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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (34 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Unas manos fuertes y cálidas se cerraron alrededor de su cintura desnuda.

Demasiado rápido, cazadora
.

Le dio un beso en el cuello mientras ascendía con ella y luego la liberó. Sin embargo, cuando Elena hizo ademán de virar en otra dirección, volvió a sujetarla y estrechó su cuerpo desnudo.

Elena sentía un hormigueo en cada milímetro de su piel. Le rodeó el cuello con los brazos y apretó los pechos contra los músculos de su torso mientras Rafael subía aún más alto.

—Bésame, arcángel.

Después
.

Demasiado hambrienta para atender aquella orden, le mordió, succionó y besó el cuello hasta que sintió que sus dedos se clavaban en su cintura. Su erección era como un hierro al rojo entre los cuerpos de ambos.

Todavía no, Elena
. El tono de su voz mental tenía un matiz ronco, y el resplandor que rodeaba sus alas despedía chispas de color azul eléctrico.

Verlo así activó algo en el interior de Elena, que enroscó las piernas alrededor de su cintura y apretó las alas contra la espalda, confiando en que él la sujetaría. Luego se concentró en lograr que Rafael agachara la cabeza.

Mordiscos a lo largo de la mandíbula, pellizcos en el cuello, chupetones en la zona donde más se notaba el pulso. Al comprender que aquello no iba a funcionar, deslizó una mano hacia abajo para rodear uno de los pezones masculinos. Rafael le sujetó los dedos y bajó la otra mano hasta la parte inferior de su espalda. Por un momento, Elena creyó que lo había atrapado. Pero él apretó la mandíbula…

Y voló aún más alto.

Y más.

Hasta que estuvieron muy por encima de la capa de nubes, a una altitud en la que hacía un frío gélido. Sin embargo, el resplandor que irradiaba el cuerpo de Rafael parecía haber creado un capullo a su alrededor, aunque lo cierto era que Elena no lo necesitaba, no cuando todos sus poros y sus células estaban llenos de polvo de ángel.

—Rafael. Ahora. —Era una orden impulsada por una necesidad casi dolorosa.

Él se detuvo.

Alto. Muy alto. A una distancia increíble de la tierra. Luego se apoderó de su boca y la dejó sin aliento.

¿
Estás lista
?

¡

!

Cerró los brazos alrededor de Elena y se inclinó de manera que ambos quedaran con la cabeza hacia abajo, en dirección al agua. Y acto seguido empezaron a caer.

Elena gritó sin dejar de besarle. Notó de repente un estallido eléctrico de calor y después la calidez de los músculos de Rafael, cuyo cuerpo ahora estaba desnudo. El arcángel giró con ella una y otra vez mientras caían. Elena debería haberse desorientado durante el primer giro, pero él la sujetaba con tanta firmeza que no sentía miedo. Solo lo sentía a él: duro y exigente mientras se hundía en aquella zona secreta y húmeda de su cuerpo.

Diminutas descargas de placer estallaban desde la más íntima de las uniones.

Elena interrumpió el beso para coger aliento y vio que el agua se acercaba a ellos a una velocidad vertiginosa.

—¡Rafael!

Un solo latido de miedo, y él efectuó un giro tan brusco que lo enterró dentro de ella.

Una sobrecarga de sensaciones. El chasquido de la electricidad sobre su piel.

Sin luchar contra la agonizante dentellada de placer, Elena reclamó sus labios mientras él volvía a elevarse por encima de las nubes. El cuerpo del arcángel cambiaba de posición con cada sacudida de las alas y la acariciaba con atormentadora intimidad. Elena enterró los dedos en su cabello y se frotó contra el sólido calor de su pecho. Anhelante. Ansiosa. Hambrienta.

Baila conmigo, Elena
.

Rafael le mordió los labios cuando ella apretó los músculos internos en una caricia sexual, y dejó un reguero de besos en su mejilla y en su cuello antes de volver a la boca.

Y entonces comenzaron a caer de nuevo.

Elena lanzó un grito a medio camino del agua. Todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo estallaron de placer, de sensaciones, con la salvaje euforia que provocaba bailar con un arcángel. Comenzó a ver estrellitas azules y doradas, mezcladas con el perverso brillo del polvo de ángel. Y a su alrededor solo notaba unos músculos duros y cálidos, de tal forma que no sabía dónde acababa su cuerpo y empezaba el de Rafael.

Tú también, arcángel
.

Una exigencia saturada de placer.

Aún no he acabado contigo, cazadora
.

Volvió a alzarse, aunque pasó tan cerca del agua que Elena sintió las salpicaduras frías del mar sobre la piel ardiente.

Los músculos de sus muslos temblaban como si fueran de gelatina, así que enlazó los tobillos tras la parte baja de la espalda de Rafael y enterró la cabeza en la curva de su cuello.

Es una pena… porque creo que estoy muerta
.

Una carcajada ronca y masculina. Una carcajada que rezumaba sexo. Una carcajada que avivó algo en su interior, que le dio oxígeno a las brasas de una pasión que acababa de saciarse. El deseo volvió a apoderarse de Elena, que empezó a besarle el cuello, a acariciarlo de todas las formas posibles. Con la boca. Con los dedos. Con las partes más íntimas de su cuerpo.

Elena
. Rafael la sujetó con más fuerza.
Una vez más
.

—Una vez más. —Tras decir eso, apretó los labios contra los de él mientras ambos caían en una vertiginosa espiral colmada del erótico polvo dorado de ángel.

Estaba tan concentrada en el dueño de su corazón y de su alma que no vio que el mar se alzaba hacia ellos hasta que fue demasiado tarde.

¡
Rafael
!, gritó cuando estaban a punto de chocar. Pero no hubo dolor. Empezó a dar vueltas y más vueltas con su arcángel mientras el agua se mantenía a raya gracias a un escudo de luz cegadora llena de vetas azules.

Aferró el rostro de Rafael con el corazón en un puño.

—Darme un susto de muerte no me parece un buen juego preliminar para el sexo.

Mientras frenaba con suavidad, Rafael estiró el brazo para introducir la mano entre sus cuerpos y acarició el húmedo y sensible núcleo de placer que había entre las piernas de Elena. La cazadora estuvo a punto de desvanecerse, pero apretó los músculos internos y clavó la mirada en sus ojos, muchísimo más azules que el Atlántico.

Muévete
.

Con una mano bajo sus nalgas y la otra en su espalda, el arcángel decidió obedecer por primera vez una orden suya.

Y luego se acabaron los pensamientos.

A la mañana siguiente, Rafael se apoyó sobre un antebrazo para contemplar a su consorte dormida. El cansancio la había dejado desmadejada. Estaba tumbada bocabajo, abrazada a la almohada. El arcángel sonrió y deslizó un dedo por la línea central de su espalda.

Elena dejó escapar un gemido, pero como no era una queja, él siguió con la exploración.

La noche anterior había estado magnífica. Más fuerte, más rápida, más dispuesta de lo que jamás habría podido llegar a imaginar él. No pretendía que su introducción en la más íntima de las danzas tuviera un carácter tan sensual, pero al ver que ella lo seguía sin vacilar, se había rendido a la tentación y la había tomado como jamás había tomado a ninguna otra mujer.

Porque, inmortal o no, todas se habrían sentido aterrorizadas.

—Hola… —dijo ella con voz adormilada. Se acercó más a él, hasta que chocó contra su rodilla.Luego extendió las alas y le cubrió la cadera y los muslos con una de ellas.

Rafael deslizó la mano por las plumas de color añil con posesivo placer.

—Buenos días.

Elena posó una mano sobre su muslo, bajo las sábanas, muy cerca de aquella parte de él que nunca lograba saciarse de ella.

—Cuidado, cazadora del Gremio.

Una sonrisa soñolienta se dibujó en los labios de Elena, pero sus ojos estaban muy despiertos.

—Bueno, ¿piensas decirme qué ocurrió anoche?

Rafael sabía que ella iba a presionarlo. Así era Elena. Tal y como le había dicho, todo habría sido más fácil si ella fuera una persona maleable… pero en ese caso jamás la habría elegido como consorte.

—Ya te he dicho que mi madre y yo siempre compartimos un fuerte vínculo mental. —Luchó contra el despertar de los recuerdos de una época en la que Caliane había sido justo eso: su madre —. Parece que ese vínculo ha sobrevivido. Ella ha logrado contactar conmigo incluso entre los últimos vestigios del sueño.

Elena le acarició el muslo con la mano y lo ancló a la tierra, al presente.

—¿Qué viste?

—El pasado y el futuro.

«—Rafael. —Un susurro tan silencioso que apenas era un sonido—. Rafael…

Un aguijonazo de conciencia, de reconocimiento.

—¿Madre? —Al abrir los ojos se descubrió de pie en un prado verde. En lo alto, el cielo tenía el tono brillante de las alas de un arrendajo azul, y el aire estaba perfumado con un millar de flores sin nombre.

Frunció el ceño. Ese lugar le resultaba terriblemente familiar, incluso las gotas de rocío que brillaban como joyas sobre las briznas de hierba, de color verde jade. Pero su mente jugaba con él y se negaba a decirle el nombre del prado en el que se encontraba.

Se puso en cuclillas y cortó una brizna de hierba para tocar el rocío con el dedo.

Un suspiro en el viento… y luego vio sus pies, finos y delicados, caminando a través de la hierba que acariciaba el largo vestido blanco que le llegaba a la altura de los tobillos.

Sintió un vuelco en el corazón al ver cómo se acercaba. Su increíble belleza había engendrado leyendas, había causado la caída de varios imperios. Su cabello era una cascada de ébano sobre su espalda, denso y salvaje, con rizos de seda en los que a su padre le había encantado hundir las manos mientras la besaba. Sus ojos poseían un color penetrante que él había visto en el reflejo del espejo todos los días de su vida.

Caliane le había dado sus ojos, su poder. Y quizá también su locura.

Sin embargo, había heredado la altura de su padre.

Se puso en pie y vio cómo sonreía cuando se detuvo frente a él. La mujer apenas le llegaba al esternón.

—Mi Rafael… —susurró—. Mi querido hijo. Cuánto has crecido…

Rafael era mucho más alto, pero aun así se sentía como un niño. Cuando ella apoyó los dedos en su pecho, no pudo apartarse. Su corazón lloraba una pérdida que lo había acompañado a través del tiempo.

—Me destrozaste en este mismo prado. —Por fin lo había recordado. Había recordado la sangre y la agonía. Había recordado la imagen de Caliane mientras se alejaba de él.

Los ojos de su madre se llenaron de un pesar que transformó el azul en el negro de la medianoche.

—Estaba loca, Rafael —dijo con una claridad que le recordó el asombroso poder de una canción que había hipnotizado al mundo una vez—. Pero luché por ti.

Rafael pensó en sus huesos hechos añicos, en su cuerpo aplastado, roto en tantos pedazos que habían tardado mucho, muchísimo tiempo en unirse de nuevo.

—¿De veras?

Ella alzó la mano y le recorrió la mandíbula con los dedos en una caricia maternal que amenazó con hacerlo regresar a la infancia.

—La locura me susurraba que debía matarte, que llevabas en tu interior el potencial de superar mi poder.

Rafael conocía su propia fuerza, pero sabía que la arcángel que tenía delante tenía muchos milenios más que él. Sus habilidades no tenían rival.

—Eres una anciana, madre. Yo todavía soy joven.

—El ángel que se convirtió en arcángel a más tierna edad. —El orgullo de su voz fue como un puñal en el corazón de Rafael—. Te he observado incluso mientras dormía, querido hijo. Y he visto un futuro en el que volarás más alto de lo que Nadiel o yo nos atrevimos siquiera a imaginar.

Era el hijo de aquella mujer. Había llorado a la madre que fue una vez, incluso mientras trataba de ejecutarlo. Le resultó imposible no dar un paso hacia delante y estrechar ese cuerpo esbelto entre sus brazos, enterrar la cara en su cabello e inhalar el dulce aroma del hogar.

—Estás dormida.

—No, he despertado. —Rafael notó humedad en su mejilla. La humedad de las lágrimas de su madre, que le acariciaba el cabello con los dedos—. Noto una vena de mortalidad en ti, Rafael.

Rafael parpadeó y se apartó mientras negaba con la cabeza. Elena. Había olvidado a Elena. ¿Cómo era posible, si ella era lo más importante en su vida?

—¿Qué me estás haciendo, madre?

Los ojos de Caliane resplandecieron con la intensidad de un sol abrasador.

—Recordarte quién eres. El hijo de dos arcángeles. El niño más poderoso nacido jamás.

Rafael sacudió la cabeza y enfrentó aquella mirada brillante y cegadora.

—Soy un hombre que se ha hecho a sí mismo. Jamás seré tu juguete.

El fuego parpadeó y se llenó de llamas azules.

—No permitiré que ella sea tu dueña. Eres demasiado magnífico para pertenecer a una inmortal con un débil corazón mortal.

Rafael supo entonces que Caliane mataría a Elena si podía.»

27

C
uando Rafael terminó, Elena no logró disimular que tenía toda la piel de gallina, pero en aquel momento sus prioridades eran otras.

—Te liberaste —le dijo, consciente de que él necesitaba oírlo en voz alta—. No pudo retenerte en ese sueño, o visión o lo que fuera.

Sombras oscuras en el rostro del arcángel.

—Fue difícil… Quizá habría sido imposible si tú no me hubieras arrastrado de vuelta. Es mi madre, y como tal, me conoce desde que nací. Sabe cómo evitar todos mis escudos.

—Quizá fuera así antes —Elena se puso de rodillas y se apartó el pelo de la cara con un gesto impaciente—, pero ha estado dormida durante mil años. Puede que conociera al niño que eras, pero no conoce al hombre en quien te has convertido. Y no entiende los vínculos que nos unen.

La expresión de Rafael volvió a cambiar, y Elena supo que estaba considerando los problemas con aquella lógica inhumana que exhibía a veces.

—Sí —dijo al final—. Quizá esa sea su única debilidad.

Elena tuvo que contener una negativa instintiva al ver su expresión, al escuchar sus palabras. Él nunca había sido humano, y esperar que lo fuera sería mentirse a sí misma.

—¿Necesitas conocer sus debilidades?

—Ella te amenazó, Elena.

No hizo falta que dijera nada más. Ella sabía muy bien lo que Rafael haría para protegerla y si bien sus instintos de cazadora protestaban ante la idea de ser protegida, su corazón comprendía que amar a aquel ser era aceptar su necesidad de mantenerla a salvo.

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