La esquina del infierno (42 page)

Read La esquina del infierno Online

Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: La esquina del infierno
6.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

El agente de seguridad británico con la chaqueta de camuflaje, que parece que camina por arenas movedizas. Estaba detrás de Stone cuando empezaron los disparos. Stone abrió los ojos y miró hacia el norte, hacia el hotel Hay-Adams y después más allá. Subió piso a piso hasta que su mirada alcanzó la ubicación de los francotiradores. Edificio del gobierno estadounidense. No sabía cómo habían entrado, pero lo habían hecho. Querían que Stone se tropezase con detalles que aparentaban ser la verdad, pero que no lo eran. Pero no querían que encontrase la conexión con el edificio gubernamental. Inconscientemente había ido hacia la derecha en lugar de hacia la izquierda como ellos habían esperado. Por eso les habían intentado matar a Chapman y a él poco después.

Lo que significaba que siempre les vigilaban.

Stone cerró los ojos de nuevo y vio la primera bala, que impactó unos metros a su izquierda. Después más balas que rebotaban en el suelo. Por todas partes se oían sonidos metálicos y silbidos. Se tiró al suelo boca abajo. El inglés, que estaba detrás de él, había hecho lo mismo. Friedman y Turkekul ya se habían ido del parque. Padilla empezó la lenta carrera en zigzag para salvarse y acabó en el agujero del árbol.

Pum.

Stone abrió los ojos de nuevo y dirigió la mirada a Chapman, que había estado todo el tiempo observándole con los brazos cruzados encima del pecho.

—¿Te pueden arrestar por no presentarte a la vista? —‌preguntó.

—Seguramente —‌contestó Stone con tono de clara indiferencia‌—. Todos los disparos cayeron en la parte oeste del parque —‌señaló.

—Exacto, mencionaste que todas las piquetas blancas estaban en el lado izquierdo, pero no explicaste lo que querías decir con eso.

—Porque no sabía lo que significaba. Pero ¿por qué? ¿Por qué cayeron todos los disparos a ese lado?

Como respuesta Chapman señaló el edificio gubernamental.

—Simplemente la ubicación del francotirador. Desde allí había un claro campo de tiro. Podían ver por encima de los árboles.

—También podían ver por encima de los árboles en la parte derecha. De hecho, podían disparar a través de las copas de los árboles. ¿Para qué necesitaban un claro campo de tiro? Es evidente que no apuntaban a nadie.

Chapman iba a decir algo, pero se calló.

—Pero esa no es la cuestión más importante —‌señaló Stone.

—¿Y cuál es la cuestión más importante? —‌preguntó ella.

—¿Cuál era la prueba?

Parecía confundida.

—¿Qué prueba?

—Creo que ya sé lo que Tom Gross le iba a preguntar a Steve Garchik. Garchik dijo que a los terroristas les gusta probar los explosivos para asegurarse de que funcionan. Creo que Lafayette Park era la prueba, pero ¿qué probaban? En un principio pensamos que la bomba debía haber explotado en otro momento, en otro evento, pero que estalló por equivocación. Después pensamos que podía haber sido un ensayo. Sin embargo, estas dos hipótesis son incompatibles. Es una o la otra. Las dos no.

Chapman empezó a decir algo otra vez, pero de nuevo se calló.

—¿Un ensayo? Como dijo Garchik, la parte de la bomba siempre funciona. Lo que fallan son las conexiones, pero ¿te arriesgarías a detonarla en Lafayette Park solo para comprobar las conexiones?

—No —‌respondió Chapman automáticamente‌—. Se tomaron demasiadas molestias.

—Exacto, demasiadas molestias.

—Entonces, ¿qué? Mencionaste que tenía que ver con los perros. Supongo que te refieres a los perros rastreadores de explosivos.

—Sí. ¿Dónde está tu ordenador portátil?

Chapman abrió el bolso y lo sacó. Caminaron hasta un banco y se sentaron.

—Pon el vídeo de la noche de la bomba —‌indicó.

Eso hizo.

—Pasa la parte anterior a los tiros.

Chapman pulsó algunas teclas y apareció la imagen.

—Páusala aquí.

Apretó la pausa.

Stone se levantó y señaló el extremo noreste del parque.

—Padilla entró en el parque en ese punto.

Chapman bajó la mirada a la pantalla y después la dirigió al lugar que él señalaba.

—Exacto.

—¿Por qué ese lugar?

—¿Y por qué no?

—Hay muchos lugares para entrar en el parque. Acuérdate de que Carmen Escalante dijo que su tío iba a comer a su restaurante favorito en la calle Dieciséis. Esa calle está al oeste de la Casa Blanca, no al este. Si venía andando desde la calle Dieciséis habría llegado primero a la parte oeste del parque, no a la parte este. Entonces, ¿por qué no entró por la parte este?

—Quizás había ido a otro lugar. Nunca seguimos la pista del restaurante donde cenó. O puede que sí cenase allí y después fuese a tomar una copa a algún lugar que estuviese en la parte este del parque.

—O quizá —‌dijo Stone mientras señalaba la pantalla‌—. Quizá tuvo que entrar en el parque por la parte este debido a esto.

Chapman miró lo que señalaba el dedo.

—¿Porque ahí es donde está apostada la policía, eso es lo que quieres decir?

—No, porque ahí es donde estaba el perro detector. Pasa el vídeo.

Chapman pulsó la tecla de reproducción. Padilla caminaba a treinta centímetros del perro. De hecho, parecía que se desviaba de su camino para pasar cerca del perro.

—¿Pero qué importancia tiene eso? El perro no hizo nada.

—Tú eres inglesa. ¿Alguna vez has leído el relato de Sherlock Holmes titulado Estrella de plata?

—Lo siento, pero no he leído los relatos.

—Es igual, en ese relato Holmes sacó muchas conclusiones gracias al curioso incidente del perro durante la noche.

—¿Por qué, qué hizo el perro?

—Absolutamente nada. Y como indicó Holmes, ese fue el curioso incidente.

—Lo único que estás consiguiendo es confundirme más.

—La prueba, Mary, consistía en pasar al lado del perro y que no reaccionase. Que no hiciese nada en realidad.

Tardó unos segundos, pero la expresión del rostro de Chapman se tornó en sorpresa.

—¿Estás diciendo que la bomba no estaba en el cepellón del árbol, sino que la llevaba Padilla?

—Sí. Un kilo de Semtex podría haber causado los daños que ocurrieron. Podía haberlo transportado fácilmente en su cuerpo.

—¿Y los trozos de cuero de la pelota?

—Nunca hubo pelota. Ya llevaba los trozos de cuero en el bolsillo. El vivero de árboles, George Sykes, los aros de baloncesto, John Kravitz: todo fueron pistas falsas. —‌Y añadió‌—: Pistas falsas cuidadosamente investigadas. Cuando supieron que el árbol venía de Pensilvania también se enteraron del oscuro pasado de Kravitz. —‌Miró el edificio de oficinas desde donde dispararon‌—. Y eso explica por qué los disparos solo venían de la parte oeste. No podían arriesgarse a alcanzar a Padilla. Si el perro hubiese estado en la parte derecha, Padilla habría pasado por su lado y después se habría dirigido a la parte este. Porque ahí es donde estaba el agujero. La otra pieza fundamental.

—¿Estás diciendo que se lanzó al agujero y después se hizo explotar?

—La única razón plausible para que corriese y se tirase al agujero para empezar era que parecía que corría para salvarse. El agujero era en realidad su madriguera. Los disparos eran el catalizador. No tenía otra razón para hacerlo. Por eso necesitaban los disparos. Para darle una razón para que corriese y saltase en el agujero. De no ser así, si se hubiese limitado a detonar los explosivos fuera, todos sabríamos de dónde provenía la bomba. El que saltase en el agujero del árbol nos hizo pensar que la bomba estaba en el arce. Donahue les dijo cuándo rellenarían el agujero. Tenían esa noche para hacerlo. Después nosotros descubrimos todas las pruebas que habían colocado.

—Espera un momento, Garchik dijo que era imposible engañar a los perros. ¿Cómo pudo Padilla pasar al lado del perro con una bomba en el cuerpo?

—Garchik ya nos lo dijo. Probablemente esa era la otra cosa que Gross quería preguntarle. ¿Qué nos dijo Garchik sobre los olores?

—Que no se podían disimular ante un perro.

—Y también dijo que los olores eran moleculares. Esa es la razón por la que nada puede contenerlos. Por eso los perros huelen sustancias colocadas en el interior de contenedores de acero cerrados, cubiertos con pescados apestosos y envueltos en kilómetros de plástico.

—Exacto.

—¿Y qué hemos aprendido sobre los nanobots?

—Que son una putada. —‌Se calló, boquiabierta‌—. Y que también son moleculares.

—Exactamente. También son «moleculares».

—¿Estás diciendo que utilizaron los nanobots para crear un nuevo tipo de explosivo? ¿El que hace el número diecinueve mil uno, por ejemplo?

—No. Parece que los restos de explosivos que encontró la ATF son usuales. Nada revolucionario en absoluto y eso es lo que hace que todo esto resulte mucho más genial. Utilizaron los nanobots para cambiar el olor típico de las sustancias explosivas a nivel molecular. Seguían teniendo intención de que explotase, pero ya no olería como otras sustancias que los perros estaban adiestrados para husmear. Así es como Padilla pudo pasar cerca del perro. Esa era la prueba. Pasar por delante del hocico del perro con una bomba sujeta al cuerpo. Y lo lograron.

—Pero ¿por qué iba a hacerlo? No es ruso. Es mexicano.

—Mary, ¿dónde estaban todas las pruebas que señalaban a los rusos?

—La pistola y la lengua extraña que hablaban. Y … —‌Se calló‌—. Todo ha sido una invención. Para que pareciese que los rusos estaban implicados.

—Sí.

—Pero se voló por los aires. ¿Por qué? ¿Qué razón podía tener? Tú lo has dicho. Se infiltraron en el lugar más protegido del mundo sin motivo aparente.

—No, lo hicieron por un motivo. Un muy buen motivo. Vamos.

—¿Adónde?

—A visitar a Carmen Escalante. Y a ver si llegamos antes de que la maten a ella también.

84

Nadie contestó cuando llamaron a casa de Carmen Escalante. Chapman se apartó de la puerta de entrada y miró por la ventana.

—¿Crees que se ha ido para siempre? ¿O que alguien se la ha llevado?

Stone atisbó por la ventana que estaba a la izquierda de la puerta.

—Parece que vive alguien. Puede que haya salido.

—Así que Padilla se voló por los aires. ¿Por qué?

—Para eso estoy aquí. Para preguntarle a Carmen si por casualidad sabe por qué.

—¿Así que crees que ella también está metida en esto?

Stone no le contestó enseguida, básicamente porque no sabía qué responderle.

—No lo creo, pero no hay garantía.

—Pero si no está metida en esto, no podrá ayudarnos.

—No necesariamente.

Stone se dirigió a la parte posterior de la casa y Chapman le siguió.

—¿Qué quieres decir? —‌preguntó.

—Ahora sabemos o al menos tenemos muchas razones para sospechar que Padilla llevaba los explosivos. Ahora podemos hacerle preguntas que antes no podíamos. Si ella está implicada, lo sabremos enseguida. Entonces podremos detenerla e interrogarla oficialmente. Incluso aunque no esté implicada, quizá pueda decirnos algo que nos ayude. Algo que su tío hubiese mencionado. Algo que haya oído sin querer. Visitas que haya recibido aquí.

Stone probó la puerta trasera, pero estaba cerrada.

Chapman presionó la cara contra la ventana de atrás y miró el interior.

—Nada. Pero podría estar muerta y que el cadáver no se viese. ¿Entramos?

Stone ya había sacado del bolsillo un par de instrumentos delgados.

—Es un cerrojo de seguridad. Llevará un poco de tiempo.

Chapman dio un golpe al cristal con el codo, pasó la mano por la hoja rota y abrió la cerradura.

—Mi método es más rápido.

Stone recogió con lentitud las herramientas para abrir cerraduras.

—¿El allanamiento de morada es algo habitual en tu profesión?

—Solo cuando estoy aburrida.

Entraron por la puerta y accedieron a una cocina pequeña.

—Alimentos en el frigorífico y platos sucios en el fregadero —‌señaló Chapman mientras miraba todo.

Stone se fijó en los restos de comida.

—Desayuno, probablemente de hoy.

Con las pistolas desenfundadas, pasaron al vestíbulo y registraron la planta principal con rapidez.

—Bien, no hay cadáveres en esta planta —‌dijo Chapman‌—. Vamos a mirar arriba.

Los dos minutos de registro de la planta superior no aportaron nada.

Chapman echó un vistazo a la ropa que había en el armario de la joven.

—Aquí hay algunas cosas bonitas. A lo mejor la han sobornado. Esa historia de las donaciones puede que sea una sarta de mentiras.

Stone señaló las muletas que había en la esquina.

—¿Cómo puede caminar sin ellas?

Chapman las examinó.

—Son las viejas. ¿Te acuerdas de que dijo que le iban a dar un par nuevo?

Stone echó un vistazo a la habitación.

—Bien, Padilla estaba involucrado. Los latinos de Pensilvania estaban involucrados.

—Y también están muertos. Sea quien sea su jefe, no es muy leal que digamos.

—O simplemente exige el sacrificio supremo a su gente —‌repuso Stone.

Fueron de nuevo abajo.

—¿Esperamos a que regrese? —‌preguntó Chapman.

Stone negó con la cabeza.

—Tengo la sensación de que esta casa está vigilada. Así que ya saben que otra vez estamos interesados en la chica.

—¿Quieres decir que es posible que acabemos de firmar su sentencia de muerte?

—Si pudiésemos averiguar adónde ha ido …

Salieron por la puerta trasera y anduvieron hasta la puerta principal. Stone miró la calle arriba y abajo.

—Parece el típico vecindario donde tiene que haber alguna amable viejecita atisbando por la ventana para ver qué pasa —‌sugirió Chapman.

—Buena idea. Tú te ocupas de esta parte de la calle y yo de la otra.

En la cuarta casa que Chapman probó, abrió la puerta una diminuta señora negra de cabello blanco y de unos setenta años.

—La he visto fisgonear. Estaba a punto de llamar a la policía, pero de pronto se me ha ocurrido que a lo mejor era usted policía —‌explicó con total naturalidad‌—. No hay muchas personas con su aspecto paseándose por aquí.

Chapman le mostró su placa y llamó a Stone para que se acercase.

—Este es mi compañero —‌le dijo a la anciana‌—. Estamos intentando averiguar dónde está Carmen Escalante. Es la joven de las muletas cuyo tío …

La mujer la cortó en seco.

—Veo las noticias. He visto a Carmen por aquí, pero ahora no está en casa.

Other books

Southside (9781608090563) by Krikorian, Michael
A Few Quick Ones by P G Wodehouse
Cloud Cuckoo Land by Anthony Doerr
See Jane Die by Erica Spindler
Jinxed by Beth Ciotta
The Death Trust by David Rollins
Kick by Walter Dean Myers
North Sea Requiem by A. D. Scott