La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (15 page)

BOOK: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento
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La comicidad medieval, al desvelar el temor al misterio, al mundo y al poder, descubrió osadamente la verdad del mundo y del poder. Se opuso a la mentira, a la adulación y a la hipocresía. La concepción cómica destruyó el poder a través de la boca del bufón.

En su artículo sobre Rabelais, A. Vesslovski define en estos términos la importancia social del bufón:

«En la Edad Media, el bufón es el portavoz privado de los derechos de la concepción abstracta objetiva. En una época en que la vida estaba reprimida en los marcos convencionales de los estados, de las prerrogativas, de la ciencia y de la jerarquía escolásticas, la concepción del mundo se adaptaba a las funciones de esa situación y era alternativamente feudal, escolar, etc.; expresaba su fuerza en uno u otro medio, que era a su vez producto de su capacidad vital. La concepción feudal consagra el derecho a oprimir al siervo, a despreciar su trabajo servil, consagra el derecho a guerrear, a perseguir a la gleba, etc.; la concepción escolar es el derecho a un conocimiento exclusivo fuera del cual nada merece la pena estudiarse, ya que podría perturbar el orden establecido, etc. Toda concepción que no coincidía con la de tal o cual estado o profesión determinada o derecho establecido era eliminada sin consideraciones, se la despreciaba y se la enviaba a la hoguera a la menor sospecha; se la admitía sólo cuando se presentaba con una forma anodina, cuando causaba risa sin pretender ningún derecho en el plano de la vida seria. De allí proviene la importancia social del bufón.»
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Vesslovski define con justeza la concepción feudal. Tiene razón cuando dice que el bufón era el portavoz de otra concepción, no feudal ni oficial. Sin embargo, esta concepción que expresaba el bufón no puede definirse como «abstracta y objetiva». Considera al bufón independientemente de la potente cultura cómica de la Edad Media, por eso concibe la risa únicamente como una forma defensiva exterior que expresaba «la verdad abstracta y objetiva», «la concepción universal» proclamada por el bufón a través de esa forma exterior, la risa. Prosiguiendo con el desarrollo de este pensamiento se llegaría a la conclusión de que, si no hubiera sido por las persecuciones internas y las hogueras, esas concepciones habrían hecho desaparecer al bufón, para manifestarse directamente en tono
serio.
Creemos que esta teoría es errónea.

La risa fue sin duda una forma defensiva exterior, fue legalizada y se le concedieron privilegios, fue eximida (hasta cierto punto) de la censura exterior, de las persecuciones y de las hogueras. No hay que subestimar este detalle. Pero es inadmisible reducir la risa a esta única función. La risa no es una forma exterior, sino
interior
que no puede sustituirse por la seriedad, so pena de destruir y desvirtuar el contenido mismo de la concepción expresada por la risa.

La risa superó no sólo la censura exterior, sino ante todo el gran
CENSOR INTERIOR,
el miedo a lo sagrado, la prohibición autorizada, el pasado, el poder, el miedo anclado en el espíritu humano desde hace miles de años. La risa expresó el principio material y corporal en su auténtica acepción. Permitió la visión de lo nuevo y lo futuro. Por lo tanto, no sólo permitió la expresión de la concepción popular antifeudal, sino que contribuyó positivamente a descubrirla y a formularla interiormente. Esta concepción se formó durante miles de años, protegiéndose en el seno de la risa y las formas cómicas de la fiesta popular. La risa descubrió al mundo desde un nuevo punto de vista, en su faceta más alegre y
lúcida.
Sus privilegios exteriores están indisolublemente asociados a sus fuerzas interiores. Sus privilegios exteriores son en cierto modo el reconocimiento exterior de sus derechos interiores. Por eso fue que la risa nunca pudo ser convertida en un instrumento de opresión o embrutecimiento del pueblo. Nunca pudo oficializarse, fue siempre un arma de liberación en las manos del pueblo.

A diferencia de la risa, la seriedad medieval estaba saturada interiormente de sentimientos de terror, de debilidad, de docilidad, de resignación, de mentira, de hipocresía, o si no de violencia, de intimidación, de amenazas y prohibiciones.

En boca del poder, la seriedad trataba de intimidar, exigía y prohibía; en boca de los súbditos, por el contrario, temblaba, se sometía, adulaba y bendecía. Por eso suscitaba las sospechas del pueblo. Se reconocía en ella el tono oficial. La seriedad oprimía, aterrorizaba, encadenaba; mentía y distorsionaba; era avara y débil. En las plazas públicas, en las fiestas, frente a una mesa bien provista, se derribaba la seriedad como si fuera una máscara, y se expresaba entonces otra concepción a través de la comicidad, la burla, las obscenidades, las groserías, las parodias, las imitaciones burlescas, etc. El miedo y la mentira se disipaban ante el triunfo de lo material-corporal.

Sería erróneo, sin embargo, creer que la seriedad no influía en el pueblo. En tanto había razones para tener miedo, en la medida en que el hombre se sentía aún débil frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad,
la seriedad del miedo y del sufrimiento
en sus formas religiosas, sociales, estatales e ideológicas, tenía que influir fatalmente. La conciencia de la libertad era limitada y utópica. Por esta razón, sería erróneo creer que la desconfianza que el pueblo sentía por la seriedad y su preferencia por la risa tuvieran siempre un carácter consciente, crítico y deliberadamente opositor. Es sabido que muchos desenfrenados autores de parodias de textos sagrados y del culto religioso eran personas que aceptaban sinceramente ese culto y lo cumplían con no menos sinceridad. Una demostración de esto es que muchos hombres de la Edad Media atribuían a las parodias finalidades didácticas y edificantes. Así lo atestigua un monje de la abadía de Saint-Gall cuando afirma que las misas de borrachos y jugadores tenían por finalidad apartar a las personas de la bebida y del juego, conduciendo a los estudiantes por la senda del arrepentimiento y la corrección.
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El hombre medieval era perfectamente capaz de conciliar su presencia piadosa en la misa oficial con la parodia de ese mismo culto oficial en las plazas públicas. La confianza que merecía la concepción burlesca, la «del mundo al revés», era compatible con la sincera lealtad. Una alegre concepción del mundo, basada en la confianza en la materia y en las fuerzas materiales y espirituales del hombre (que eclosionaría en el Renacimiento), se afirmaba espontáneamente en la Edad Media en las imágenes materiales, corporales y utópicas de la cultura popular, a pesar de que la conciencia de los individuos estaba lejos de poder liberarse de la seriedad que engendraba miedo y debilidad.

La libertad que ofrecía la risa, era sólo un lujo que uno podía permitirse en los días de fiesta.

Así, la desconfianza frente al tono serio y la fe en la concepción cómica eran espontáneas. Es obvio que la comicidad no fue nunca un agente de la violencia, ni erigía hogueras. La hipocresía y el engaño no podían reír. La risa no prescribía dogmas; no podía ser autoritaria ni amedrentar a nadie. Era una expresión de fuerza, de amor, de procreación, de renovación y fecundidad: estaba vinculada a la abundancia, la comida, la bebida, la inmortalidad terrenal del pueblo, el porvenir, la novedad que abría nuevos caminos. De allí que el pueblo desconfiara de la seriedad y se identificara con la risa festiva.

El hombre medieval participaba al mismo tiempo de dos existencias separadas: la vida oficial y la del carnaval; dos formas de concebir el mundo: una de ellas piadosa y seria y la otra cómica. Ambos aspectos coexistían en su conciencia, y esto se refleja claramente en las páginas de los manuscritos de los siglos
XIII
y
XIV
, como por ejemplo en las leyendas que cuentan la vida de los santos. En una misma página encontramos, una al lado de la otra, estampas piadosas y austeras que ilustran el texto y diseños de quimeras fantásticas, marañas de formas humanas, animales y vegetales de inspiración libre, es decir, sin relación con el texto; diablillos cómicos, juglares haciendo acrobacias, mascaradas, sainetes paródicos, etc., o sea imágenes puramente grotescas.

Y esto simultáneamente en una misma página. La superficie de la hoja, al igual que la conciencia del hombre medieval, abarcaba dos aspectos de la vida y el mundo.
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La misma coexistencia de lo serio y lo grotesco se encuentra en las pinturas murales de las iglesias (como dijimos antes) y en sus esculturas. El rol de la quimera, quintaesencia del grotesco, es muy significativo. Sin embargo, incluso en las artes decorativas de la Edad Media hay fronteras estrictas que limitan ambos aspectos: ambos coexisten, pero sin fusionarse ni mezclarse.

En consecuencia la cultura cómica de la Edad Media estaba esencialmente aislada en las fiestas y recreaciones. Al lado existía la cultura oficial sería, rigurosamente separada de la cultura popular que se manifestaba en la plaza pública. Los embriones de una nueva concepción del mundo comenzaban a aparecer, pero al estar encerrados en las manifestaciones típicas de la cultura cómica, no podían crecer ni desarrollarse, dispersos en los islotes utópicos de la alegría que presidía la fiesta popular, en las recreaciones, en los dichos de sobremesa, y en el seno cambiante de la lengua familiar hablada. Para llegar a desarrollarse plenamente, tenía que penetrar en la gran literatura.

Fue a fines de la Edad Media cuando se inició el proceso de debilitamiento de las fronteras mutuas que separaban la cultura cómica de la gran literatura. Las formas llamadas inferiores se infiltran cada vez más en los dominios superiores de la literatura. La comicidad popular penetra en la epopeya y en los misterios. Comienzan a desarrollarse géneros del tipo de las moralejas, gangarillas y farsas. Los siglos
XIV
y
XV
se distinguen por la aparición y el desarrollo de sociedades tales como
«Reino de la clerecía»,
o de los
«Niños despreocupados».
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La cultura cómica comienza a trasponer los estrechos límites de las fiestas, y se esfuerza por penetrar en todos los círculos de la vida ideológica.

Este proceso alcanza su apogeo en el Renacimiento. La comicidad medieval encontró su expresión suprema en la obra de Rabelais, Su obra fue la forma que adoptó la nueva conciencia histórica libre y crítica. Este apogeo se preparó a lo largo de la Edad Media.

En lo que se refiere a la tradición antigua, puede decirse que sólo cumplió un papel importante en el proceso de toma de conciencia y esclarecimiento
teórico
de la herencia legada por la comicidad medieval. Ya hemos visto que la filosofía de la risa en el Renacimiento se basaba en fuentes antiguas. Debemos destacar que en el Renacimiento francés del siglo
XVI
, las influencias provinieron de Luciano, Atenea, Aulio Gelio, Plutarco, Macrobio y otros eruditos, retóricos y satíricos de fines de la Antigüedad, y no de la tradición «clásica», como la epopeya, la tragedia y los géneros líricos, que sí influyeron en cambio en el clasicismo del siglo
XVIII
.
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Podemos decir, empleando la terminología de Reich, que la influencia principal en el siglo
XVI
era la tradición «mímica» de la Antigüedad, la antigua imagen «biológica» y «etiológica», el diálogo, los dichos de sobremesa, el sainete, la anécdota, las sentencias; todo esto combinado con la tradición cómica medieval y en un tono armónico similar a ésta.
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Traducido a nuestra terminología esto puede denominarse «la Antigüedad carnavalizada».

La filosofía de la risa del Renacimiento, basada en estas fuentes antiguas, no concordaba totalmente con estos principios en las representaciones cómicas prácticas. Porque la filosofía de la risa no reflejaba la tendencia histórica cómica del Renacimiento.

La literatura, así como los demás documentos del Renacimiento, demuestra la percepción excepcionalmente clara que tenían los contemporáneos acerca de la existencia de una gran frontera histórica, de los radicales cambios de época y de la sucesión de las fases históricas. En Francia, durante los años veinte y a principios de los años treinta del siglo
XVI
, esta percepción era especialmente aguda y muchas veces se manifestó por medio de declaraciones conscientes. La humanidad dijo adiós a las «tinieblas del siglo gótico» y avanzó hacia el sol de la nueva época. Bastaría con citar los versos a André Tirapeau y la célebre carta de Gargantúa a Pantagruel.

La cultura cómica medieval preparó las formas a través de las cuales se expresaría esta concepción histórica. Eran formas esencialmente relacionadas con el tiempo, los cambios y el porvenir. Derrocaban y transformaban el poder dirigente y la concepción oficial. Imponían el triunfo de las buenas épocas, de la abundancia universal y la justicia. De allí surgió la nueva conciencia histórica, que encontró su expresión más radical en la comicidad.

B. Krjevsky dice con justeza en su artículo sobre Cervantes:

«La carcajada ensordecedora que resonó en los ambientes europeos de vanguardia y que precipitó a la tumba todas las bases "eternas" del feudalismo, fue una alegre y concreta expresión de la nueva sensibilidad introducida por el cambio de ambiente histórico. Los ecos de esta carcajada de tono "histórico" no sólo conmovieron a Italia, Alemania o Francia (me refiero ante todo a
Gargantúa y Pantagru
el,
de Rabelais) sino que suscitaron una genial resonancia más allá de los Pirineos...»
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Las imágenes de la fiesta popular estaban al servicio de la nueva concepción histórica, todas sin excepción, desde los disfraces y mistificaciones (importantes en la literatura del Renacimiento, sobre todo en Cervantes) hasta las manifestaciones carnavalescas más complejas. Se produce una transformación acelerada de las formas elaboradas en el curso de los siglos: se despide alegremente al invierno, al ayuno, al año viejo, a la muerte, y se acoge con alegría la primavera, los días de abundancia, de matanza de las reses, los días de nupcias, el año nuevo, etc., es decir, los símbolos de cambio y renovación, de crecimiento y abundancia, que sobrevivieron a lo largo de los siglos.

Estos símbolos, ya imbuidos de la sensación del tiempo y del porvenir utópico lleno de esperanzas y aspiraciones populares, servirá en adelante para expresar los alegres adioses que da el pueblo a la época agonizante, al antiguo poder y a la vieja concepción.

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