Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Iblis gritaba que no una y otra vez. Palabras totalmente inútiles. Los guardias de la Yipol seguían golpeando la puerta mientras la nave volaba inexorablemente hacia las llamaradas ardientes del sol. Ahora la fotosfera ocupaba por completo la pantalla frontal, y su luz era tan intensa que parecía que iba a fundir el metal y el plaz.
En la cabina el calor era intenso. Los sistemas de circulación gemían y vibraban en un intento inútil por combatir la sobrecarga térmica. Cada aliento era como fuego en los pulmones de Xavier.
Cerró los ojos con fuerza, pero el resplandor y el calor seguían quemando sus nervios ópticos. Una pira funeraria muy apropiada para él y para Iblis, sí señor.
Mientras la nave volaba al corazón del sol, Iblis no dejó de gritar.
La sincronización es esencial, sobre todo si se quiere utilizar el elemento sorpresa.
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Memorias sin vergüenza
Inmensas formas bulbosas se alzaban alrededor de Norma Cenva, una auténtica ciudad imaginaria que iba cobrando forma conforme modificaban o construían de cero sus naves para plegar el espacio. Con la ayuda de una numerosa fuerza obrera militar, con las sustanciosas inversiones de la Liga y la sensación de urgencia que caracterizaba a la nueva Yihad, en los astilleros de Kolhar el trabajo avanzaba a un ritmo frenético. El sueño de Norma se estaba haciendo realidad.
Los astilleros se extendían a lo largo de más de mil kilómetros en todas las direcciones, unas bulliciosas instalaciones que formaban una parrilla colosal sobre lo que habían sido las llanuras pantanosas de Kolhar. Las diferentes zonas de trabajo estaban conectadas por tranvías suspensores de alta velocidad, con cápsulas blancas que circulaban por unos raíles invisibles.
Aun así, Norma nunca se había sentido tan vacía y perdida. Estaba junto a Adrien, su hijo de ocho años, a la sombra de una de aquellas naves colosales, y las lágrimas caían por su rostro adorable. El oficial de la Yihad esperaba ante ella, incómodo, con expresión grave por la noticia que había tenido que darle.
Lo vi en mi visión. Sabía que no volvería a ver a Aurelius.
En aquellos momentos, tenía que dejar a un lado las cuestiones personales. Era demasiado tarde para reprocharse haber pasado tan poco tiempo junto a su marido, para lamentarse por los años que había perdido por culpa de la guerra. Si quería resolver los peligrosos problemas de navegación de sus naves, tenía mucho trabajo que hacer. De lo contrario, muchos yihadíes y mercenarios morirían.
Debo hacer que mi otra gran visión se convierta en realidad.
Hasta el momento, treinta y siete naves militares se habían reequipado o se habían construido desde cero. Otras cincuenta y tres se estaban construyendo y pronto estarían acabadas. Aquellas inmensas estructuras, en diferentes fases de acabado, eran negras, cubiertas con los estandartes dorados y plateados. Una selva de andamios suspensores y barcazas de trabajo flotaban en el aire alrededor de cada nave.
Aunque habían requisado la flota de naves de VenKee Enterprises, las autoridades militares aún permitían que la empresa transportara gran cantidad de mercancías según el espacio disponible. Por fortuna, aún no se había producido ningún accidente grave, pero solo era cuestión de tiempo.
Ya hacía meses que aquellos transportes de mercancías se realizaban con éxito, y eso significaba que en VenKee seguía entrando dinero, y que los cargamentos de melange llegaban sin problemas a los numerosos nobles que se habían hecho adictos a ella. Dado que los representantes parlamentarios exigían un aumento en la importación de melange, cabía la posibilidad de que el ejército cediera algunas naves para su uso debido a las
urgentes necesidades
de la Liga. Entretanto, Norma había enviado docenas de cargueros comerciales convencionales para que el suministro de materiales necesarios no se interrumpiera.
Gracias a las concesiones que Aurelius había negociado, VenKee Enterprises sobreviviría. Quizá con el tiempo hasta prosperarían. Pero eso si tenían suerte…
Norma se enjugó las lágrimas, pero aparecieron más. Era una reacción tan humana… estaba acostumbrada a encerrarse en su trabajo, y eso le permitía escapar a la interacción con otras personas y a los insignificantes conflictos de las relaciones personales, los negocios y la política. Pero en aquellos momentos, aunque su mente prodigiosa podía ver viajes a través de un universo plegado, no podía escapar a su terrible realidad personal.
—Un equipo de investigadores de la Liga encontró pruebas en el lugar donde impactó el asteroide en Ginaz —dijo el oficial con voz triste. Norma ni siquiera sabía su nombre—. Decenas de miles de hombres han muerto en el archipiélago, muchos eran expertos mercenarios. No creo que nunca lleguemos a saber qué pasó realmente.
Norma no cuestionó la veracidad de la noticia. El frío viento de la llanura le echó al oficial el flequillo sobre la frente, casi sobre los ojos. El hombre se aclaró la garganta.
—Hemos encontrado pruebas que indican que se produjo un ataque de los cimek en el cinturón de asteroides. Su madre y su marido tenían que pasar por la zona.
—Ya sé lo que les pasó —dijo Norma—. Lo vi en una… visión. Estoy segura de que lo que vi coincide con las pruebas que tienen. —Le explicó lo que había visto después de consumir la especia.
Tratando de controlar sus emociones, Norma meneó la cabeza ante aquella terrible pérdida. Dos personas con un increíble talento se habían ido. Adrien ya tenía edad para comprender. El niño permanecía en silencio junto a su madre.
Al mirar a su hijo, Norma vio una versión más joven y delgada de Aurelius, lleno de dolor. Apretó la mandíbula.
—Debemos trabajar más que nunca. Tú y yo, Adrien, para preservar el legado de tu padre.
—Lo sé, mamá. Las naves. —El niño se acercó más y se abrazó a su cintura. Tenía la capacidad para ser tan brillante como ella, y tan hábil en los negocios como su padre.
Norma asintió.
En mis sueños, escucho el susurro lejano de los mares de Caladan, como recuerdos fantasmales que me llaman. Caladan está lejos, muy lejos de la Yihad.
P
RIMERO
V
ORIAN
A
TREIDES
, diarios privados
Magullado y triste después de saber la horrible muerte de Serena, Vorian Atreides volvió a Caladan. No tenía ninguna misión militar, ningún plan, solo motivos personales. Hacía mucho, mucho tiempo, había visto cómo Serena se le escapaba de las manos, y no tenía intención de dejar que volviera a pasar. Había encontrado a otra mujer que era especial para él.
Leronica.
¿Por qué no retirarse, por qué no dar la espalda a la lucha y dejar que otros se ocuparan de la guerra? Él llevaba décadas luchando. ¿No era suficiente? Sobre todo ahora que la humanidad, indignada, buscaba la venganza en nombre de su sacerdotisa.
En Caladan, con Leronica, podía olvidarse de todo por un tiempo. No se trataba de un descanso, ni de un período para recuperarse, era una forma de adormecer sus recuerdos. Pero mejor eso que nada. Y después volvería a la guerra, como siempre.
Ella ya se acercaba a los cuarenta años estándar, sus gemelos casi tenían diez, pero Vor no había cambiado exteriormente desde los veintiuno, cuando Agamenón le administró aquel doloroso tratamiento para hacerle inmortal. En unos años, Leronica sería lo bastante mayor para parecer su madre. Pero eso no le importaba, nunca le había importado. Solo esperaba que a ella no le preocupara demasiado su apariencia, o la de él.
Cuando Vor llegó de nuevo a la taberna de Leronica, a ella pareció sorprenderle que hubiera vuelto tan pronto. Corrió a abrazarlo, luego se apartó de sus brazos y vio el dolor en su mirada. Algo había cambiado. No había chistes, ni andares desenfadados, no la hizo girar alegremente en un abrazo.
Vor se limitó a abrazarla, y durante un buen rato no dijo nada.
—Te lo diré más adelante, Leronica… pero no ahora.
—Tómate el tiempo que necesites. Siempre eres bienvenido. Quédate conmigo si quieres.
En los días que siguieron, Vor pasó horas en los muelles, mirando el hipnótico y pacífico océano. A veces Leronica se sentaba junto a él, o volvía al trabajo y lo dejaba pensando en el extraño rumbo que había seguido su vida. Uno de los pescadores hasta se lo llevó a navegar con él un día; a Vor aquel trabajo duro pero honrado le gustó, igual que la satisfacción de comer el pescado fresco que había pescado él mismo.
Los chicos, Estes y Kagin, se encariñaron bastante de él sin saber la verdad. Vor sentía que su corazón se henchía cuando pensaba en las cosas que Xavier le había contado de su vida familiar con Octa, cosas que él nunca había podido entender… hasta entonces.
—Tendrías que haber vuelto a casarte, Leronica —le dijo una tarde cuando caminaban por una playa pedregosa—. Mereces ser feliz, y tus hijos también. He conocido a algunos hombres de aquí que serían excelentes maridos.
Ella levantó las cejas.
—Hace poco más de un año que soy viuda. ¿Te estás quejando porque todavía estoy soltera?
—No, no me quejo, pero me resulta difícil de entender. ¿Es que los aldeanos y los pescadores están ciegos?
—Muchos sí. —Ella le dedicó una mirada juguetona, y se llevó las manos a las caderas—. Además, tú no eres el más indicado para decirme cómo tengo que vivir mi vida. Esperaré el tiempo que quiera hasta que el hombre adecuado se cruce en mi camino. —Se estiró para besarle—. En tus cartas, cuando me hablabas de exóticas aventuras y lugares destacables, he visto mucho del universo Caladan está bien, pero contigo he probado el sabor de estrellas que siempre han estado fuera de mi alcance.
Leronica miró las aguas interminables y calmadas con expresión pensativa.
—Este lugar y esta vida no son suficientes. Quiero algo más para mis hijos. Cuando pienso en la Liga de Nobles, las ciudades de Salusa Secundus y Giedi Prime, imagino a Estes y a Kagin como senadores, doctores o incluso artistas con el apoyo de mecenas nobles. Aquí, en Caladan, están destinados a convertirse en unos simples pescadores. No quiero que se conformen con algo tan pequeño.
A pesar de la paz y la soledad de Caladan, Vor no podía huir de la Yihad. La humanidad entera se había levantado ante el martirio de Serena, y los rebeldes cimek —incluido su padre, Agamenón— habían asestado poderosos golpes a la supermente. Si actuaban coordinadamente, Vor sentía que finalmente el ejército de la Yihad podía derrotar a Omnius. Pero la lucha que les esperaba era difícil.
Cuando el mensajero llegó a Caladan, sabía muy bien dónde encontrar a Vor. En sus últimas instrucciones, el primero Harkonnen le había dicho adónde tenía que ir.
Vor se sintió muy inquieto cuando vio al oficial uniformado corriendo hacia él en la playa. El rostro del quinto Paolo estaba sonrojado por la importancia de su misión. Encontró a Vor sentado en una roca, escuchando el arrullo de las aguas que subían con la marea.
—¡Primero Atreides! Traigo un mensaje urgente y privado del primero Harkonnen.
Leronica quiso marcharse para dejarles que hablaran.
—Tengo que volver a la taberna. Discutid vuestros asuntos tranquilamente.
Vor la sujetó por la muñeca y la hizo quedarse a su lado.
—No tengo secretos para ti. —Se volvió hacia el oficial de rango inferior y esperó.
—Vengo directamente de Tlulax. El primero Harkonnen me envió con un mensaje urgente. Me ordenó que no fuera a Zimia ni entregara el mensaje a ninguna otra persona del ejército. Teme que sus palabras se tergiversen. Por eso me dijo que le encontraría a usted en Caladan, con esta mujer.
El corazón de Vor latía con fuerza; sabía que Xavier nunca se habría saltado el protocolo sin un motivo.
—El primero me dijo —repitió Paolo—:
Me basta con que mi buen amigo Vorian Atreides sepa la verdad.
El joven oficial llevaba un paquete plano y sellado en sus manos. Parecía estar haciendo un gran esfuerzo por mantenerse firme y respirar con normalidad, pero todo él parecía totalmente rígido. Quizá el protocolo era importante para Xavier, pero lo único que Vor quería era escuchar el mensaje.
—Vamos, quinto. ¿Cuál es el mensaje?
Paolo tragó con dificultad.
—Escribió esto rápidamente delante de mí, y me envió antes de que la Yipol del Gran Patriarca pudiera detenerme. A duras penas conseguí escapar. Y temo por la seguridad del primero Harkonnen. Yo… no tendría que haberle dejado solo, pero me lo ordenó.
Vor abrió el paquete. Extrañamente no llevaba ningún sello de seguridad ni código. Era una nota, nada más. Más adelante, al recordar aquel momento, Vor comprendió que aquel detalle, por sí solo, ya decía mucho de la desesperación de Xavier.
Vor leyó con los ojos muy abiertos, mientras la brisa del mar agitaba la hoja en sus manos: el engaño de las granjas de órganos de Tlulax, los supuestos ataques robóticos de Chusuk, Rhisso y Balut, que en realidad habían sido obra de la policía secreta de Iblis Ginjo, las matanzas de humanos, los órganos que se arrancaban a personas de carne y hueso conforme se necesitaban, la costumbre de culpar a Omnius. Y Caladan, el siguiente planeta en la lista.
¡Caladan!
Vor recordaba el osario que había visto en Chusuk, en contraste con la belleza prístina de aquel mundo oceánico.
—¡Hijo de puta! —Las fosas nasales se le hincharon al pensar en lo que le haría al Gran Patriarca en cuanto lo tuviera delante.
Siguió leyendo. Xavier describía lo que pensaba hacer, destruir el encanto envenenado de Iblis Ginjo en un acto heroico final. El viejo primero era consciente de lo que pensarían todos de él: lo verían como un fanático, un traidor, el asesino del amado Gran Patriarca, pero a Xavier no le importaban aquellas desgracias póstumas. Ni la gloria, si finalmente la verdad salía a la luz.
¿Asesino?
Al igual que Xavier, Vor conocía la poderosa maquinaria que Iblis Ginjo había creado para rodearse de un halo mítico, y de sus engaños… el cuerpo de policía secreta y yihadíes fanáticos que mantendrían la ilusión de la sacerdotisa Serena Butler y su devoto Gran Patriarca.
Junto a él, el quinto Paolo se aclaró la garganta.
—El primero Harkonnen se arrojó con su nave contra el sol, llevándose al Gran Patriarca con él.