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Authors: Carmen Posadas

Tags: #Histórico

La cinta roja (46 page)

BOOK: La cinta roja
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–No por conocida deja de ser ilegal –me respondió–. Y mi carrera política sufre por este motivo. Noto perfectamente cómo me miran los otros diputados...

No quise decirle lo que de verdad pensaba. Que se engañaba una vez más. Que los diputados no lo miraban de esta u otra manera porque viviera en concubinato con una extranjera, con una ex aristócrata ni con Nuestra Señora de Thermidor. Eran otras las razones. Pero de nada servía quebrantar aún más su ya de por sí frágil equilibrio. Tallien era un hombre que sabía que se estaba ahogando y buscaba desesperadamente una tabla de salvación. Miré sus ojos, tan atormentados, luego la línea de su antaño bello y rizado pelo que comenzaba ya a menguar, y a continuación vi la amargura que se había apoderado de esa boca que, en otros momentos, tanto y tan inesperado placer me había proporcionado. Apenas tenía veinticinco años y ya parecía un viejo. Lágrimas acudieron a mis ojos. Si él era ahora un náufrago que buscaba asidero, también yo en tiempos lo había utilizado a él como tabla de salvación cuando mi mundo naufragaba. Y Tallien entonces había estado ahí para salvarme, para jugarse su carrera, e incluso su vida, por mí.

–Jean...– le dije, y él, confundiendo mis lágrimas de piedad con las de otro sentimiento que yo ya no podía albergar, me abrazó con desesperación.

–Júrame que no me dejarás nunca. Júrame al menos que, cuando te canses de mí, permitirás que me quede cerca de ti, como una escoba vieja, detrás de la puerta, en el último rincón de tu casa, de tu vida, como un trasto inútil, como un perro, pero cerca de ti, mi amor, mi única vida.

Esa noche nos amamos como lo que éramos, él un náufrago y yo un trozo de madera inerte que nada puede sentir. En sus besos bañados en lágrimas busqué, como antes tantas veces había hecho junto a mi primer marido, imaginar las caricias de mi querido Jean-Alex Laborde, cuya imagen aún guardaba en el secreto camafeo que llevaba siempre oculto entre mis ropas, incluso las más frívolas y
merveilleuses
. No me resulta difícil imaginar la cara de sorpresa y de incredulidad de cualquiera de los que tanto admiraban a Teresa Cabarrús disfrazada de diosa pagana si descubrieran su secreta verdad. Aquella Venus que reía siempre no tenía junto a su corazón más que la compañía de un pobre hombre que se venía abajo y la de un camafeo con la imagen de un muchacho, apenas un niño, al que no había vuelto a ver desde hacía nueve años. Triste diosa.

Sin embargo, la gratitud es un sentimiento extraño. Algunos ni siquiera la conocen, muchos la recuerdan sólo cuando son de ella deudores y la mayoría no la considera razón suficiente para permanecer unido a alguien. Aun así, yo a mis frívolos y a la vez tan vividos diecinueve años, sabía muy bien lo que le debía a aquel hombre que ahora dormía abrazado a mi cintura, venturoso en su pequeño paréntesis de felicidad. Le debía la vida que él dos veces había salvado de la guillotina, así como la posición en la que ahora me encontraba, que si bien no era perfecta, sí al menos respetable. Además, me decía yo, él había sido lo suficientemente generoso como para reconocer siempre que fue el temor a perderme el que había guiado su mano para acabar con Robespierre. Y si otros estaban poco a poco olvidando lo que esa muerte había significado para Francia, yo no podía ni debía hacerlo. Aun así y a pesar de todo lo dicho, la gratitud no es como el amor, que nos ciega e impide ver a las personas tal cual son, de modo que yo me daba perfecta cuenta de cómo era Tallien y de cuál era mi situación junto a un hombre que estaba cayendo en el descrédito. Gratitud y descrédito son, por lo general, dos cosas fáciles de sopesar, y puestas en una balanza, para la gran mayoría pesa mucho más este último que la primera, pero yo tengo la desgracia (¿o tal vez debería decir la fortuna?) de no pensar como la mayoría.

«¡Oh, mi pequeña Teresa, tú siempre tan teatral! Cuando toca comedia siempre serás la mejor cómica; en la tragedia, la trágica más inspirada, y ahora en el drama...». Algo así diría mi padre si pudiera verme en este momento: «Teresita, la gran comediante... Teresita, la de los bellos gestos...». No,
mon bon papa
, no todo es teatro en la vida de tu hija, a la que hace tantos años que no ves. A veces, más que representar un papel, lo que da placer y también paz de espíritu es hacer, simplemente, lo que se debe hacer, lo que nadie espera de uno.

Los condenados que esperaban la muerte solían cortarse el pelo
à la victime
, es decir, dejando libre la nuca para facilitar el trabajo del verdugo. En este cuadro de Laneuville podemos ver a una idealizada ciudadana Cabarrús con sus cabellos cortados en el regazo la víspera del día en que estaba prevista su ejecución.

Josefina, futura emperatriz de Francia, y Teresa se conocieron en la cárcel y se hicieron de inmediato grandes amigas. Tras su liberación, se convirtieron en las «diosas» del Directorio por su belleza, sus dispendios y sus escándalos.

Cuando Teresa y Barras se conocieron, éste tenía ya cuarenta años, pero aun así era el miembro más representativo de la llamada «juventud dorada». Corrupto y sensual, fue más tarde elegido uno de los cinco miembros del Directorio (en este grabado aparecen todos ellos con sus estrambóticos trajes de ceremonia). Considerado el mentor de Napoleón, éste le traicionaría cuando los excesos del Directorio estaban a punto de arruinar Francia.

Durante el Directorio el absurdo de la moda reflejaba la frivolidad y las enormes ganas de vivir que se despertaron tras el régimen del Terror. Los petimetres de la época recibían el apelativo de
incroyables
o
muscadins
y no dudaban en llevar zapatos puntiagudos, sombreros colocados de través y exagerados corbatines y cuellos que les tapaban las orejas. Para más afectación, hablaban sin la «r», letra denostada por ser la primera de «Revolución», y se saludaban, como se ve en la imagen, entrelazando los meñiques. La moda femenina era igualmente absurda, como se ve en el siguiente grabado.

Durante la campaña de Italia, tras la conquista de Milán, Napoleón escribió esta carta a madame Tallien. Muchos años más tarde esta misiva, en un marco dorado y junto a un retrato de Napoleón I, fue entregada por Napoleón III a una tal señora de Richardson, que se la pasó a su cuñada, la señora Westwood, que la vendió. Hoy pertenece a una colección privada. He aquí su transcripción:

Cuando Teresa conociió a Napoleón, éste era un prometedor general, aunque sin recursos. Su aspecto en aquella época era tan insignificante que le llamaban
le petit gringalet
(el pequeño alfeñique)

Al igual que Talleryand, Fouché consiguió la inverosímil gesta de sobrevivir a todos los avatares de esta turbulenta época. Comenzó como oscuro seminarista, se convirtió en representante en misión en la ciudad de Lyon, donde se le conocía como «el ametrallador». Colaboró con Tallien en la caída de Robespierre y fue nombrado ministro de Policía con el Directorio. Desde este puesto contribuyó al triunfo del golpe de Napoleón, quien le nombró más tarde duque de Otranto. Tras Waterloo, conspiró para conseguir el retorno de los Borbones, convirtiéndose en ministro de Policía de Luis XVIII

El cuarto hombre en la vida de Teresa, Gabriel-Jullien Ouvrard, era un multimillonario surgido a la sombra de las oscuras especulaciones con el suministro al ejército y la marina de los años del Directorio. Cuando se conocieron él tenía veintiocho años y estaba considerado uno de los hombres más ricos de su tiempo. Juntos tuvieron cuatro hijos.

Madame Récamier fue una de las mujeres más famosas y bellas de su época. a pesar de estar casada, hacía gala de ser virgen; sin duda, una excentricidad en los salones del Directorio. Musa de artistas e intelectuales, fue una gran rival de Teresa.

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