La caverna (27 page)

Read La caverna Online

Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La caverna
9.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Marcial telefoneó después de cenar, Te estoy llamando desde casa, dijo, hoy he dejado el dormitorio común del personal de Seguridad y esta noche ya dormiré en nuestra cama, Mejor así, estarás satisfecho, claro, Sí, y tengo noticias que darte, Nosotros también, dijo Marta, Por dónde empezamos, por las mías o por las vuestras, preguntó él, Lo mejor será comenzar por las malas, y dejar las buenas, si las hay, para el final, Las mías no son buenas ni malas, son noticias, simplemente, Entonces empezaré por las de aquí, esta tarde nos comunicaron del Centro que no compran las figurillas, hicieron un sondeo y el resultado fue negativo. Hubo un silencio al otro lado. Marta esperó. Después Marcial dijo, Sabía de ese sondeo, Ya sé que lo sabías, me lo ha contado padre, Yo temía que ése fuera el resultado, Tu temor se ha confirmado, Estás enfadada conmigo por no haberte dicho lo que pasaba, Ni contigo ni con él, las cosas son así, hay que hacer un esfuerzo para comprenderlas y aceptarlas, lo que más me ha costado es haber perdido la ilusión de que, aunque viviéramos en el Centro, podríamos seguir trabajando en la alfarería, Nunca pensé en esa posibilidad, No fue una idea que naciese en mi cabeza, salió de una conversación con padre, Pero él no podía estar seguro de que los muñecos fuesen aceptados, Quiso que no me preocupara, como tú, el resultado del engaño es que yo he vivido feliz como un pajarillo estos tres días, dan ganas de decir que algo es algo, en fin, no lloremos sobre la leche derramada que tantas lágrimas ha hecho correr en el mundo, cuéntame ahora tus noticias, Me han concedido tres días para la mudanza, incluyendo el de descanso, que esta vez cae en lunes, así que saldré de aquí el viernes a la caída de la tarde, en taxi, no merece la pena que tu padre venga a buscarme, lo preparamos todo el sábado, y el domingo por la mañana izamos velas, Lo que es necesario llevar ya está apartado, dijo Marta con voz distraída. Hubo un nuevo silencio. No estás contenta, preguntó Marcial, Estoy, estoy contenta, respondió Marta. Después repitió, Estoy, estoy contenta. Afuera, el perro Encontrado ladró, alguna sombra de la noche se habría movido.

19

La furgoneta estaba cargada, las ventanas y las puertas de la alfarería y de la casa están cerradas, sólo faltaba, como dijo Marcial días antes, izar velas. Contrariado, con la expresión tensa, pareciendo súbitamente más viejo, Cipriano Algor llamó al perro. Pese al tono de angustia que un oído atento podría distinguir en ella, la voz del dueño alteró para mejor el ánimo de Encontrado. Andaba por allí perplejo, inquieto, corriendo de un lado a otro, oliendo las maletas y los paquetes que sacaban de la casa, ladraba con fuerza para llamar la atención, y he aquí que sus presentimientos acertaron, algo singular, fuera de lo común, se estuvo preparando en los últimos tiempos, y ahora llegaba la hora en que la suerte, o el destino, o la casualidad, o la inestabilidad de las voluntades y sujeciones humanas, iban a decidir su existencia. Estaba tumbado junto a la caseta, con la cabeza estirada sobre las patas, a la espera. Cuando el dueño dijo, Encontrado, ven, creyó que lo estaban llamando para subirse a la furgoneta como otras veces había sucedido, señal de que nada habría mudado en su vida, de que el día de hoy iba a ser igual al de ayer, como es sueño constante de los perros. Le extrañó que le pusieran la correa, no era habitual cuando viajaban, pero la extrañeza aumentó, se hizo confusión, cuando la dueña y el dueño más joven le pasaron la mano por la cabeza, al mismo tiempo que murmuraban palabras incomprensibles y en las que su propio nombre de Encontrado sonaba de manera inquietante, aunque lo que le estaban diciendo no fuera tan malo, Vendremos a verte un día de éstos. Un tirón le hizo entender que tenía que seguir al dueño, la situación volvía a aclararse, la furgoneta era para los otros dueños, con éste el paseo sería a pie. Incluso así, la correa continuaba sorprendiéndole, pero se trataba de un pormenor sin importancia, al llegar al campo el dueño lo soltaría para que corriera detrás de cualquier bicho viviente que apareciese por delante, aunque no fuese más que la bagatela de una lagartija. La mañana está fresca, el cielo nublado, pero sin amenaza de lluvia. Ya en la carretera, en lugar de volver a la izquierda, hacia campo abierto, como esperaba, el dueño torció a la derecha, irían por tanto al pueblo. Tres veces, en el camino, Encontrado tuvo que frenar el paso con brusquedad. Cipriano Algor iba como habitualmente vamos todos en circunstancias parecidas a éstas, cuando nos ponemos a discutir, ociosos, con nuestro ser íntimo si queremos o no queremos lo que ya está claro que queremos, se comienza una frase y no se termina, se detiene uno de repente, se corre como si se fuese a salvar al padre de la horca, se detiene uno otra vez, el más paciente y dedicado de los perros acabará preguntándose si no le convendría un dueño más resoluto. Mal sabe, sin embargo, hasta qué punto es determinante la resolución que éste lleva. Cipriano Algor ya está ante la puerta de Isaura Madruga, extiende la mano para llamar, duda, avanza otra vez, en ese instante la puerta se abre como si hubiese estado a su espera, y no era cierto, Isaura Madruga oyó el timbre y vino a ver quién era. Buenos días, señora Isaura, dijo el alfarero, Buenos días, señor Algor, Disculpe que venga a molestarla en su casa, pero tengo un asunto que quería hablar con usted, pedirle un gran favor, Entre, Podemos hablar aquí mismo, no es necesario entrar, Por favor, pase, sin ceremonias, El perro también puede entrar, preguntó Cipriano Algor, tiene las patas sucias, Encontrado es como si fuera de la familia, somos viejos conocidos. La puerta se cerró, la penumbra de la pequeña sala se cerró sobre ellos, Isaura hizo un gesto indicando un sillón, se sentó ella también. Tengo la impresión de que ya sabe a qué vengo, dijo el alfarero mientras hacía que el perro se tumbara a sus pies, Es posible, Quizá mi hija haya tenido alguna conversación con usted, Sobre qué, Sobre Encontrado, No, nunca hablamos de Encontrado en ese sentido que dice, Qué sentido, Ese que dice, de tener una conversación, por supuesto que hemos hablado de Encontrado más de una vez, pero no hemos tenido propiamente una conversación sobre él. Cipriano Algor bajó los ojos, Lo que vengo a pedirle es que se quede con Encontrado en mi ausencia, Se va fuera, preguntó Isaura, Ahora mismo, como supondrá no podemos llevarnos al perro, en el Centro no admiten animales, Yo me quedo con él, Sé que lo cuidará como si fuese suyo, Lo cuidaré mejor que si fuese mío, porque es suyo. Sin pensar en lo que hacía, tal vez para aliviar los nervios, Cipriano Algor le quitó la correa al perro. Creo que le debería pedir disculpas, dijo, Por qué, Porque no siempre he sido bien educado con usted, Mi memoria recuerda otras cosas, la tarde que lo encontré en el cementerio, lo que hablamos sobre el asa suelta del cántaro, su visita a mi casa para traerme un cántaro nuevo, Sí, pero después estuve incorrecto, grosero, y no fue ni una vez ni dos, No tiene importancia, Sí la tiene, La prueba de que no la tiene es que estamos ahora aquí, Pero a punto de dejar de estar, Sí, a punto de dejar de estar. Nubes oscuras debían de haber tapado el cielo, la penumbra dentro de la casa se tornó más densa, lo natural sería que Isaura se levantara ahora del sillón para encender la luz. Pero no lo hizo, no por indiferencia o cualquier razón oculta, simplemente porque no se había dado cuenta de que apenas conseguía distinguir las facciones de Cipriano Algor, sentado allí mismo ante ella, a la corta distancia de su brazo si se inclinase un poco hacia delante, El cántaro sigue probando bien, haciendo el agua fresca, preguntó Cipriano Algor, Como el primer día, y en ese momento se dio cuenta de lo oscura que estaba la sala, Debería encender la luz, se dijo a sí misma, pero no se levantó. Nunca le habían dicho que a muchas personas en el mundo les ha cambiado radicalmente el destino por ese gesto tan simple que es encender o apagar la luz, ya fuese una lámpara antigua, o una vela, o un candil de petróleo, o una lámpara de las modernas, es verdad que pensó que tendría que levantarse, que eso es lo que imponen las conveniencias, pero el cuerpo se negaba, no se movía, rechazaba cumplir la orden de la cabeza. Esta era la penumbra que le faltaba a Cipriano Algor para que finalmente se atreviese a declarar, La quiero, Isaura, y ella respondió con una voz que parecía dolorida, Y en el día en que se va es cuando me lo dice, Sería inútil haberlo hecho antes, tanto, a fin de cuentas, como hacerlo ahora, Y sin embargo me lo acaba de decir, Era la última ocasión, tómelo como una despedida, Por qué, No tengo nada que ofrecerle, soy una especie en vías de extinción, no tengo futuro, ni siquiera tengo presente, Presente tiene, esta hora, esta sala, su hija y su yerno que se lo van a llevar, ese perro ahí tumbado a sus pies, Pero no esa mujer, No me ha preguntado, Ni quiero preguntar, Por qué, Repito, porque no tengo nada para ofrecerle, Si lo que ha dicho hace un momento fue sentido y pensado, tiene amor, El amor no es casa, ni ropa, ni comida, Pero comida, ropa y casa, por sí solas, no son amor, No juguemos con las palabras, un hombre no pide a una mujer que se case con él si no tiene medios para ganarse la vida, Es su caso, preguntó Isaura, Sabe bien que sí, la alfarería cerró,
y yo
no sé hacer otra cosa, Pero va a vivir a costa de su yerno, No tengo más remedio, También podría vivir de lo que su mujer ganara, Cuánto tiempo duraría el amor en ese caso, preguntó Cipriano Algor, No trabajé mientras estuve casada, viví de lo que mi marido ganaba, Nadie lo encontraba mal, era ésa la costumbre, pero ponga a un hombre en esa situación y cuénteme lo que pasará después, Entonces tendría el amor que morir forzosamente por esa causa, preguntó Isaura, por una razón tan simple como ésa el amor se acaba, No estoy en situación de responderle, me falta experiencia. Con discreción, Encontrado se levantó, en su opinión la visita de cortesía ya se estaba prolongando demasiado, ahora quería volver a la caseta, al moral, al banco de las meditaciones. Cipriano Algor dijo, Tengo que irme, están esperándome, Así nos despedimos, preguntó Isaura, Vendremos de vez en cuando para saber cómo está Encontrado, para ver si la casa todavía está en pie, no es un adiós hasta siempre jamás. Volvió a enganchar la correa y la pasó a las manos de Isaura, Aquí lo dejo, es sólo un perro, aunque. Nunca sabremos qué ontológicas consideraciones se disponía Cipriano Algor a desarrollar después de la conjunción que dejó suspensa en el aire, porque su mano derecha, esa que sostenía la punta de la correa, se perdió o se dejó encontrar entre las manos de Isaura Madruga, la mujer que no había querido incluir en su presente y que, sin embargo, le decía ahora, Lo quiero, Cipriano, sabe que lo quiero. La correa se resbaló al suelo, sintiéndose libre Encontrado se apartó para oler un rodapié, cuando poco después volvió la cabeza comprendió que la visita se había desviado del camino, que ya no era simple cortesía aquel abrazo, ni aquellos besos, ni aquella respiración entrecortada, ni aquellas palabras que, ahora por muy diferente razón, también comenzaban pero no conseguían acabar. Cipriano Algor e Isaura se habían levantado, ella lloraba de alegría y dolor, él balbuceaba, Volveré, volveré, es una pena que la puerta de la calle no se abra de par en par para que los vecinos puedan presenciar y correr la palabra de cómo la viuda del Estudioso y el viejo de la alfarería se aman de un verdadero y finalmente confesado amor. Con voz que recuperara algo de su tono natural, Cipriano Algor repitió, Volveré, volveré, tiene que haber una solución para nosotros, La única solución es que te quedes, dijo Isaura, Sabes bien que no puedo, Estaremos aquí esperándote, Encontrado y yo. El perro no comprendía por qué motivo sostenía la mujer la correa que lo prendía, yendo los tres andando hacia la puerta, señal evidente de que el dueño y él irían por fin a salir, no comprendía por qué razón la correa todavía no había pasado a la mano de quien, por derecho, la había colocado. El pánico le subía desde las tripas a la garganta, pero, al mismo tiempo, los miembros le temblaban a causa de la excitación resultante del plan que el instinto le acababa de delinear, librarse de un tirón violento cuando se abriera la puerta y, luego, triunfante, esperar fuera a que el dueño fuese a su encuentro. La puerta sólo se abrió después de otros abrazos y de otros besos, de otras palabras murmuradas, pero la mujer lo aseguraba con firmeza, mientras decía, Tú te quedas, tú te quedas, así son las cosas del hablar, el mismo verbo que había sido incapaz de retener a Cipriano Algor era el que no dejaba ahora que Encontrado se escapase. La puerta se cerró, separó al animal de su amo, pero, así son las cosas del sentir, la angustia del desamparo de uno no podía, al menos en ese momento, esperar simpatía ni correspondencia en la lacerada felicidad del otro. No está lejos el día en que sabremos cómo transcurrió la vida de Encontrado en su nueva casa, si le fue cómodo o costoso adaptarse a su nueva dueña, si el buen trato y el afecto sin límites que ella le ofreció fueron suficientes para que olvidara la tristeza de haber sido abandonado injustamente. Ahora a quien tenemos que seguir es a Cipriano Algor, nada más que seguirlo, ir tras él, acompañar su paso sonámbulo. En cuanto a imaginar cómo es posible que se junten en una persona sentimientos tan contrapuestos como, en el caso que estamos apreciando, la más profunda de las alegrías y el más pungente de los disgustos, para luego descubrir o crear aquel único nombre con que pasaría a ser designado el sentimiento particular consecuente de esa unión, es una tarea que muchas veces se ha emprendido en el pasado y cada vez se resigna, como si fuera un horizonte que se va dislocando incesantemente, a no alcanzar siquiera el umbral de la puerta de las inefabilidades que esperan dejar de serlo. La expresión locutiva humana no sabe todavía, y es probable que no lo sepa nunca, conocer, reconocer y comunicar todo cuanto es humanamente experimentable y sensible. Hay quien afirma que la causa principal de esta serísima dificultad reside en el hecho de que los seres humanos están hechos en lo fundamental de arcilla, la cual, como las enciclopedias con minuciosidad nos explican, es una roca sedimentaria detrítica formada por fragmentos minerales minúsculos del tamaño de uno/doscientos cincuenta y seisavos por milímetro. Hasta hoy, por más vueltas que se hayan dado a las lenguas, no se ha conseguido encontrar un nombre para esto.

Entre tanto, Cipriano Algor llegó al final de la calle, torció en la carretera que dividía la población por medio y, ni andando ni arrastrándose, ni corriendo ni volando, como si estuviese soñando que quería liberarse de sí mismo y chocase continuamente con su propio cuerpo, llegó a lo alto de la cuesta donde la furgoneta lo esperaba con el yerno y la hija. El cielo, antes, parecía no estar para aguaceros, sin embargo, ahora, comenzaba a caer una lluvia indecisa, indolente, que tal vez no viniese para durar, pero exacerbaba la melancolía de estas personas apenas a una vuelta de rueda de separarse de los lugares queridos, el propio Marcial sentía que se le contraía de inquietud el estómago. Cipriano Algor entró en la furgoneta, se sentó al lado del conductor, en el lugar que le había sido dejado, y dijo, Vamos. No pronunciaría otra palabra hasta llegar al Centro, hasta entrar en el montacargas que lo llevó con maletas y paquetes al piso treinta y cuatro, hasta que abrieron la puerta del apartamento, hasta que Marcial exclamó, Aquí estamos, sólo en ese momento abrió la boca para emitir unos pocos sonidos organizados, aunque no le salió nada que fuese de su cosecha, se limitó a repetir, con un pequeño aditamento retórico, la frase del yerno, Es verdad, aquí estamos. A su vez, Marta y Marcial poco se habían dicho durante el trayecto. Las únicas palabras merecedoras de registro en esta historia, y aun así muy por encima, de modo puramente accidental, por hacer referencia a personas de quien apenas hemos oído hablar, fueron las que intercambiaron cuando la furgoneta pasaba ante la casa de los padres de Marcial, Les avisaste de que nos íbamos hoy, preguntó Marta, Sí, anteayer, cuando vine del Centro, estuve poco tiempo, tenía el taxi esperando, No quieres parar, volvió a preguntar ella, Estoy cansado de discusiones, harto hasta la coronilla, Incluso así, Te acuerdas de cómo se comportaron cuando vinimos los dos, seguro que no quieres que la escena se repita, dijo Marcial, Es una pena, sea como fuere son tus padres, Es una expresión muy curiosa, ésa, Cuál, Sea como fuere, Se dice así, Es verdad, son palabras que a primera vista parece que no pasan de un adorno de frase en todos los sentidos dispensable, pero acaban dándonos miedo cuando nos ponemos a pensar en ellas y comprendemos adonde quieren llegar, Sea como fuere, dijo Marta, es otra manera disimulada de decir qué remedio, qué le vamos a hacer, ya que tiene que ser así, o simplemente resignación, que es la palabra fuerte, En fin, siempre tendremos que vivir con los padres que tenemos, dijo Marcial, Sin olvidarnos de que alguien vivirá con los padres que seremos, concluyó Marta. Entonces Marcial miró a su derecha y dijo, sonriendo, Claro que esta conversación de padres e hijos malavenidos no tiene nada que ver con usted, pero Cipriano Algor no respondió, se limitó a asentir con la cabeza vagamente. Sentada detrás del marido, Marta veía al padre casi de perfil. Qué habrá pasado con Isaura, pensó, claro que no sería sólo llegar, dejar a Encontrado y volver, por la tardanza algo más se habrán dicho el uno al otro, daría no sé qué por saber qué va cavilando, la cara parece serena, pero al mismo tiempo es la de alguien que no está completamente en sí, la de alguien que ha escapado de un peligro y se sorprende de estar todavía vivo. Mucho más quedaría sabiendo si pudiese mirar al padre de frente, entonces tal vez dijese, Conozco esas lágrimas que no caen y se consumen en los ojos, conozco ese dolor feliz, esa especie de felicidad dolorosa, ese ser y no ser, ese tener y no tener, ese querer y no poder. Pero todavía sería pronto para que Cipriano Algor le respondiese. Habían salido del pueblo, atrás quedaban las tres casas en ruinas, ahora cruzaban el puente sobre el riachuelo de aguas oscuras y malolientes. Adelante, en medio del campo, donde se avistaban aquellos árboles juntos, oculto por los zarzales, está el tesoro arqueológico de la alfarería de Cipriano Algor. Cualquiera diría que han pasado mil años desde que se descargaron allí las últimas sobras de una antigua civilización.

Other books

B0161IZ63U (A) by Trevion Burns
The Case of the Missing Family by Dori Hillestad Butler, Jeremy Tugeau
Bob Dylan by Andy Gill
Murder in Whitechapel (The Judas Reflections) by Aiden James, Michelle Wright
The Dark Forest by Cixin Liu
La horda amarilla by George H. White
First Ride by Tara Oakes