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Authors: John Norman

La esclava de Gor (34 page)

BOOK: La esclava de Gor
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—Saludos, pequeña Dina —rugió.

—Saludos, amo.

Tenía un aspecto fuerte y poderoso, y muy satisfecho de sí mismo. La sequía se había acabado e imaginé que los campos iban bien.

Me pregunté qué negocios le habrían traído a Ar. Estábamos en otoño.

Advertí a Bran Loort mirando desde las cortinas, pero luego se retiró con el dolor marcado en el rostro. No se atrevía a dejarse ver en este lugar, realizando groseras y vulgares tareas; había pertenecido a la Casta de los Campesinos. Recordé el deshonor en el que Bran Loort había abandonado el Fuerte de Tabuk. Pensé que antes que Thurnus, jefe de casta del Fuerte de Tabuk, le viera trabajando en la taberna, preferiría morir.

Miré a Collar de Esclava, muy ocupada en servir a Thandar de Ti y a cuatro de sus hombres. Al parecer mientras estaba en Ar, negociando arreglos comerciales entre Ar y la Confederación, frecuentaba el Collar de Campanas. Había allí una chica que le gustaba especialmente. Era Collar de Esclava.

—¡Paga sul! —gritó Thurnus golpeando la mesa con su enorme vara.

—Cállate —dijo desde una mesa cercana un hombre que bebía con otros cinco amigos.

—¡Paga sul! —gritó Thurnus, golpeando en la mesa.

—Silencio —dijo el tipo de la otra mesa.

—¿No hay Paga de sul? —dijo Thurnus.

—No, amo —respondió Busebius—, no tenemos Paga de sul.

—Entonces, cantaré.

Pensé que era una espléndida amenaza.

Y fiel a su palabra, Thurnus estalló en magnífico canto. Llegados a este punto, incapaz de contenerse, uno de los hombres de la otra mesa se arrojó sobre Thurnus y comenzó a darle de puñetazos, actividad a la que pronto se unieron otros varios. Clitus Vitellius, para mi sorpresa, se hizo a un lado. Yo me arrastré entre las piernas de los contendientes. Vi a dos hombres elevarse sobre el suelo alzados por la mano de Thurnus. Sus cabezas hicieron un ruido sordo al chocar una contra otra. Una esclava gritó. Entonces vi a Thurnus desaparecer bajo una pila de atacantes. Junto a mí pasó una enorme mole. Me cubrí la cabeza y retrocedí. Vi a Bran Loort agarrar a un hombre por el cuello y levantarlo en el aire. El tipo cayó con gran estrépito entre dos mesas.

—¡Estoy perdido! —gritó Thurnus desde algún lugar bajo la pila de hombres. Pero vi que su mano surgía y agarraba una copa de Paga que vació mientras los hombres luchaban sobre él, batallando por pegarle, golpeándose unos a otros.

—¡No temas, jefe de casta! —gritó Bran Loort. Agarró a dos hombres del cuello y entrechocó sus cabezas con un ruido que me hizo dar un respingo. Golpeó a otro hombre que no tuvo tiempo de ver el gran puño que como un martillo le recompuso el rostro. Bran Loort luchaba como un poseso.

Para entonces Thurnus se había escabullido de debajo de la pila de cuerpos y estaba a un lado con una copa de Paga en la mano.

—Lucha bien —le dijo a Clitus Vitellius.

—Sí —respondió éste moviendo a un lado la cabeza para esquivar el vuelo de una botella. Entonces vimos a Bran Loort acorralado contra la pared, mirando en torno con ojos salvajes. Vio a Thurnus.

—¡No son más que veinte! —dijo Thurnus—. Y tú eres de los campesinos. —Le arrojó la vara a Bran Loort que la cogió al vuelo. Un hombre gritó. La vara silbó en el aire, casi invisible, como un huracán. Vi volar dientes y sangre, y mandíbulas rotas. Un hombre aullaba miserablemente con la espinilla partida. Creo que a más de uno le rompió la pierna. La vara saltó golpeando el estómago de otro hombre. Se movió a un lado y oí el ruido de costillas rotas. Los hombres se arrastraban a un lado para alejarse del joven campesino. Thurnus rompió una mesa sobre la cabeza de uno. Busebius no paraba de gimotear.

—¡Basta, basta, amos! —gritaba.

Ahora Thurnus y Bran Loort luchaban espalda contra espalda. Thurnus había dejado la copa de Paga en manos de Clitus Vitellius. Bran Loort esgrimía la vara, y Thurnus protegía su espalda utilizando la mesa rota, golpeando una y otra vez con ella. Finalmente lanzó los restos de la mesa a la cabeza de un bruto que retrocedió conmocionado. Entonces Thurnus y Bran Loort quedaron uno junto a otro con la pared a la espalda.

Oí una espada salir de su vaina. Después se oyeron otras seis espadas desenfundándose. Tuve miedo.

—No —dijo Thandar de Ti, de pie junto a una mesa. Había sacado su propia espada, y lo mismo hicieron uno tras otro los cuatro hombres que iban con él. Todos eran guerreros.

Los hombres de Ar miraron enfadados a Thandar de Ti y a sus hombres.

—No —repitió Thandar de Ti.

También la espada de Clitus Vitellius, mi amo, había dejado su vaina, y ahora estaba entre Thurnus y Bran Loort y los hombres que les amenazaban.

—Estoy de acuerdo con mi compañero guerrero —dijo Clitus Vitellius—. No es apropiado que ataquéis con acero a aquellos que se defienden con madera.

—Es cierto lo que dice —convino un hombre—. ¡Somos de Ar! —Guardó su espada.

—¡Paga gratis para todos! —gritó Thandar de Ti.

—Y la segunda ronda corre de mi cuenta —dijo Clitus Vitellius.

—¡Salud para los campesinos! —gritó un hombre con la cara ensangrentada.

—¡Salud para los campesinos! —gritaron todos. Entonces rodearon a Thurnus y a Bran Loort palmeándoles la espalda.

—No cantaré —prometió Thurnus.

—¡Traed Paga! —gritó Busebius a las esclavas, que se habían retirado asustadas y que ahora se apresuraron a cumplir su deber entre un tintineo de campanas.

—¿Y qué estás haciendo tú aquí, infeliz Bran Loort? —preguntó Thurnus.

Bran Loort bajó la cabeza.

—Trabajo aquí —dijo—. Me avergüenzo de que me hayas encontrado en este lugar.

—Tienes razón —rugió Thurnus.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Bran Loort—. ¿No es el tiempo de la cosecha de Sa-Tarna?

—Estoy buscando hombres que ayuden en la cosecha.

—Yo soy fuerte —dijo Bran Loort con lágrimas en los ojos.

—Bien —dijo Thurnus. Bran Loort le abrazó llorando—. Bebe una copa de Paga, luego tendremos que irnos. La Sa-Tarna se impacienta.

Bran Loort gritó de alegría y se puso a dar saltos con los brazos en alto como un chiquillo corriendo bajo el sol. Cogió una copa, le arrebató la bota de Paga a una atónita esclava y él mismo se sirvió. Echó la cabeza atrás, apuró la copa y la lanzó por los aires.

—Tiene mucho que aprender —dijo Thurnus—, pero algún día será jefe de casta. Y pronto tendrá su propia Piedra del Hogar.

—Me alegro —dijo Clitus Vitellius— de haberte sido de utilidad.

Thurnus estrechó su mano.

—Mi agradecimiento, guerrero —dijo.

Bran Loort me miró.

—¡Soy tan feliz! —gritó—. ¡Eres tan hermosa, Dina! ¡Tan hermosa!

—Estoy contenta si el amo está contento —dije Yo.

Bran Loort miró a Clitus Vitellius. El guerrero sonrió y alzó su mano.

—Oh —exclamé. Bran Loort me cogió del pelo que ya me había crecido bastante para que un amo lo agarrara.

—Ven, hermosa esclava —gritó. Me cogió del cuello doblándome hacia delante mientras yo intentaba agarrarle las muñecas, y me arrastró hacia la alcoba más cercana. Ni siquiera cerró la cortina. Me di la vuelta. Retrocedí hasta tener la espalda contra la pared.

—¡Qué hermosa eres, Dina! —gritó—. Qué hermosa eres. ¡Soy muy feliz y tú eres muy hermosa! ¡Eres tan hermosa! Quítate inmediatamente la túnica o te la arrancaré.

Me cogió de los tobillos y me acercó a él lleno de alegría, y entonces me abrió las piernas con la rudeza de los campesinos.

—¡Oh! —grité—. ¡Oh! —Y me aferré a él echando la cabeza hacia atrás. Creo que Bran Loort, arrebatado por su alegría, no tenía paciencia para su placer ni para el mío.

Cuando terminó conmigo me dejó temblando. Me cubrió de besos.

—¡Soy tan feliz! —gritó. Se agachó junto a mí y volvió a besarme—. Hay que cosechar la Sa-Tarna —dijo.

—Sí, amo.

—Te deseo suerte, Dina.

—Te deseo suerte, amo.

Y salió a toda prisa de la alcoba para reunirse con Thurnus. Salieron juntos de la taberna. A mí me dejó tumbada en las pieles. Tras unos instantes, me puse la túnica, me abroché los botones y el cinturón, y fui a arrodillarme junto a Clitus Vitellius, que estaba bebiendo con Thandar de Ti y sus cuatro hombres. Collar de Esclava les servía.

—La Conferencia Saleriana —decía Clitus Vitellius— es una amenaza para la seguridad de Ar.

—Exacto —convino Thandar de Ti.

—Pareces distraído —dijo Clitus Vitellius, que al parecer quería discutir de política.

Thandar de Ti observaba a Collar de Esclava, que con la cabeza gacha le servía vino.

—Una hermosa esclava —dijo Clitus Vitellius.

—Sí —dijo Thandar de Ti. Se inclinó y tocó suavemente a Collar de Esclava en el cuello mientras ella escanciaba el vino. La esclava enrojeció y se echó a temblar sin alzar la cabeza.

—Arrodíllate ante la mesa, esclava —le dijo.

Ella puso la jarra de Paga a un lado y obedeció. Se arrodilló en posición de esclava de placer.

—¿Crees que debería comprarla? —le preguntó Thandar de Ti a Clitus Vitellius sin dejar de mirar las curvas y la belleza de la chica. Collar de Esclava temblaba de emoción, y casi rompió la posición de esclava de placer.

—Es una belleza —dijo Clitus Vitellius—. Si te gusta, puedes hacerle una oferta a Busebius.

—¡Busebius! —llamó Thandar de Ti.

Pensé que Collar de Esclava iba a desmayarse.

—Me he encaprichado —le dijo Thandar de Ti a Busebius, que había ido corriendo a la mesa— con esta pequeña zorra esclava. —Señaló a Collar de Esclava—. Te daré por ella un tark de plata.

—El señor es muy generoso por ofrecer tanto por tan miserable esclava.

—¿De acuerdo entonces?

—Cinco tarks —dijo Busebius.

—¡Bribón! Te daré dos.

—¡Hecho! —rió Busebius complacido. Había sacado bastante beneficio con Collar de Esclava a la que había comprado por menos de un tark de plata en el mercado, y además había quedado bien con Thandar de Ti, un valioso cliente.

Collar de Esclava cayó al suelo desvanecida. Todavía estaba inconsciente cuando Busebius le quitó las campanas, el collar y las sedas, dejándola desnuda en el suelo ante la mesa. Aún no había vuelto en sí cuando Thandar de Ti le puso sus esposas de esclava, atándole sus pequeñas muñecas delante del cuerpo.

En pocos momentos se recobró, abrió los ojos y se descubrió desnuda y esposada ante la mesa.

—¿Soy tuya, amo? —preguntó alzando hacia él sus pequeñas muñecas esposadas.

—Sí, esclava.

Se arrodilló ante él, llorando de júbilo. Me dirigió una rápida mirada para decirme que no revelara la que otrora fue su identidad.

—Te quiero, amo —dijo ella.

—Levántate, esclava —dijo Thandar.

Y ella se alzó ante él, esposadas las muñecas.

—Encantadora —dijo él.

—Gracias, amo.

Él examinó su muslo.

—Una buena marca —dijo. Le echó el pelo hacia atrás y volvió su cabeza de un lado a otro cogiéndola por la barbilla—. Orejas perforadas. Excelente. —Dio un paso atrás admirando su soberbia esclava.

—Una buena compra —dijo uno de sus hombres.

—Sí —respondió él.

La miró a los ojos.

—Creo que te llamaré Sabina —le dijo.

—¿Amo? —preguntó ella atónita. Me miró, pero yo también estaba confusa. No le había contado a nadie el secreto.

—¿No es un nombre adorable para una esclava? —preguntó él.

—Sí, amo —dijo ella—. Es un nombre adorable para una esclava.

—¿Es qué crees, pequeña hembra de eslín —rió él cogiéndola por los brazos— que no sé quién fuiste una vez?

—¿Amo?

—Fuiste una vez Sabina, la hija de Kleomenes —rió él—, prometida a mí por Contrato de Compañía.

Ella le dirigió una mirada salvaje.

—Por supuesto, ahora no eres más que una esclava.

—Sí, amo.

—Cuando nuestra unión se estaba considerando por el Consejo de la Confederación, me deslicé en tarn hasta el Fuerte de Saphronicus, para espiarte y ver si me complacías.

—¡Complacerte! —gritó ella. Complacer a un hombre viola la dignidad de una mujer libre. Son las esclavas las que complacen a los hombres.

—Sí —dijo él.

—Te debió resultar muy difícil determinar si te complacía, vestida como iba con las ropas de compromiso.

—¿Te acuerdas de tus habitaciones y la ventana, alta en el muro?

—Sí.

—Se podía llegar a ella con una cuerda desde el tejado.

Ella contuvo el aliento.

—Estabas muy hermosa en el baño —dijo él.

Ella bajó la vista confusa y sonrojada.

—¿Es eso modestia de esclava?

—No, amo. —Alzó la vista y le miró con timidez—. ¿De verdad te gustaba?

—Sí, mucho.

—Estoy contenta —dijo ella.

—Ya puedes entender mi dilema. Al verte te deseaba. Eras una de esas mujeres tan femeninas y atractivas que sólo se puede pensar en ellas y desearlas como esclavas. Yo quería poseerte. Te quería desnuda a mis pies, con mi collar. Sin embargo, ibas a ser mi compañera libre. Pero, ¿qué relación puede haber con una chica tan femenina y bonita como tú, que no sea la relación del amo con la esclava?

—No lo sé —dijo ella.

—Además, eras de los mercaderes. No es apropiado que un guerrero tome como compañera a la hija de un mercader. Yo detestaba a los políticos que habían determinado tal unión. Desde luego, yo no fui consultado en las negociaciones.

—No, amo —dijo—. Ni yo tampoco.

—Además, como mujer libre eras una arrogante hembra de eslín. Necesitabas la esclavitud, el collar y el látigo.

—Sí, amo —dijo asustada.

—Había determinado rehusar el matrimonio. Tenía pensado huir de la ciudad. —Sonrió—. Pero de esta forma no ha sido necesario.

—¿Cómo me encontró el amo? —preguntó ella.

—Hay amistad entre los guerreros —dijo Clitus Vitellius, y sonrió.

—Gracias, amo —le dijo Collar de Esclava, ahora Sabina, a Clitus Vitellius.

Él hizo un movimiento de cabeza.

Sabina se volvió para mirar a Thandar de Ti, alzando la vista hacia él.

—Me has encontrado, soy tuya —dijo con lágrimas en los ojos—. Yo esperaba que mi identidad permaneciera oculta para ti.

—¿Por qué? —preguntó él asombrado.

Ella le miró tristemente con los ojos llenos de lágrimas.

—Porque quería ser tu esclava. Siento que tú eres mi auténtico amo, y yo tu verdadera esclava.

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