nuestras vidas desde su lecho de enfermo, al fondo del pasillo.
Y esta vez, cuando nos disponíamos a entrar en mi casa, donde Lucy se recuperaba de sus lesiones, me asombré de que Dorothy no reconociera aquel guión, aquel libreto tan viejo y predecible como nosotras mismas.
—¿De qué intentas echarme la culpa, exactamente? —pregunté cuando trasponíamos ya la puerta del garaje.
—Lo diré de este modo: que Lucy no salga con chicos no es algo que le venga de mí. De eso no hay ninguna duda —Desconecté el motor y la miré. Ella añadió—: Nadie aprecia y disfruta de los hombres como yo, y la próxima vez que vayas a criticarme como madre será mejor que pienses en la influencia que tú has ejercido en el desarrollo de Lucy. Quiero decir, ¿a quién cono se parece?
—Lucy no se parece a nadie que yo conozca —respondí.
—Bobadas. La chica es tu viva imagen. Y ahora es una alcohólica y, encima, le van las mujeres.
Dorothy rompió a llorar otra vez. Yo estaba paralizada de cólera.
—¿Insinúas que soy lesbiana?
—Bueno, tiene que haberlo heredado de alguien.
—Será mejor que entres en casa enseguida. Dorothy abrió la puerta y puso expresión de sorpresa al ver que yo no hacía el menor gesto de abandonar el coche.
—¿Y tú? ¿No entras?
—Tendrás que desactivar la alarma de la puerta —Le di el código para hacerlo—. Voy a la tienda a por unas cosas.
En Ukrop's compré manzanas y galletas de jengibre y deambulé un rato por los pasillos porque no tenía ganas de volver a casa. A decir verdad, nunca disfrutaba de Lucy cuando estaba presente su madre y, desde luego, esta visita había empezado peor que de costumbre. Yo entendía en parte lo que sentía Dorothy, y sus insultos y sus celos no me producían gran sorpresa porque no eran nuevos.
No era su comportamiento lo que me hacía sentir tan mal, sino más bien el recuerdo de que yo estaba sola. Mientras pasaba ante las estanterías de galletas, caramelos, postres lácteos y quesos de untar, deseé que mis males pudieran curarse con un acceso de glotonería. Si empaparme de whisky hubiera servido para llenar mis vacíos, lo habría hecho. En lugar de ello, entré en casa cargada con una bolsa y serví la cena a mi familia, lamentablemente reducida.
Después de cenar, Dorothy se retiró a una silla junto al fuego y se dedicó a leer y dar sorbos a un Rumple Minza mientras yo preparaba a Lucy para acostarse.
—¿Te duele? —le pregunté.
—No demasiado. Pero soy incapaz de mantenerme despierta. De pronto, se me cierran los párpados.
—Lo que necesitas es dormir, precisamente.
—Pero entonces tengo unos sueños horribles.
—¿Quieres hablarme de ellos?
—Alguien me persigue, viene tras de mí, normalmente en un coche. Y oigo ruidos del accidente que me despiertan.
—¿Qué clase de ruidos?
—Chirridos de metal. Golpes. El airbag al hincharse. Sirenas. A veces es como si estuviera dormida pero sin estarlo, y un montón de imágenes bailan detrás de mis párpados. Veo unos destellos de luz roja en la calzada y hombres con monos de trabajo amarillos. Entonces me agito en la cama y me pongo a sudar.
—Es normal que experimentes un estrés postraumático. Es probable que se prolongue un tiempo.
—¿Van a detenerme, tía Kay?
Sus ojos asustados me miraron desde un rostro amoratado que me llenó de pena.
—Saldrás de esto, pero quiero sugerirte algo que, probablemente, no te va a gustar.
Le hablé del centro privado de tratamiento de Newport, Rhode Island, y se echó a llorar.
—Lucy, con una acusación de conducir bajo la influencia del alcohol, es posible que debas someterte a tratamiento de todos modos como parte de la sentencia. ¿No sería mejor que lo decidieras por tu cuenta y pusieras solución al tema?
Mi sobrina se enjugó las lágrimas con delicadeza.
—No puedo creer que todo esto me esté sucediendo a mí. Todos mis sueños se han venido abajo.
—Nada más lejos de la verdad. Estás viva y nadie más ha sufrido daños. Tienes unos problemas que pueden resolverse y yo quiero ayudarte a conseguirlo. Pero debes confiar en mí y escucharme.
Lucy bajó la vista hasta fijarla en sus manos, que descansaban sobre el embozo de la cama, y de nuevo le saltaron las lágrimas.
—También necesito que seas sincera conmigo —agregué. No me miró.
—Lucy, dime, no cenaste en el Outback, ¿verdad? Seguro que no, a menos que, de pronto, hayan incluido espaguetis en la carta. Había pasta esparcida por todo el interior del coche, y supongo que llevabas una bolsa con los espaguetis que no habías comido en el restaurante. ¿Dónde estuviste esa noche?
Esta vez, me miró a los ojos.
—En Antonio's.
—¿Eso está en Stafford? Lucy asintió.
—¿Por qué mentiste?
—Porque no quiero hablar del asunto. Dónde estuviera no le incumbe a nadie.
—¿Con quién estabas?
—No te importa.
—Estabas con Carrie Grethen, ¿verdad? —insistí—. Fue ella quien te convenció para que participaras en un pequeño proyecto de investigación que es la causa de todos tus problemas en el ERF. De hecho, cuando estuve allí con Wesley para saludarte, Carrie estaba removiendo el caucho líquido.
Mi sobrina apartó la mirada.
—¿Por qué no me cuentas la verdad? —Vi resbalar una lágrima por su mejilla. Era inútil que intentara hablar de Carrie con ella. Tras un profundo suspiro, continué—: Lucy, creo que alguien intentó sacarte de la carretera.
Abrió los ojos como platos.
—He inspeccionado el coche y el lugar del accidente y hay varios detalles que me alarman mucho. ¿Recuerdas haber marcado el 911, el teléfono de emergencias?
—No. ¿Eso hice? —murmuró con expresión de perplejidad.
—La última persona que usó el aparato marcó ese número y supongo que fuiste tú. Un investigador de la policía estatal se encarga de revisar la cinta, y así sabremos a qué hora exacta hiciste la llamada y qué dijiste.
—Dios mío...
—Además, hay indicios de que alguien quería deslumbrarte por detrás con las luces largas. Tenías colocada la protección contra el sol y el espejo retrovisor inclinado para evitar reflejos, y la única razón que se me ocurre para que tomaras estas medidas cuando ya había anochecido es que tuvieras detrás unos faros que no te permitían ver con claridad —Hice una pausa y estudié su expresión desconcertada—. ¿No recuerdas nada de esto?
—No.
—¿No recuerdas un coche? Podría ser verde, tal vez un verde pálido.
—No.
—¿Conoces a alguien que tenga un coche de ese color?
—Tendría que pensarlo.
—¿Qué me dices de Carrie?
—No. Carrie tiene un BMW descapotable. Rojo.
—¿Y ese tipo con el que trabaja? ¿Te ha hablado alguna vez de un tal Jerry?
—No.
—Pues bien, algún vehículo dejó restos de pintura verdusca en una abolladura de la parte trasera del Mercedes y rompió también el piloto izquierdo. En resumen, estoy segura de que, cuando saliste de la armería, alguien te siguió y te golpeó por detrás.
»Luego, unas decenas de metros más adelante, aceleraste bruscamente, perdiste el control del coche y te saliste de la calzada. Calculo que pisaste el acelerador al mismo tiempo que marcabas el 911. Estabas asustada y puede que volvieras a tener detrás el coche que te había golpeado.
Lucy se arropó hasta la barbilla en la cama. Estaba pálida.
—Alguien intentó matarme.
—Y a mí me parece que poco le faltó para conseguirlo, Lucy. Por ello te he hecho esas preguntas que parecían tan personales. Alguien va a hacértelas. ¿No prefieres contármelo a mí?
—Ya sabes suficiente.
—¿Ves alguna relación entre lo sucedido en el ERF y el accidente?
—Claro que sí, tía —respondió ella con energía—. Me han tendido una trampa. No estaba en el edificio aquella noche. ¡No he robado ningún secreto!
—Eso tendremos que demostrarlo.
—Me parece que no me crees —dijo, y me lanzó una severa mirada.
'•—
<
Sí que la creía, pero no podía decírselo. No podía hablarle de mi encuentro con Carrie. Tuve que apelar a toda mi autodisciplina para guardar las formas con mi sobrina en aquel momento, porque sabía que sería un error sugerirle las respuestas.
—No podré ayudarte de verdad si no hablas conmigo abiertamente —le aseguré—. Hago cuanto puedo por mantener una actitud abierta y la cabeza clara y deseo hacer lo correcto, pero, con franqueza, no sé qué pensar.
—No puedo creer que tú... En fin, da lo mismo —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Piensa lo que quieras.
—Vamos, Lucy, no te enfades conmigo. El asunto es muy serio y la forma en que lo llevemos afectará al resto de tu vida. Hay dos prioridades.
»La primera es tu seguridad y, después de oír lo que te he contado sobre el accidente, quizás entiendas mejor por qué quiero llevarte al centro de tratamiento. Allí, nadie sabrá quién eres. Estarás completamente a salvo. La segunda prioridad es sacarte de estos líos para que tu futuro no se vea perjudicado.
—Ya no seré nunca agente del FBI. Es demasiado tarde.
—Todavía no, si conseguimos limpiar tu nombre en Quantico y que un juez rebaje la acusación de conducir bebida.
—¿Cómo?
—Me pediste un protector. Quizá lo tienes ya.
—¿Quién es?
—De momento, lo único que debes saber es que tienes buenas perspectivas si me prestas atención y haces lo que te digo.
—Me siento como si me mandaran a un correccional.
—La terapia te conviene por muchas razones.
—Preferiría quedarme aquí contigo. No quiero que me tachen de alcohólica el resto de la vida. Además, no creo que lo sea.
—Quizá no, pero tienes que reflexionar un poco y averiguar por qué has estado bebiendo en exceso.
—Tal vez me gusta cómo me sienta el alcohol cuando no estoy aquí. En cualquier caso, aquí no me ha querido nunca nadie, de modo que tal vez sea lo más sensato —murmuró amargamente.
Seguimos hablando un rato más. A continuación, estuve otro rato al teléfono, hablando con líneas aéreas, con personal del hospital y con un psiquiatra del lugar que era un buen amigo. Edgehill, un reputado centro de tratamiento de Newport, podría admitirla a partir del día siguiente por la tarde. Me presté a llevarla yo pero Dorothy no quiso ni oír hablar del asunto. Aquél era un momento en que una madre debía estar con su hija, declaró, y mi presencia no era necesaria ni apropiada.
Me sentía muy incómoda cuando el teléfono sonó a medianoche.
—Espero no haberte despertado —dijo la voz de Wesley.
—Me alegro de que hayas llamado.
—Tenías razón en lo de la huella. Está invertida. Es imposible que la dejara Lucy, a menos que hiciera el molde ella misma.
—¡Pues claro que no lo hizo! ¡Dios mío! —exclamé, impaciente—. Esperaba que el asunto ya se habría aclarado, Benton.
—No del todo aún.
—¿Qué hay de Gault?
—Ni rastro de él. Y ese imbécil de la tienda niega que Gault haya estado allí alguna vez —Hizo una pausa—: Kay, ¿estás segura de que le viste?
—Lo juraría ante un tribunal.
Sí, reconocería a Temple Gault en cualquier parte. A veces, en sueños, veía sus ojos; los veía brillar como cristales azules, mirando a través de una puerta apenas entreabierta que conducía a una estancia oscura y extraña, impregnada en un hedor pútrido. También veía a Helen, la carcelera, de uniforme y decapitada. Estaba sentada en la silla, tal como Gault la había dejado, y yo me preguntaba por el pobre campesino que había cometido el error de abrir la bolsa de bolos que encontró en sus tierras.
—Yo también lo lamento —estaba diciendo Wesley—. No te imaginas cuánto.
Entonces le conté que me disponía a enviar a Lucy a Rhode Island. Le conté todo lo que se me ocurrió que no le había contado ya y, cuando fue su turno de informarme, apagué la lamparilla de la mesa de noche y lo escuché a oscuras.
—Por aquí, las cosas no andan bien. Como te he dicho, Gault ha vuelto a esfumarse. Nos tiene bien jodidos. No sabemos en qué está implicado y en qué no. Tenemos el caso de Carolina del Norte y, luego, otro en Inglaterra, y de pronto aparece en Springfield y parece estar relacionado con el caso de espionaje descubierto en el ERF.
—De «parece», nada. Ha entrado en el cerebro del FBI, Benton. La cuestión es qué pensáis hacer al respecto.
—En este momento, el ERF está cambiando los códigos, las contraseñas y demás. Esperamos que no haya penetrado demasiado.
—Seguid esperando.
—Kay, la policía de Black Mountain ha conseguido una orden de registro de la casa de Creed Lindsey y de su vehículo.
—¿Han dado con él?
—No.
—¿Qué tiene que decir a eso Marino? —pregunté.
—¿Quién carajo lo sabe?
—¿No le has visto?
—Apenas. Creo que pasa mucho tiempo con Denesa Steiner.
—Tenía entendido que estaba fuera del pueblo.
—Ya ha vuelto.
—¿Es muy serio lo suyo, Benton?
—Pete está obsesionado. No lo he visto nunca así. Creo que no vamos a poder arrancarlo de aquí.
—¿Y tú?
—Probablemente iré y vendré durante un tiempo, pero es difícil decirlo —Le noté desanimado—. Lo único que puedo hacer es ofrecer mi consejo, Kay. Los policías hacen caso a Pete y él no escucha a nadie.
—¿Y la señora Steiner? ¿Qué nos cuenta de Lindsey?
—Dice que el hombre que entró en la casa aquella noche podría ser él. Pero, en realidad, no llegó a verlo con claridad.
—Tiene una dicción muy peculiar.
—Se lo han comentado, pero dice que no recuerda nada de la voz del intruso, salvo que parecía la de un hombre blanco.
—También tiene un olor corporal muy fuerte.
—No sabemos si olía así esa noche.
—Dudo que alguna noche cuide más su higiene.
—En cualquier caso, que la mujer no esté segura sólo refuerza las sospechas contra él. Y la policía está recibiendo toda clase de llamadas acerca del tipo. Que si lo vieron aquí o allá haciendo cosas sospechosas como mirar a algún chico cuando pasaba en la furgoneta. O que si alguien vio una furgoneta como la suya cerca del lago Tomahawk poco después de la desaparición de Emily. Ya sabes lo que sucede cuando la gente se obsesiona con algo.