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Authors: Mario Vargas Llosa
Sansón, callado hace rato, vuelve a manifestar su contento o descontento, hinchando el plumaje y chillando. Nadie dice nada. Urania coge su vaso, pero está vacío. Marianita se lo llena; nerviosa, derrama la jarra. Urania bebe unos sorbos de agua fresca.
—Espero que me haya hecho bien contarles esta historia truculenta. Ahora, olvídenla. Ya está. Pasó y no tiene remedio. Otra lo hubiera superado, quizás. Yo no quise ni pude.
—Uranita, prima, qué tú estás diciendo —protesta Manolita—. ¿Cómo que no? Mira lo que has hecho. Lo que tienes. Una vida que envidiarían todas las dominicanas.
Se incorpora y va hacia Urania. La abraza, la besa en las mejillas.
—Me has dejado traspasada, Uranita —la riñe Lucinda, con cariño—. Pero, cómo vas tú a quejarte, muchacha. No tienes derecho. En tu caso sí que vale eso de no hay bien que por mal no venga. Estudiaste en la mejor universidad, has tenido éxito en tu carrera. Tienes un hombre que te hace feliz y no te estorba tu trabajo…
Urania la palmea en el brazo y niega con la cabeza. El loro calla y escucha.
—Te mentí, no tengo ningún amante, prima —sonríe a medias, la voz aún quebrada—. No lo he tenido nunca, ni lo tendré. ¿Quieres saberlo todo, Lucindita? Más nunca un hombre me volvió a poner la mano, desde aquella vez. Mi único hombre fue Trujillo. Como lo oyes. Cada vez que alguno se acerca, y me mira como mujer, siento asco. Horror. Ganas de que se muera, de matarlo. Es difícil de explicar. He estudiado, trabajo, me gano bien la vida, verdad. Pero, estoy vacía y llena de miedo, todavía. Como esos viejos de New York que se pasan el día en los parques, mirando la nada. Trabajar, trabajar, trabajar hasta caer rendida. No es para que me envidien, te aseguro. Yo las envidio a ustedes, mas bien. Sí, sí, ya sé, tienen problemas, apuros, decepciones. Pero, también, una familia, una pareja, hijos, parientes, un país. Esas cosas llenan la vida. A mí, papá y Su Excelencia me volvieron un desierto.
Sansón ha comenzado a pasearse, nervioso, entre los barrotes de su jaula; se contonea, se para, afila el pico contra las patas.
—Eran otras épocas, Uranita querida —balbucea la tía Adelina, tragándose las lágrimas—. Tienes que perdonarlo. Él ha sufrido, él sufre. Fue terrible, hijita. Pero, eran otros tiempos. Agustín estaba desesperado. Podía ir a la cárcel, podían asesinarle. No quería hacerte daño. Pensó, tal vez, que era la única manera de salvarte. Esas cosas ocurrían, aunque ahora no se entiendan. La vida era eso, aquí. Agustín te ha querido más que a nadie en el mundo, Uranita.
La anciana se retuerce las manos, presa de desasosiego, y se mueve en la mecedora, fuera de sí. Lucinda se le acerca, le alisa los cabellos, le da unas gotitas de valeriana: «Cálmate, mami; no te pongas así».
Por la ventanita del jardín, refulgen las estrellas en la apacible noche dominicana. ¿Eran otros tiempos? Oleadas de brisa caliente entran al comedor de rato en rato y agitan las cortinillas y las flores de un macetero, entre estatuitas de santos y fotos de familia. «Eran y no eran», piensa Urania. «Todavía flota algo de esos tiempos por aquí.»
—Fue terrible, pero me permitió conocer la generosidad, la delicadeza, la humanidad de sister Mary —dice, suspirando—. Sin ella, yo estaría loca o muerta.
Sister Mary encontró soluciones para todo y fue un dechado de discreción. Desde los primeros auxilios, en la enfermería del colegio, para cortarle la hemorragia y aliviarle el dolor, hasta, en menos de tres días, movilizar a la superiora de las Dominican Nuns y convencerla de que, festinando trámites, concediera a Urania Cabral, alumna ejemplar cuya vida corría peligro, aquella beca para seguir estudios en la Siena Heights University, en Adrian, Michigan. Sister Mary habló con el senador Agustín Cabral (¿tranquilizándolo? ¿asustándolo?), en el despacho de la directora, a solas los tres, urdiéndolo a que permitiera el viaje de su hija a los Estados Unidos. Y, también, persuadiéndolo de que desistiera de verla, por lo perturbada que estaba después de lo sucedido en San Cristóbal. ¿Qué cara puso Agustín Cabral ante la sister? Urania se lo ha preguntado muchas veces: ¿de hipócrita sorpresa? ¿de malestar? ¿de confusión? ¿de remordimiento? ¿de vergüenza? Ni ella había preguntado ni sister Mary se lo dijo. Las monjas fueron al consulado norteamericano a conseguir la visa, y pidieron audiencia al Presidente Balaguer, para que acelerara la autorización que los dominicanos debían recabar para salir al extranjero, un trámite que demoraba semanas. El colegio pagó su pasaje, en vista de que el senador Cabral se había vuelto insolvente. Sister Mary y sister Helen Claire la acompañaron al aeropuerto. Cuando el avión despegó, lo que más les agradeció Urania fue que cumplieran su promesa de no dejarla ver a papá, ni siquiera de lejos. Ahora, les agradecía también haberla salvado de la cólera tardía de Trujillo, que la hubiera podido dejar confinada en esta isla o enviado a alimentar a los tiburones.
—Es tardísimo —dice, mirando su reloj—. Las dos de la mañana, casi. Ni siquiera he hecho la maleta y mi avión sale tempranísimo.
—¿Te regresas mañana, a New York? —se apena Lucindita—. Creí que te quedarías unos días.
—Tengo que trabajar —dice Urania—. En el estudio, me espera una pila de papeles, de dar vértigo.
—Ahora, ya no será como antes ¿verdad, Uranita? —la abraza Manolita—. Nos vamos a escribir, y contestarás las cartas. De cuando en cuando, vendrás de vacaciones, a visitar a tu familia. ¿Verdad, muchacha?
—De todas maneras —asiente Urania, abrazándola también. Pero, no está segura. Tal vez, saliendo de esta casa, de este país, prefiera olvidar de nuevo esta familia, esta gente, su pasado, se arrepienta de haber venido y hablado como lo ha hecho esta noche. ¿O, tal vez, no? ¿Tal vez querrá reconstruir de algún modo el vínculo con estos residuos de familia que le quedan?—. ¿Se puede llamar un taxi a estas horas?
—Nosotras te llevamos —se levanta Lucindita.
—Yo a ti te voy a querer mucho, tía Urania —le susurra en el oído y Urania siente que la embarga la tristeza—. Te voy a escribir todos los meses. No importa si no me contestas.
La besa en la mejilla varias veces, con sus labios delgaditos, el picoteo de un pajarito. Antes de entrar al hotel, Urania espera que el viejo automóvil de su prima se pierda en el malecón George Washington, con el fondo de una fila de olas ruidosas y blanquísimas. Entra en el Jaragua, Y, a mano izquierda, el casino y la boite contigua son un ascua: ritmos, voces, música, las máquinas tragaperras y exclamaciones de los jugadores en la ruleta.
Cuando se dirige hacia los ascensores, una figura masculina la intercepta. Es un turista cuarentón, pelirrojo, con camisa a cuadros, pantalón vaquero y mocasines, ligeramente borracho:
—May I buy you a drink, dear lady? —dice, haciendo una venia cortesana.
—Get out of my way, you dirty drunk —le responde Urania, sin detenerse, alcanzando a ver la expresión de desconcierto, de susto, del incauto.
En su habitación, comienza a hacer su maleta, pero, al poco rato, va a sentarse junto a la ventana, a ver las estrellas lucientes y la espuma de las olas. Sabe que no pegará los ojos y que, por tanto, tiene todo el tiempo del mundo para terminar con la maleta.
«Si Marianita me escribe, le contestaré todas las cartas», decide.
Escritor y dramaturgo peruano, MARIO VARGAS LLOSA es uno de los grandes autores contemporáneos en lengua española y uno de los más reconocidos autores de los últimos treinta años. Ganador de premios como el
Cervantes
o el
Nobel
de Literatura, Vargas Llosa también ha destacado como ensayista y autor de piezas teatrales.
Nacido en una familia de clase media, Vargas Llosa pasó varios años de su infancia en Bolivia debido al divorcio de sus padres antes de volver a Perú, donde estudiaría en varios centros, tanto religiosos como militares.
Durante esta época comenzó a escribir, pese al rechazo de su padre a su carrera literaria, y colaboró con diarios mientras terminaba su primera pieza teatral,
La huida del Inca
. Poco después cursó estudios de derecho en San Marcos, donde también tuvo sus primeros contactos con el mundo de la política.
A partir de 1957 podríamos decir que Vargas Llosa comienza su primera etapa literaria, publicando cuentos y relatos mientras trabajaba como reportero. En 1959 acudió a Madrid con una beca y en 1960 se instaló en París.
En 1963 apareció la que sería su primera gran novela,
La ciudad y los perros
, de gran calado autobiográfico y que le significó el
Premio de la Crítica Española
y el
Biblioteca Breve
. Tras este espaldarazo, que le supuso pasar a la primera plana literaria, Vargas Llosa publicó
La casa verde
, libro que consiguió el aplauso unánime de la crítica.
Desde ese momento su producción aumenta y publica obras como
Conversación en la catedral
(1969) o
Pantaleón y las visitadoras
(1977). Ya en los años 80 habría que destacar una de sus novelas más conocidas, La guerra del fin del mundo, que iniciaría una nueva etapa en su estilo y que significaría su primera obra histórica.
Durante los años 80 y 90 del siglo XX, Vargas Llosa dejó a un lado su carrera literaria para abrazar el activismo político, basado en unas posiciones abiertamente liberales, y llegando a presentarse como candidato a presidente del Perú enfrentándose a Alberto Fujimori, quien acabó ganando las elecciones. Vargas Llosa decidió instalarse en España donde le fue concedida la doble nacionalidad peruana-española.
Tras ese periplo, Vargas Llosa retomó con intensidad la literatura y habría que destacar títulos posteriores como
El pez en el agua
(1993),
La fiesta del chivo
(2000) -que fue llevada al cine- y también
Travesuras de la niña mala
en 2006.
En cuanto a los premios recibidos por Mario Vargas Llosa a lo largo de su carrera, estos son muy numerosos e importantes. Además de los mencionados
Cervantes
y
Nobel
, Vargas Llosa ha recibido galardones como el
Príncipe de Asturias de las Letras
, el
Planeta
de 1993, incontables Honoris Causa, o el
Biblioteca Breve
de 1963.