VENDERÍAMOS TODO CUANTO USTED NECESITARA SI NO PREFIRIÉSEMOS QUE USTED NECESITASE LO QUE TENEMOS PARA VENDERLE
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Durante el regreso a casa, o, como Marta dijo para diferenciarla de la otra, a la casa de la alfarería, padre e hija, pese a la instigación medio zumbona medio cariñosa de Marcial, hablaron poco, poquísimo, aunque el más simple examen de las múltiples probabilidades consecuentes de la situación sugiera que hayan pensado mucho. Adelantarnos, con temerarias suposiciones o con venturosas deducciones, o, peor todavía, con inconsideradas adivinaciones, a lo que ellos pensaron no sería, en principio, si tenemos en cuenta la presteza y el descaro con que en relatos de esta naturaleza se menosprecia el secreto de los corazones, no sería, decíamos, tarea imposible, pero, puesto que esos pensamientos, más pronto o más tarde, tendrán que expresarse en actos, o en palabras que a actos conduzcan, nos ha parecido preferible pasar adelante y aguardar tranquilamente a que sean los actos y las palabras los que manifiesten los pensamientos. Para el primero no tuvimos que esperar mucho, padre e hija almorzaron en silencio, lo que significa que nuevos pensamientos se estuvieron juntando a los del camino, y de pronto ella decidió quebrar el silencio, Esa idea suya de descansar tres días era excelente y, además de que es de agradecer, tenía toda la justificación en su momento, pero el ascenso de Marcial ha alterado completamente la situación, piense que no tenemos más que una semana para organizar la mudanza y pintar las trescientas estatuillas ya cocidas que aguardan en el horno, al menos ésas tenemos obligación de entregarlas, A mí también me preocupa el muñequerío, pero he llegado a una conclusión diferente a la tuya, No comprendo, El Centro ya tiene una avanzada de trescientos muñecos, por el momento serán suficientes, las estatuillas de barro no son juegos de ordenador ni pulseras magnéticas, las personas no se empujan gritando quiero mi esquimal, quiero mi asirlo de barbas, quiero mi enfermera, Muy bien, supongo que los clientes del Centro no irán a pelearse por culpa del mandarín, o del bufón, o del payaso, pero eso no quiere decir que no debamos acabar el trabajo, Claro que no, pero no me parece que merezca la pena precipitarnos, Vuelvo a recordarle que sólo tenemos una semana para todo, No se me ha olvidado, Entonces, Entonces, tal como tú misma dijiste a la salida del Centro, en el fondo es como si no hubiera ninguna mudanza, la casa de la alfarería, así la llamaste, está aquí, y, estando la casa, está evidentemente la alfarería con ella, Yo sé que usted es un gran amante de enigmas, No soy amante de enigmas, me gustan las cosas claras, Es igual, no le gustan los enigmas, pero es enigmático, de modo que le quedaría muy reconocida si me explicase adonde quiere llegar, Quiero llegar precisamente a donde estamos en este momento, donde estaremos durante una semana más y espero que muchas otras después, No me haga perder la paciencia, por favor, Por favor digo yo, es tan simple como que dos y dos son cuatro, En su cabeza, dos y dos siempre son cinco, o tres, o cualquier número menos cuatro, Te vas a arrepentir, Lo dudo, Imagínate que no pintamos las estatuillas, que nos mudamos al Centro y las dejamos en el horno tal como están, Ya está imaginado, Vivir en el Centro, como Marcial explicó con mucha claridad, no es un destierro, las personas no están encarceladas allí, son libres para salir cuando quieran, pasar todo el día en la ciudad o en el campo y volver por la noche. Cipriano Algor hizo una pausa y miró curioso a la hija sabiendo que iba a asistir al despertar de su comprensión. Así sucedió, Marta dijo sonriendo, Me someto al castigo, en su cabeza dos y dos también pueden ser cuatro, Ya te dije que era simple, Vendremos a acabar el trabajo cuando sea necesario y de esta manera no tendremos que cancelar el pedido de las seiscientas figurillas que todavía faltan, es sólo cuestión de acordar con el Centro unos plazos de entrega que convengan a ambas partes, Exactamente. La hija aplaudió al padre, el padre agradeció el aplauso. Incluso, dijo Marta, de repente entusiasmada por el océano de posibilidades positivas que se abría ante ella, suponiendo que el Centro siga interesado por los muñecos, podremos mantener la elaboración, no tendremos que cerrar la alfarería, Exactamente, Y quien dice muñecos, también dice alguna otra idea que se nos ocurra y les convenza, o añadir otras seis figuras a las seis que tenemos, Así es. Mientras padre e hija saborean las dulces perspectivas que una vez más acaban de demostrarnos que el diablo no está siempre tras la puerta, aprovechemos la pausa para examinar la real valía y el real significado de los pensamientos de uno y de otro, de esos dos pensamientos que, después de tan prolongado silencio, por fin se expresan. No obstante, advertimos desde ya que no será posible llegar a una conclusión, aunque provisional, como lo son todas, si no comenzamos admitiendo una premisa inicial ciertamente chocante para las almas rectas y bien formadas, pero no por eso menos verdadera, la premisa de que, en muchos casos, el pensamiento manifestado es, digámoslo así, empujado a primera línea por otro pensamiento que no ha considerado oportuno manifestarse. En lo que atañe a Cipriano Algor, no es difícil comprender que algunos de sus insólitos procedimientos están motivados por las preocupaciones que lo atormentan sobre el resultado del sondeo, y que, por tanto, al recordarle a la hija que, incluso viviendo en el Centro, podrían venir a trabajar a la alfarería, simplemente porque quiso fue disuadirla de pintar los muñecos, no vaya a darse el caso de que llegue mañana o pasado una orden del subjefe sonriente o de su superior máximo anulando la entrega, y ella sufra el disgusto de dejar el trabajo a la mitad, o, si acabado, inservible. Más sorprendente sería el comportamiento de Marta, la impulsiva y en cierto modo inquietante alegría ante la dudosa suposición de que la alfarería se mantenga en actividad, si no se pudiera establecer una relación entre ese comportamiento y el pensamiento que le dio origen, un pensamiento que la persigue tenazmente desde que entró en el apartamento del Centro y que se ha jurado a sí misma no confesar a nadie, ni al padre, pese a tenerlo aquí tan próximo, ni, faltaría más, a su propio marido, pese a quererlo tanto. Lo que cruzó la cabeza de Marta y echó raíces al cruzar el umbral de la puerta de su nuevo hogar, en aquel altísimo trigésimo cuarto piso de muebles claros y dos vertiginosas ventanas a las que no tuvo valor de acercarse, fue que no soportaría vivir allí dentro el resto de su vida, sin más certezas que ser la mujer del guarda residente Marcial Gacho, sin más mañana que la hija que cree traer dentro de sí. O el hijo. Pensó en esto durante todo el camino hasta llegar a la casa de la alfarería, continuó pensando mientras preparaba el almuerzo, todavía pensaba cuando, por falta de apetito, empujaba con el tenedor de un lado a otro la comida en el plato, seguía pensando cuando le dijo al padre que, antes de mudarse al Centro, tenían la obligación estricta de terminar las estatuillas que estaban esperando en el horno. Terminar las estatuillas era pintarlas, y pintarlas era justamente el trabajo que le competía hacer a ella, al menos que le otorgaran tres o cuatro días para estar sentada debajo del moral, con Encontrado tumbado a su lado, riéndose con la boca abierta y la lengua fuera. Como si se tratase de una última y desesperada voluntad dictada por un condenado, no pedía nada más que esto, y de pronto, con una simple palabra, el padre le abrió la puerta de la libertad, podría venir desde el Centro siempre que quisiese, abrir la puerta de su casa con la llave de su casa, reencontrar en los mismos lugares todo cuanto aquí hubiese dejado, entrar en la alfarería para comprobar que el barro tiene la humedad conveniente, después sentarse al torno, confiar las manos a la arcilla fresca, sólo ahora comprendía que amaba estos lugares como un árbol, si pudiese, amaría las raíces que lo alimentan y levantan en el aire. Cipriano Algor miraba a la hija, leía en su rostro como en las páginas de un libro abierto, y el corazón le dolía del engaño con que la habría estando embelecando si los resultados del sondeo fuesen hasta tal punto negativos que indujesen al departamento de compras del Centro a desistir de los muñecos de una vez para siempre. Marta se levantó de la silla, venía a darle un beso, un abrazo, Qué pasará dentro de unos días, pensó Cipriano Algor correspondiéndole a los cariños, aunque las palabras que pronunció fueron otras, fueron ésas de siempre, Como nuestros abuelos más o menos creían, habiendo vida, hay esperanza. El tono resignado con que las dejó salir quizá hubiera hecho sospechar a Marta si no estuviese tan entregada a sus propias y felices expectativas. Disfrutemos entonces en paz nuestros tres días de descanso, dijo Cipriano Algor, verdaderamente los tenemos merecidos, no estamos robándoselos a nadie, después comenzaremos a organizar la mudanza, Dé ejemplo y vaya a dormir una siesta, dijo Marta, ayer anduvo todo el santísimo día trabajando en el horno, hoy se ha levantado temprano, incluso para un padre como el mío la resistencia tiene límites, y en lo que respecta a la mudanza, tranquilo, eso es asunto del ama de casa. Cipriano Algor se retiró al dormitorio, se desnudó con los lentos movimientos de una fatiga que no era sólo del cuerpo y se tumbó en la cama liberando un hondo suspiro. No se mantuvo así mucho tiempo. Se incorporó en la almohada y miró a su alrededor como si fuera la primera vez que entraba en esta habitación y necesitara fijarla en la memoria por alguna oscura razón, como si fuera también la última vez que venía y pretendiera que la memoria le sirviese de algo más en el futuro que para recordarle aquella mancha en la pared, aquella raya de luz en el entarimado, aquel retrato de mujer sobre la cómoda. Fuera Encontrado ladró como si hubiese oído a un desconocido subiendo la cuesta, pero luego se calló, lo más probable es que respondiera, sin especial interés, al ladrido de cualquier perro distante, o simplemente quiso recordar su existencia, debe de presentir que anda en el aire algo que no es capaz de entender. Cipriano Algor cerró los ojos para convocar al sueño, pero la voluntad de los ojos fue otra. No hay nada más triste, más miserablemente triste, que un viejo llorando.
La noticia llegó el cuarto día. El tiempo había cambiado, de vez en cuando caía una lluvia fuerte que encharcaba en un minuto la explanada y repiqueteaba en las hojas crespas del moral como diez mil baquetas de tambor. Marta estuvo haciendo la lista de cosas que en principio deberían llevarse al apartamento, pero con la conciencia vivísima, en cada momento, de la contradicción entre dos impulsos que jugaban en su interior, uno que le decía la más perfecta de las verdades, es decir, que una mudanza no es mudanza si no hay algo para mudar, otro que simplemente le aconsejaba dejar todo tal cual, Teniendo en cuenta, acuérdate, que volverás aquí muchas veces para trabajar y respirar el aire del campo. En cuanto a Cipriano Algor, con el propósito de limpiar su cabeza de las telarañas de inquietudes que lo obligan a mirar el reloj decenas de veces al día, se ocupa de barrer y fregar la alfarería de una punta a otra, rechazando de nuevo la ayuda que Marta quiso ofrecerle, Luego sería yo quien tendría que oír a Marcial, dijo. Hace un rato que Encontrado fue mandado a la caseta por ensuciar lamentablemente el suelo de la cocina con el barro que traía en las patas tras la primera incursión que decidió hacer aprovechando una escampada. El agua nunca será tanta que le entre en casa, pero, por si las moscas, el dueño le metió debajo cuatro ladrillos, transformando en palafito prehistórico un actual y corriente refugio canino. Estaba en eso cuando sonó el teléfono. Marta atendió, en el primer instante, al oír la voz que decía, Aquí el Centro, pensó que era Marcial, pensó que le iban a pasar la llamada, pero no fueron ésas las palabras que siguieron, El jefe del departamento de compras quiere hablar con el señor Cipriano Algor. Por lo general, una secretaria conoce el asunto que su patrón va a tratar cuando le pide que haga una llamada telefónica, pero una telefonista propiamente dicha no sabe nada de nada, por eso tienen la voz neutra, indiferente, de quien ha dejado de pertenecer a este mundo, en cualquier caso hagámosle la justicia de pensar que algunas veces habría derramado lágrimas de pena si adivinara lo sucedido después de decir mecánicamente, Pueden hablar. Marta comenzó imaginando que el jefe del departamento de compras quería expresar su contrariedad por el retraso en la entrega de las trescientas estatuillas que faltaban, quién sabe si también de las seiscientas que ni siquiera estaban comenzadas, y cuando, tras decir a la telefonista, Un momento, corrió a llamar al padre a la alfarería, llevaba la idea de soltarle de paso una rápida palabra crítica sobre el error cometido al no proseguir el trabajo así que la primera serie de muñecos estuvo lista. La palabra recriminatoria, sin embargo, se le quedó presa en la lengua cuando vio cómo el rostro del padre se transformaba al oírle anunciar, Es el jefe de compras, quiere hablar con usted. Cipriano Algor no creyó oportuno correr, ya debería reconocérsele mérito suficiente en la firmeza de los pasos que lo conducían hasta el banquillo del tribunal donde iba a ser leída su sentencia. Tomó el teléfono que la hija había dejado sobre la mesa, Soy yo, Cipriano Algor, la telefonista dijo, Muy bien, voy a pasar la comunicación, hubo un silencio, un zumbido tenue, un clic, y la voz del jefe del departamento de compras, vibrante, llena, sonó al otro lado, Buenas tardes, señor Algor, Buenas tardes, señor, Supongo que imagina por qué motivo le estoy telefoneando hoy, Supone bien, señor, dígame, Tengo ante mí los resultados y las conclusiones del sondeo acerca de sus artículos, que un subjefe del departamento, con mi aprobación, decidió promover, Y esos resultados cuáles son, señor, preguntó Cipriano Algor, Lamento informarle de que no fueron tan buenos cuanto desearíamos, Si es así nadie lo lamentará más que yo, Temo que su participación en la vida de nuestro Centro ha llegado al final, Todos los días se comienzan cosas, pero, tarde o temprano, todas acaban, No quiere que le lea los resultados, Me interesan más las conclusiones, y ésas ya las sé, el Centro no comprará más nuestras figurillas. Marta, que había escuchado con ansiedad cada vez mayor las palabras del padre, se llevó las manos a la boca como para sujetar una exclamación. Cipriano Algor le hizo gestos pidiéndole calma, al mismo tiempo que respondía a una pregunta del jefe del departamento de compras, Comprendo su deseo de que no quede ninguna duda en mi espíritu, estoy de acuerdo con lo que acaba de decir, que presentar conclusiones sin la exposición previa de los motivos que las originaron podría ser entendido como una manera poco habilidosa de enmascarar una decisión arbitraria, lo que no sería nunca, evidentemente, el caso del Centro, Menos mal que está de acuerdo conmigo, Es difícil no estar de acuerdo, señor, Vaya tomando entonces nota de los resultados, Dígamelos, El universo de los clientes sobre el que incidiría el sondeo quedó definido desde el principio por la exclusión de las personas que por edad, posición social, educación y cultura, y también por sus hábitos conocidos de consumo, fuesen previsible y radicalmente contrarias a la adquisición de artículos de este tipo, es bueno que sepa que si tomamos esta decisión, señor Algor, fue para no perjudicarlo de entrada, Muchas gracias, señor, Le doy un ejemplo, si hubiéramos seleccionado cincuenta jóvenes modernos, cincuenta chicos y chicas de nuestro tiempo, puede tener la certeza, señor Algor, de que ninguno querría llevarse a casa uno de sus muñecos, o si se lo llevase sería para usarlo en algo así como tiro al blanco, Comprendo, Escogimos veinticinco personas de cada sexo, de profesiones e ingresos medios, personas con antecedentes familiares modestos, todavía apegadas a gustos tradicionales, y en cuyas casas la rusticidad del producto no desentonaría demasiado, E incluso así, Es verdad, señor Algor, incluso así los resultados fueron malos, Qué le vamos a hacer, señor, Veinte hombres y diez mujeres respondieron que no les gustaban los muñecos de barro, cuatro mujeres dijeron que quizá los compraran si fueran más grandes, tres podrían comprarlos si fuesen más pequeños, de los cinco hombres que quedaban, cuatro dijeron que ya no estaban en edad de jugar y otro protestó por el hecho de que tres de las figurillas representasen extranjeros, para colmo exóticos, y en cuanto a las ocho mujeres que todavía faltan por mencionar, dos se declararon alérgicas al barro, cuatro tenían malos recuerdos de esta clase de objetos, y sólo las dos últimas respondieron agradeciendo mucho la posibilidad que les había sido proporcionada de decorar gratuitamente su casa con unos muñequitos tan simpáticos, hay que añadir que se trata de personas de edad que viven solas, Me gustaría conocer los nombres y las direcciones de esas señoras para darles las gracias, dijo Cipriano Algor, Lo lamento, pero no estoy autorizado a revelar datos personales de los encuestados, es una condición estricta de cualquier sondeo de este tipo, respetar el anonimato de las respuestas, Tal vez pueda decirme, en todo caso, si esas personas viven en el Centro, A quiénes se refiere, a todas las personas, preguntó el jefe del departamento de compras, No señor, sólo a las dos que tuvieron la bondad de encontrar simpáticos nuestros muñecos, dijo Cipriano Algor, Tratándose de un dato no particularmente sustancial supongo que no estaré traicionando la deontología que rige los sondeos si le digo que esas dos mujeres viven fuera del Centro, en la ciudad, Muchas gracias por la información, señor, Le ha servido de algo, Desgraciadamente no, señor, Entonces para qué quería saberlo, Podría ocurrir que tuviera la oportunidad de encontrármelas y agradecérselo personalmente, viviendo en la ciudad será casi imposible, Y si viviesen aquí, Cuando, al principio de esta conversación, me dijo que mi participación en la vida del Centro había llegado a su fin, estuve a punto de interrumpirlo, Por qué, Porque, al contrario de lo que piensa, y a pesar de que no quieran ver más ni la loza ni los muñecos de este alfarero, mi vida seguirá ligada al Centro, No comprendo, explíquese mejor, por favor, Dentro de cinco o seis días estaré viviendo ahí, mi yerno ha sido ascendido a guarda residente y yo me iré a vivir con mi hija y con él, Me alegra esa noticia y le felicito, finalmente usted es un hombre de mucha suerte, no se podrá quejar, acaba ganándolo todo cuando creía que lo había perdido todo, No me quejo, señor, Esta es la ocasión de proclamar que el Centro escribe derecho con renglones torcidos, si alguna vez tiene que quitar con una mano, con presteza acude a compensar con la otra, Si recuerdo bien, eso de los renglones torcidos y escribir derecho se decía de Dios, observó Cipriano Algor, En estos tiempos viene a ser prácticamente lo mismo, no exagero nada afirmando que el Centro, como perfecto distribuidor de bienes materiales y espirituales que es, acaba generando por sí mismo y en sí mismo, por pura necesidad, algo que, aunque esto pueda chocar a ciertas ortodoxias más sensibles, participa de la naturaleza de lo divino, También se distribuyen allí bienes espirituales, señor, Sí, y no se puede imaginar hasta qué punto los detractores del Centro, por cierto cada vez menos numerosos y cada vez menos combativos, están absolutamente ciegos para con el lado espiritual de nuestra actividad, cuando la verdad es que gracias a ella la vida adquiere un nuevo sentido para millones y millones de personas que andaban por ahí infelices, frustradas, desamparadas, es decir, se quiera o no se quiera, créame, esto no es obra de materia vil, sino de espíritu sublime, Sí señor, Mucho me complace decirle, señor Algor, que encontré en su persona a alguien con quien, incluso en situaciones difíciles como la de ahora, siempre resulta satisfactorio hablar de estas y otras cuestiones serias que me tomo muy a pecho por la dimensión trascendente que, de algún modo, añaden a mi trabajo, espero que a partir de su próxima mudanza al Centro nos podamos ver otras veces y sigamos intercambiando ideas, Yo también, señor, Buenas tardes, Buenas tardes. Cipriano Algor colgó el teléfono y miró a su hija. Marta estaba sentada, con las manos en el regazo, como si de súbito hubiera necesitado proteger la primera y todavía apenas perceptible redondez del vientre. Dejan de comprar, preguntó, Sí, hicieron un sondeo entre los clientes y el resultado salió negativo, Y no comprarán siquiera los trescientos muñecos que están en el horno, No. Marta se levantó, fue hasta la puerta de la cocina, miró la lluvia que no paraba de caer, y desde allí, volviendo un poco la cabeza, preguntó, No tiene nada que decirme, Sí, respondió el padre, Entonces hable, soy toda oídos. Cipriano Algor se apoyó en el quicio de la puerta, respiró hondo, después arrancó, No estaba desprevenido, sabía que esto podría suceder, fue uno de los propios subjefes del departamento quien me dijo que iban a hacer un sondeo para valorar la disposición de los clientes hacia las figurillas, lo más probable es que la idea haya nacido del propio jefe, Luego estuve engañada estos tres días, engañada por usted, mi padre, soñando con una alfarería en funcionamiento, imaginándonos saliendo del Centro por la mañana temprano, llegar aquí y arremangarnos, respirar el olor del barro, trabajar a su lado, tener a Marcial conmigo en los días de descanso, No quise que sufrieras, Estoy sufriendo dos veces, su buena intención no me ahorró nada, Te pido perdón, Y, por favor, no pierda el tiempo pidiéndome que le perdone, sabe bien que siempre le perdonaré, haga lo que haga, Si la decisión fuese al contrario, si el Centro hubiera decidido comprar los muñecos, nunca llegarías a conocer el riesgo que corrimos, Ahora ya no es un riesgo, es una realidad, Tenemos la casa, podremos venir cuando queramos, Sí, tenemos la casa, una casa con vistas al cementerio, Qué cementerio, La alfarería, el horno, las tablas de secado, las pilas de leña, lo que era y ha dejado de ser, qué mayor cementerio que ése, preguntó Marta, al borde del llanto. El padre le puso la mano sobre el hombro, No llores, reconozco que fue un error no haberte contado lo que pasaba. Marta no respondió, se recordaba a sí misma que no tenía derecho de censurar al padre, que ella también le ocultaba al marido un secreto que nunca le contaría, Cómo vas a conseguir ahora, perdida la esperanza, vivir en ese apartamento, se preguntaba. Encontrado había salido de la caseta, le caían encima gruesas gotas de agua que resbalaban del moral, pero no se decidía. Tenía las patas sucias, el pelo pingando y la certeza de no ser bien recibido. Y, sin embargo, era de él de quien se hablaba en la puerta de la cocina. Cuando lo vio aparecer y pararse mirando, Marta preguntó, Qué vamos a hacer con este perro. Tranquilamente, como si se tratase de un asunto mil veces discutido y sobre el que no merecía la pena volver, el padre respondió, Le preguntaré a la vecina Isaura Madruga si se quiere quedar con él, No sé si estoy oyendo bien, repita, por favor, dice usted que va a preguntarle a la vecina Isaura Madruga si quiere quedarse con Encontrado, Lo has oído perfectamente, eso es lo que he dicho, Con Isaura Madruga, Si sigues insistiendo en eso, yo te responderé con Isaura Madruga, entonces tú volverás a preguntarme con Isaura Madruga, y pasaremos así el resto de la tarde, Es una sorpresa enorme, La sorpresa no puede ser tan grande, es la misma persona a quien tú pensabas dejarlo, La sorpresa no es la persona, para mí la sorpresa es que haya sido usted quien tenga esa idea, No hay nadie más en la aldea,
y
probablemente en el mundo, con quien dejase a Encontrado, preferiría matarlo. Expectante, moviendo el rabo con lentitud, el animal seguía mirando desde lejos. Cipriano Algor se agachó
y
lo llamó, Encontrado, ven aquí. Escurriendo agua por todas partes, el perro comenzó sacudiéndose entero, como si sólo decente y presentable estuviese autorizado para acercarse al dueño, después dio una rápida carrera para encontrarse, al instante siguiente, con la cabezorra apoyada en el pecho de Cipriano Algor, con tanta fuerza que parecía querérsele meter adentro. Entonces Marta preguntó al padre, Para que todo sea perfecto, que no sea sólo tener a Encontrado entre los brazos, dígame si habló con Marcial de la cuestión del sondeo, Sí, El no me contó nada, Por la misma razón que yo no te lo conté. Llegado el diálogo a ese punto, tal vez se esté a la espera de que Marta responda, Realmente, padre, parece imposible, habérselo dicho a él, y a mí dejarme en la ignorancia, las personas en general reaccionan así, a nadie le gusta quedarse al margen, menoscabado en su derecho a la información y al conocimiento, aunque, de tarde en tarde, todavía uno se va topando con alguna rara excepción en este fastidioso mundo de repeticiones, como lo podrían haber llamado los sabios órficos, pitagóricos, estoicos y neoplatónicos, si no hubiesen preferido, con poética inspiración, darle el más bonito y sonoro nombre de eterno retorno. Marta no protestó, no montó una escena, se limitó a decir, Me habría enfadado mucho si no se lo hubiera contado a Marcial. Cipriano Algor se despegó del perro, lo mandó regresar a la caseta, y dijo, De vez en cuando, acierto. Se quedaron mirando la lluvia que no paraba de caer, oyendo el monólogo del moral, y entonces Marta preguntó, Qué podríamos hacer por esos muñecos que están en el horno, y el padre respondió, Nada. Seca, cortante, la palabra no dejó dudas, Cipriano Algor no profirió, en su lugar, una de esas frases comunes que, por querer manifestarse como definitivamente negativas, no consideran importante llevar dentro de sí dos negaciones, lo que, según la acreditada opinión de los gramáticos, la convertirían en rotunda afirmación, como si una de esas frases, ésta por ejemplo, No podemos hacer nada, se estuviera tomando la molestia de negarse a sí misma para significar que, en resumidas cuentas, todavía sería posible hacer algo.