E
MPRESARIOS Y DIRECTIVOS
Me acuerdo muchas veces de aquello. Cuando veo empresarios que salen en los periódicos, pienso si son empresarios de verdad o son directivos, que tampoco es una vergüenza. Veo señores que salen día sí y día también y otros que no salen nunca y a quienes conozco. Y con alguna frecuencia veo que los primeros son directivos, y los otros empresarios.
Y esto no tiene nada que ver —o muy poco— con su formación académica. No se me olvidará nunca una clase en el Programa de Alta Dirección del IESE, en la que participaba como alumno un empresario de los de verdad, con una trayectoria fenomenal. Tenía los estudios básicos y poco más. Pero tenía el olfato del negocio (me parece que los listos a eso le llaman el
knack
) y sabía dónde se ganaba el dinero y dónde se perdía. Hablaba poco, no sé si estudiaba mucho, pero estoy convencido de que aprovechaba cada minuto.
Un día un profesor llenó la pizarra con un organigrama enorme. Como no se había inventado todavía el
power point
ni el
flash
, se puso de tiza hasta las cejas. Cuadritos y cuadritos, líneas continuas para enlazar unos y otros, líneas discontinuas, tizas de distintos colores…
Uno de los participantes dijo: «Para dirigir esa organización hace falta tener carisma».
En aquel momento, el empresario al que antes me refería, soltó: «¡¡
Carisma, carisma
es esa organización con tanta gente y tantos sueldos!!».
Y uno, que es un poco simplón, piensa que lo importante para un país es que haya muchos empresarios: grandes, medianos y pequeños, que sepan dónde está el negocio y que se la jueguen. Que no tiene ninguna importancia que no sepan lo que es carisma, pero que sepan que los gastos fijos te pueden llevar a la ruina. Que, como dicen en Cataluña, «vayan a por la pela» y tengan beneficios y creen puestos de trabajo (los justos, ni uno más ni uno menos). Y cuando se dice que España ha crecido el equis por ciento quiere decir que la riqueza de España ha crecido porque los empresarios han sabido crear riqueza.
Ya sé que me diréis que algunos no lo hacen bien, desde el punto de vista ético. Ya hemos hablado de eso antes, y como me vuelva a meter otra vez por ese camino, la hemos liado.
Y eso me pasa mucho cuando veo los premios a empresarios del año y pienso si a esa persona a la que le dan el premio es un empresario de los de verdad, o es un directivo listo y bien pagado que con el dinero conseguido (honradamente) ha comprado acciones de la empresa, esa que un día, cuando la pusieron en marcha, tuvo a un empresa rio al frente. Porque comprar acciones lo podemos hacer todos. Pero poner en marcha empresas que creen riqueza para el país, eso, pudiéndolo hacerlo todos, no todo el mundo lo hace.
Porque, en el fondo, lo que diferencia a un empresario de un directivo no solo es que se juegue su dinero, sino que lo haga de una forma sostenida en el tiempo. No solo hay que poner en marcha empresas, sino que hay que no dejar de hacerlo.
Yo me admiro por muchas cosas. A pesar de ser «mayor», como dice un amigo mío, creo que no he perdido la capacidad de asombrarme. Y pido a Dios todos los días que me la mantenga.
Y de entre las muchas cosas que me asombran, está la de ver a tantos y tantos empresarios que pudiendo estar en las Bahamas disfrutando del dinero que han ganado honradamente y con mucho trabajo, deciden seguir jugándose el tipo (tipo = su patrimonio, sus horas de sueño y de ocio, y sus horas con la familia) para hacer crecer esas empresas que, para bien o para mal, forman parte importante de sus vidas y contribuyen a que miles de familias puedan salir adelante. Porque ahí también todo forma parte de un todo. Y el bienestar familiar depende de cómo gestione su artritis ese empresario, de cómo la supere y de cómo vaya a trabajar para que pueda seguir tirando adelante toda esa gente que depende de él.
Mi amigo de San Quirico, sentado delante de la botella semivacía de vino, me dice que sí, que tengo toda la razón. Que de vez en cuando le duelen los dedos, sobre todo cuando hace frío, y que, aunque ahora ya no conduce los camiones para llevar los ladrillos, no le importaría hacerlo si fuera necesario.
No sé si le he convencido de que es un empresario. Pero lo es. Como la copa de un pino. Así que, tras pagar, se levanta y, mirándome, me dice: «Todos tenemos que ser empresarios. Incluso los que no tienen empresas». Y claro, me desmonta la teoría por elevación. Esto me pasa muy a menudo: yo digo una idea que considero buena y me devuelven otra que lo es de verdad. Y luego dice que el listo soy yo. Como tiene más razón que un santo, le respondo que sí. Y me pongo a pensar sobre eso que me ha dicho.
T
ODOS, EMPRESARIOS
Todos tenemos que ser empresarios: de nuestra empresa grande o pequeña, de nuestra familia y siempre de nuestra vida, responsabilizándonos de que las cosas nos vayan bien y de que nos vayan mal, sin esperar a que alguien nos eche una mano. Si luego te la echan, fenomenal. Siempre hay gente buena dispuesta a ayudar. Aunque a veces no la encuentres. Pero es nuestra vida y tenemos que gestionarla nosotros. Esto es como los bancos, que nunca te echan una mano cuando lo necesitas, pero que si no los necesitas los tienes detrás intentando venderte, por ejemplo, productos estructurados del banco de Illinois. Pues tenemos que ser empresarios de nuestra vida como si nuestra vida dependiese de nosotros. O sea, como es en realidad.
La responsabilidad, aunque nuestros actos tengan mucha influencia en otras personas, siempre es individual. El juez más severo de lo que hacemos es nuestra propia conciencia. Por eso ser empresarios de nuestra vida es una tarea que no resulta fácil.
Pero no tenemos más alternativa. No podemos ser directivos de nuestra vida, porque, al fin y a la postre, las decisiones que tomamos, las buenas y las malas, las asumimos nosotros. Por eso, porque no hay nadie más allá de nuestra responsabilidad, debemos tomar las riendas como haría un buen empresario.
Tomar las riendas en algunas cosas muy importantes (esas cosas importantes lo son para mí, y creo firmemente que también lo son para el resto de las personas):
- En nuestra familia.
- En nuestros amigos.
- En nuestro trabajo.
- En nuestra vida interior, que es la base de lo anterior y lo más importante.
Y esa empresa, la de nuestra vida, la tenemos que montar con ilusión y ganas. Y de forma equilibrada. Es decir, si la empresa tiene como objetivo ganar dinero de forma honrada (o, como dicen los que saben, «crear valor añadido de forma socialmente responsable y ética»), nuestra empresa —nuestra vida— también tiene que crear valor añadido en todas esas cosas que son lo más importante que tenemos que hacer.
Hace algún tiempo me puse a pensar qué significaba eso de vivir ese partido con ilusión, es decir, tomar las riendas de todo eso, y se me ocurrieron una serie de cosas que os pongo a continuación:
- Tomar las riendas con nuestra familia: vivir con ilusión la familia.
La familia es una de las parcelas importantes donde ser empresarios de nuestra vida. He dicho que es importante cuando debería haber dicho que es la más importante de nuestra vida porque, habitualmente, es el soporte de todo lo demás, y su influencia en los otros ámbitos es fundamental. A veces, definitiva.
Y ser empresarios de la familia supone tener claro lo que la familia es. En este punto conviene remarcar cosas obvias, como que una familia se crea cuando un chico y una chica se casan. Luego vendrán los hijos, se adoptarán o se tendrán en acogida. O no se tendrán.
El hecho fundamental es que en un momento dado, el chico y la chica se comprometen en ese proyecto de futuro, asintiendo cuando se pregunta si uno está dispuesto a pasar
el resto de su vida
con la otra persona. A eso lo podemos llamar voluntad fundacional de la familia, que está basada en el amor. Y es lo que hay que mantener vivo, porque al cabo de unos años el chico es un poco más viejo, la chica empieza a tener arrugas y alguna vez se sorprenden diciéndose el uno al otro: «¡Cómo pasa el tiempo!».
En ese momento es cuando hay que ser realmente empresarios de nuestra vida, porque, efectivamente, ha pasado el tiempo y han pasado muchas cosas que han ido dejando cierto rastro: mucho trabajo, problemas económicos, problemas de salud, cosas que han salido bien y cosas que han salido menos bien. Y quizá aquella ilusión que se reflejaba en los ojos de la chica y del chico cuando salían de la iglesia después de casarse se ha desvanecido un poco, y en su lugar hay un cierto aire de aburrimiento nostálgico.
Aburrimiento, porque, al cabo del tiempo, el ex chico le ha dicho a la ex chica prácticamente todo su repertorio, y la ex chica, que cuando era chica lo miraba arrobada, pensando: «¡Qué bien habla! ¡Se nota que es abogado!», ahora piensa: «¡Otra vez el mismo rollo!». Y lo mismo sucede al revés. Y como el ex chico sabe lo que le va a contestar la ex chica y lo que, a su vez, responderá él, se calla. Y a la ex chica le pasa lo mismo. Y corren el riesgo de ser un par de viejos de la peor especie, que es aquella en la que la vejez se lleva dentro del alma.
Nostalgia, porque aquel chico y aquella chica corren hoy el peligro de pensar que las cosas eran buenas en sus tiempos, que aquellos sí que eran gobernantes, aquello sí que era música y aquello sí que era fútbol. Y con lamentable frecuencia empiezan a hablar de «nuestros tiempos», causando la huida precipitada de sus hijos, nueras, yernos y todo el mundo que se acerca a ellos.
Pues bien, lo que tenemos que hacer es tener claro que «nuestros tiempos» son estos: los de la
Crisis Ninja
, el banco de Illinois, Lehman Brothers, Zapatero y Pepe Blanco, los del G-20 y el escudo de misiles, los del cambio climático, los del terrorismo y las pastillas de éxtasis, los de
El Canto del Loco
y Amy Winehouse. Y estos tiempos son los mejores para ti y para mí, por tres razones fundamentales:
- Por una cuestión práctica, no tenemos otros.
- Por una cuestión de eficacia: constituyen nuestro campo de juego y en él tenemos que poner todas nuestras capacidades para ser felices.
- Y, sí, uno cree en Dios, porque hemos sido elegidos por El para que vivamos.
Nosotros vivimos en estos tiempos y tenemos que encontrarnos de maravilla en todo lo que constituye nuestro entorno. Sobre todo el familiar. No puede ser que la mujer o el marido se hayan preparado para salir a cenar, y llegue el otro a casa diciendo: «Para salidas estoy yo, con lo que me quiere hacer ese tío (entendiendo por ese tío el ministro de Economía correspondiente, que ha dicho que la idea de subir el IVA le parece ‘conceptualmente atractiva’)». Y, viceversa, no puede ser que cuando alguno de los dos haya encontrado la manera de torear a ese tío, más felices que unas pascuas, y con ganas de salir, nos encontremos al otro u otra tirados en el sofá, con la cara hasta el suelo y pensando que para qué va a salir por ahí, para escuchar las mismas cosas de siempre.
Tenemos una batalla valiosa y preciosa en casa. El hombre y la mujer se tienen que reconquistar mutuamente a diario y, si los tenemos, hay que ilusionar a nuestros hijos. Tenemos que decir con nuestros hechos lo que dice Joan Manuel Serrat en su canción
Hoy puede ser un gran día
.
Tenemos que ver y enseñar a ver a cada miembro de nuestra familia lo positivo de cada cosa. Ver lo positivo no quiere decir ignorar inconscientemente lo negativo. Quiere decir no refocilarse en lo mal que está todo. Quiere decir hablar, sabiendo que hay crisis, de cómo podemos salir de ella. Quiere decir hablar, sabiendo que hay matrimonios que se rompen, de la cantidad de matrimonios que se quieren. Quiere decir hablar, sabiendo que hay corrupción, de la cantidad de miles de hombres honrados. Y eso no es evasión ni triunfalismo. Es enseñar con nuestro ejemplo a nuestra familia que en la vida hay hoy cosas muy bonitas. Y eso es tomar las riendas de la familia.
Los hijos, en el caso de que los tengamos, nos tienen que ver ilusionados con sus ilusiones. No podemos ser unos aguafiestas, unas personas que estén de vuelta de todo. Tenemos que estar de ida. Si nuestro hijo tiene una idea que tuvimos nosotros y nos falló, hay que animarle, explicándole lo que nos pasó y diciéndole: «¡Animo, a ver si tú lo consigues!».
La ilusión —la felicidad— en una familia está cimentada en un montón de cosas pequeñas, aparentemente sin importancia. Ya lo dice Julio Iglesias: «Me olvidé de vivir los detalles pequeños». Porque los detalles pequeños no se tienen: se viven.
Un día me puse a pensar sobre este tema y me salió una lista de cosas pequeñas que podemos intentar hacer en nuestra vida diaria. Porque lo normal es que hagamos muy pocas cosas grandes, famosas e importantes, pero sí podemos ser capaces de hacer muchas pequeñas, que convertiremos en grandes e importantes al ponerles toda nuestra voluntad e ilusión:
- Nos tenemos que interesar por lo que nos cuenta cada uno de los componentes de nuestra familia. Tenemos que aprender a escuchar. Hacen falta menos «charlatanes» y más «escuchatanes», como decía un amigo mío.
- Flexibilidad. A veces los horarios no se cumplen, los planes familiares se tuercen, aquello para lo que habíamos puesto ilusión y ganas no sale bien. Hay que aceptarlo sin dramas. Es más, con buen humor, que es la manera de convertir cualquier problema pequeño o grande en un motivo para ser optimista.
- Tranquilidad, sin manías. Hay que vivir la virtud del orden y otras y hacerlas vivir, pero sin neurosis que las hagan odiosas a nuestra mujer o marido y a nuestros hijos.
- Nuestra familia debe ser optimista. Tenemos que evitar que las conversaciones se deslicen al más negro de los pesimismos, ante lo «mal que está todo en la actualidad».
- Sonreír todo lo que podamos, con heroísmo a veces.
- No dejar de pasar ocasiones de decir algo amable.
- Abortar en su inicio cualquier pequeño conflicto. Es curioso ver con qué frecuencia se originan en las familias serios problemas que son absoluta y estúpidamente desproporcionados a las causas que los produjeron.
- Confiar siempre en quien está al lado nuestro y sobre todo en nuestros hijos. Yo sé que los hijos no siempre dicen cosas que se ajustan plenamente a la verdad, pero hay que confiar en ellos, con todas las consecuencias… Y desde luego, respetar su intimidad.
- Dar importancia a cada uno individualmente. Tanto si la familia es de muchos hijos o de uno. Da igual. En las familias numerosas existe el peligro de tratar a los hijos por grupos (los mayores, los pequeños, etc.). Cada uno de estos grupos está formado por personas, con sus alegrías y tristezas y sus ilusiones.
- Se celebra todo. En las familias hay santos, cumpleaños, aniversarios. Son motivos de unión, de alegría, de romper con la posible monotonía que puede producirse en la vida. Y hay que hacer que los que estén fuera escriban o llamen. Porque así se hace familia.
- Pedir perdón. Nadie acierta siempre. Los padres y madres, tampoco. Y es bueno ir al hijo al que se le echó una bronca destemplada y decirle: «Perdón, estaba nervioso». Y eso no merma en absoluto la autoridad. Al contrario, la refuerza.
- No empecinarse en las discusiones. La mayor parte de las cosas son opinables.
- Contar cosas profesionales. Nuestros hijos tienen que saber a qué nos dedicamos. No es bueno que los hijos piensen que sus padres deben trabajar en algún sitio porque en casa se sigue comiendo y que ese sitio debe ser honrado porque no lo meten en la cárcel.
- Ser respetuoso con la libertad de los hijos.
- Y por último, hay que recordar que la familia es de todos, no solo de los padres, que los problemas son de todos, no solo de los padres, y que la sacan adelante todos, no solo los padres.
Y este es un tema importante. Porque, como he dicho ya, es la base de otras muchas cosas. Y ser empresarios de nuestra familia requiere saber qué es la familia y pensar en todo lo que hay que hacer para sacarla adelante. Para responsabilizarnos de nuestra vida.
- Tomar las riendas con nuestros amigos.
Debemos tener amigos. Esto le puede parecer a más de uno una perogrullada. Pues sí, debemos tener amigos porque no todo el mundo los tiene. Y eso es una parte igualmente importante de nuestra vida. Y en la que tenemos que tomar las riendas, porque es una parte vital del hombre. De todos nosotros.
Con frecuencia se suele oír la famosa frase: «Yo, de casa al trabajo y del trabajo a casa». Y el que la dice pone cara seria, pensando que lo que dice está muy bien. A mí me parece que está muy mal. Yo creo que nosotros hemos de ir de casa a los amigos, de los amigos al trabajo, del trabajo a los amigos y de los amigos a casa. Quiero decir que no podemos limitarnos a estar en casa y a ir a trabajar, sin ocuparnos de tanta y tanta gente que está a nuestro alrededor y que nos necesita.
Porque la gente nos necesita. Con frecuencia, las personas están solas. Muy solas. Y cuando una persona está sola, empieza a pensar en sí misma y acaba mareada dando vueltas sobre su propio eje. Tenemos que pensar en los demás y ayudarles a que ellos también piensen en los demás.
Para empezar, en los demás que tenemos cerca. Porque es muy fácil querer a los países del Tercer Mundo y es más difícil aguantar a esa suegra un poco rollo que vive con nosotros. Y es fácil estar preocupado por la paz en Centroamérica y es más difícil sonreír a nuestra mujer o a nuestro marido cuando nos está contando lo mismo por enésima vez.
Pensar en los demás significa no pensar en nosotros mismos. Significa forzarnos a poner ilusión en nuestra vida y transmitírsela a los demás. Significa decir al que está pasando una mala temporada que puede contar con nosotros. Significa escuchar a ese amigo que necesita que alguien le escuche.
Muchas veces, cuando un amigo llama diciendo que quiere verte, llega, te cuenta muchas cosas durante una hora y cuando vas a contestarle, te dice: «Muchas gracias. Ahora sí que veo las cosas claras».
Quizá alguien que me lea se preguntará: «Y yo, ¿de dónde saco los amigos?». Y tiene razón. La vida que llevamos, sobre todo si vivimos en las grandes ciudades, no ayuda a tener amigos. Con frecuencia, llamas a uno para quedar citado con él y después de pasar un cuarto de hora con las agendas delante, se queda citado para dentro de un mes.
Hay que buscar amigos. No es bueno para una persona o para un matrimonio no tener amigos. La lista de posibilidades es muy grande: los compañeros de trabajo, los del colegio, los del parvulario, los vecinos, los del club de tenis o de golf, los de nuestra pandilla de chavales, los de San Quirico en mi caso, etc.Ahí hay personas a las que podemos ayudar. Ahí hay personas que nos pueden ayudar a que no pensemos en nosotros mismos. Ahí hay personas a las que podemos comunicar nuestras ilusiones, nuestras alegrías y a las que podemos ayudar a que encuentren ilusiones y descubran alegrías.
A medida que uno se vuelve mayor, esto cuesta más. Como cuesta más todo. Porque un día nos duele la cabeza, otro el estómago, y cuando no nos duele nada resulta que le duele a nuestra mujer. Ya sabéis aquello tan viejo: «Si tienes cincuenta años, y al levantarte por la mañana no te duele nada, es que te has muerto».
Y a medida que nos hacemos mayores, tenemos más ocupaciones y tenemos peor genio. Y podemos empezar a pensar que para qué me voy a ocupar de fulano, si ya tengo bastante con ocuparme de mi reuma. Hay que ocuparse de fulano por dos razones: la primera, porque fulano nos necesi188 ta; la segunda, porque así nos olvidaremos del reuma. Y hay muchas cosas que les podemos decir a nuestros amigos:
- Les diremos que hay que vivir con ilusión la familia.
- Les diremos que hay que vivir con ilusión el trabajo profesional.
- Les diremos que tienen que vivir con ilusión muchas pequeñas cosas que harán que se conserven jóvenes.
- Les diremos que deben vigilar para que las conversaciones no deriven rápidamente al más negro de los pesimismos, al darse cuenta de «cómo está todo».
- Les diremos que hay que ocuparse de los demás.
- Les diremos que hay que querer a los vecinos.
- Y para quererles, hay que conocerles. No puede ser que después de vivir veinte años en el mismo piso no conozcamos todavía a los que viven abajo o solo hablemos con el de arriba (en el caso de que exista el de arriba) cuando se le sale el agua y nos inunda el comedor.
- Les diremos que hay que luchar, a veces heroicamente, por encontrar el lado bueno de las cosas, porque todas las cosas tienen su lado bueno. Y si no, se inventa.
- Les diremos que el matrimonio tiene que quererse cada día más. Sabiendo que el día que no le duele una cosa a él, le duele a ella. Y sabiendo que en los veinticinco o treinta años que han pasado desde que se casaron ya se lo han contado todo y resulta difícil encontrar una novedad apasionante.
- Les diremos que hay que querer a los hijos, que hay que quererles tal como son, que hay que animarles, que hay que empujarles a que hagan cosas grandes.
Y se lo diremos con nuestro ejemplo. Lo cual es mucho más eficaz que sermones largos y pesados. Y les traeremos a nuestra casa e iremos a la suya y conoceremos a sus hijos y les ayudaremos a quererse más.
Y habremos encontrado un ámbito donde real mente «crear valor» como empresarios de nuestra vida. Aquel en el que se ayuda a mejorar a las personas fuera del círculo familiar que nos rodea. Y la de ayudar a sonreír a mucha gente, que quizá había pensado que eso ya no se llevaba.