—Cuidado con Lankau —le suplicó Bryan notando el aliento de su amigo contra su piel—. ¡Está aquí!
Al oír esas palabras. James le quitó suavemente la pistola. Bryan suspiró profundamente. Era absolutamente maravilloso e increíble. Volvió a alzar la mirada hacia su amigo y movió su brazo izquierdo.
—¡Desátame, James, pero hazlo rápido! —le pidió.
La saliva alcanzó el rostro de Bryan como un latigazo. El rostro de James se transformó en aquel preciso instante, de pronto retorcido y desconocido. La Kenju temblaba y apuntaba directamente a su sien. El cambio se había producido con tal rapidez que a Bryan se le heló la sonrisa.
Al cabo de un momento, Lankau apareció en la puerta tapando el mar de luz de la terraza. James lo miró sin mudar la expresión de su rostro.
—Gerhart, ¿qué diablos haces tú aquí? —A pesar de sus maneras hoscas, Lankau se dirigió a él amablemente—. ¡No porque me resulte inoportuno! ¡En absoluto! —Lankau se acercó mientras se aseguraba contra cualquier incursión nueva y desagradable de Arno von der Leyen, que seguía tendido en el suelo—. ¡Qué bien que viniste, amigo! —Alzó la mano lenta y solícitamente—. Has hecho lo correcto. Me has ayudado. ¡Has estado muy bien!
Por lo visto, los temblores en el cuerpo de Von der Leyen no cesaban. Su mirada suplicante dejaba entrever el sentimiento de abatimiento que se había apoderado de él.
—
Please!
—eso fue todo cuanto pronunció su boca.
La palabra alcanzó a Gerhart Peuckert como si hubiera sido una bofetada. Atrapado en el fuego cruzado de las imprecaciones de Lankau y del hombre echado en el suelo, Gerhart reculó hacia el pasillo. Su excitación era imperceptible; el rostro, desnudo.
—¡Venga, Gerhart! —dijo Lankau con una sonrisa en los labios y alargó el brazo ligeramente. Gerhart sacudió la cabeza—. ¡Relájate, Gerhart! Deja que la asegure. No deberías hacerlo tú. ¡Venga! ¡Ya pasó todo!
Lankau lo miró fijamente a los ojos. El desafío que irradiaban era nuevo.
—¡Venga, Gerhart! ¡Dámela ya, si no me enfadaré! —Lankau se pegó a su costado—. ¡Dámela! —le ordenó, tendiendo la mano.
El desafío en la mirada de Gerhart iba en aumento. Le puso el seguro pero no le entregó la Kenju.
Entonces Lankau se retiró hacia el centro de la estancia y miró a Gerhart Peuckert como si fuera un colegial desobediente.
—¡Gerhart! —volvió a intentarlo Lankau—. ¿Qué crees que dirían Stich y Kröner, si te vieran ahora? Ahora me vas a dar la pistola, ¿a que sí?
Las palabras que siguieron lo dejaron atónito:
—¡No dirían nada! ¡Están muertos!
Lankau se quedó boquiabierto. Era la primera vez que había oído hablar a Gerhart de manera coherente.
Era una situación endiablada. ¿Sería cierto lo que le acababa de decir el idiota? Lankau se acercó al teléfono y marcó el número de teléfono de Stich. Tras varios intentos infructuosos, llamó a Kröner. Tampoco contestó nadie. Lankau colgó y asintió con un gesto de la cabeza dirigido a Gerhart.
—No, no hay nadie en casa —dijo, frunciendo el ceño—. Tal vez tengas razón —prosiguió, incorporándose,
Gerhart lo miró como si lo hubieran interrumpido en mitad de una cadena de pensamientos. Aparentemente, las numerosas impresiones habían empezado a confundirlo.
—No sé qué creer —prosiguió Lankau, ladeando la cabeza—. ¿Cómo has llegado hasta aquí, Gerhart?
—Andando —sonó la respuesta al instante. Gerhart apretó los labios.
Lankau lo miró, vigilante.
—¡Has hecho bien, Gerhart! Pero ¿por qué no estás en casa de Peter y Andrea? ¿Qué ha pasado? —Lankau lo miró fijamente. El gesto atípico de Gerhart al encogerse de hombros y alzar la mirada podría haber enervado a cualquiera—. ¿Viste algo? —continuó Lankau sacudiendo inmediatamente la cabeza al ver la mirada de Gerhart—, ¿Qué hay de Petra? ¿Por qué no fuiste a casa de Petra? Ella vive más cerca de Stich.
—Petra estaba con ésa —dijo Gerhart señalando acusatoriamente a Laureen, que seguía sentada con los ojos cerrados.
—¿Crees que Petra está compinchada con esos dos? —Lankau dejó suspendida la pregunta en el aire un momento y volvió a fijar los ojos en la pistola que Gerhart sostenía en la mano laxa.
A medida que Lankau avanzaba hacia él, la boca de la pistola se fue enderezando.
—Podemos confiar el uno en el otro, ¿no es así, Gerhart? ¡No, no temas, no voy a quitarte la pistola! ¿Por qué ibas a hacerme daño? ¡Al fin y al cabo, soy el único en el que puedes confiar!
En el rostro de Gerhart, las cejas se fueron alzando hacia el cerco del pelo.
—Ya puedes soltar la pistola, Gerhart. Déjala sobre la mesa y ven a ayudarme con Von der Leyen! —Lankau vio satisfecho que Gerhart obedecía sus órdenes—, ¡Ahora mismo escribiremos el último capítulo de su historia!
A pesar de la desesperación de la mujer, Arno von der Leyen no hizo el más mínimo intento de resistirse. Descansaba pesadamente en los brazos de Peuckert y Lankau.
La terraza era de color gris claro. La piscina se fundía con naturalidad en el conjunto arquitectónico. Las hojas secas ya flotaban en su superficie. Lankau, que lo tenía agarrado por los pies, resopló levemente y se dirigió directamente hacia el borde de la piscina, que estaba llena. El verano había sido largo.
Cuando lo soltaron al borde de la piscina, Von der Leyen se golpeó la nuca contra el enlosado. Peuckert estaba de pie mirándolo a los ojos. Von der Leyen lo miró con ojos entristecidos antes de poner los ojos en blanco y desmayarse.
—Ha recibido su merecido —dijo Lankau, incorporándose—. Ahora sólo falta dejarlo todo arreglado, ¿no es así? —añadió para sus adentros—. Es posible que se acerquen para buscarlo, y entonces encontrarán algo que no deberían haber encontrado. ¡Huellas digitales y este tipo de astucias! —Lankau rezongó, satisfecho—. En ese caso, es preferible que sólo lo encuentren a él! —añadió, dando un empujón irrespetuoso al inconsciente con la punta del zapato—. Y, en realidad, ¡qué es lo que encontrarán? —Lankau volvió a rezongar—. ¡Un extranjero ahogado con el buche repleto de alcohol, y ya está! —Lankau mostró su dentadura torcida.
Por lo visto, la mujer apenas tuvo tiempo de ver a Lankau cuando éste volvió a entrar en el salón. Tenía la zona alrededor de los ojos terriblemente hinchada. Lankau la miró socarronamente.
—¡Eh! —dijo—. ¡Sólo un traguito
Lankau alargó el brazo mostrándole la botella magnum y volvió a salir.
—¿Qué me dices, Gerhart? —preguntó el hombre, inmóvil, que contemplaba al inconsciente—. ¿No te parece la mejor manera de hacerlo? ¡Ahora que lo pienso, era precisamente así cómo ese demonio había pensado acabar conmigo! —Lankau se arrodilló al borde de la piscina y recogió un poco de agua con la mano—. ¿Acaso no pretendía que me ahogase en el Rin? —dijo para sí mismo.
Bryan se echó a un lado cuando el agua le dio de lleno en la cara. Por un momento se sintió confundido. Hasta que no vio los ojos azules de James pegados a él, no se asustó.
Entonces volvió a la realidad.
Los años le habían arrebatado a un amigo y le habían devuelto a un monstruo a cambio. Él tenía la culpa. Una evidencia que se inflamó; un conocimiento que le impedía volver a su vida anterior, aunque saliera de allí con vida. Bryan sacudió la cabeza torpemente y vio cómo el paisaje se abría ante sus ojos. Intentó estirar los brazos atados.
—¡Sí, sí, Herr Von der Leyen! —oyó que decía una voz desde arriba—. Ha llegado la hora de despertar, porque ahora te ahogaremos como a una rata. ¡Ahora vas a probar tu propia pócima amarga!
Bryan intentó defenderse en vano. Al echar la cabeza hacia atrás, sus vértebras cervicales crujieron. La botella encontró fácil acomodo en su boca. Cada vez que apartaba la cabeza, Lankau cerraba la mano que tenía libre alrededor de su cuello. Los dedos cerraban su carótida con una seguridad diabólica y Bryan perdía el sentido inmediatamente y abría la boca.
Al final bebió sin resistirse.
Después de un trago largo, empezó a arderle la garganta; el vodka le cerraba la tráquea. Lankau lo soltó y permitió que tosiera libremente.
—No podemos permitir que te ahogues, ¿entiendes? ¡No entra en mis planes!
—¡Realizarán interrogatorios cuando levanten el cadáver! —dijo Bryan con voz ahogada—. Encontrarán las marcas en mi cuerpo. Tengo unas heridas profundas. ¡Te va a resultar difícil justificarlo, cerdo!
—¡Tal vez sí, tal vez no! ¡Quién sabe si encontrarán algo! A lo mejor el que tenga que buscarlo tenga un mal día. ¡A veces los tienen, lo sé muy bien! —Lankau dio un trago a la enorme botella—. Y es posible, incluso, que lo conozca. Ahora que lo pienso: ¡lo conozco pero que muy bien! —Lankau volvió a tomar un trago—. ¡Ahhh! —exclamó soltando el aire—. ¡Lo que diremos es que tú y yo estuvimos bebiendo juntos pero que tú no aguantas tan bien como yo! —Lankau se rió con tal soltura que su barriga se desbordó por encima de los pantalones.
Bryan notó cómo todo lo que lo rodeaba perdía importancia para él.
Antes de terminar la última frase, Lankau empezó a empujar a Bryan hasta que su torso se descolgó por el borde de la piscina. Lankau le tiró del pelo y lo obligó a tomar un último trago.
—Harías bien en beber, amigo mío. Sería todo mucho más fácil para ti.
El vodka le calentaba los labios. La botella había cumplido su propósito y estaba prácticamente vacía. El agua debajo de su cuerpo era casi hermosa, en todos sus suaves reflejos verdosos. Apenas se percató de que Lankau le introducía la cabeza debajo del agua. El agua lo envolvió, tan fresca y suave como la sensación de una almohada venteada en medio de un sueño febril. En el segundo antes de rendirse y aspirar el agua hasta los pulmones, Lankau volvió a sacarlo.
Después de dos largas inmersiones, la indiferencia ante lo que le estaba ocurriendo se apoderó de él. El alcohol había surtido efecto.
—¡Todavía no te he oído quejarte! —El aliento agrio de Lankau estaba muy cerca. Bryan chorreaba agua—. ¿De qué estás hecho, cerdo? ¿Has bebido demasiado? ¿Vas a quitarme toda la diversión? —Lankau lo cogió de los pelos y le sacudió la cabeza. Bryan no vio más que destellos de luz.
Más celoso que irritado, Lankau se lo quitó de encima.
—Entonces me temo que tendremos que volver a intentarlo. ¡Quiero que me pidas clemencia a gritos! —Sus ojos atravesaron la nebulosa que rodeaba a Bryan—. Vas a ver a tu mujer morir aplastada en la prensa de uvas. Y también verás a Petra. Primero la cogeremos a ella, ahora que ya está atada. Así tendrás tiempo de reponerte para cuando le llegue el turno a tu esposa. ¡Un suave toquecito en el interruptor del lavadero y asunto resuelto! ¡Finísimamente! Así van las cosas cuando alguien me contraría. ¿No crees que esto acabará con tu resistencia? —Lankau adelantó el labio superior en una mueca y apoyó la botella en la barriga—. Una pena para Stich y Kröner que no te pillara antes. Pero ¡qué le vamos a hacer! El que ríe el último ríe mejor.
Lankau resopló y tomó otro trago. Tenía el pelo revuelto, el torso estaba mojado del agua de la piscina. Se puso en pie con gran dificultad y se inclinó sobre Bryan.
—¡Agárralo por aquí, Gerhart! ¡Hay que llevarlo al cobertizo!
—¡Tal vez sí, tal vez no! ¡Quién sabe si encontrarán algo! A lo mejor el que tenga que buscarlo tenga un mal día. ¡A veces los tienen, lo sé muy bien! —Lankau dio un trago a la enorme botella—. Y es posible, incluso, que lo conozca. Ahora que lo pienso: ¡lo conozco pero que muy bien! —Lankau volvió a tomar un trago—. ¡Ahhh! —exclamó soltando el aire—. ¡Lo que diremos es que tú y yo estuvimos bebiendo juntos pero que tú no aguantas tan bien como yo! —Lankau se rió con tal soltura que su barriga se desbordó por encima de los pantalones.
Bryan notó cómo todo lo que lo rodeaba perdía importancia para él.
Antes de terminar la última frase, Lankau empezó a empujar a Bryan hasta que su torso se descolgó por el borde de la piscina. Lankau le tiró del pelo y lo obligó a tomar un último trago.
—Harías bien en beber, amigo mío. Sería todo mucho más fácil para ti.
El vodka le calentaba los labios. La botella había cumplido su propósito y estaba prácticamente vacía. El agua debajo de su cuerpo era casi hermosa, en todos sus suaves reflejos verdosos. Apenas se percató de que Lankau le introducía la cabeza debajo del agua. El agua lo envolvió, tan fresca y suave como la sensación de una almohada venteada en medio de un sueño febril. En el segundo antes de rendirse y aspirar el agua hasta los pulmones, Lankau volvió a sacarlo.
Después de dos largas inmersiones, la indiferencia ante lo que le estaba ocurriendo se apoderó de él. El alcohol había surtido efecto.
—¡Todavía no te he oído quejarte! —El aliento agrio de Lankau estaba muy cerca. Bryan chorreaba agua—. ¿De qué estás hecho, cerdo? ¿Has bebido demasiado? ¿Vas a quitarme toda la diversión? —Lankau lo cogió de los pelos y le sacudió la cabeza. Bryan no vio más que destellos de luz.
Más celoso que irritado, Lankau se lo quitó de encima.
—Entonces me temo que tendremos que volver a intentarlo. ¡Quiero que me pidas clemencia a gritos! —Sus ojos atravesaron la nebulosa que rodeaba a Bryan—. Vas a ver a tu mujer morir aplastada en la prensa de uvas. Y también verás a Petra. Primero la cogeremos a ella, ahora que ya está atada. Así tendrás tiempo de reponerte para cuando le llegue el turno a tu esposa. ¡Un suave toquecito en el interruptor del lavadero y asunto resuelto! ¡Finísimamente! Así van las cosas cuando alguien me contraría. ¿No crees que esto acabará con tu resistencia? —Lankau adelantó el labio superior e una mueca y apoyó la botella en la barriga—. Una pena para Stikch y Kröner que no te pillara antes. Pero ¡qué la vamos a hacer! El que ríe el último ríe mejor.
Lankau resopló y tomó otro trago. Tenía el pelo revuelto, el torso estaba mojado del agua de la piscina. Se puso en pie con gran dificultad y se inclinó sobre Bryan.
—¡Agárralo por aquí , Gerhart! ¡Hay que llevarlo al cobertizo!
Cuando Lankau se disponía a agarrar a su víctima desfallecida, vio la sombra desplazarse por el suelo de la terraza. Lo siguiente que notó fue un golpe violento que lo hizo tambalearse y lo envió de cabeza al agua.
—¡Maldita sea, Gerhart, eres un loco de mierda! ¡Ésta me la vas a pagar! —gimió Lankau mientras se agarraba a la escalera y salía de la piscina.
Cuando, con la irritación a flor de piel, se disponía a escurrir el agua de la ropa, se dio cuenta de lo que había pasado. Un error ridículo y sencillo: había permitido que Gerhart oyera lo que tenía pensado hacer con Petra. La conciencia de la pistola encima de la mesa le sobrevino súbitamente; pero por entonces ya fue demasiado tarde. Detrás de su víctima arrodillada que ya ni siquiera se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor, estaba Gerhart Peuckert, de pie, como una estatua de sal, apuntándolo con la pistola.