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Authors: Alfredo Grimaldos

La CIA en España (26 page)

BOOK: La CIA en España
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En sus
Confesiones
,
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Juan Alberto Perote relata así la dimisión de Suárez:

Joaquín Garrigues Walker, estrechamente relacionado con el gobierno de UCD, sostenía que el presidente Suárez había tomado su decisión de dimitir tras acudir al Palacio de la Zarzuela, donde el Rey le recibió en compañía de dos generales. En un momento determinado, Don Juan Carlos se ausentó y los dos militares pusieron sus pistolas sobre la mesa exigiéndole su dimisión.

La CIA conoce muy bien el ambiente que impera en los cuarteles, tiene información precisa de las conspiraciones que están en marcha. Puede contribuir decisivamente al éxito del golpe que la operación se desarrolle con la participación del rey y en nombre de la Constitución y la democracia. Turquía es el ejemplo a imitar. Con un Gobierno militar fuerte en cada extremo del Mediterráneo, Reagan podrá dormir tranquilo en su nueva residencia de Washington. Gracias a la llegada de este nuevo presidente a la Casa Blanca, la CIA encuentra más facilidades para «defender» los intereses norteamericanos en el exterior. En más de una ocasión Reagan ha dicho que Estados Unidos irá a proteger esos intereses «allí donde estén en peligro, sea en países comunistas o no».

La victoria del candidato republicano en las elecciones presidenciales es sentida como propia por los militares españoles golpistas. Fernando Reinlein relata una ilustrativa anécdota:
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La noche del 8 de noviembre, las radios dieron como vencedor a Reagan en la carrera presidencial. Varias unidades de la División Acorazada estaban esa noche de maniobras en la zona de Chinchilla, provincia de Albacete. Hacía mucho frío y la mayoría de la oficialidad se encontraba en una amplia tienda de lona, donde estaba instalado el bar.

El capitán Rafael Tejero entraba a buscar un whisky cuando escuchó una algarabía dentro de la gran tienda de campaña. Estaban brindando por la victoria de Reagan. Entre los oficiales se encontraban el coronel San Martín, el comandante Pardo Zancada y los capitanes Tamarit y Alvaro Bailarín.

—¡Pues ni que hubiera ganado Fraga! —exclamó Tejero.

—Tú no entiendes nada—le respondieron algunos, que siguieron con sus manifestaciones de alegría.

Durante todo el año 1980 han sido constantes los rumores sobre reuniones subversivas, conspiraciones y proyectos de golpes de Estado. La situación se le escapa de las manos a Adolfo Suárez.

El manifiesto enfrentamiento entre éste y los mandos del Ejército no ha escapado a la vigilancia de la CIA, ni tampoco el odio que algunos de ellos sienten hacia el general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno.

Terence Todman es consciente de que Suárez atraviesa una situación crítica y hace saber a una serie de generales, entre los que está Armada, su interés por mantener una entrevista con cada uno de ellos. A partir de entonces esos contactos se intensifican. Según el coronel Arturo Vinuesa:
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El 14 de febrero, el embajador Todman se reúne, en una finca situada en las cercanías de Logroño, con el general Armada, con quien estudiará el desarrollo de los posibles acontecimientos futuros. Contemplan los distintos aspectos del probable relevo del Gobierno y hacen especial hincapié sobre la necesidad de garantizar los intereses norteamericanos en España. Además, según el embajador, valoran «el coeficiente de estabilidad política que supone para España tener como aliado a Estados Unidos».

Dadas las circunstancias, Todman ordena el control de la red de comunicaciones españolas, especialmente las de las autoridades, los mandos militares y las unidades dependientes de estos últimos, para lo que solicita a Washington el envío de un avión AWACS a la capital portuguesa.
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A principios de 1981, todos los elementos que, de una u otra forma, están decididos a intervenir en el golpe de Estado se encuentran dispuestos para asumir su papel. El embajador soviético, Yuri Dubinin, avisa al Gobierno de que se ha producido una reunión de generales. Y el rey, que está de cacería en Cuenca, se ve obligado a volver a Madrid en helicóptero. Juan José Rosón, ministro de Interior, regresa también precipitadamente a la capital. El golpe avanza.

Fernando Jáuregui y Pilar Cernuda relatan cómo se realizan los preparativos para utilizar la Sala de Conferencias de la embajada norteamericana, especialmente protegida contra las escuchas, durante la tarde del 23 de febrero. La preparación la lleva a cabo el jefe de mantenimiento de la legación diplomática, un español llamado Rogelio Fernández Vaquerizo.
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La VI Flota se sitúa

Sincronizada con el Estado Mayor de las fuerzas americanas acantonadas en territorio español, la estación de la CIA en Madrid advierte de la inminencia del golpe de Estado. La 16.
a
Fuerza Aérea de Estados Unidos pone en acción todos sus dispositivos cuatro días antes del 23 de febrero. A primera hora de la mañana del día que va a entrar Tejero en el Congreso, el Strategic Air Command, sistema de control aéreo norteamericano, a través de la estación central de Torrejón de Ardoz, anula el Control de Emisiones Radioeléctricas español (CONEMRAD) y se mantiene a la espera de los acontecimientos. Sus pilotos permanecen en alerta y las tropas norteamericanas de Torrejón, Rota, Morón y Zaragoza, preparadas para cualquier emergencia. Frente a las costas de Valencia permanece un contingente significativo de la VI Flota, en misión de «vigilancia mediterránea». Las razones de esas maniobras no serán explicadas nunca. Estes y Todman esperan ir recibiendo las órdenes de sus superiores según se vayan desarrollando los acontecimientos. Sus contactos con la Casa Blanca y el Pentágono se simultanean.

A las 4.30 de la tarde, hora de Washington, se produce la primera reacción del Gobierno norteamericano tras el asalto de Tejero al Congreso de los Diputados. En Madrid son las 22.30 horas y aún está todo por decidir. Alexander Haig, secretario de Estado y antiguo máximo dirigente de la OTAN, se ve obligado a responder a las preguntas de los periodistas sobre el golpe de Estado en España. Se encuentra en Washington, en compañía del ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-François Poncet, que realiza una visita oficial a Estados Unidos y con quien acaba de mantener una larga entrevista. Mientras el político francés condena sin paliativos la intentona golpista, Haig declara: «Estamos siguiendo el desarrollo de los acontecimientos y parece que es una cuestión interna». Lo que ya le había adelantado Cortina a Tejero.

Cambio 16
, en el reportaje citado anteriormente, publica:

Poco clara debió de ser la actitud de los Estados Unidos cuando el ex presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, que 48 horas después del golpe de Estado emprendía un largo viaje privado por Estados Unidos y Panamá, anulaba una entrevista concertada por la embajada norteamericana en Madrid con el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig. La entrevista, cuidadosamente preparada por el embajador de Washington en Madrid, Terence Todman, desde hacía una semana, tuvo que ser anulada ante la oposición rotunda de Adolfo Suárez a mantener ningún contacto con Haig. El argumento manejado por el ex presidente Suárez fue que el comportamiento del general norteamericano no había sido muy claro durante la dramática noche del 23 de febrero y que su primera reacción tras conocer el asalto al Congreso no se correspondía con la amistad entre dos aliados políticos y militares.
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El semanario añade:

Lo que sí parece cierto es que la actitud indiferente y poco resolutiva que los Estados Unidos demostraron en los primeros momentos de la intentona militar pudo estar influenciada por la postura adoptada por el embajador extraordinario y plenipotenciario USA en Madrid, Terence Todman, quien, por su comportamiento confuso y poco claro ha perdido la confianza de las autoridades españolas.

La desarbolada situación que vive Suárez, tras su propia dimisión y el intento de golpe, queda resumida en esta frase, pronunciada durante su viaje a Estados Unidos: «A mí no me presiona nadie, y menos los norteamericanos». Poco después, el Parlamento español aprueba el ingreso de España en la OTAN. Eso sí, con el voto en contra del PSOE, que aún proclama su «OTAN, de entrada, no». Hasta que llegue al Gobierno.

El lado oscuro de la «colza»

«Es un bichito tan pequeño que, si se cae desde esta mesa, se rompe las patas.»
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El día 1 de mayo de 1981 hace su aparición oficial una enfermedad, calificada de «nueva y desconocida», que se inicia en la periferia de Madrid y se extiende luego en dirección norte y noroeste. Posteriormente también se registran casos aislados de la misma patología en el sur y el este de la península. La enfermedad es bautizada inicialmente como «neumonía atípica», más tarde recibe el nombre de «síndrome tóxico» y, por fin, queda para la historia, de momento, como «síndrome del aceite de colza». Esta variedad de aceite es la que va a cargar con el sambenito del envenenamiento masivo.

Pero veinticinco años después del origen de aquella epidemia, que ha provocado alrededor de mil doscientos muertos y más de treinta mil enfermos, sigue habiendo polémicas sobre cuál fue la causa del desastre. Eso sí, ha quedado claro que no fue el aceite de colza el que lo provocó. La Oficina para Europa de la Organización Mundial de la Salud emitió un informe en el que reconocía no haber podido reproducir la enfermedad en el laboratorio a partir de las muestras del aceite supuestamente tóxico. Pero desde el principio, la tesis de la «colza» no se sostenía. Los datos más fiables apuntaban en una dirección muy distinta.

El propio general Andrés Cassinello, en ese momento máximo responsable de los servicios de información de la Guardia Civil y persona de confianza de La Moncloa, prohibe expresamente realizar pesquisas sobre el asunto.
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Pero los hombres del CESID sí se ponen manos a la obra, y durante cerca de un año un equipo al mando de dos oficiales desmenuza el caso. Su resultado, contenido en un informe de siete folios elevado al director general del centro, el general Emilio Alonso Manglano, es preocupante: las tesis del aceite no tienen ningún fundamento. Al contrario, existen datos que apuntan hacia un ensayo de guerra química como detonante de la epidemia. Pero este informe nunca llega a ver la luz pública, ni siquiera en el juicio. La cuestión es: ¿por qué ese empeño en culpabilizar al aceite de colza?, ¿qué impide indagar en otras direcciones y cierra las puertas a investigaciones que apuntan hacia resultados mucho más convincentes? Una vez más, la razón de Estado.

Durante el año 1981 se producen en España cuatro acontecimientos de primera magnitud. El 29 de enero, Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, presenta su dimisión. Justifica enigmáticamente esta decisión, ante las cámaras de TVE, afirmando que actúa de esa forma para evitar que, una vez más, «la democracia en España sea un breve capítulo de su historia». Un mes más tarde, el 23 de febrero, tiene lugar la intentona golpista encabezada por Milans del Bosch y Tejero con el visto bueno de la embajada norteamericana. Después, el 1 de mayo, se registra el primer fallecimiento provocado por el síndrome tóxico. Y en cuarto lugar, durante el mes de agosto siguiente, el Consejo de Ministros, presidido por Leopoldo Calvo Sotelo, que ha sucedido a Suárez al frente del Gobierno, acuerda el ingreso de España en la OTAN. Todos estos acontecimientos están relacionados entre sí.

La enfermedad «nueva y desconocida», calificada inicialmente como «neumonía atípica», toma carta de naturaleza en mayo, pero sus síntomas característicos ya han aparecido anteriormente con mayor amplitud, por lo que la Organización Mundial de la Salud no tiene más remedio que reconocer la «posibilidad» de que se hayan dado algunos casos previos
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en el mes de abril. Más adelante, las investigaciones de los doctores Francisco Javier Martínez Ruiz y María Jesús Clavera permitirán demostrar que en enero
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y febrero se han producido algunos ingresos hospitalarios, con cuadros clínicos similares a los del «síndrome», de personas provenientes de la zona de Torrejón de Ardoz. Pero las autoridades sanitarias hacen todo lo posible para evitar que se puedan vincular el brote de principios de año con el de mayo.

Se descubre, además, que en la base militar de utilización conjunta de Torrejón se ha desatado una onda epidémica dentro de la zona norteamericana. Testigos presenciales afirman que han llegado aviones hospitales para evacuar a los enfermos a Estados Unidos y a la base alemana de Wiesbaden. Durante los meses siguientes hay un gran movimiento de personal, de modo que la dotación de la base queda renovada prácticamente por completo. Además, también hay militares españoles destinados en la base de Torrejón que han sido hospitalizados. Pero cuando el Tribunal que juzga a los aceiteros pide sus historiales clínicos, el Ejército se niega a entregarlos, a pesar de que se constata la existencia de unas «encuestas» en Torrejón de Ardoz, la Clínica Sears y el Hospital del Aire. El diario
El País
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publica que han sido ingresados, por «neumonía atípica», 105 enfermos en el Hospital del Aire, otros 7 en el Hospital Militar del Generalísimo y 19 en el Hospital Militar Gómez Ulla.

La sospecha de que la base
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es el origen de la epidemia llega a convocar ante sus puertas varias manifestaciones convocadas por los vecinos de los alrededores, y el alcalde de Torrejón de Ardoz presenta su dimisión.
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La Unión Soviética también apunta a la instalación militar norteamericana como epicentro de un accidente con armamento biológico. La agencia oficial de noticias TASS afirma que «el foco está en Torrejón»,
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después de sostener que «las bases del Pentágono, en numerosos casos, constituyen focos de enfermedades endémicas». Además, la agencia soviética señala que «la prensa y la opinión pública tienen el deber de exigir que Estados Unidos demuestre si ha destruido sus reservas de armas bacteriológicas, de acuerdo con la convención internacional que firmó en 1972».

La errática campaña gubernamental de intoxicación informativa, que culmina con la atribución de todas las responsabilidades al aceite de colza, arranca con una explicación delirante. El origen de la enfermedad se le atribuye a un
Mycoplasma pneumoniae
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una bacteria —el «bichito»— que viaja por el aire y se transmite por vía respiratoria. Las autoridades hablan también, falsamente, de un «microplasma que se ha conseguido fotografiar en un laboratorio público». Sin embargo, en ese momento ya resulta científicamente insostenible la tesis de la transmisión de la enfermedad por vía aérea, teniendo en cuenta que el contagio se ha producido en grupos casi familiares, no en lugares masificados, y que se ha extendido por distintas áreas geográficas distantes entre sí. Además, los grupos humanos afectados no tenían ninguna relación entre sí.
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