La Corporación (25 page)

Read La Corporación Online

Authors: Max Barry

Tags: #Humor

BOOK: La Corporación
12.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Uf! ¡Vaya día! —dice Eve—. ¡Vaya día!

Gretel no sabe por qué ha sido un día tan horrible para Eve, teniendo en cuenta que ha estado ausente la mayor parte del mismo, pero con el tiempo ha aprendido a no hacer preguntas y se limita a responder:

—Sssí.

—Cuando esto se acabe, pienso pillar una buena borrachera.

Gretel sonríe. Ha aprendido también que, cuando Eve dice cosas como ésa, no quiere decir que la esté invitando.

Un agente de Seguridad se acerca hasta el mostrador.

—¿Tenéis un paraguas para el señor Seddon?

Gretel mira debajo del mostrador y saca un paraguas negro muy elegante. El guardia lo coge y se lo lleva a Blake Seddon, quien sonríe a Gretel pero mira por el rabillo del ojo a Eve. Luego sale para enfrentarse a la multitud enfurecida.

Al verle todos le abuchean. Cuando Blake se para delante de ellos y levanta una mano para pedir calma se han convertido en una masa que grita enardecida. Sin embargo, él no demuestra el más mínimo miedo y se limita a esperar bajo el paraguas a que los ánimos se calmen.

—Amigos míos —dice—. Mis estimados y queridos amigos.

Por unos instantes parece que la multitud se va a abalanzar sobre él, pues están lo bastante exaltados. Lentamente, no obstante, su rabia va apagándose y al final Blake puede hablar sin que le interrumpan.

—Son tiempos difíciles —dice Seddon mientras la lluvia salpica su paraguas—, no necesito deciros eso porque lo sabéis de sobra. Es un mercado duro y tenemos que afrontar la competencia extranjera. Si queremos tener éxito como empresa, si queremos sobrevivir, tenemos que tomar decisiones difíciles, la Corporación Zephyr no es una organización de caridad. Si no obtenemos beneficios, los inversores se llevan el dinero a otro lado, así de sencillo. Si la empresa gana dinero, nos podemos permitir contratar a más gente, si no, tenemos que despedirla. No es nada personal. Son decisiones económicas. Dirección General tiene el deber de evitar los números rojos por el bien de los inversores. Nos encantaría teneros a todos vosotros en nuestra plantilla, pero estamos obligados a hacer lo que sea mejor para la empresa. Si eso significa recolocar externamente a algunos empleados, estarán de acuerdo en que eso es lógico y razonable. Insisto en que no es nada personal, sino un proceso estandarizado de contraste del valor de una parte de la empresa con sus costes asociados, algo que se aplica por igual a las líneas de producto, a los departamentos y a los empleados. Desearía que fuese de otro modo, pero la realidad es que debemos eliminar sin misericordia las partes de la empresa que causan pérdidas con el fin de proteger las partes rentables. Cuando hemos hecho los cálculos, hemos concluido que ustedes son las partes que causan pérdidas. No es nada personal. Quiero que entiendan que no es una decisión arbitraria. No lo hacemos por un deseo de venganza, ni estamos disfrutando con ello. Sencillamente tratamos de mantener la empresa a flote. Si las cosas fuesen diferentes —si hubieseis sido más productivos o recibido un salario más bajo— entonces tal vez no estaría hablando con vosotros ahora mismo. Pero desgraciadamente tengo que deciros que no estabais añadiendo valor. Por tanto, aunque os sintáis dolidos, es importante que os deis cuenta de que es una consecuencia lógica de la relación coste-beneficio. Estabais hundiendo la empresa. No deseo parecer excesivamente crítico, pero sí os lo merecéis.

La multitud se calla. Sus palabras sacan a la luz sus más oscuras sospechas. Hay algunos grupos que resisten y tratan de que los demás no pierdan la entereza, pero el sentimiento colectivo se ha roto. En el fondo ya lo sabían; lo sabían. Los desempleados bajan la vista. Todavía hay algunos que hablan, que discuten, pero carece de importancia porque la gente, sola o por parejas, ya ha empezado a marcharse.

Jones se dirige al coche, oyendo el eco de sus pasos sobre el pavimento del aparcamiento, cuando de pronto se da cuenta de que el vehículo que está detrás de él no está buscando sitio para aparcar, sino siguiéndole. Se da la vuelta y ve cómo baja el cristal ahumado del lado del conductor de un Porsche 911 color negro, dejando salir una oleada de música clásica y revelando el parche negro de Blake Seddon.

—¿No está prohibido conducir con un parche en el ojo? —pregunta Jones—. Yo habría dicho que sí.

Blake se ríe.

—Probablemente lo esté. Oye, ¿es ese tu coche? ¡Vaya! Va siendo hora de que te compres uno nuevo, Jones.

Blake mira el retrovisor y añade:

—Tengo una pregunta que hacerte: esta mañana, cuando saliste de la reunión de Alpha, ¿por qué tardaste tanto tiempo en regresar a tu mesa?

—¿Me estabas vigilando?

—Bueno, más bien observando.

—Ja, ja —responde Jones—. Eve vino detrás de mí. Quería hablar conmigo.

—¿Y qué más?

—Salí del edificio para ver qué sucedía.

—Hmm —dice Blake—. Ya sabía que mentirías sobre eso.

—Probablemente lo tenéis grabado.

—Ya lo sé.

—¿Entonces para qué me preguntas?

—Estaban muy enfadados hoy. He visto ya unos cuantos despidos masivos, pero ninguno como éste. Jamás habíamos tenido que intervenir personalmente. Supone casi una violación de los estatutos de Alpha. A Klausman le costó tomar la decisión.

—Quizá deberíamos habernos mantenido al margen. Habría sido una experiencia muy instructiva. Eso es lo que hace Alpha, ¿no es verdad? Mirar y aprender.

—A mí me gustaría instruirme sobre por qué hoy ha sido diferente.

Jones se encoge de hombros.

—Les dijiste algo.

—Les deseé lo mejor para el futuro.

—Y una mierda.

—¿Tenéis audio fuera?

—No, Jones. No tenemos audio fuera —responde Blake con una carcajada.

—Entonces, ¿de qué hablas?

—Antes no eras tan gallito. Algo ha cambiado y me gustaría saber qué. Quiero saber si eres

o
ella.

—¿De quién hablas?

—Por favor —dice Blake.

—Hablo en serio. No sé de qué hablas.

Blake aprieta los labios, luego se acerca y saca un brazo por la ventanilla.

—Hay una cosa que debes saber, Jones, y es que Eve no tiene sentimientos. No sé qué le pasó a esa chica, pero creo que su trabajo favorito sería poner inyecciones letales en San Quintín. Puede que ya te hayas dado cuenta, pero no sabes ni la mitad. Ella no tiene sentimientos como tú o como yo. Sabe que debería tenerlos, pero no los tiene. Te digo una cosa, Jones, por más que te creas muy listo y muy inteligente cuando estás con ella, no tardarás en darte cuenta de que para ella no eres más que una enorme y torpe marioneta.

—No sabía que fueses tan profundo —responde Jones—. ¿Quieres que me eche en el diván y te hable de mi madre?

Blake resopla.

—Oye, no te culpo por estar interesado en ella. Tiene un polvo, sin duda. Es una de esas chicas que se comportan como si no lo hubieran hecho antes. ¿No te lo habrás creído, verdad?

Blake ve algo en la cara de Jones que le satisface y cierra la ventanilla del Porsche mientras dice.

—Mucho cuidado, Jones.

—Para que yo lo entienda —dice Penny. Ella y Jones están lavando platos en la cocina de casa de sus padres. Por encima de la cabeza de Penny hay un reloj con forma de gato que marca los segundos con un péndulo en forma de cola mientras mueve los ojos de un lado a otro—. Ese Blake piensa que te llevas algo entre manos con Eve.

—Algo así.

—¿No están todos los miembros de Alpha en el mismo bando?

—Se supone que sí. Pero hay muchos entresijos políticos. Cuando Klausman se jubile, es probable que se maten entre ellos por quedarse con su puesto.

—¿Se va a jubilar?

—Umm… De momento, no creo.

Penny se arregla el pelo, recoge algunas mechas que se le han escapado de la coleta.

—De acuerdo, empecemos por el principio. Tú trabajas para Alpha.

—Así es.

—Y por eso te puedes permitir el lujo de comprarte trajes como éste.

—Bueno, éste en concreto se lo debo a Eve.

—De acuerdo. Entonces digamos que ella te lo dio porque eres su lacayo.

—Su protegido.

—Bueno, lo que sea.

—Yo no soy su lacayo.

—¿Cuál es la diferencia?

—Um —responde Jones.

—Hablas mucho de ella —dice Penny con suspicacia—. Eve por aquí, Eve por allí…

—Bueno… —¿Qué?

—Me siento muy atraído por ella. ¿No te lo había dicho ya?

—¡No! Pensaba que la detestabas.

—Sí, también, pero… es que estoy muy confuso. Cuando Blake mencionó que había salido con ella… me sentí celoso.

—Oh, vamos…

—No digo que esté bien, sencillamente soy sincero. Eve y yo pasamos una noche juntos.



pasaste una noche con ella.
Ella
estaba fuera de combate.

—Sin embargo, antes de eso, ya vi algo en ella. Desde ese día en el bar ha sido… ¿cómo decirlo? Menos mala.

—Uau —dice Penny.

—No quiero parecer grosero, pero está buenísima.

—Stephen.

—Te recuerdo que

estabas obsesionada con aquel tipo del gimnasio del que ni siquiera sabías el
nombre.

—Hmmm.

—Pero tienes razón. Las cosas que hace Eve, te hacen odiarla. No te deja otra alternativa; ese es el problema.

—Al margen de tu siniestro gusto por las mujeres malvadas y de lo que haya entre Blake y ella, todos los de Alpha están unidos por el único deseo de sacarle la sangre a la plantilla, ¿me equivoco?

—No.

—Y a ti te gustaría poder parar eso.

—Tú no has visto ese sitio. Es sencillamente brutal. Y recuerda, no es sólo Zephyr. Las técnicas que ellos inventan son aplicadas por miles de empresas. Probablemente se aplican a millones de empleados.

—Y en lugar de irte de allí, vas a trabajar en secreto, como si fueses un saboteador.

—Digamos que sí.

—Aunque no tienes ninguna autoridad en Alpha y en Zephyr eres un simple machaca.

—Sí.

—Y si saboteas Alpha —es decir, si cuentas la verdad a todos los que trabajan en Zephyr—, lo único que conseguirás es que echen a todo el mundo, cierren la empresa y empiecen de nuevo en otro lugar.

—Sí —dice Jones suspirando.

—Para colmo, una de las personas a las que debes sabotear es esa mujer por la que te sientes tan atraído.

—Exactamente.

—Bueno, la cosa está complicada.

—Pensé que podrías darme alguna solución.

—Lo siento, Stevie, pero ahora mismo no veo ninguna.

—Mierda.

—Quizá lo mejor que puedes hacer es dejarlo.

—Entonces contratarán a otro para que haga mi trabajo. Necesito encontrar una forma de obligar a Alpha a que mejore Zephyr.

—Bueno, te deseo suerte —dice Penny finalmente.

Alguien desde el salón les pregunta:

—¿Necesitáis ayuda?

—No, mamá —responde Jones limpiando el plato que ha utilizado.

—¿Qué debemos decirle a papá y a mamá al respecto? —pregunta Penny.

—Hum. Diles sólo que me he comprado trajes nuevos —responde Jones.

Según
El sistema de gestión omega
, todas las reestructuraciones corporativas pasan por tres fases. La primera es la planificación: un estado eufórico y un tanto vertiginoso que sobreviene a Dirección General cuando se da cuenta de lo fuerte que podía ser la empresa si se aplicase una reestructuración estratégica de sus unidades empresariales; extraña coincidencia, también cuando se da cuenta del enorme poder y responsabilidad que adquiriría cada miembro de Dirección General. Es un momento eufórico, pero sólo para Dirección General. A los demás, les resulta difícil ver que los beneficios prometidos por esa reorganización sean diferentes de los prometidos por la última reestructuración, esa que se llevó a cabo hace nueve meses.

Luego viene la implementación, que es como una ópera antes de comenzar: reina el caos y lo único que preocupa a la gente es dónde va a sentarse. Es una combinación de triunfo y tragedia para los trabajadores —triunfo para aquellos que por fin han logrado quitarse de encima a un odioso colega, y tragedia para aquellos cuya pantalla de ordenador queda a partir de ahora a la vista de cualquiera que entre en el departamento—, pero un periodo oscuro y gris para Dirección General, porque sus maravillosas visiones se estrellan contra las duras rocas de la realidad. Sus paradigmas invertidos revientan y escupen nuevamente paradigmas en posición estándar; su pensamiento lateral se longitudinaliza y regulariza por completo. Ellos soñaron con un único superdepartamento bien cohesionado, pero lo que tienen son tres ex departamentos obligados a sentarse juntos y enfrascados en una guerra civil. Dirección General se pregunta:
¿por qué no pueden llevarse bien las personas
? Es realmente desolador.

Finalmente viene lo que
El sistema de gestión omega
llama oficialmente reajuste, pero que los agentes del proyecto Alpha llaman en privado «evacuación». En esta fase los empleados que no se sienten satisfechos con su nuevo rol en la empresa comienzan a pulir sus currículos y enviarlos a otras empresas con el fin de encontrar otro trabajo más digno. Si tienen éxito, se marchan; si no, permanecen, junto con los que están lo bastante próximos a Dirección General para recibir alguna propina política. En esencia, la empresa pronto se ve reducida a los incompetentes y los corruptos. Sin embargo, se esforzará por seguir adelante, impulsada por la ilusión de que padece los problemas típicos de los comienzos y no una profunda sodomización de la estructura corporativa entera, hasta que esa ilusión desaparece y Dirección General hace lo único que sabe hacer: anunciar una reestructuración.

Alpha sueña en un futuro sin reestructuraciones. No es que tenga nada contra ellas, más bien todo lo contrario, pues reconoce que las circunstancias del mercado cambian y las empresas deben adaptarse a ellas. La única objeción que pone Alpha es que no tiene por qué cambiar cada catorce meses, el lapso medio establecido por Fortune 500 entre reestructuraciones empresariales. Alpha ha comprobado que una reestructuración normal cuesta tres semanas de productividad y el 82 por ciento de ellas no generan ningún beneficio reconocible. Es decir, que una empresa podría darle a cada empleado una bonificación de dos semanas de vacaciones y saldría mejor parada que si lanza una reestructuración. Hablando más en serio, podría
no
darles a los empleados esas vacaciones extra y ganar aún más dinero.

Other books

Powerplay by Cher Carson
The Snow Child by Eowyn Ivey
Black Rabbit Hall by Eve Chase
Elf Killers by Phipps, Carol Marrs, Phipps, Tom
One for the Murphys by Lynda Mullaly Hunt
La paciencia de la araña by Andrea Camilleri
A Refuge at Highland Hall by Carrie Turansky
Plague of the Dead by Z A Recht