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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

La emperatriz de los Etéreos (18 page)

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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—Gélida y sus gólems de hielo —susurró Bipa, aterrorizada—. ¿Qué ha venido a hacer aquí?

—Me temo que te busca a ti y a tu
Ópalo
, Bipa —respondió Lumen—. Y eso quiere decir que Gélida está mucho más desesperada de lo que creía. Nunca se había atrevido a llegar tan lejos.

Sobrecogidos, prestaron atención. Desde allí oyeron la voz, clara y fría, de la mujer del reino de hielo:

—¡Llamo al Señor de la Ciudad de Cristal! —proclamó ante las puertas cerradas—. ¡Exijo que se me atienda! ¿Es que acaso vuestras torres con ojos no os han informado de que venía?

—Nos han informado perfectamente, Gélida —respondió la voz del Señor de la Ciudad de Cristal entre la niebla, desde alguna de las torres de la muralla—. Por eso sabíamos que venías a la cabeza de un ejército; no debería extrañarte, pues, hallar las puertas cerradas ante ti.

—He venido en busca de algo que me pertenece —declaró Gélida, ignorando la acusación implícita de Lux—. Una
opaca
huyó de mis dominios llevando consigo algo muy valioso. Su rastro me ha traído hasta aquí. Exijo que me la entregues, o de lo contrario...

No terminó la frase, pero sus ultimas palabras vibraron un momento en el aire, preñadas de una sutil amenaza.

—Esa
opaca
de la que hablas no está aquí —repuso Lux con calma—. Como sabes, no hay lugar para los
opacos
en la Ciudad de Cristal. Recoge a tus gólems, Gélida, y vuelve por donde has venido.

—Sé que está aquí —insistió Gélida—. Y me la entregarás, Señor de la Ciudad de Cristal. Si mañana al alba no tengo a la chica y su tesoro en mi poder, atacaremos la ciudad y nos encargaremos de hacerla añicos.

—Pierdes el tiempo, Gélida. Le cerré a esa joven las puertas de la ciudad, igual que ahora te las estoy cerrando a ti.

—Sé que está aquí —repitió Gélida—, porque no hay ningún otro sitio en el que podría estar.

—En eso te equivocas —respondió Lux—, como en todo lo demás.

Gélida le gritó que diera la cara, pero el Señor de la Ciudad de Cristal no volvió a pronunciar palabra, y las puertas permanecieron firmemente cerradas.

Con el corazón en un puño, Lumen y Bipa contemplaron cómo Gélida y su ejército acampaban ante las murallas de la Ciudad de Cristal.

—¿Qué voy a hacer ahora? —murmuró Bipa, preocupada.

—No tengas miedo. A la entrada que yo conozco no se accede por la puerta principal. No tendrás que atravesar las filas del ejército de Gélida.

—Pero, si no me entrego, atacará la ciudad...

—No lo hará. Sabe que, aunque el cristal parezca frágil, en realidad es más poderoso que el hielo. Ven, volvamos a casa. Tienes que partir esta noche, y aún tenemos mucho de qué hablar.

X

EL ATAQUE DE LOS GÓLEMS DE HIELO

R
egresaron al cálido hogar de Lumen. Bipa no vio a Esme ni a Nevado y, cuando preguntó por ellos, el Maestro Cristalero le explicó que los había enviado por delante.

—Nos están aguardando en la entrada del túnel secreto que lleva a la ciudad —dijo—. No te preocupes por ellos; los gólems son criaturas pacientes.

Caía ya la tarde, y Lumen preparó la cena. Mientras Bipa sorbía lentamente su sopa, masticando con fruición los trozos de carne que navegaban en ella, el Maestro Cristalero le dio las siguientes indicaciones:

—Cruzar la Ciudad será sólo el principio. Deberás tener cuidado de que no te vean. Una
opaca
como tú, sobre todo si va acompañada de un gólem de nieve, llama mucho la atención. Pero eso no será lo más difícil.

»Una vez atravesada la puerta de salida llegarás al Laberinto de Espejos. Los espejos reflejarán tu imagen y absorberán tu esencia. Te verás a ti misma multiplicada docenas, cientos de veces. Y el Laberinto es inmenso, por lo que, incluso si te orientas bien, tardarás mucho tiempo en salir. Para entonces habrás perdido algo muy importante de ti misma. Habrás perdido corporeidad.

Bipa se estremeció. No obstante, dijo:

—Pero eso es bueno, ¿no? De este modo me será más fácil acercarme al palacio de la Emperatriz y encontrar a Aer.

Lumen movió la cabeza.

—Sería bueno, si no fuese porque aún te queda mucho camino por recorrer.

»Después del Laberinto de Espejos viene el Túnel de las Mil Máscaras. En él, cientos de rostros vigilarán tus pasos. Son engañosos y crueles. Tomarán la forma de aquellos que quieres, de aquellos a los que añoras. Y la única manera de avanzar es dejándolos atrás. ¿Comprendes?

—Ningún problema —asintió Bipa—. Ya he dejado atrás todo lo que amo.

—Salvo a aquel a quien pretendes encontrar.

—¿Aer? —Bipa se rió—. Él no es tan importante para mí.

—Y, sin embargo, has llegado muy lejos en su busca —observó Lumen.

Bipa resopló.

—Partí tras él porque alguien debía hacerlo. Pero ten por seguro que, si llego a saber que tendría que viajar tan lejos y pasarlo tan mal, me habría quedado en casa. Ese zoquete no merece tantas molestias por mi parte.

Lumen alzó una ceja blanca como la escarcha.

—Cuidado, Bipa —le advirtió—. Tu corazón, tus sentimientos, son tu mayor arma contra el poder de la Emperatriz. No los reprimas. Los
etéreo
s no tienen deseos corporales, pero tampoco sienten ya las emociones. Los
etéreo
s no sienten nada. Si quieres llegar hasta Aer tendrás que acercarte a su esencia todo lo posible... pero si te vuelves del todo como ellos, no tendrás ya deseos de regresar... y tú quieres regresar, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —replicó ella con vehemencia—. ¿Quién querría... no sentir nunca nada?

—Tiene sus ventajas. No experimentan dolor, no los acucia el hambre, ni los angustia la enfermedad...

—Pero es como si estuvieran muertos —declaró Bipa, estremeciéndose.

—En eso te equivocas. Los muertos son cuerpos sin espíritu. Los
etéreo
s, simplemente, renunciaron a su cuerpo, y a todo lo que ello conlleva. Alcanzaron un estadio superior...

—¡Pero eso es estúpido! —estalló Bipa—. ¡Si no comes, no duermes, no amas, no lloras..., no estás vivo! La vida es el don más preciado de la Diosa. Tú lo sabes —añadió—, porque tratas a Esme como a una persona y no como un pedazo de roca. Yo no quiero ser una
etérea
—declaró—. Soy
opaca
, soy corpórea y estoy orgullosa de serlo. Pero Aer... —concluyó entonces, en voz más baja; calló, comprendiendo por fin lo que significaba realmente el largo viaje de su amigo, y por primera vez asumió que podría ser un viaje sin retorno.

Lumen entendió sin necesidad de más palabras.

—No se lo tengas en cuenta —dijo con suavidad—. Él es medio cristalino. Lleva escrito en la sangre el deseo de ver a la Emperatriz.

—Su padre —recordó Bipa—. Su padre era extranjero. ¿Cómo sabes que vino de aquí? ¿Acaso lo conocías?

—No —respondió él—. Lo supe por su nombre. «Aer» es una palabra de la lengua antigua, una que se hablaba en nuestro mundo en tiempos remotos y que ya ha quedado olvidada. Pero algunas palabras subsisten, como mi nombre y el de mi hermano gemelo. Y el de tu amigo. Aer —añadió— significa
Aire
. Un nombre muy del agrado de los
etéreo
s.


Aire
—repitió Bipa—. Muy apropiado para él —comentó con cierto desdén—. Es lo único que tiene dentro de la cabeza.

Pero en el fondo estaba pensando en otra cosa. Estaba pensando, no sin cierto dolor, que era verdad, que Aer era como el viento, inasible, inalcanzable, tan ligero como un soplo de brisa, tan lejano como el lugar donde nacían los copos de nieve.

Tan diferente a ella...

—Sea como fuere, Bipa —prosiguió Lumen—, tendrás que alcanzarlo antes de que llegue al Abismo. Porque si cruza al otro lado, ya no podrás seguirlo.

—¿Por qué no? ¿Qué hay al otro lado?

—No lo sé, porque nunca he llegado tan lejos. Pero no es eso lo que debe preocuparte, Bipa, sino el propio Abismo. No podrás atravesarlo.

—Si Aer puede, yo también —se rebeló ella.

—¿De veras? —sonrió el Maestro Cristalero—. ¿Acaso sabes volar?

Ella lo miró, anonadada.

—No estarás hablando en serio —balbuceó.

—Para cruzar el Abismo, Bipa, hay que volar, no hay otro modo. Hay que lanzarse al vacío y aguardar el milagro. Todos los Caminantes lo hacen sin mirar siquiera, y por eso llegan al otro lado. Pero los
opacos
no sois capaces, no podéis. Tenéis demasiado miedo a morir.

—¿Acaso tú no lo tienes? —le espetó ella, picada.

—Sí —sonrió él—. Y por eso sigo aquí y no he sido capaz de atravesar el Abismo.

Bipa respiró hondo.

—Aer no puede ser tan estúpido —murmuró.

—Yo en tu lugar no esperaría para comprobarlo —le aconsejó Lumen.

Y en esta ocasión, la joven no supo qué contestar.

Partieron poco después, cuando Lumen juzgó que en el exterior ya se habría hecho totalmente de noche. Bipa recogió sus cosas con cierta pena. Le habría gustado prolongar su estancia en el acogedor hogar de Lumen. Pero Aer llevaba demasiada ventaja, y el tiempo apremiaba.

Estaba todavía pensando en todo lo que el Maestro Cristalero le había contado cuando llegaron a la entrada del túnel oculto. En efecto, allí los aguardaban Esme y Nevado. El gólem de nieve retrocedió unos pasos para alejarse de la antorcha que llevaba Lumen.

—Iré yo primero —dijo el Cristalero—. Sigúeme, Bipa.

Caminaron por el túnel un buen rato. Cuando Bipa comenzaba a impacientarse, Lumen se detuvo de pronto y la joven casi chocó contra él.

—¿Qué...? —empezó, pero el hombre la hizo callar.

—Ssshh... Silencio a partir de aquí. Estamos llegando a la Ciudad.

Tuvieron que trepar los últimos metros. Por fin, Lumen retiró una trampilla que cubría sus cabezas, y pudieron respirar algo de aire puro.

—Sube —susurró el Maestro Cristalero—. Cuando salgas por ahí estarás en la Ciudad, en un pequeño almacén de cristales. Busca la muralla y bordéala para no perderte, te conducirá a las puertas de salida. Esme y yo nos quedamos aquí. Buena suerte —le deseó, con una sonrisa que iluminó su piel blanca como la leche.

—Muchas gracias por todo —dijo Bipa con calor—. Gracias, gracias. Nunca te olvidaré —añadió, cuando ya atravesaba el portillo.

—Eso espero —dijo Lumen.

Esme ayudó a Nevado a subir hasta donde Bipa lo esperaba. Luego, la trampilla se cerró sobre ella y sobre el Maestro Cristalero. Bipa y su gólem escucharon el susurro de sus pasos en la oscuridad.

Y después, silencio.

La muchacha respiró hondo y se irguió, con decisión.

—Andando —le dijo a Nevado en voz baja—. Tenemos que salir de aquí.

Encontraron la puerta y salieron al exterior. De noche, la Ciudad de Cristal se mostraba muda y fría entre la niebla. No había nadie, señal de que a los
translúcidos
no les preocupaba la presencia de un ejército de gólems de hielo ante sus puertas.

«Estarán todos durmiendo», pensó Bipa. Luego recordó que, según le había contado Lumen, los habitantes de la Ciudad de Cristal apenas dormían. La muchacha se detuvo de golpe y miró a su alrededor, inquieta. Pero no vio a nadie.

Prosiguió la marcha en la semioscuridad. Sin embargo, la ciudad era grande y todas las calles le parecían iguales. ¿Cómo iba a encontrar la muralla?

«No necesito la muralla —pensó de pronto, alzando la mirada hacia el cielo—. Estoy muy cerca; la
Estrella
me guiará.»

Descubrió que, en efecto, el tenue resplandor que manchaba la oscuridad sobre la Ciudad de Cristal parecía proceder de una dirección determinada. Aun en la más profunda de las noches, la
Estrella
guiaba a los Caminantes hacia el palacio de la Emperatriz, desafiando a la tiniebla.

Bipa apresuró el paso. Tras ella oía el suave crujido de las pisadas de Nevado, que la seguía fielmente. Caminaban buscando los rincones más oscuros, pegándose a las paredes de los edificios, con pasos furtivos, como dos ladrones.

Y, por fin, Bipa divisó las puertas de la Ciudad. Echó a correr y, en su precipitación, no advirtió que las dos estatuas que flanqueaban la entrada de la calle no eran realmente estatuas.

Al gólem de cristal le bastó con alargar una mano para capturarla. Y, cuando Bipa se debatió, tratando de quebrar sus dedos, la criatura lanzó el otro puño hacia ella, sin remordimiento alguno. La chica sintió el golpe un instante antes de sumirse en la oscuridad.

Despertó sobre una incómoda cama fabricada a partir de un bloque de cuarzo duro y frío. Cuando enfocó la vista pudo ver a Nevado junto a ella. También vio las paredes de cristal de la celda, y el enorme prisma de cuarzo que bloqueaba la entrada, y recordó lo que había ocurrido.

—Podrías haberme echado una mano —le reprochó a Nevado.

El gólem no respondió. Bipa se acomodó como pudo sobre el lecho mineral y se arropó con su chal, alicaída.

Apenas había empezado a considerar todas sus opciones cuando los gólems que guardaban la puerta movieron el bloque a un lado, y alguien entró. Bipa se levantó de un salto.

Ante ella se encontraba Lux, el Señor de la Ciudad de Cristal.

—Déjame salir de aquí —le pidió Bipa, antes de que el
translúcido
tuviera ocasión de hablar—. Déjame cruzar al otro lado. Me marcharé y no volveré a molestarte.

—Tú eres la
opaca
que reclama Gélida —observó Lux, y la joven recordó entonces a los gólems de hielo que aguardaban en la puerta de la ciudad.

—No... no irás a entregarme a ella, ¿verdad?

—¿Y por qué no? Perteneces a sus dominios, muchacha, no a los míos.

—Pero... ¡me matará!

—Morirás igualmente si sigues adelante.

Desesperada, Bipa extrajo el
Ópalo
de debajo de sus ropas.

—¡Mira! —le espetó—. ¡Es esto lo que quiere! ¿Lo sabías? Déjame cruzar y será tuyo.

Las palabras habían brotado de su boca antes de darse cuenta de que iba a pronunciarlas. Se arrepintió enseguida de su ofrecimiento, y quiso retractarse, pero el Señor de la Ciudad de Cristal sonrió y dijo:

—Es lo que sospechaba.

—Espera... No hablaba en serio... en realidad... —balbuceó ella; pero Lux le hizo callar con un gesto.

—No quiero para nada tu
Ópalo
, muchacha. Esos objetos... parecen sagrados, pero son en realidad un lastre que nos impide
Cambiar
. No... eres tú la que me interesa.

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