La Estrella (21 page)

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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

BOOK: La Estrella
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El muchacho lo reconoció al instante; era el Cazador, uno de los Caminantes más fieles a las normas y que, por lo tanto, más manía le tenía. Habían discutido numerosas veces, hasta tal punto que la gente los había tachado de irreconciliables.

Nicar escrutó al Secuestrador intentando leerle el pensamiento, y finalmente respondió:

—Por supuesto. ¡Ah! Y deja que el muchacho te acompañe.

—¿Qué? —se sorprendió el hombre.

—Creo que ya va siendo hora de que hagáis las paces. Además, os será de gran ayuda. Recuerda que sigue siendo un Caminante de la Estrella, y que, a pesar de sus extravagantes ideas, siempre ha estado de nuestro lado.

—Pero, señor… —trató de hacerlo entrar en razón.

Nicar se giró, ignorando su protesta.

El muchacho y el Cazador salieron de la tienda y caminaron en silencio por el campamento durante unos minutos hasta que éste le advirtió en un tono amenazante:

—No me tomes por tonto, sé muy bien qué es lo que te propones y no permitiré que te salgas con la tuya.

Acto seguido, entraron en otra de las carpas. Había cinco Caminantes más en su interior.

—¡Preparad la Esfera! —les ordenó.

Los cinco asintieron al unísono y obedecieron sin rechistar. Primero liberaron un cofre de bronce que se encontraba encajado bajo la estructura de una mesa. Después, lo abrieron con sumo cuidado, empleando una larguísima llave protegida por uno de los guardianes. Más tarde, se aseguraron de que la Esfera yacía envuelta en el interior de un paño de seda exquisitamente decorada, cerraron de nuevo el cofre, dieron varias vueltas a la llave y lo cargaron entre dos.

—¡Vamos! —gritó—. ¡En formación circular! No podemos permitir que nadie se le acerque demasiado.

—¡Si, señor! —respondieron a coro una vez más.

El muchacho tragó fuerte. Sabía que su parte del plan era la más arriesgada, pero no había contado con que tendría que enfrentarse a seis de los Caminantes mejor preparados.

***

Una sombra se introdujo en el campamento sigilosamente. Una vez en el interior, la silueta echó a caminar tratando de imitar los movimientos del resto de Errantes. Cuando la luz de la luna alumbró su rostro, los ojos dorados de Lan brillaron con intensidad. La muchacha vestía ahora como uno de ellos; su piel, oscurecida por el volcán, pasaba desapercibida en la penumbra de la noche, se había pintado una estrella falsa en el dorso de la mano y había renunciado a su larguísima melena, cortándosela a ras de cuello para no ser reconocida.

Aunque la muchacha tenía ahora el aspecto de un Caminante de la Estrella, nadie le garantizaba que no fueran a descubrirla. Paseó entre la primera hilera de carpas con naturalidad, cuidándose de no mostrar demasiado el rostro, y finalmente se dirigió a la tienda que le había indicado su cómplice secreto.

"Es aquí", pensó para sus adentros, sabiendo que existía la posibilidad de que se tratara de una trampa.

Reflexionó por última vez sobre lo que estaba a punto de hacer y entonces se percató de que ella era la pieza clave; si fallaba, daría al traste con el resto del plan. Una vez en el interior de la tienda, encontró una silueta sentada de espaldas que no tardó en reconocer.

—¡Tú! —exclamó.

La pelirroja se giró y después torció el gesto como un perro decidiendo qué hacer con su juguete nuevo.

—Te estaba esperando —dijo con voz sombría.

La muchacha enmudeció. ¿Los habían traicionado?

***

Al mismo tiempo, el rey Mezvan replegó a su guardia dispuesto a acabar con el terrible fuego que amenazaba con extinguir el antídoto para las Partículas.

El Verde observaba atento cada uno de los movimientos, calculando si el tiempo que estaba logrando entretenerlo sería suficiente para que su hijo y la humana llevaran a cabo su parte del plan.

***

El Secuestrador mantuvo la formación hasta que llegaron al establo de wimos. Una vez allí, ayudó al resto de guardianes a cargar el cofre en las alforjas y se limitó a esperar el momento adecuado.

—Ábrelo otra vez —pidió el jefe a uno de sus secuaces.

—No es necesario, señor.

—Yo decidiré qué es o no necesario —lo reprendió.

El guardián sacó rápidamente la llave, abrió el cofre y comprobó que la Esfera seguía en su interior.

—Bien —aprobó—, ahora la vigilaremos hasta que amanezca y…

El muchacho vio su oportunidad y asestó una fuerte patada al cofre antes de que el guardia lo cerrara de nuevo.

—Pero ¡¿qué diablos haces?!

El Errante empujó a uno de sus compañeros y forcejeó con otro. Al instante, el Cazador lo agarró del cuello para estrangularlo, pero el muchacho supo reaccionar a tiempo y se zafó golpeándolo en la entrepierna. Sin pensárselo dos veces, recogió la Esfera, que aún permanecía envuelta en el paño de seda, y huyó desesperado.

—¡Rápido! ¡Detenedlo! —ordenó furioso el Cazador.

***

Lan seguía boquiabierta. La pelirroja, su única amiga entre los Caminantes, se encontraba ahora frente a ella, sosteniendo la verdadera Esfera.

—Me ha resultado muy difícil dar el cambiazo. Protégela con tu vida si es necesario, y, por lo que más quieras, entrégasela a El Verde… No nos falléis; sois nuestra única esperanza.

¿Qué le habría dicho El Verde a esa mujer para que cambiara radicalmente de actitud? La pelirroja era una devota Caminante, la última persona que Lan habría creído capaz de traicionar a su pueblo. La mujer envolvió el objeto con un paño ajado y lo dejó con cuidado sobre la alfombra.

Lan se agachó para recoger el mapa y, cuando lo sostuvo por primera vez, se sintió aliviada. Como si el poder que encerraba ese cachivache pudiera devolverle a su madre. Ahora sólo tenía que salir con vida de allí.

—Gracias —le agradeció con los ojos anegados.

La pelirroja hizo una mueca de felicidad y le advirtió:

—Mi Guía os había tendido una trampa magistral, pero… por una vez, el ratón ha sido más inteligente que el gato.

***

La guardia de Mezvan apenas llegaba a la veintena de hombres, aunque la mayoría estaban bien entrenados. Todos seguían ciegamente a su rey y no dudaron ni un instante en introducirse en aquel bosque llameante cargando contenedores de agua y todo tipo de artilugios para extinguir incendios. Mientras tanto, El Verde seguía rogando al cielo para que su artimaña durara lo suficiente.

Lan caminó por el campamento con disimulo, buscando una de las salidas que había memorizado previamente. Contempló por última vez las vacas peludas descansando en los establos, las carpas brillando con el titilar de las velas que prendían en su interior y el aroma de la mezcla de inciensos. Traicionar a aquel pueblo no le estaba resultando una tarea fácil, pero era absolutamente necesario.

—¡Vamos! ¡Cogedlo! —escuchó a lo lejos.

La muchacha se giró, reconociendo al Secuestrador en la distancia. Al mismo tiempo, el muchacho obtuvo la confirmación visual que estaba esperando y siguió corriendo como un loco.

El plan parecía estar funcionando según lo previsto: no había ni rastro de la guardia de Mezvan y el chico había robado el señuelo de Nicar para distraer la atención sobre Lan, portadora de la verdadera Esfera que había sustraído su cómplice, la pelirroja.

El hijo del El Verde se introdujo en las callejuelas más estrechas de la ciudad para despistar al grupo de Caminantes, pero para su desgracia lo superaban en número y astucia. Sabía que tarde o temprano lo atraparían, y aun así decidió seguir fielmente el plan elaborado por su padre.

El muchacho decidió esconderse tras un contenedor de lava con la esperanza de dar esquinazo a sus perseguidores. Luego permaneció en el más absoluto silencio para no delatar su posición.

El Cazador avanzó con firmeza. Miraba de un lado a otro, intentando no pasar por alto ningún detalle. Hacía tiempo que quería darle a ese muchacho su merecido y no iba a perder la oportunidad. Tenía que capturarlo para acabar con ese estúpido juego de una vez por todas.

—¡Sé que estás ahí! —le gritó—. ¡Es inútil que te escondas!

Silencio.

—¡Vamos! Podemos olvidar lo sucedido. Ya sabes que nuestro Guía es muy comprensivo con este tipo de arrebatos.

Nuevamente, silencio.

El hombre bufó hastiado y entonces de dirigió a uno de sus ayudantes con voz sombría:

—¡Bah! Esto es puro teatro. Capturadlo y acabamos con esto de una vez, pero recordad que, antes de conducirlo a nuestro Guía, tengo cuentas pendientes con él.

El Secuestrador escuchó la conversación de su perseguidor y supo que no podría retenerlos más tiempo; su misión había concluido, tenía que huir. Había sido consciente desde el principio de que aquella Esfera era en realidad una burda réplica, así que sonrió satisfecho y pensó en Lan. ¿Habría conseguido ellas salirse con la suya?

***

La muchacha logró escapar del campamento sin llamar la atención, pero una vez en la ciudad todo se había complicado. Aún iba vestida como una Errante y la gente no dejaba de señalarla y sorprenderse a su paso. ¿Qué hacía una Intocable vagando a esas horas por Rundaris?

Aunque Lan bajó la cabeza tratando de pasar desapercibida, no reparó en un pequeño detalle.

—¡Oh! Lo siento señorita, ha sido culp… —se interrumpió el anciano.

La muchacha abrió los ojos como platos al descubrir la gravedad del error.

—¡Por el Gran Linde! ¡La he tocado! —exclamó aterrado el viejo—. ¡He tocado a una Intocable!

—No, en realidad apenas me ha rozado… — trató de solucionar el entuerto.

—¡Voy a morir! ¡He tocado a una Intocable! —siguió gritando— ¡Oh, noo…! No, no, ¡no! —gimoteó desconsolado.

—No se preocupe. No me ha…

Ya era demasiado tarde, la gente se había arremolinado a su alrededor para comprobar si lo que decía el viejo era cierto.

Había fallado. Los gritos delataron su posición.

—¡No es posible! —exclamó uno de los presentes.

El Cazador se encontraba próximo al alboroto.

—¡Es una farsante! —escuchó a lo lejos.

El Secuestrador descubrió que se referían a Lan, así que salió de su escondrijo y trató de llamar la atención de sus perseguidores.

—¡Atrapadla!

Por desgracia, la única vía de escape conducía, inevitablemente, a la calle donde se encontraba Lan.

—¡Oh, no! —maldijo el muchacho.

El Cazador contempló de lejos la escena, comprendiendo al fin lo que estaba sucediendo realmente.

—Era una trampa —dedujo al observar que la muchacha sostenía entre sus manos un objeto similar al del chico —. ¡Era una trampa! ¡Olvidaos de él! ¡Detened a la chica! —ordenó una vez más.

Lan se asustó y trató de abrirse paso entre la muchedumbre. Ahora la gente sabía que no era una Caminante, así que se podía permitir el lujo de apartarlos a empujones.

Empezó a llover.

Siguió corriendo con desesperación, tratando de evitar a sus perseguidores.

Era lluvia ácida. Los rundaritas abrieron sus paraguas de metal.

A lo lejos vio al muchacho y comprobó que estaba bien. Perdió la concentración durante unos segundos, y de pronto, se topó con uno de los guardias Errantes.

—¡Te pillé! —dijo éste, cortándole el paso.

Lan apretó los dientes con rabia, pensando rápidamente en cuál debía de ser su próximo movimiento; tendría que improvisar.

—Vamos, el juego ha terminado —insistió el guardián.

Inesperadamente, la muchacha se dio por vencida y dijo:

—Bien, de acuerdo —bufó—. Vosotros ganáis, pero… cogedme si podéis.

—¿Qué? —se extrañó.

—Vamos… ¡tocadme! —los desafió con voz sombría.

El hombre abrió los ojos de par en par, completamente desconcertado.

—Pero… ¿qué pretende? —murmuró.

La lluvia seguía cayendo sin cesar. Lan se cubrió la cabeza con la capucha de su traje.

—Si me atrapáis estaréis condenados, ¿verdad? —siguió jugando sus cartas—. Seréis castigados. No podéis tocarme.

Los Caminantes cerraron coléricos los puños, reconociendo que el ingenio de la muchacha los había superado.

De pronto el Cazador se le iluminó el rostro y dijo:

—No creas que vas a salirte con la tuya tan fácilmente.

Acto seguido, el ejército de Mezvan abarrotaba las calles.

—Ellos son humanos. Como tú —le indicó con malicia.

Lan lo maldijo para sus adentros e hizo lo único que se le ocurrió: se coló entre las piernas de uno de los guardias y siguió corriendo.

—¡Vamos! ¡Huye! ¡Es lo único que puedes hacer! —gritó el Cazador burlonamente, sabiendo que la muchacha no tenía escapatoria.

Mientras tanto, el Secuestrador se deshizo de la Esfera falsa, que ya de nada le servía, y empezó a correr tras ella. La guardia de Mezvan les pisaba los talones, aunque la gente que transitaba las callejuelas, a la que no podían tocar, les impedía avanzar con rapidez.

De improviso, escucharon una voz en las alturas que les resultó familiar.

—¡Laaan! ¡Vamos, sube!

Sin dejar de correr, Lan miró hacia arriba y encontró a su amigo, Nao, de pie en el tejado de un edificio. No se lo podía creer. Sin pensárselo dos veces, la muchacha trepó por una escalerilla hasta alcanzarlo.

—Pero, ¿cómo has…?

—No hay tiempo para explicaciones —la cortó—. ¡Vamos!

Y entonces empezaron a corretear por los tejados, como cuando eran unos niños.

—¡Síguenos! —gritó Lan al Secuestrador.

Aquella situación le pareció de lo más irónica. Antes corría por los tejados para no perderse ni una palabra de los relatos que contaban las mismas personas de las que ahora intentaba escapar.

Aunque la idea de Nao les había dado algo de ventaja, el ejército conocía la ciudad como la palma de la mano y poseía todo tipo de armas de largo alcance.

Nao se ayudaba de brazos y piernas para deslizarse y saltar de un lado a otro como solo él sabía, pero ni aun así podía seguir el ritmo de su amiga. Poco a poco fue disminuyendo la velocidad hasta que se detuvo un instante y se apoyó sobre la rodilla para recuperar fuerzas. El muchacho tomaba rápidas bocanadas de aire mientras se tocaba las costillas fracturadas bajo la camiseta y se reprimía un gemido de dolor. Lan lo ayudó a ponerse en pie mientras el Secuestrador por fin les alcanzaba, saltando de un tejado a otro bajo la lluvia, evitando las flechas que los soldados les disparaban y sorteando con agilidad las estructuras metálicas que componían aquella extraña ciudad.

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