La clave de Einstein (49 page)

Read La clave de Einstein Online

Authors: Mark Alpert

Tags: #Ciencia, Intriga, Policíaco

BOOK: La clave de Einstein
9.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Sabe qué, Lucy? Ése ya no es mi problema. Esta tarde volveré a estar en el sector privado.

—Tengo información de los movimientos del portador del teléfono móvil. Parece que el sospechoso viajó a través de carreteras secundarias hasta Batavia, Illinois. Ahí es donde está ahora, en el Laboratorio Nacional Fermi…

—¿Y por qué me cuenta a mí todo esto? Debería hablar con Defensa. Ahora son ellos quienes están al mando.

—¡Lo he intentado, señor, pero no escuchan! ¡Esos idiotas de la ADI no dejan de repetir que ellos no necesitan la ayuda de nadie!

—¡Pues que se las apañen! ¡Por mí como si se van todos al infierno!

—Señor, si pudiera…

—No, ya he tenido suficiente. ¡Que le den al Pentágono, que le den a la Casa Blanca, que le den a toda la administración!

—Pero lo único que tiene que hacer es…

Oyó un clic. El director del FBI le acababa de colgar el teléfono.

David condujo a Karen, Jonah y Monique fuera del laboratorio subterráneo y de vuelta al camión. Aunque el sistema aspersor del laboratorio ya había extinguido el incendio en el tanque de aceite mineral, estaban impacientes por salir de ahí. En cuanto llegaron fuera, David desató las ataduras de sus muñecas. Karen y Jonah se abrazaron a él, llorando, pero Monique volvió corriendo al laboratorio.

—¡Espera un momento! —exclamó David—. ¿Adónde vas?

—¡Tenemos que encontrar un teléfono! ¡Se llevaron nuestros móviles!

Desligándose delicadamente de su ex esposa y su hijo, David regresó a la entrada del laboratorio. Monique cruzó la sala, en busca de un teléfono entre los largos paneles de ordenadores.

—¡Joder! —gritó—. ¿Dónde está el teléfono? ¡Tienen equipos de millones de dólares, pero no un maldito teléfono!

David permaneció en la entrada, reacio a entrar.

—Vamos —apremió a Monique—. Ese cabrón ruso puede enviar refuerzos en cualquier momento.

Monique negó con la cabeza.

—Antes tenemos que llamar y pedir ayuda. Gupta ya ha hecho todos los preparativos para la ruptura espacio-temporal. Si ahora están direccionando el tiro a Washington, van a… ¡Eh!, ¿qué es esto? —Señaló un panel de metal que había en la pared, no muy lejos de la entrada—. ¿Es un interfono?

A su pesar, David entró en la sala para verlo de cerca. Efectivamente parecía un interfono, con una hilera de botones de colores bajo la rejilla de un altavoz. Los botones estaban etiquetados: SALA DE CONTROL, ACELERADOR, INYECTOR PRINCIPAL, TEVATRON Y COLLISION HALL.

—No presiones SALA DE CONTROL —le advirtió David—. Probablemente es ahí donde se encuentra Gupta.

—Quizá podamos ponernos en contacto con una oficina que no hayan tomado todavía. Si encontramos a uno de los ingenieros de
Tevatron
, podríamos convencerle para que cortara la electricidad del colisionador. —Estudió un momento la hilera de botones y luego apretó el que tenía la etiqueta TEVATRON—. ¿Hola? ¿Hola?

No obtuvo respuesta alguna. Pero cuando David acercó la oreja al panel oyó un pitido rápido y agudo.

—Mierda —susurró Monique—. Conozco esta señal —agarró del brazo a David para tranquilizarse a sí misma—. Los rayos ya casi están a punto.

—¿Qué? ¿Qué vamos a…?

—¡No hay tiempo, no hay tiempo! —Y se dirigió a la entrada, llevándolo consigo—. ¡Tenemos diez minutos, quince como mucho!

Corrió hacia el camión y agarró la manecilla de la puerta del asiento del conductor. Desafortunadamente, estaba cerrada. Probablemente, las llaves todavía estaban en el bolsillo de los pantalones de Brock, en el fondo del tanque de aceite mineral.

—¡Maldita sea! —exclamó—. ¡Tendremos que ir corriendo!

—¿Adónde? ¿Adónde hemos de ir?

—¡Al túnel acelerador! ¡Por aquí!

Mientras Monique se adelantaba y empezaba a correr hacia el sur en dirección al anillo del
Tevatron
, David se acercó a Karen, que estaba arrodillada en el suelo junto a Jonah. Le aterraba dejarlos solos, pero lo que estaba pasando en el colisionador daba todavía más miedo.

—Tenemos que separarnos —dijo—. Tú y Jonah deberíais salir de aquí lo más rápido que podáis —señaló una franja de asfalto a unos doscientos metros hacia el norte—. Id a esa carretera y torced a la izquierda. Si veis a algún guarda de seguridad o un policía decidle que hay un incendio en el túnel acelerador y que corten la electricidad. ¿Lo has entendido?

Karen asintió. A David le sorprendió lo tranquila que estaba. Ella lo cogió de la mano y la apretó; luego lo empujó hacia el túnel acelerador.

—Ve, David —dijo ella—. Antes de que sea demasiado tarde.

Simon tenía un dilema. Había intentado llamar a Brock por radio, pero no había obtenido respuesta. Lo había intentado tres veces más pero no oía nada más que estática. Era difícil imaginar que un hombre armado con una Uzi hubiera podido ser reducido por un puñado de rehenes atados y amordazados. Pero eso es lo que había.

Simon todavía sostenía a Gupta a punta de pistola, y los estudiantes de la sala de control seguían monitorizando el
Tevatron
, ajustando obedientemente los rayos de protones y antiprotones para que se adaptaran a las nuevas coordenadas del tiro. En unos diez minutos los rayos de partículas estarían listos y tras dos minutos de aceleración empezarían las colisiones. Pero si Swift y Reynolds se habían escapado de Brock, lo más probable era que se dirigieran al túnel acelerador e intentaran interrumpir el experimento. Ahora Simon tenía que elegir entre ir a por ellos o quedarse en la sala de control.

Después de pensárselo unos segundos, apretó el cañón de la Uzi contra el cráneo de Gupta y lo empujó hacia delante. El anciano tenía tanto miedo que apenas se tenía en pie. Sosteniéndolo por el cogote, Simon se dirigió a los estudiantes.

—El profesor Gupta y yo vamos a observar el experimento desde otro sitio, no muy lejano. Espero que todos cumpláis las órdenes que os he dado. Si la demostración fracasa, asesinaré a vuestro profesor de la forma más dolorosa imaginable. Y luego volveré aquí y os mataré a cada uno de vosotros.

Los estudiantes asintieron y volvieron a sus pantallas. Eran débiles y se les asustaba e intimidaba fácilmente, por lo que Simon estaba seguro de que cumplirían. Fue al fondo de la sala de control y abrió el armario donde estaban las llaves de los puntos de acceso al túnel acelerador. El nieto autista del profesor se lo quedó mirando un momento, sin comprender qué pasaba. Luego bajó la cabeza y volvió a centrar su atención en la
Game Boy
mientras Simon arrastraba al profesor fuera de la sala.

Había casi un kilómetro hasta el
Tevatron
. David y Monique corrieron varios cientos de metros por una carretera pavimentada y luego atravesaron un campo embarrado. Pronto verían el montículo cubierto de hierba que recorría el túnel acelerador y la estructura baja hecha de bloques de hormigón y con una alambrada en la entrada en vez de una puerta. No había ningún vehículo aparcado cerca ni nadie a la vista.

Monique señaló la estructura.

—Ésa es una de las entradas al túnel. El punto de acceso F-Cero.

—Mierda —dijo David, resollando—. Seguramente la entrada estará cerrada. ¿Cómo diablos vamos a entrar?

—Con un hacha contra incendios —contestó ella—. Hay una en cada punto de acceso, por si hay una emergencia en el túnel. Recuerdo haberlas visto la última vez que realicé un experimento aquí.

—Dentro del túnel hay interruptores de cierre manuales, pero probablemente Gupta los habrá inutilizado. Seguro que es una de las primeras cosas que ha hecho.

Con un esprint final llegaron al edificio de bloques de hormigón y rápidamente localizaron el armario contra incendios, que colgaba de una pared exterior. Monique cogió el hacha y corrió hacia la entrada del edificio. A través de la alambrada, David vio una escalera que bajaba al túnel. Agarró el codo de Monique.

—¡Espera un segundo! ¿Cómo vas a apagar el acelerador si han inutilizado los interruptores?

Monique levantó el hacha.

—Con esto. Un corte limpio a través del tubo de aceleración servirá.

—¡Pero si el rayo ya está en funcionamiento, los protones se propagarán por todas partes! ¡Quedarás impregnada de radiación!

Ella asintió apesadumbrada.

—Por eso te vas a quedar aquí arriba a vigilar la entrada. No tiene sentido que nos friamos los dos.

La mano de David apretó con fuerza el codo de Monique.

—Déjame hacerlo a mí. Yo iré.

Ella enarcó una ceja. Se lo quedó mirando como si hubiera dicho una estupidez.

—Eso es ridículo. Tienes un hijo, una familia. Yo no. Es un cálculo sencillo. —Liberó el brazo de su presa y se colocó delante de la entrada.

—¡No, espera! Quizá podamos…

Ella levantó el hacha por encima de su cabeza e iba a dejarla caer sobre la cerradura de la entrada cuando una bala le alcanzó. David oyó el disparo y vio que del costado de Monique salía sangre, justo por encima de la cintura de sus pantalones cortos. Ella dejó escapar un «Uhhh» de sorpresa y dejó caer el hacha. Él la cogió por los hombros cuando se desplomó y rápidamente torció la esquina del edificio con ella a rastras.

—¡Dios santo! —gritó él—. ¡Monique!

Su rostro se contraía de dolor y se aferró al bíceps de David mientras éste la tumbaba en el suelo y le levantaba la camiseta. Había un agujero de entrada a la izquierda del abdomen y otro de salida a la izquierda. La sangre salía profusamente de ambos.

—¡Joder! —dijo ella entrecortadamente—. ¿Qué ha pasado?

Él echó un vistazo por la esquina. A unos cincuenta metros divisó a uno de los estudiantes de Gupta pegado a la pared de otro edificio de bloques de hormigón. Aunque ambos llevaban Uzis, los estudiantes se quedaron ahí, inmóviles, sin duda traumatizados por su primera experiencia con una arma. Uno de ellos hablaba por radio.

David se volvió a Monique.

—Son dos, pero ahora vendrán más —le informó—. Arrodillado junto a ella, deslizó un brazo por debajo de su espalda y otro por debajo de las rodillas.

—Voy a sacarte de aquí. —Pero ella soltó un grito cuando él intentó levantarla y la sangre salió a borbotones del agujero de salida, empapándole los pantalones.

—¡Bájame, bájame! —gimió ella—. Tendrás que hacerlo tú. Hay otro punto de acceso a medio kilómetro al sur.

—No puedo…

—¡No hay tiempo para discutir! ¡Coge el hacha y vete!

Simon encerró al profesor Gupta en un cuarto de almacenaje del Collision Hall. En cuanto estuvieron fuera del alcance del oído de la sala de control podría haberlo matado fácilmente sin que nadie se enterara, pero decidió que sería justo que el profesor viviera para ver los resultados de su experimento.

Justo cuando Simon salía del Collision Hall, recibió una transmisión de radio del par de estudiantes a los que había asignado patrullar el túnel acelerador. Dos minutos después, Simon llegó a la entrada del túnel. Los estudiantes estaban de pie a diez metros de Reynolds, ambos apuntándola nerviosamente con sus ametralladoras a pesar de que estaba claro que no estaba en condiciones de devolver el fuego. Yacía tumbada sobre la espalda en un charco de sangre, todavía viva, pero no por mucho tiempo.

—¿Estaba sola? —les preguntó Simon—. ¿Habéis visto a alguien más?

El estudiante gordo negó con la cabeza, pero el delgado no estaba tan seguro. Se secó el sudor de la frente y se colocó bien la montura de las gafas en el puente de la nariz.

—Después de que Gary le disparara estoy seguro de que alguien la ha llevado a rastras al otro lado de la esquina. Pero no lo vi bien.

Simon dio un paso hacia el zoquete miope.

—¿En qué dirección se ha ido?

—No lo sé, no lo volví a ver. Estaba ocupado llamándote por radio, y para cuando hemos…

Simon apretó el gatillo y silenció al tontaina. Luego se volvió sobre los talones y ejecutó al gordo. Estos niños grandes eran menos que inútiles. Ahora Swift andaba suelto por ahí, probablemente corriendo hacia otra entrada al túnel, y Simon no tenía ni idea de a qué punto de los seis kilómetros del anillo se dirigía. Enfurecido, pateó la cara del primer estudiante al que había disparado y le rompió las gafas.

Luego la mujer herida dejó escapar un gemido, un gutural y quebrado, «Daaaaavid». Entonces a Simon se le ocurrió que quizá no estaba todo perdido. Podía ser que Reynolds supiera adónde se dirigía Swift.

Simon sacó su cuchillo de combate de su funda y con grandes zancadas se acercó a ella. Tenía los ojos cerrados pero todavía estaba consciente.

Karen no podía creer su buena suerte. Mientras corría con Jonah por la carretera que David le había señalado, se cruzó con tres camiones de bomberos y un Jeep blanco y rojo que iban en su dirección. Agitó frenéticamente los brazos para que se detuvieran. Los camiones pasaron de largo con las sirenas encendidas, pero el Jeep, que tenía las palabras «Jefe de Bomberos de
Fermilab
» escritas en la puerta del asiento del acompañante, sí se paró. Un hombre calvo de cara redonda y jovial bajó la ventanilla.

—¿Puedo ayudarle en algo, señora?

Ella se quedó quieta un segundo para recuperar el aliento.

—¡Hay fuego! ¡En el túnel acelerador! ¡Tienen que cortar la electricidad!

El jefe de bomberos sonrió, imperturbable.

—Tranquila, tranquila. Nos han informado de que se ha activado el sistema de rociadores del Detector Número Tres. Ahí se dirigen los camiones.

—¡No, no, ese fuego ya se ha extinguido! ¡Tienen que ir al túnel acelerador! ¡Tienen que cortar la electricidad antes de que lo hagan saltar por los aires!

La sonrisa del jefe se apagó un poco. Miró a Karen de arriba abajo y luego a Jonah, que todavía lloraba.

—¿Perdone, señora, tiene su pase de visitante de
Fermilab
?

—¡No! ¡Nos han traído en un camión!

—Me temo que no puede estar en los terrenos del laboratorio sin un pase. Tiene que…

—¡Por el amor de Dios! ¿Un grupo de terroristas ha tomado el lugar y a usted lo que le preocupa es un maldito pase de visitante?

La sonrisa desapareció del todo. El jefe movió el Jeep para aparcarlo y abrió la puerta.

—Está usted infringiendo la ley, señora. Creo que será mejor que venga…

Karen agarró la mano de Jonah y salió corriendo.

David corría por una hilera de robles que le proporcionaban cierta protección mientras seguía la curva del montículo que había sobre el túnel acelerador. No miró hacia donde había dejado a Monique. Había avanzado casi un kilómetro, así que tampoco podría verla ya, pero aun así no quería mirar atrás. Tenía que apartar todo de su mente excepto el rayo.

Other books

We Are Not in Pakistan by Shauna Singh Baldwin
Ritual by David Pinner
All the Shah’s Men by Stephen Kinzer
Guilty by Lee Goldberg
My Lady Jane by Cynthia Hand