La Espada de Disformidad (5 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La Espada de Disformidad
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Cuando Malus oyó el tintineante chocar del acero y los alaridos de los heridos, no dudó en hacer que
Rencor
girara en esa dirección, ya que sus temores de antes habían quedado eclipsados por la morbosa celebración de las aves.

Avanzó por una larga calle recta, seguro de que la lucha tenía lugar justo delante. Momentos después, Malus llegó a una curva de ciento ochenta grados, y de pronto se encontró con que descendía la colina. Con un gruñido, tiró de las riendas de
Rencor
y lo hizo girar en el estrecho espacio para volver sobre sus pasos, y a continuación cogió otra calle que parecía rodear la ladera de la colina, aproximadamente en dirección a la batalla.

La calle que había escogido no tenía salida y acababa en un tramo donde se apilaban huesos viejos y blancos cráneos limpios. Un solitario druchii anciano se hallaba de pie ante la barandilla de un balcón alto, y miraba con ferocidad mientras Malus hacía girar a
Rencor
. El gélido derribó pilas de huesos que aplastó con las patas, y lanzó dentelladas irritadas al manto de fino polvo que se alzó de ellos. El noble gruñó y espoleó al nauglir para que se lanzara al trote ligero, ansioso por librarse de la fija mirada del silencioso anciano.

Estuvo a punto de pasar por alto el estrecho callejón al avanzar tan de prisa por la calle. Malus captó un atisbo de él y tiró de las riendas con tal brusquedad que
Rencor
gruñó, colérico, y reculó por el empedrado. El callejón parecía dirigirse hacia la lucha, y era apenas lo bastante ancho para que el nauglir pasara apretadamente, hasta tal punto que Malus tuvo que subir las piernas y apoyar los pies en el borrén de la silla mientras la bestia de guerra lo recorría.

El callejón se cruzaba con otra calle que parecía ascender por la colina en diagonal. Malus tiró de las riendas mientras maldecía en voz baja aquel maldito laberinto. Entonces oyó, justo delante, el inconfundible sonido de una espada que hendía carne, y un alarido agónico.

—Despacio ahora,
Rencor
—dijo Malus en voz baja al tiempo que presionaba los costados del gélido con las espuelas.

Giraron en el cruce y avanzaron apenas una docena de metros hasta la primera curva. Como era de prever, la calle acababa en un punto sin salida, unos diez metros más adelante. Era allí donde los asesinos habían acorralado a las presas.

Eran cinco los que habían sido acorralados contra el liso muro del fondo de la calle, pero sólo uno permanecía aún en pie y sangraba por una veintena de heridas profundas. Seis druchii se enfrentaban a él; naturales de la ciudad, dedujo Malus, por la similitud de los ropones oscuros que vestían. Llevaban el pálido semblante pintado con sangre seca —el sigilo de cinco dedos del Dios de Manos Ensangrentadas—, y empuñaban una mezcla de hachas, garrotes y cuchillos. La víctima vestía un kheitan de noble y un peto de acero, y luchaba con un cuchillo en una mano y un hacha de mango largo en la otra. A pesar de las heridas, el druchii rugía como un nauglir a los atacantes y hacía girar el hacha en mortíferos círculos que hicieron retroceder a los agresores. Tenían buenas razones para mostrarse prudentes; otros cuatro yacían tendidos sobre el empedrado, destripados por obra de la feroz hacha.

Malus vio que los naturales de la ciudad cedían terreno ante el hombre y se mantenían justo a la distancia suficiente para evitar que el hacha los alcanzara, pero lo bastante cerca como para atacarlo si tenían la oportunidad. Lo único que tenían que hacer era esperar, pensó el noble. El que blandía el hacha ya estaba tan blanco como el mármol de Har Ganeth, y tenía la ropa oscurecida y pesada, empapada en su propia sangre. Dentro de muy poco se volvería más lento, vacilaría, y entonces los cuchillos se le clavarían.

El noble estaba a punto de marcharse cuando vio la pila de zurrones de tela colocados ordenadamente uno junto a otro contra la pared lisa que se alzaba detrás del asediado druchii del hacha. Era uno de los fieles.

Malus se deslizó silenciosamente de la silla de montar y se acercó a la cabeza de
Rencor
. Señaló a uno de los naturales de la ciudad.

—Ése —le dijo al gélido—. ¡Caza!

Las fauces del gélido se abrieron de par en par mientras avanzaba con asombroso sigilo hacia el desprevenido druchii. El noble escogió una víctima para sí y avanzó en silencio por detrás, con el espadón en alto.

En el último momento, la presa de
Rencor
se puso rígida. Tal vez Khaine le había enviado una premonición, o tal vez simplemente percibió un soplo del aliento de carroñero del nauglir. Se dio la vuelta, con el arma a punto, y apenas tuvo tiempo para gritar antes de que las mandíbulas del gélido lo cortaran por la mitad. Sangre y entrañas regaron el empedrado y el nauglir recogió la parte inferior del cuerpo para devorarla.

Malus atacó en el mismo momento, e hizo volar la cabeza de encima de los hombros del druchii con un solo barrido del espadón. El cuerpo decapitado se desplomó mientras la brillante sangre arterial salía a borbotones por el cuello cercenado, y el noble, con un grito salvaje, saltó hacia el hombre siguiente de la hilera.

Los atacantes supervivientes se recobraron con sorprendente rapidez, y dos de ellos se volvieron hacia Malus al considerarlo la amenaza mayor. Uno de los naturales de la ciudad, con los dientes desnudos en una mueca sedienta de sangre, acometió al noble con un tajo en diagonal dirigido al extremo del hombro derecho. Al mismo tiempo, el segundo lo atacó por la izquierda y lanzó un golpe hacia una rodilla de Malus con un garrote manchado de sangre. Con una odiosa carcajada, Malus calculó la velocidad del hacha y retrocedió en el último segundo, para luego desviar el arma a un lado con un fuerte golpe de espada. El hacha salió disparada hacia el compañero y le partió una espinilla con un crujido. El que empuñaba el garrote cayó boca abajo, con un chillido de angustia, y Malus acabó con el druchii del hacha con un tajo de revés que le abrió la garganta hasta la columna. El noble se volvió hacia el caído y se entretuvo un momento para patearle un costado de la cabeza. Luego se dio la vuelta hacia el fanático herido, pero su oponente ya había caído y le manaba sangre a borbotones por media docena de heridas brutales.

Sonriente de satisfacción, Malus volvió atrás y remató al druchii de la pierna rota. Al del hacha le dedicó una sonrisa de camaradería.

—Ha sido bueno para ti que pasara por aquí cuando lo hice, hermano.

El fanático aún continuaba de pie ante el cadáver del enemigo caído. Tenía la cabeza muy baja y le temblaban los hombros. Sobre la pálida piel del rostro y las manos brillaban regueros de sangre. Inspiró entrecortadamente.

—Tú... tú me has salvado, santo —jadeó el hombre.

Malus se inclinó para limpiar la espada en el pelo del druchii muerto.

—Bueno, confieso que quería hacerte una pregunta...

Si el fanático no hubiese estado medio muerto debido a la pérdida de sangre, el primer tajo habría abierto a Malus desde la coronilla al ombligo. Pero el noble oyó el suave raspar de la bota del druchii y su instinto de batalla lo hizo lanzarse a un lado. El hacha cayó girando y cortó en dos el cadáver, pero el fanático apenas perdió un segundo. Recogió el arma y saltó tras Malus, con una expresión de locura y odio que le deformaba el rostro.

No había tiempo para la confusión ni para gritar órdenes, ya que el hacha, transformada en un borrón carmesí, acometía contra la cabeza, el cuello y el pecho de Malus. La destreza del fanático era increíble, y Malus apenas podía contener la lluvia de golpes de la afiladísima hoja. En la calle resonaba el estruendo del hacha contra la espada como una campana tocada por un demente.

Malus cedía terreno y su cólera aumentaba a cada paso. La hoja del hacha silbó al pasar junto al espadón del noble y le abrió un tajo en la parte superior de la manga izquierda. Sintió que la sangre tibia empapaba la tela de los ropones.

—¿Qué clase de gratitud es ésta? —gruñó.

Pero el druchii no hizo más que redoblar los ataques al tiempo que aullaba de furia. El fanático avanzó de un salto para hacer una finta dirigida al cuello de Malus, y luego continuar con un tajo ascendente destinado a destrozarle la cabeza. El noble apenas logró lanzarse hacia atrás para ponerse fuera del alcance del arma, y sintió que el filo le abría un leve tajo en el mentón al pasar de largo.

—Aun sin brazos puede responder preguntas —sugirió el demonio con voz sedosa.

—Muy cierto —jadeó Malus. Justo en ese momento, el druchii dirigió con saña un tajo hacia la cabeza del noble. Malus se dejó caer sobre las rodillas y el impulso del barrido del hacha hizo que el druchii perdiera el equilibrio. Antes de que pudiera recuperarse, el noble cercenó un pie del atacante justo por encima del tobillo.

El fanático gritó y cayó, sin dejar de acometer a Malus. El hacha le asestó un golpe de soslayo en el brazo derecho, y le dejó un largo tajo desigual allí donde partió los eslabones de la malla. Enfurecido, el noble cayó sobre el sangrante druchii y le cercenó la mano derecha. El acero resonó sobre el empedrado al salir el hacha girando hasta el otro lado de la calle.

—¡Mátame! —gimió el fanático, tembloroso debido a la pérdida de sangre y la desesperación—. ¡Devuélveme mi honor, santo! No he hecho nada para ofenderte.

«No, sólo has intentado convertirme en salchichas», pensó Malus, furioso. Se inclinó sobre el druchii.

—Tu honor no me importa en absoluto, estúpido —le escupió—. Yo sólo quería hacerte una pregunta. Esto te lo has buscado tú mismo.

—¿Yo he hecho esto? ¿Cómo? Si tú no hubieras aparecido, ésos me habrían matado. ¡Hemos estado luchando durante casi una hora.

Era obvio que el hombre deliraba. Malus estaba francamente sorprendido de que aún le quedara sangre que perder.

—Sólo dime una cosa: ¿dónde está la casa de Sethra Veyl? Era cuanto quería saber. Dímelo... —Malus hizo una pausa e intentó pensar en una amenaza adecuada—. Dímelo... o te dejaré vivir.

—¡No! —se lamentó el druchii, cuyos ojos se abrieron de horror.

—Puedo hacerte un torniquete en los muñones y cauterizarte las heridas. Puedo encargarme de que vivas durante mucho tiempo. —No podía creer lo que estaba diciendo.

El fanático miró a Malus como si fuera un monstruo.

—¡De acuerdo, de acuerdo! Su casa está en el barrio noble, cerca de la armería de la ciudad. Una casa con la puerta blanca.

—¿Puerta blanca, dices? —le espetó Malus—. Debería ser fácil de encontrar en este sitio empapado de sangre. —Apoyó la punta de la espada contra el cuello del druchii—. Si me mientes... —El noble hizo una pausa—. Te... Bah, no importa. —Remató al fanático, que murió con una expresión de agradecimiento en los ojos.

Mientras sacudía la cabeza de asombro, Malus se volvió y llamó a
Rencor
.

—En Har Ganeth se perdona la vida a los enemigos y se mata a los amigos —murmuró—. ¿Qué tengo que hacer cuando conozca a Sethra Veyl? ¿Ofrecerme a incendiar su casa?

Por pura suerte —Malus ya no sabía si buena o mala—, la siguiente calle que ascendía por la colina lo llevó directamente al barrio noble. Las calles comenzaban a despertar; de las formidables casas comenzaban a salir sirvientes que iban a hacer recados para sus amos, camino del mercado o tal vez a reaprovisionarse de esclavos tras la juerga de la noche anterior. Los sirvientes avanzaban con determinación, los hombros caídos y la vista baja, sin mirar a nadie a los ojos ni demorarse en la calle durante más de un momento. Esquivaban elegantemente las pilas de cráneos y los cadáveres frescos, y daban un respetuoso rodeo en torno a los gordos y presuntuosos cuervos.

Tardó una hora más en encontrar la armería de la ciudad, donde se guardaban las lanzas y armaduras de la milicia en previsión de la guerra. Malus la tomó como punto de referencia y comenzó a explorar cada una de las calles cercanas, hasta que al fin encontró una vivienda con una puerta inmaculadamente blanca.

Malus desmontó y repasó mentalmente su historia una vez más mientras golpeaba la puerta de roble con un puño.

Pasaron varios minutos. Finalmente, oyó que descorrían un cerrojo y se abría una mirilla. Un ojo oscuro lo contempló desapasionadamente.

—Saludos, hermano —dijo Malus—. He recorrido un largo camino para responder a la llamada de los fieles. Me dijeron que habría sitio para mí aquí.

El ojo lo contempló durante un momento más, y luego la mirilla se cerró. Unos cerrojos más grandes rechinaron en los encajes, y la puerta se abrió. En la entrada apareció una mujer joven ataviada con ropones asombrosamente blancos. Un largo tajo reciente trazaba una línea roja que descendía por un lado de su semblante pálido, y de él aún caía un fino reguero de sangre. La expresión del rostro era inquietantemente serena.

—Bienvenido, santo —dijo con voz mesurada. Malus aguardó. «¿Debo entrar o desenvainar la espada?», pensó.

Se decidió por lo primero. Al atravesar la puerta se halló en un pequeño patio amurallado lleno de druchii armados. Todos llevaban ropones blancos, al igual que la mujer, y escasa o ninguna armadura, aunque cada uno de los fanáticos tenía en la mano una espada desnuda, y estudiaban a Malus con beligerancia apenas disimulada.

Malus evitó cuidadosamente las miradas de los druchii reunidos, y se centró en la mujer herida.

—Necesitaré un sitio para mi nauglir —dijo. Se le ocurrió que casi todos los fanáticos que había visto en el camino viajaban a pie.

—Se te proporcionará —respondió la mujer—. En el barrio hay pozos para nauglirs atendidos por gente de confianza. —Hizo un gesto hacia uno de los hombres armados, que inclinó la cabeza y atravesó el patio a la carrera hasta una escalera que conducía a la casa—. Tu llegada es propicia —le dijo ella—. Los herejes se han enterado de cuántos fieles se han escabullido al interior de la ciudad en las últimas semanas, y han decidido venir contra nosotros.

Malus asintió con la cabeza.

—Vi una sangrienta batalla cuando venía hacia aquí. Los sirvientes del hereje acorralaron a cinco fieles y los asesinaron, no muy lejos de aquí. ¿Dónde está Sethra Veyl?

La expresión serena de la mujer se ensombreció.

—Muerto, santo. Los herejes enviaron asesinos por la noche y mataron a Veyl mientras dormía. Tyran el Intacto es el nuevo anciano, y ha jurado que la atrocidad no quedará sin venganza. —En ese momento se le ocurrió una idea—. Debo llevarte ante él, santo. Podrías resultar de gran utilidad para sus planes.

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