La Galera del Bajá (18 page)

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Authors: Emilio Salgari

Tags: #Aventura, Histórico

BOOK: La Galera del Bajá
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—¡Vámonos! —dijo la duquesa, tomando en sus brazos a su hijo.

Subieron a cubierta en el preciso instante en que el bajá caía muerto al frente de sus guerreros.

Escuchóse un formidable clamoreo, que se impuso a las detonaciones de los arcabuces.

—¡Victoria! ¡Victoria!

Al momento se arrió el estandarte turco, izándose en su lugar el de la Santa Liga. Después los aislados combates que aún se sostenían fueron cesando al poco tiempo.

Un cañonazo anunció el final de la batalla, sobre las seis de la tarde y sirvió para la reunión de la escuadra.

Sebastián Veniero y Colonna subieron a la galera real y se arrojaron llorando, emocionados, en los brazos del joven príncipe, que si bien apenas contaba veinte años de edad
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, había combatido igual que un valeroso y veterano guerrero.

En aquel instante moría Barbarigo, contento y feliz al enterarse en su lecho de agonía que se había logrado tan grandiosa victoria.

Doscientas cuatro naves turcas fueron hundidas, noventa y cuatro encendidas y ciento treinta apresadas
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, con treinta mil esclavos cristianos condenados como galeotes; ciento diecisiete cañones de buen calibre y doscientos cincuenta menores, las farolas, las enseñas, hasta la del bajá, que todavía figura en el arsenal de Venecia, y otros extraordinarios trofeos.

Por añadidura fueron capturados tres mil cuatrocientos sesenta guerreros.

Por espacio de dos días el cielo de Lepanto permaneció nublado como consecuencia de las galeras incendiadas, y el mar teñido de rojo a causa de la sangre vertida.

Acabada la batalla, Veniero envió a Venecia la galera Angelo Gabriele, al mando de Hunfredo Giustionini, a bordo de la cual iban el bajá de Damasco, su hijo, la duquesa, Enzo, Nikola y Mico. Diez días más tarde, la galera llegaba a la Reina del Adriático por el puerto de Lido, llevando la gran nueva. El capitán tenía la misión de entregar al Senado la descripción del combate naval, escrito de puño y letra de Sebastián Veniero.

Es digna de ser reproducida:

Al encuentro nuestro venían cuatro galeras con farola de mando. Don Juan atacó a Alí-Bajá, proa contra proa, y yo tenía el palo mayor destrozado, y Dios quiso que todos los golpes me los asestaran por la parte de popa.

En este instante se acercaron dos esforzados caballeros micer Cattarin Malipiero y micer Juan Loredán, a los que mandé llamar y que murieron luchando valerosamente.

Mi galera, con su artillería, arcabuces y aros, no dejaba cruzar ningún turco desde la popa de la galera del bajá a su proa. Por eso tuvo oportunidad don Juan de entrar al abordaje y tomarla, muriendo el bajá en la lucha. Y puedo afirmar con verdad que de no haber sido por mí no habría podido tan fácilmente apoderarse de ella el generalísimo.

Yo además combatía contra otras galeras, una a estribor y otra casi a popa, aunque con la mía las dominaba por ser más alta.

Luego de dejar parte de los prisioneros turcos, bien encadenados, en mi galera, volví para auxiliar a la nave almirante española, siempre en continuo peligro.

Duro fue el combate, puesto que duró más de tres horas.

Seguía la lista de muertos y heridos y acababa con el siguiente comentario:

Por lo que les tengo más envidia que consideración, ya que murieron honrosamente por nuestra patria y por la fe de Jesucristo.

Enorme, extraordinario, fue el entusiasmo de los venecianos al conocer tan estruendosa victoria.

Se celebraron grandes fiestas, sobre todo por los mercaderes con el fin de festejar el acontecimiento, y en ellas estuvieron presentes la duquesa, Muley, el bajá de Damasco, Enzo, Mico y Nikola, instalados ya todos en el magnífico e inmenso palacio de Loredán.

12.- Conclusión

La grandiosa victoria naval, la más gigantesca librada en el mundo
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, no dio los frutos apetecidos a causa de los secretos designios de Felipe II, que no deseaba que Venecia recobrase su antiguo poderío y su pasado esplendor.

Los aliados, en lugar de aprovechar el espanto que cundía entre los mahometanos y de la aniquilación de su escuadra para marchar al instante a reconquistar Chipre y libertar Candía, se enzarzaron en mezquinas rivalidades y volvieron, a pesar de los esfuerzos desesperados de Sebastián Veniero, sin haber intentado ninguna nueva acción.

La infortunada República se encontró, por tanto, de nuevo sola para combatir contra el turco.

Sebastián Veniero, postergado a causa de las reiteradas exigencias de España, fue reemplazado por otro almirante, destinándosele únicamente el mando de una pequeña flota del Adriático. Pero este gran marino fue el auténtico vencedor del combate naval de Lepanto. Falleció en Doge el 3 de marzo de 1578, a la avanzada edad de ochenta y dos años, y fue enterrado en la iglesia de San Pedro Mártir en Murano.

Mientras tanto, Candía proseguía defendiéndose heroicamente y aún habría de tardar veinte años en entregarse
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. Cuando sus últimos defensores se rindieron sólo quedaban cuatro mil, que más que hombres semejaban cadáveres. Pero los infieles respetaron sus vidas. La población no existía. El hambre, los proyectiles y las enfermedades terminaron con los candiotas: hombres, mujeres y criaturas.

No obstante, Venecia, en la capitulación de la heroica ciudad, pudo lograr de los musulmanes dos pequeños puertos comerciales, puestos que, al cabo de pocos años, también caerían en poder de la aborrecida potencia de la Media Luna.

Notas

1
General de Brigada.
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2
Fuerte o fortaleza.
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3
Véase la nota al principio del capítulo último, titulado La batalla de Lepanto.
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4
Téngase presente lo manifestado en la nota al capítulo 7 del tomo anterior. Salgari, dominado por su desbordante fantasía, prescinde de la Historia y de lo real; cuando más recurre a algún Diccionario manual seudohistórico y, en alas de su genio artístico, teje con tan menguada urdimbre las primososas telas de oro de sus admirables novelas.

Sabido es por quien haya saludado simplemente la Historia, que la Santa Liga formóse por el celoso anhelo de San Pío V, a quien pidieron socorro los venecianos al sitiar los turcos a Chipre (1569), solicitando de él que recabase los auxilios de las potencias cristianas. Pero Francia y Austria negáronse, con pretextos especiosos y sólo España entre las naciones católicas acudió al llamamiento del Pontífice. Felipe II, accediendo deferente a los requerimientos del Santo Padre, aportó a la Liga cerca de cien naves, con marinos tan expertos y renombrados como don Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, don Luis Requenséns y otros. Fue investido por el mismo Pío V como generalísimo don Juan de Austria, asesorado por un Consejo del que formaban parte los jefes de las distintas escuadras.

Dispuesta la batalla, formaron 56 galeras el ala derecha (mandadas por Agustín Barbarigo y Marco Quirini), 53 el ala izquierda (guiadas por Juan Andrés Doría y Juan de Cardona) y 62 el centro. La galera real llevaba a sus flancos las capitanias de Marco Antonio Colonna y de Sebastián Veniero, y a popa la de don Luis de Requeséns,
que no quería separarse del príncipe
, como escribe un historiador. La reserva, compuesta de 30 galeras, mandábala el marqués de Santa Cruz. Las seis galeazas, en tres grupos, iban de vanguardia a una milla de la escuadra.

Veniero, en realidad, era un viejo soberbio y muy pagado de su valía, que se alababa bastante a sí mismo. Cometió varios actos de indisciplina, graves, que pudieron tener por resultado deshacer la Santa Liga antes de la batalla. Afortunadamente, don Juan de Austria, aunque muy joven, era prudentísimo y sabía dominarse. Cedió, pues a las instancias de Colonna y Barbarigo que demandáronle el perdón de Veniero y se contentó con destituirle como miembro del Consejo (sustituyéndole con Barbarigo) y prohibirle poner los pies en la galera real.

Pero la Serenísima, al saber los sucesos, no fue tan generosa, y, a pesar de los grandes servicios prestados a su patria por el viejo marino, el Senado veneciano le depuso de su cargo de almirante, nombrando en su lugar a Hugo Fóscolo.

La Santa Liga no dio los frutos que era lógico esperar después de victoria tan ruidosa como la de Lepanto, porque los venecianos, una vez fallecido San Pío V, encontraron más cómodo aliarse con el turco que combatirlo. Ya por culpa de ellos, y después de haberla solicitado también, se deshizo otra Liga anterior, en tiempo de Carlos V (1538).

Bien lo pagaron; pues setenta años después, en cuanto rehicieron su marina los turcos, sitiaron y se apoderaron de Candía (1645-1669) y de las demás colonias venecianas en Oriente.
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5
Omitimos el relato de uno de los actos más salientes de la indisciplina del envidioso Veniero, así como las disposiciones para la batalla, que Salgari cuenta
novelesca
y no verdaderamente, por haberse dicho de ello lo suficiente en la nota anterior.
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6
Clavándole el espolón de su proa "hasta el cuarto banco de remeros", por un costado.
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7
Históricamente
, Veniero ni abordó ni entró en la galera de Alí Bajá. Esta recibió refuerzos de dos más, y en lo más recio de la pelea, cuando ya no había "ni línea ni formación, ni derecha, ni izquierda, ni centro", cuando estaban más comprometidos los cristianos y herido el mismo don Juan, Colonna clavó el espolón de su capitana en la popa de Alí, y el marqués de Santa Cruz el suyo por un flanco, decidiendo la victoria.
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Veintiseis. Había nacido en 1545.
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9
Algunas menos, puesto que entre todas no llegaban a trescientas, y lograron escapar unas treinta.
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10
"La más alta ocasión que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros", dice de esa batalla Cervantes, que se batió en ella y quedó manco, como es sabido.
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11
Recuerdese lo dicho en las notas anteriores. Candía no fue expugnada hasta 1669.
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